“Entra en ti mismo, vuelve sin cesar
y siempre a tu unidad interior y goza de
Dios. Permanece firme y no te des por
satisfecho hasta que no hayas
conquistado, en el tiempo, el actual
presente de la eternidad, tanto como sea
posible a la debilidad humana.”
“Con mi mirada interior reparaba en mí mismo entero, tal como soy: mi
cuerpo, mi alma y todas mis potencias, y situaba en torno a mí a todas las
criaturas creadas por Dios en el cielo y en los cuatro elementos, cada una en
particular, con su nombre: los pájaros del cielo, los animales del bosque, los peces
del agua, las plantas y la hierba de la tierra, los incontables granos de la arena
del mar y las partículas de polvo que brillan en los rayos del sol, y todas las
gotitas de agua del rocío, de la nieve o de la lluvia que jamás han caído ni
llegarán a caer; y deseaba que cada una de estas cosas tuviera un juego de
cuerdas suaves y penetrantes que yo pudiera tocar [como las de la cítara],
fluyendo de la esencia más íntima de mi corazón, y que así se elevara una nueva
y noble alabanza al amable y tierno Dios, por toda la eternidad. Y a
continuación, misteriosamente, los brazos de mi alma se abrían y se extendían,
llenos de amor hacia todas las criaturas con la intención de hacerlas cantar
alegremente [...]: ¡Sursum corda!
[...] En mis pensamientos acogía a mi corazón y al corazón de todos los
hombres y consideraba qué gozo, qué alegría, qué amor y paz comparten aquellos
que entregan su corazón entero a Dios y, por el contrario, las perturbaciones y
sufrimientos, penas e inquietudes que padecen los que se atan al amor efímero. Y,
con gran deseo de mi corazón, gritaba a esos corazones, allí donde estuvieran, en
cualquier parte del mundo: ¡Ánimo, corazones prisioneros, salid de los estrechos
lazos del amor efímero! ¡Ánimo, corazones dormidos, salid de la muerte del
pecado! ¡Ánimo, corazones vanos, salid de la tibieza de vuestra vida perezosa y
blanda! Volveos hacia el Dios de amor, con una conversión libre y total: ¡Sursum
corda!”
“Elige a tu amado, al amable y tierno Dios del cielo; sólo en él, y en ningún
otro lugar, encontrarás la verdadera paz, la verdad y el amor sin sufrimiento.
Ponle ante tus ojos como un espejo, y muéstrale tu agradecimiento por el amable
amor y la bondad que te ha mostrado, y que ello te baste. Piensa en la ternura
con la que te ha rodeado de cuidados, alégrate y deja de lado cualquier otro
amor.”
“(En primer lugar...) hay que apartarse y liberarse de las alegrías del mundo, de los pecados y de las faltas, para orientarse con ánimo decidido hacia Dios, por medio de una oración asidua, del desprendimiento, del ejercicio bien entendido de la virtud, sometiendo el cuerpo al espíritu.”
“Si deseas iniciar esta conquista, debes separarte cuanto te sea posible de las
relaciones nocivas, de todas las personas que impidan tu propósito, de todos los
mortales [...], has de buscar siempre la ocasión, el tiempo y el lugar donde puedas
encontrar descanso y gozar del secreto silencio de la contemplación [...].
En todo momento debes esforzarte en alcanzar la pureza del corazón, esto
es, manteniendo, en cierto modo, los sentidos corporales apagados, volverte hacia
ti mismo cuanto te sea posible, cerrando con cuidado las puertas de tu corazón a
las formas sensibles y a las imágenes de cosas terrenas. [...]
Libera, con cuidado, a tu corazón de todo aquello que le pueda impedirle ser
libre, de todo lo que le pueda atar, retener o hacer adherir su afecto [...]. Estar en
uno mismo significa reunir los afectos dispersos del corazón y recogerlos en torno
a un único bien, [...] descansar suavemente en el amor y el gozo del Creador.
Y por encima de todo, que tu principal esfuerzo sea tener el alma
continuamente elevada en la contemplación de los misterios divinos, para que tu
espíritu se adhiera siempre a estos misterios y a Dios. [...]
Todo el resto de prácticas ascéticas, como la mortificación del cuerpo,
ayunos, vigilias, y otros ejercicios virtuosos, han de considerarse secundarios,
inferiores y sólo útiles, en la medida en que aprovechen a la pureza del corazón.”
“Cuando me escondo y retiro del alma lo que de mí recibes, sólo entonces
comprendes quién soy yo y quién eres tú. Soy el bien eterno sin el cual nadie posee
ningún bien, y por ello, me derramo con tal bondad y amor, yo, el bien eterno, que
allí donde me derramo, todo parece bueno. Por ello puedes reconocer mi presencia,
como reconocemos al sol por su fulgor, aunque no podamos mirarlo directamente
en su substancia. [...] Cuando el amante está cerca de la amada, ella no sabe lo
amable que es el amante; pero cuando éste se separa de ella, sólo entonces la
amada siente cuán amable es el amante.”
“Cuando el hombre puede despojarse aún más de sí mismo y cuando Dios
quiere concederle su auxilio, por medio de un rapto potente, como hizo con Pablo
y como puede seguir haciendo, según enseña San Bernardo, el espíritu creado es
llevado por el Espíritu supraesencial donde [el hombre] no podía penetrar por sus
propias fuerzas. Este éxtasis le despoja de imágenes, de formas y de toda
multiplicidad; llega a una ignorancia que le hace olvidarse de sí mismo y de todas
las cosas y, por un impulso, es devuelto, junto con las tres Personas, al abismo de
la simplicidad inmanente donde goza de su bienaventuranza, según la más alta
verdad. Allí ya no hay lucha ni esfuerzo, pues el principio y el final [...] se han
vuelto uno, y el espíritu [humano] está despojado de sí mismo y se ha vuelto uno
con él [el abismo de la simplicidad divina].”
“Aquí se experimentan maravillas con un asombro mudo que se expresa con
silencio [...], en esta tiniebla supraluminosa y oscura, que es una claridad
luminosa que supera toda revelación, en la cual todo está reflejado, y que colma
al cegado intelecto [humano] con luces desconocidas, invisibles, deslumbrantes.”
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