top of page
Foto del escritorAmenhotep VII

Esoterismo islámico - Titus Burckhardt (Parte IV)




La meditación (al-tafakkur) es un complemento indispensable del rito, ya que

valoriza la libre iniciativa del pensamiento. Sin embargo, sus límites son los de la

propia mente; sin el elemento ontológico del rito la mente no podría pasar de la

separatividad (al-farq) de la conciencia individual a la síntesis (al-ŷam’) del

conocimiento informal. Se fundamenta, en el Islam, en los versículos coránicos que

se dirigen a «los que están dotados de entendimiento» y que recomiendan los

«signos» (los símbolos) de la naturaleza para la meditación, y también en estas dos

máximas del Profeta: «Una hora (un momento) de meditación vale más que las

buenas obras cumplidas por las dos especies de seres dotados de gravitación (los

hombres y los genios, ŷinna)», y «No meditéis sobre la Esencia, sino sobre las

Cualidades de Dios y sobre Su Gracia».

Normalmente la meditación procede según un movimiento circular: parte de una

idea esencial de la que desarrollará las diversas aplicaciones, para reintegrarlas

finalmente en la verdad inicial, que de este modo adquiere, para la conciencia

reflexiva, una actualidad más inmediata y rica. Es lo contrario de una investigación

filosófica, que considera la verdad como algo que no estaría esencialmente y a priori

contenido en la mente del que conoce. El movimiento fundamental del pensamiento

es el que describe la meditación, y cualquier filosofía que ignore esta ley se engaña

sobre su propia gestión: la verdad que parece encontrar a fuerza de argumentos está

ya contenida en su punto de partida, a no ser que descubra, al término de un largo

rodeo mental, la refracción en la mente de un elemento pasional, de una preocupación

individual o colectiva.

El pensamiento individualista implica siempre una limitación, ya que desconoce

su propia esencia intelectual. La meditación tampoco capta directamente la Esencia,

pero la presupone; es una «ignorancia sabia», mientras que el raciocinio filosófico

procedente del individualismo mental es un «saber ignorante». Cuando la filosofía

escudriña la naturaleza del conocimiento, inevitablemente se mueve dentro de un

ciclo vicioso: cuando separa el sujeto del terreno objetivo y no reconoce al primero

más que una realidad completamente relativa, en el sentido de la «subjetividad»

individual, olvida que sus propios juicios dependen de la realidad del sujeto y de la

veracidad que éste pueda tener; por otra parte, cuando declara que cualquier

percepción sólo tiene un alcance «subjetivo», por tanto relativo e incierto, olvida que

este mismo aserto aspira a la objetividad. Para el pensamiento no hay salida de este

dilema; la mente, que sólo es una partícula del universo, o una de las modalidades de

la existencia, no puede abarcar el universo, ni definir su propia posición respecto a la

totalidad. Si trata de hacerlo a pesar de todo, es que hay en ella una chispa del

Intelecto que comprende y penetra realmente todas las cosas.

El hadît sobre la meditación que hemos citado en segundo lugar («No meditéis

sobre la Esencia, sino sobre Sus Cualidades y Su Gracia»), significa que la Esencia

nunca puede llegar a ser objeto del pensamiento, que es distintivo por naturaleza en

tanto la Esencia es una. En cambio, la meditación concibe, en cierto sentido, las

Cualidades divinas, sin que, no obstante, pueda «Saborearlas» directamente, lo que

entraría a formar parte de la esfera de la intuición pura.

El terreno propio de la meditación es la discriminación entre lo real y lo irreal, y

el objeto por excelencia de esta discriminación es el «yo». La discriminación

meditativa no alcanza de modo directo la raíz de la individuación subjetiva, pero

capta sus aspectos extrínsecos, que representan otras tantas desproporciones entre una

afirmación casi absoluta, contenida en el ego, y el carácter efímero y fragmentario de

la naturaleza humana individual.

Es preciso comprender perfectamente que no es esta naturaleza individual como

tal lo que constituye la ilusión egocéntrica; el «velo» (al-hiŷâb) que hay que desgarrar

es, únicamente, la atribución a esta naturaleza individual de un carácter autónomo y

«apriorístico» que sólo corresponde a la Esencia.





10 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comments


bottom of page