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Foto del escritorAmenhotep VII

Textos - Enrique Suso



“Entra en ti mismo, vuelve sin cesar

y siempre a tu unidad interior y goza de

Dios. Permanece firme y no te des por

satisfecho hasta que no hayas

conquistado, en el tiempo, el actual

presente de la eternidad, tanto como sea

posible a la debilidad humana.”



“Con mi mirada interior reparaba en mí mismo entero, tal como soy: mi

cuerpo, mi alma y todas mis potencias, y situaba en torno a mí a todas las

criaturas creadas por Dios en el cielo y en los cuatro elementos, cada una en

particular, con su nombre: los pájaros del cielo, los animales del bosque, los peces

del agua, las plantas y la hierba de la tierra, los incontables granos de la arena

del mar y las partículas de polvo que brillan en los rayos del sol, y todas las

gotitas de agua del rocío, de la nieve o de la lluvia que jamás han caído ni

llegarán a caer; y deseaba que cada una de estas cosas tuviera un juego de

cuerdas suaves y penetrantes que yo pudiera tocar [como las de la cítara],

fluyendo de la esencia más íntima de mi corazón, y que así se elevara una nueva

y noble alabanza al amable y tierno Dios, por toda la eternidad. Y a

continuación, misteriosamente, los brazos de mi alma se abrían y se extendían,

llenos de amor hacia todas las criaturas con la intención de hacerlas cantar

alegremente [...]: ¡Sursum corda!



[...] En mis pensamientos acogía a mi corazón y al corazón de todos los

hombres y consideraba qué gozo, qué alegría, qué amor y paz comparten aquellos

que entregan su corazón entero a Dios y, por el contrario, las perturbaciones y

sufrimientos, penas e inquietudes que padecen los que se atan al amor efímero. Y,

con gran deseo de mi corazón, gritaba a esos corazones, allí donde estuvieran, en

cualquier parte del mundo: ¡Ánimo, corazones prisioneros, salid de los estrechos

lazos del amor efímero! ¡Ánimo, corazones dormidos, salid de la muerte del

pecado! ¡Ánimo, corazones vanos, salid de la tibieza de vuestra vida perezosa y

blanda! Volveos hacia el Dios de amor, con una conversión libre y total: ¡Sursum

corda!”



“Elige a tu amado, al amable y tierno Dios del cielo; sólo en él, y en ningún

otro lugar, encontrarás la verdadera paz, la verdad y el amor sin sufrimiento.

Ponle ante tus ojos como un espejo, y muéstrale tu agradecimiento por el amable

amor y la bondad que te ha mostrado, y que ello te baste. Piensa en la ternura

con la que te ha rodeado de cuidados, alégrate y deja de lado cualquier otro

amor.”



“(En primer lugar...) hay que apartarse y liberarse de las alegrías del mundo, de los pecados y de las faltas, para orientarse con ánimo decidido hacia Dios, por medio de una oración asidua, del desprendimiento, del ejercicio bien entendido de la virtud, sometiendo el cuerpo al espíritu.”



“Si deseas iniciar esta conquista, debes separarte cuanto te sea posible de las

relaciones nocivas, de todas las personas que impidan tu propósito, de todos los

mortales [...], has de buscar siempre la ocasión, el tiempo y el lugar donde puedas

encontrar descanso y gozar del secreto silencio de la contemplación [...].

En todo momento debes esforzarte en alcanzar la pureza del corazón, esto

es, manteniendo, en cierto modo, los sentidos corporales apagados, volverte hacia

ti mismo cuanto te sea posible, cerrando con cuidado las puertas de tu corazón a

las formas sensibles y a las imágenes de cosas terrenas. [...]

Libera, con cuidado, a tu corazón de todo aquello que le pueda impedirle ser

libre, de todo lo que le pueda atar, retener o hacer adherir su afecto [...]. Estar en

uno mismo significa reunir los afectos dispersos del corazón y recogerlos en torno

a un único bien, [...] descansar suavemente en el amor y el gozo del Creador.

Y por encima de todo, que tu principal esfuerzo sea tener el alma

continuamente elevada en la contemplación de los misterios divinos, para que tu

espíritu se adhiera siempre a estos misterios y a Dios. [...]

Todo el resto de prácticas ascéticas, como la mortificación del cuerpo,

ayunos, vigilias, y otros ejercicios virtuosos, han de considerarse secundarios,

inferiores y sólo útiles, en la medida en que aprovechen a la pureza del corazón.”



“Cuando me escondo y retiro del alma lo que de mí recibes, sólo entonces

comprendes quién soy yo y quién eres tú. Soy el bien eterno sin el cual nadie posee

ningún bien, y por ello, me derramo con tal bondad y amor, yo, el bien eterno, que

allí donde me derramo, todo parece bueno. Por ello puedes reconocer mi presencia,

como reconocemos al sol por su fulgor, aunque no podamos mirarlo directamente

en su substancia. [...] Cuando el amante está cerca de la amada, ella no sabe lo

amable que es el amante; pero cuando éste se separa de ella, sólo entonces la

amada siente cuán amable es el amante.”



“Cuando el hombre puede despojarse aún más de sí mismo y cuando Dios

quiere concederle su auxilio, por medio de un rapto potente, como hizo con Pablo

y como puede seguir haciendo, según enseña San Bernardo, el espíritu creado es

llevado por el Espíritu supraesencial donde [el hombre] no podía penetrar por sus

propias fuerzas. Este éxtasis le despoja de imágenes, de formas y de toda

multiplicidad; llega a una ignorancia que le hace olvidarse de sí mismo y de todas

las cosas y, por un impulso, es devuelto, junto con las tres Personas, al abismo de

la simplicidad inmanente donde goza de su bienaventuranza, según la más alta

verdad. Allí ya no hay lucha ni esfuerzo, pues el principio y el final [...] se han

vuelto uno, y el espíritu [humano] está despojado de sí mismo y se ha vuelto uno

con él [el abismo de la simplicidad divina].”



“Aquí se experimentan maravillas con un asombro mudo que se expresa con

silencio [...], en esta tiniebla supraluminosa y oscura, que es una claridad

luminosa que supera toda revelación, en la cual todo está reflejado, y que colma

al cegado intelecto [humano] con luces desconocidas, invisibles, deslumbrantes.”


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