El principio
«En el principio» [Gen. I: I], cuando la voluntad del Rey comenzó a hacerse, él grabó señales en la bóveda celeste [que lo rodeaba]. Desde el vacío más recóndito surgió una flama oscura, desde el misterio de eyn sof, el Infinito, como una bruma formándose en lo informe, encerrada en el anillo de esa esfera, ni blanco ni negro, ni rojo ni verde, de ningún color en absoluto. Sólo después de que esta flama comenzó a adoptar forma y dimensión, comenzó a producir colores radiantes. Desde el centro más profundo de la Clama emergió un pozo del cual salieron colores que se esparcieron encima de todo lo que estaba debajo, oculto en el misterioso escondite de eyn sof. El pozo se abrió paso, pero no en el éter [de la esfera]. No pudo ser reconocido, hasta que un punto escondido y supremo brilló desde el fondo del impacto del último paso. Más allá de este punto nada puede saberse. Así pues, recibe el nombre de reshit, principio, la primera palabra [de las diez] por medio de la cual el universo ha sido creado.
El universo: cáscara y semilla
Cuando el Rey Salomón «penetró en las profundidades del jardín de las nueces», como está escrito, «descendí al jardín de las nueces» [Canto 6: II], tomó una cáscara de nuez y, al estudiarla, vio una analogía entre sus capas y los espíritus que motivan los deseos sensuales de los humanos, como está escrito, «y los placeres de los hijos de los hombres [son de] demonios machos y hembras» [Ecles. 2: 8]. El Ser Supremo, bendito sea, consideró necesario poner en el mundo todas estas cosas para asegurar la permanencia y la posesión, por así decido, de un cerebro rodeado de numerosas membranas. El mundo entero, superior e inferior, está organizado de acuerdo con este principio, desde el centro místico primigenio hasta la más exterior de todas las capas. Todas son una para la otra, cerebro dentro de cerebro, espíritu en espíritu, cáscara dentro de cáscara. El centro primigenio es la luz más interior, de una transparencia, sutileza y pureza más allá de cualquier comprensión. Ese punto interior en expansión se convierte en un «palacio» con salas que delimitan el centro y es tan radiante que su luz va más allá del poder del conocimiento. La «vestidura» del «palacio», del punto interior incognocible, al tiempo que constituye un destello incognocible en sí mismo, es, no obstante, de una sutileza y translucidez menores que el centro primigenio. El «palacio» se esparce en una «vestidura» para sí mismo, la luz primordial. De ahí hacia afuera se va extendiendo; existe en cada extensión que se sobrepone a otra extensión, y cada una constituye una vestidura para la anterior, como una membrana lo hace respecto del cerebro. Aunque es membrana primero, cada extensión se hace cerebro en la extensión que la sigue. De igual modo, el proceso continúa abajo y, una vez establecido, el hombre en el mundo combina cerebro y membrana, espíritu y cuerpo, todo en pro del más perfecto ordenamiento del mundo. Cuando la luna y el sol estuvieron en conjunción, ella era luminosa; pero cuando ella se separó del sol y gobernó sus propias legiones, su estado y su luz se redujeron, y se hizo capa tras capa para investir al cerebro, y todo fue por su bien.
La primera luz
«Y dijo Dios, Hágase la luz, y se hizo la luz» [Gen. I: 3] Esta es la luz primordial que hizo Dios. Es la luz del ojo. Es la luz que Dios le mostró a Adán y, por medio de ella, él pudo ver el mundo de un extremo al otro. Esta es la luz que Dios le mostró a David y él, al contemplarla, cantó en alabanza diciendo, «Oh, cuán abundante es Tu bondad, la cual Tú has puesto al alcance de aquellos que Te temen» [Salmos 31: 20]. Esta es la luz por medio de la cual Dios le reveló a Moisés la tierra de Israel, desde Gilead hasta Dan. Previendo el advenimiento de tres generaciones pecadoras, la generación de Enos, la generación del Diluvio y la generación de la Torre de Babel, Dios los alejó del goce de la luz. Luego la devolvió a Moisés durante la época en que su madre lo escondía, durante los tres meses después de su nacimiento. Cuando Moisés fue presentado ante el faraón, Dios se la quitó y no se la devolvió hasta que, de pie en el Monte Sinaí, se dispuso a recibir la Torah. Desde entonces Moisés la consideró suya hasta el fin de sus días y, por tanto, los israelitas no podían acercársele hasta que se pusiera un velo en el rostro [Exodo 34: 33]. «Hágase la luz, y se hizo la luz» [Gen. I: 3]. Sea lo que sea aquello que designa la palabra vayehi [y se hizo], esa cosa está en este mundo y en el mundo por venir. El Rabino Isaac dijo: En la Creación, Dios irradió sobre el mundo de un extremo al otro con la luz, pero ésta fue retirada para privar de su goce a los pecadores del mundo, y quedó a buen recaudo para los justos, como está escrito, «La luz se siembra para los justos» [Salmos 97: 11]; entonces, los mundos estarán en armonía y todos se unirán en uno solo; pero hasta que el mundo futuro se establezca, esta luz permanecerá guardada. Esta luz emergió de la oscuridad y se abrió paso por intercesión del Más Secreto; De igual modo, de la luz escondida, a través de algún camino secreto, se abrió paso la oscuridad del inframundo al cual la luz es inherente. Esta oscuridad inferior recibe el nombre de «noche» en el verso «Y a la oscuridad, Él la llamó noche» [Gen. I: 5].
La creación del hombre
El Rabino Simeón se levantó y habló: Al meditar, he percibido que cuando Dios estaba a punto de crear al hombre, entonces comenzó a temblar arriba y abajo de todas las criaturas. Se desdoblaba apenas el sexto día cuando al fin se tomó la divina decisión. Se encendió la llama de la fuente de todas las luces y se abrió la reja del Este, desde donde fluye la luz. La luz concedida en el principio, la tomó el Sur en gloria plena y el Sur tomó control sobre el Este. El Este tomó el control del Norte y el Norte despertó y, abriéndose, llamó en voz alta al Oeste para que fuera hacia él. Luego el Oeste viajó hacia el Norte y se quedó junto a él; después el Sur controló al Oeste, y el Norte y el Sur rodearon el Jardín y constituyeron su vallado. El Este se acercó al Oeste y el Oeste se regocijó y dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» [Gen. I: 26], para que abrace como nosotros los cuatro cuadrantes y el alto y el bajo. Ahí se unieron el Este y el Oeste y crearon al hombre. Por tanto, los sabios han dicho que el hombre surgió del sitio mismo del Templo. Más aún, podemos ver que las palabras «Hagamos al hombre» logran esto: a los seres inferiores, derivados de un lado del mundo superior, Dios les reveló el secreto de cómo formar el nombre divino «Adán», en el cual se acompasan lo superior y lo inferior, en la fuerza de sus tres letras: alef, dalet y mem. Una vez que las tres letras hubieron venido hasta el mundo inferior, fue percibido en su forma, completo, el nombre de Adán para comprender en un nombre al varón y a la hembra. La hembra estaba pegada al costado del hombre y Dios le envió al hombre un sueño profundo y él se recostó en el sitio del Templo. Dios entonces le cortó a la hembra y la atavió como a una novia y la guió hasta él, como está escrito: «Y tomó uno de sus costados y llenó el espacio con carne» [Gen. 2: 21]. En las Antiguas Escrituras, he visto que se dice, que aquí la palabra «uno» significa «una mujer», es decir, la original Lilith que se acostó con él y concibió de él. Pero hasta ese momento ella no fue ninguna ayuda para él y está escrito: «Pero para Adán no se encontró una ayuda» [Gen. 2: 20]. Adán, entonces, fue el último, pues estuvo bien que encontrara al mundo completo cuando hizo su aparición. «No había aún en la tierra ningún arbusto del campo» [Gen. 2: 5]. El Rabino Simeón continuó diciendo: la alusión es de los magníficos árboles que crecieron más tarde, pero que entonces eran arbustos. Adán y Eva, como hemos dicho, fueron creados uno junto al otro. ¿Por qué no cara a cara? Por la sencilla razón de que el cielo y la tierra todavía no estaban en completa armonía: «El Señor Dios no había hecho llover sobre la tierra» [Gen. 2: 5]. Cuando la unión inferior se perfeccionó y Adán y Eva estuvieron cara a cara, entonces se perfeccionó la unión superior. Esto podemos saberlo gracias al Tabernáculo: hemos aprendido que, junto a él, fue puesto otro tabernáculo y que el superior no fue alzado hasta que el inferior fue erigido; y así sucedió en este caso. Más aún, puesto que todo allá en las alturas no estaba todavía perfectamente ordenado, Adán y Eva no fueron creados cara a cara. Esto se concibe debido al orden de los versos en las Escrituras; primero está escrito: «El Señor Dios no había hecho llover sobre la tierra» y, a continuación, «no existía un hombre que cultivara la tierra» [ibid], lo cual significa que el hombre era aún imperfecto, pues sólo cuando Eva fue perfeccionada fue perfeccionado él a su vez. Una prueba más la constituye el que en la palabra vayisgor [y él cerró], por primera vez en este pasaje aparezca la letra samekh, que significa «apoyo», que equivale a decir que el varón y la hembra ahora se apoyaban uno en el otro. De manera semejante, el mundo inferior y el superior se sostienen uno al otro. No fue hasta que el mundo inferior se perfeccionó, que el otro a su vez fue perfeccionado. Cuando el mundo inferior tuvo que apoyar al superior siendo volteado cara a cara con él, el mundo fue terminado, ya que anteriormente «el Señor Dios no había hecho llover sobre la tierra». Entonces «una bruma cubrió la tierra» [Gen. 2: 6], para satisfacer la carencia «mojando toda la faz de la tierra» [ibid.]; y la bruma que se levanta es el deseo de la mujer por el hombre. Aun así, otra interpretación dice que sacamos la palabra «no» del primer verso para usarla en el segundo don «bruma», y esto significa que Dios no mandó la lluvia porque una bruma no se había levantado, ya que desde el mundo inferior debe provenir el impulso que ponga al mundo superior en movimiento. Así, para formar la nube, el vapor asciende primero desde la tierra. Y de igual modo el humo de los sacrificios asciende, creando armonía en las alturas y la unión de todo; así la esfera celestial llega a estar completa. Es desde abajo que se inicia el movimiento y de ahí que todo se perfeccione. Si la Comunidad de Israel no hubiera iniciado el impulso, el que habita en las alturas tampoco se habría movido hacia ella; así el deseo de abajo es lo que causa que todo en las alturas se complete.
Abandono de la vida
Cuando un hombre está listo para abandonar la vida, Adán, el primer hombre, aparece frente a él y le pregunta por qué se va del mundo y en qué condiciones. El hombre dice: Desdichado, por tu causa he de morir. Adán responde: Hijo mío, sólo un mandamiento no cumplí y se me castigó por ello; mira cuántos son los mandamientos de tu Maestro, tanto de lo que se debe como de lo que no se debe hacer, que tú has transgredido. Dijo el Rabino Hiyya: Hasta este día, Adán existe y dos veces al día se pone de pie ante los patriarcas y confiesa sus transgresiones y les muestra el lugar donde una vez habitó en gloria celestial. El Rabino Yesa dijo: Adán aparece ante todos los hombres en el momento en que están a punto de abandonar la vida con objeto de declarar que el hombre está muriendo no por el pecado de Adán, sino por sus propios pecados, tal como los sabios dijeron:' «No hay muerte sin pecado».
Las tres costas del espíritu
«Y Noé tuvo tres hijos» [Gen. 6: 10]. El Rabino Hiyya dijo al Rabino Judah: Acerca de este texto, les diré lo que he escuchado. Esto puede compararse con un hombre que se dirigió a las entradas de una cueva, y dos o tres niños salieron juntos de ahí, bastante distintos unos de otros en cuanto a carácter y comportamiento: uno era virtuoso, otro mezquino, y el tercero común y corriente. De igual modo, existen tres costas del espíritu que se mueven de acá para allá y se colocan en tres mundos distintos. Neshamah [el alma suprema] sale al frente y va por entre los caminos de la montaña y ahí se reúne con ruah [el espíritu]. Luego, desciende al mundo inferior y ahí nefesh [alma vital] se reúne con ruah y los tres se constituyen en una unidad. El Rabino Judah dijo: Nefesh y ruah están unidos, mientras que neshamah tiene su morada en el personaje de un hombre, este lugar permanece desconocido y sin descubrir. Si un hombre lucha por alcanzar una vida pura, ahí el sagrado neshaham viene en su ayuda: así se hace puro y merece el nombre de santo. Pero si no lucha por ser bueno y puro en la vida, entonces el sagrado neshamah no lo anima, sino sólo los dos grados nefesh y ruah. Más aún, aquel que entra a la impureza es llevado más allá en ella y queda desprovisto de ayuda celestial. Así, cada uno es empujado hacia el camino que toma.
El más alto grado de fe
El «alma» [nefesh] se halla en íntima relación con el cuerpo, nutriéndolo y sustentándolo; está abajo, en el primer movimiento. Habiendo adquirido el valor merecido, se convierte en el trono para el «espíritu» [ruah] para descansar, como está escrito, «hasta que el espíritu se derrame sobre nosotros desde las alturas» [Isa. 32: 15]. Y cuando estos dos, alma y espíritu, se hayan puesto a tono, serán dignos de recibir al «alma suprema» [neshamah], descansando a su vez sobre el trono del espíritu [ruah]. El alma suprema se erige preeminente y no puede ser percibida. Hay trono sobre trono, y para el más alto, un trono. El estudio de estos grados del alma permite una comprensión de la sabiduría más alta; y es de esta manera que la sabiduría sola otorga la posibilidad de unión de un número de misterios. Es nefesh, el movimiento más bajo, al que se adhiere el cuerpo. Tal como sucede con la flama de una vela, la luz oscura del fondo se adhiere al pabilo, sin el cual no puede ser. Cuando se ha encendido por completo, se hace un trono para una luz no del todo discernible, una esencia inconocible que reposa sobre la luz blanca, y así en todo llega a ser la luz perfecta. Lo mismo ocurre con el hombre que llega a la perfección y recibe el nombre de «santo», como dice el verso, «para los Santos que están en la tierra» [Salmos 16: 3]. Algo parecido sucede en el mundo superior. Así, cuando Abram entró a la tierra, Dios se le apareció y Abram recibió el nefesh y ahí levantó un altar del mismo grado [de divinidad]. Luego «viajó hacia el Sur» [Gen. 12: 9] y recibió el ruah. Al fin llegó a la cima de la unión con Dios gracias al neshamah, y ahí «construyó un altar para el Señor», lo cual significa el grado inefable que es el de neshamah. Luego, viendo que debía ponerse a prueba y pasar por los distintos grados, viajó hacia Egipto. Ahí resistió la seducción de las esencias demoníacas y, cuando se hubo probado a sí mismo, regresó a su morada. En efecto, «salió de Egipto» [Gen. 13: 1], su fe fue fuerte y confirmada, y alcanzó el último grado de fe. Desde entonces, Abram conoció la sabiduría más alta y se unió a Dios, y se convirtió en la mano derecha del mundo.
Mejor que José
Sentado un día a las puertas de Lydda, el Rabino Abba vio a un hombre que se acercaba e iba a sentarse en un borde sobresaliente en la tierra, allá abajo. El hombre estaba fatigado del viaje y se quedó dormido. El Rabino Abba observó que una serpiente se arrastraba en dirección al hombre aquél; casi estaba junto a él cuando una rama cayó violentamente desde un árbol y la mató. Ahora el hombre despertaba y, al ver a la serpiente frente a él, brincó; en este instante, el borde se desmoronó y la tierra cayó al fondo del vacío. El Rabino Abba se acercó al hombre y le dijo: Dime, ¿por qué Dios te ha considerado merecedor de milagros? ¿Qué has hecho? Ante lo cual, el hombre respondió: Quienquiera que me haya hecho daño, en cualquier momento, siempre hice las paces con él y lo perdoné. Y si fui incapaz de estar en paz con él, entonces me contuve para no ir a descansar antes de perdonado, y junto con él, perdoné a todo aquel que me había ofendido; en ningún momento cavilé en la ofensa que el hombre aquél me había hecho; más bien, hice un esfuerzo especial de bondad a partir de entonces para con ese hombre. El Rabino Abba, al escuchar lo anterior, lloró y dijo: Este hombre sobrepasa aun a José y a sus hechos; el hecho de que José mostrara paciencia para con sus hermanos era natural; pero este hombre ha hecho más que eso y es justo y necesario que el Ser Supremo, bendito sea, realice milagros en él en lo sucesivo. Después, el Rabino Abba discurrió respecto del verso: «Aquel que camina derecho, camina seguro; pero aquel que tuerza su camino, será conocido» [Prov. 10: 9]. «Aquel que camine derecho», dijo; es decir, el hombre que sigue el camino de la Torah, sólo un hombre así, «camina seguro», y las fuerzas del mal en el mundo no le pueden hacer ningún daño; pero «aquel que tuerza su camino» y se aleje del sendero de la verdad, «será conocido», será marcado entre aquéllos designados para ser juzgados, quien mantendrá su imagen en mente hasta un momento así, e irá al lugar del juicio. Pero, respecto de aquél que camina por el sendero de la verdad, él queda bajo la protección de Dios, así que los ejecutantes del juicio no pueden saber quién es. Dichosos aquellos que caminan por el sendero de la verdad.
La gran fiesta
En un estado de gran tristeza, el Rabino Isaac un día se sentó enfrente de la puerta del Rabino Judah. Al salir y verlo así, el Rabino Judah preguntó: ¿Qué te preocupa hoy? El Rabino Isaac replicó: He venido a pedirte tres cosas. Primero, que cuando recites cualquiera de mis elucidaciones de la Torah, lo hagas en mi nombre. Segundo, te pido que instruyas a mi hijo José en la Torah. Y tercero, te pido que cada siete días vayas a mi tumba y hagas oración. El Rabino Judah habló: ¿Por qué causa piensas que vas a morir? Él respondió: Últimamente, mi alma me ha estado abandonando por la noche y no me ha iluminado con sueños como antes lo hacía. Además, cuando me inclino hacia adelante en oración, percibo que mi sombra no se proyecta en el muro y concluyo que esto ocurre porque el heraldo se ha adelantado y está proclamando algo acerca de mí. El Rabino Judah dijo entonces: Haré lo que dices. Pero a cambio te pido que me guardes un lugar a tu lado en el otro mundo para estar juntos como aquí. El Rabino Isaac lloró y respondió: Te ruego que permanezcas a mi lado el resto de mis días. Juntos fueron con el Rabino Simeón, que estaba dedicado al estudio de la Torah. El Rabino Simeón alzó los ojos, vio al Rabino Isaac y, ante él, corriendo y bailando, al Ángel de la Muerte; el Rabino Simeón fue hasta la puerta caminando y, tomando al Rabino Isaac de la mano, le dijo: Declaro que aquél que suela entrar, entre, y aquél que no, no entre. Luego, el Rabino lsaac y el Rabino Judah entraron, y el Ángel de la Muerte se mantuvo afuera. Al ver al Rabino Isaac, el Rabino Simeón percibió que su hora todavía no había llegado, pero que tenía pausa hasta la octava hora del día, e hizo que el Rabino Isaac se sentara a estudiar la Torah. Luego, el Rabino Simeón dijo a su hijo, el Rabino Eleazar: Siéntate junto a la puerta y no hables con nadie, y si alguien quisiera entrar, no se lo permitirás y de esto responderás con tu palabra. Y se dirigió al Rabino lsaac: ¿Has visto hoy el rostro de tu padre? Sabemos que cuando a un hombre le llega la hora de irse de este mundo, se encuentra rodeado de su padre y sus parientes, y los mira, los reconoce y ve a todos aquellos que habían sido sus compañeros en este mundo; y ellos acompañan a su alma a la nueva morada que tendrá. A esto, el Rabino Isaac respondió: Aún no he visto. Entonces, el Rabino Simeón se levantó y dijo: ¡Maestro del Universo! El Rabino lsaac es ilustre entre nosotros y uno de los siete ojos del mundo. Está en mi casa, por tanto, que se quede conmigo. Luego, se escuchó una voz: El trono de su Señor está cerca de las alas del Rabino Simeón. He aquí que él es tuyo y te acompañará cuando entres a hacer tu morada en tu trono. Ahora, el Rabino Eleazar vio que el Ángel de la Muerte se acercaba, y él le dijo: La Muerte no puede dictar su sentencia en el lugar donde está el Rabino Simeón. El Rabino Simeón entonces llamó a su hijo: Ven acá y sé el apoyo del Rabino Isaac porque veo que está temeroso. El Rabino Elcazar lo hizo y el Rabino Simeón se fue a estudiar. Ahora el Rabino Isaac se quedó dormido y en un sueño él contempló a su padre quien le decía: Hijo mío, tu grey es dichosa en este mundo y en el mundo por venir. Por esta razón, entre las hojas del árbol de la vida, en el Jardín del Edén, se erige un gran árbol que es el Rabino Simeón ben Yohai, poderoso en ambos mundos; él te protege con sus ramas. El Rabino Isaac le preguntó: Padre, ¿qué porción me corresponde aquí? Él replicó: Hace tres días, tu recámara fue techada y se arregló para ti, con ventanas en los cuatro lados para permitir que entrara la luz, y cuando vi tu morada me dio gran alegría y dije: Tu porción es dichosa, sólo que tu hijo aún no ha aprendido lo suficiente de la Torah. Y mira ahora, doce Compañeros de bien deseaban mucho ir a visitarte y justo cuando nos disponíamos a irnos, una voz surgió por todos los mundos, clamando: Ustedes, Compañeros que aquí se encuentran, sientan orgullo por el Rabino Simeón quien ha hecho una petición y le ha sido concedida. Y más aún; todavía quedan por encontrar aquí setenta sitios coronados que son suyos, y cada sitio tiene puertas que abren setenta mundos, y cada mundo abre setenta canales y cada canal abre setenta coronas supremas, y de ahí salen caminos que llevan al Ancestro Inescrutable, abriendo una vista de ese placer celestial que da una brisa e iluminación a todos, tal como está dicho: «Para ver la dicha del Señor y visitar Su templo» [Salmos 27: 4]. Entonces, el Rabino Isaac preguntó: Padre, ¿cuánto tiempo se me ha concedido para permanecer en este mundo? Él replicó: No me está permitido revelar esto, ni es algo que se le muestre al hombre. Sin embargo, cuando la gran fiesta del Rabino Simeón se lleve a cabo, ustedes prepararán su mesa. El Rabino Isaac ahora despertó y su rostro mostró una sonrisa. Al observar esto, el Rabino Simeón habló: ¿No has escuchado algo? Sí, replicó; y le relató su sueño y se postró ante el Rabino Simeón. Desde ese día, según se cuenta, el Rabino lsaac celosamente enseñó la Torah a su hijo, a quien siempre mantuvo a su lado. Cuando iba a conversar con el Rabino Simeón, solía dejar a su hijo afuera, y sentándose junto al Rabino Simeón, se aplicaba a sí mismo las palabras: «Oh, Señor, estoy oprimido, sé mi luz» [Isa. 38: 14]. Hemos aprendido que cuando a un hombre le llega su hora de irse de este mundo, en ese día temido los cuatro cuadrantes del mundo lo denuncian y los castigos se aparecen de los cuatro lados, y los cuatro elementos entran en disputa, cada uno clamando irse a su propio lado. Entonces, un heraldo sale y proclama y la proclama es escuchada en doscientos setenta mundos. Si el hombre lo merece, él es gozosamente recibido en todos los mundos, pero si no, ¡desdichado sea el hombre y su pueblo! Hemos aprendido que ante la proclamación del heraldo, surge una llama del Norte que atraviesa la «corriente de fuego» [Dan. 7: 10], y se divide para pasar a los cuatro cuadrantes del mundo para ahí consumir las almas de los pecadores. Después de lo cual, se marcha y se dispara hacia arriba y hacia abajo hasta que se establece entre las alas de un gallo negro que entonces agita sus alas y grazna en el umbral de la reja. Primero grita: «Pues he aquí que llegará el día en que arderá como el fuego del hogar…» [Mal. 3: 19]. La segunda vez grita: «Pues, miren. Aquél que formó las montañas y creó el viento y declaró al hombre su pensamiento» [Amos. 4: 13]; ésta es la ocasión en que los hechos del hombre presentan testigos en su contra y él los acepta como suyos. La tercera vez, vienen a arrebatarle el alma, y el gallo canta: «¿Quién no Te temería a Ti, oh Rey de las naciones? Pues es digno de Ti» [Jer. 10: 7]. El Rabino Yose dijo: ¿Por qué ha de ser un gallo negro? Y el Rabino Judah replicó: Un significado místico yace en todo aquello que el Todopoderoso hace. Sabemos que el castigo cae sólo en un lugar similar a él. Siendo el negro símbolo del lado del juicio, la llama, al ir hacia adelante, ilumina las alas de un gallo negro que es el más digno. Así es que cuando se acerca la hora del juicio del hombre, comienza a llamarlo; y sólo el que sufre sabe, como hemos visto, que un nuevo espíritu entra desde arriba a un hombre que descansa enfermo, cuya hora de partida del mundo está cerca, y es en virtud de este nuevo espíritu que él percibe lo que no podía percibir antes, y luego se va del mundo. Así queda escrito: «Pues el hombre no podrá verme y vivir» [Éxodo 33: 20]; durante la vida, no; pero, a la hora de la muerte, le es permitido. Vemos, más aún, que a un hombre, en la hora de su muerte, le es permitido contemplar a sus parientes y compañeros del otro mundo. Todos ellos se alegran por él, y le dan la bienvenida si él es bueno, pero si no, entonces sólo los pecadores que a diario son arrojados al Gehinnom lo reconocen. Todos se han entristecido y, «¡Desdichados!», comienza y termina su plegaria. Alzando los ojos al cielo, él los mira como una llama que se proyecta desde el fuego y junto con ellos exclama: «¡Oh, desdicha!» Hemos visto que cuando el alma de un hombre abandona el cuerpo, se reúne con sus parientes y compañeros del otro mundo quienes la guían hasta el ámbito del goce y el sitio de la tortura. Si es bueno, él ocupará su lugar y ascenderá y estará ahí instalado gozando de los placeres del otro mundo. Pero si no, entonces su alma permanece en este mundo hasta que su cuerpo reciba sepultura en la tierra, después de lo cual los verdugos lo apresan y lo arrastran hasta la presencia de Dumah, príncipe de Gehinnom que lo conduce al nivel que le corresponde en Gehinnom. El Rabino Judah dijo: Durante siete días el alma va de su casa a su tumba y de su tumba a su casa, de un lado al otro, de luto por el cuerpo, de acuerdo con el verso: «Pero su carne sufrirá dolor por él y su alma guardará luto por él» [Job 14: 22], y así como contempla la pena de la casa, también se aflige. Ahora sabemos que al término de los siete días, el deterioro del cuerpo se instala y el alma entonces se pone en su lugar. Primero se le permite entrar a la cueva de Machpclah hasta un cierto punto, puesta en armonía con sus méritos. Luego llega al lugar donde se halla el Jardín del Edén y ahí se encuentra con el querubín y la espada Damígera que se halla en el bajo Jardín del Edén y, si se le considera digna, podrá entrar. Sabemos que ahí cuatro pilares están esperando, y en sus manos tienen la forma de un cuerpo cuyas vestiduras el alma gozosamente se pone y después permanece en el círculo del Bajo Jardín que le ha sido otorgado en el tiempo antes dicho. Después, un heraldo hace la proclama y ahí es presentado un pilar de tres tonos llamado «la habitación del monte Sión» [Isa. 4:5]. Junto a este pilar asciende el alma hasta la reja de la bondad donde se hallan Sión y Jerusalén. Dichosa el alma considerada digna de ascender más alto, pues entonces se reúne con el Cuerpo del Rey. Si no merece ascender más alto, entonces «aquél que se quede en Sión y aquél que permanezca en Jerusalén será llamado santo» [Isa. 4: 3]. Pero cuando al alma le es concedido ascender más alto, entonces ve frente a ella la gloria del Rey y le es otorgado el placer supremo de la región que recibe el nombre de Ciclo. Dichoso aquel que reciba esta gracia. El Rabino Yose dijo: Existe una gracia alta y una gracia baja. La gracia alta se halla sobre los ciclos como está escrito: «Pues Tu misericordia es grande bajo los cielos» [Salmos 108: 5]. Y respecto de la gracia baja dice: «Pues Tu misericordia es grande en los cielos» [Salmos 57: 11], y a ésta última pertenecen las «fieles misericordias de David» [Isa. 55: 3].
Un sello en el corazón
En cierta ocasión, deseando alejarse del calor del sol, el Rabino Eleazar y el Rabino Abba fueron a una cueva en Lydda. El Rabino Abba habló: Acompasemos esta cueva con palabras de la Torah. El Rabino Eleazar entonces comenzó citando el verso: «Pónme como un sello en el corazón, como un sello en el brazo. Los relámpagos de ahí son relámpagos de fuego, la flama misma del Señor» [Canto 8: 6]. Él dijo: Este verso ha provocado intensas discusiones. Una noche me hallaba en espera de mi padre y le oí decir que las almas de los justos, sólo ellas, las que propician la verdadera devoción de la Comunidad de Israel hacia Dios y su deseo por él, hacen posible el fluir de las aguas inferiores hacia las superiores, y esto trae consigo amistad perfecta y el anhelo por el abrazo mutuo con objeto de dar frutos. Cuando se unen uno al otro, entonces dice la Comunidad de Israel, en la grandeza de su afecto: «ponme como un sello en el corazón». Pues, tal como la marca del sello debe discernirse aun después de que el sello ha sido quitado, así me quedaré con ustedes aún después de que me hayan apartado y me hayan puesto en cautiverio: esto dice la Comunidad de Israel. Así pues, «Ponme como un sello en el corazón», para que pueda permanecer en ustedes la semblanza, como la marca de un sello. «Pues el amor es tan fuerte como la muerte» [ibid.], violento como le es la separación del espíritu del cuerpo; pues hemos aprendido que cuando un hombre está por abandonar este mundo y ve cosas maravillosas, su espíritu, como un barquero sin remos yendo de arriba a abajo y sin rumbo fijo en el mar, también se bambolea de arriba a abajo en sus piernas, pidiendo retirarse de cada una y sólo con gran desgarramiento se lleva a cabo su separación. Así, violentamente, es como la Comunidad de Israel ama a Dios. «Los celos son tan crueles como la tumba» [ibid.]. Sin celos, no es un amor verdadero. Así aprendemos que para que el amor de un hombre por su mujer sea perfecto debe estar celoso, pues entonces no mirará a ninguna otra mujer. Cuando se sentaron, escucharon que el Rabino Simeón se acercaba por el camino con el Rabino Judah y el Rabino Isaac. Cuando el Rabino Simeón llegó a la cueva, el Rabino Eleazar y el Rabino Abba salieron de ella. Y dijo el Rabino Simeón: Por los muros de la cueva percibo que la Presencia Divina ronda este lugar. Y todos tomaron asiento. El Rabino Simeón preguntó: ¿De qué han estado discurriendo? El Rabino Abba replicó: Del amor que la Comunidad de Israel le tiene a Dios. Y el Rabino Eleazar citó en ese contexto las palabras: «Ponme como un sello en el corazón». El Rabino Simeón dijo: Eleazar, era el amor celestial y las ligas del afecto lo que estabas a punto de percibir. Luego, permaneció en silencio durante un rato y al fin dijo: El silencio siempre es agradable, salvo en lo que concierne a la Torah. Poseo una joya que compartiría contigo. Es una idea profunda que me surgió al toparme con el libro de Ray Hamnuna, el Viejo. Dice así: Siempre es el varón quien persigue a la hembra buscando estimular su amor; pero en este caso vemos a la hembra persiguiendo al varón y cortejándolo, algo que no se cuenta: usualmente entre lo que corresponde a la hembra. Pero en esto existe un misterio profundo, uno de los tesoros más apreciados del Rey. Sabemos que tres almas pertenecen a los divinos grados. No, cuatro, pues hay un alma suprema que es imperceptible, ciertamente, para el guardián del tesoro inferior y hasta para el del tesoro superior. Ésta es el alma de todas las almas, inconocible e inescrutable. Todo es contingente en ella, lo cual está cubierto por un velo brillante y encantador. De él se forman perlas que se tejen juntas como articulaciones del cuerpo, y en ellas entra y a través de ellas manifiesta su energía. Ella y ellas son una, y no hay división alguna entre ellas. Sin embargo, otra alma femenina está oculta entre las demás y tiene un cuerpo adherido a ella por medio del cual manifiesta su poder, como el alma en el cuerpo humano. Estas almas son como copias de las articulaciones ocultas abajo. No obstante, otra alma está ahí, a saber, las almas de los justos abajo que, viniendo de almas superiores, el alma de la hembra y el alma del varón, son por ende preeminentes por encima de todas las legiones celestes. Podría surgir la pregunta: si son preeminentes de ambos lados, ¿por qué descienden a este mundo sólo para ser tomadas ahí en algún futuro? Esto puede explicarse por medio de un símil: Un rey tiene un hijo a quien manda al pueblo a que reciba educación hasta que sea iniciado en las maneras de palacio. Cuando se informa al rey que su hijo ha llegado a la madurez, el rey, por amor, manda a la matrona, su madre a traerlo de regreso a palacio y ahí el rey se regocija con él todos los días. De este modo, el Ser Supremo, bendito sea, poseía un hijo de la Matrona, es decir, el alma suprema. Lo mandó al pueblo, es decir, al mundo, para que creciera ahí y fuera iniciado en las maneras del palacio del Rey. Cuando se le informó que su hijo había llegado a la madurez y debía regresar a palacio, el Rey, por amor, mandó a la Matrona por él para que lo trajera a palacio de nuevo. El alma no abandona este mundo hasta el momento en que la Matrona ha llegado por ella para conducirla al palacio del Rey donde ella habita por siempre. Con todo, los vecinos del pueblo lloran por la partida del hijo del Rey de entre ellos. Pero un hombre sabio les dijo: ¿Por qué lloran? ¿No era éste el hijo del Rey, cuyo verdadero lugar está en el palacio de su padre y no con ustedes?… Si los buenos se dieran cuenta de esto, se llenarían de gozo cuando les llegara la hora de irse del mundo. Pues, ¿acaso no les honra en gran medida que la Matrona venga por su causa para llevados al palacio del Rey, donde el Rey puede día a día regocijarse en ellos? Pues para Dios no hay gozo más que aquél de las almas de los justos. Sólo las almas de los justos aquí en la tierra pueden encender el amor de la Comunidad de Israel por Dios, pues vienen del lado del Rey, del lado del varón. Este transporte pasa a la hembra y excita su amor, y así el varón enciende el amor y el afecto de la hembra, y la hembra se une al varón en el amor. De igual modo, el deseo, el deseo de la hembra de derramar aguas inferiores para que se unan con las aguas superiores, se enciende sólo en virtud de las almas de los justos. Y así, dichosos los justos en este mundo y en el mundo por venir, pues en ellos se basan los seres superiores e inferiores. Así pues, queda escrito: «Los justos son el fundamento del mundo» [Prov. 10: 25].
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