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Foto del escritorAmenhotep VII

WEN TZU - LAO TSE



Existe algo, un todo indiferenciado, que antes de los cielos y la tierra. Sólo tiene imágenes abstractas, ninguna forma concreta. Es profundo, oscuro, silencioso, indefinido; no oímos su voz. Asignándole un nombre, lo llamo el Camino. El Camino es infinitamente elevado, insondablemente profundo. Abarcando el cielo y la tierra, recibiendo de lo que no tiene forma, produce una corriente que fluye intensa y ampliamente sin desbordarse. Opaco, se sirve de una clarificación gradual mediante la calma. Cuando se aplica, es infinito y no tiene día ni noche; pero cuando es representado, ni siquiera llena la mano. Es reducido, pero puede expandirse; es oscuro, pero puede iluminar; es flexible, pero puede ser firme. Absorbe lo negativo y emite lo positivo, manifestando así las luces del sol, la luna y las estrellas. Gracias a él son altas las montañas, son profundos los océanos, corren los animales, vuelan los pájaros. Gracias a él vagan los unicornios, remontan el vuelo los fénix, siguen su curso las estrellas. Garantiza la supervivencia mediante la destrucción, la nobleza mediante la bajeza, y el avance mediante la retirada. En la antigüedad, los Tres Augustos alcanzaron el orden unificador del Camino y permanecieron en el centro; sus espíritus vagaron con la Creación, y así reconfortaban a todo el mundo en los cuatro cuadrantes. De esta manera, el Camino produce el movimiento de los cielos y la estabilidad de la tierra, girando incesantemente como una rueda, fluyendo sin cesar como el agua. El Camino se encuentra en el principio y en el fin de las cosas: cuando se levanta el viento, se condensan las nubes, ruge el trueno y cae la lluvia, responde como un concierto sin fin. Devuelve lo esculpido y lo pulido a la simplicidad. No se las ingenia para hacerlo, sino que se funde con la vida y la muerte. No se las ingenia para expresarlo, sino que comunica virtud. Conlleva en sí una felicidad pacífica que no tiene orgullo, y así alcanza la armonía. Existen infinitas diferencias cuando el Camino facilita la vida: armoniza la oscuridad y la luz, regula las cuatro estaciones y armoniza las fuerzas de la naturaleza. Humedece el mundo vegetal, impregna el mundo mineral. Los animales salvajes se hacen grandes, sus pieles lustrosas; los huevos de los pájaros no se rompen, los animales no mueren en el seno materno. Madres y padres no sufren la pena de perder a sus hijos, los hermanos no experimentan la tristeza mutuamente. Los niños no quedan huérfanos, las mujeres no enviudan. No se ven signos atmosféricos de mal agüero, no se producen robos y bandolerismo. Todo esto es aportado por la virtud interna. El Camino natural incesante da nacimiento a los seres, pero no los posee; engendra la evolución, pero no la gobierna. Todos los seres nacen dependientes de él, pero ninguno sabe cómo agradecérselo; todos mueren a causa de él, pero ninguno puede quedar resentido por ello. No se enriquece por el almacenamiento y la acumulación, ni se empobrece por el desembolso y el disfrute. Es tan inasible e indefinible que no puede ser imaginado; no obstante, aunque sea indefinible e inasible, su función es ilimitada. Profundo y misterioso, responde a la evolución sin forma; triunfante y efectivo, no actúa en vano. Se enrosca y se desenrosca con firmeza y flexibilidad; se contrae y se expande con oscuridad y luz.



Las personas avanzadas están en paz y no tienen deseos; están en calma y no tienen preocupaciones. Hacen del cielo su baldaquín y de la tierra su carruaje; de las cuatro estaciones hacen sus caballos y convierten a la oscuridad y a la luz en sus conductores. Viajan por donde no hay camino, vagan por donde no hay abatimiento, parten sin atravesar ninguna puerta. Con el cielo como baldaquín, nada queda sin cubrir; con la tierra como carruaje, nada queda sin llevar. Con las cuatro estaciones como caballos, nada queda sin emplear; con la oscuridad y la luz como conductores, nada queda sin ser incluido. Por ello, son rápidos sin vacilaciones, viajan sin cansarse. No perturbados sus cuerpos, sus intelectos no quedan disminuidos, y ven al mundo entero con claridad. Esto es mantenerse en la esencia del Camino y observar la tierra sin ataduras. Por ello, los asuntos del mundo no son planeados, sino promovidos según su propia naturaleza. No puede hacerse nada para facilitar los cambios de las miríadas de seres, excepto captar lo esencial y regresar a ello. En consecuencia, los sabios cultivan los cimientos internos y no se adornan externamente con cosas superficiales. Activan su espíritu vital y dejan en reposo sus opiniones aprendidas. Por ello, son abiertos y sin argucias, aunque no hay nada que no hagan; no tienen leyes, pero no hay desorden. No tener argucias significa no actuar antes que los demás. No tener leyes significa no cambiar la naturaleza. Que no hay desgobierno significa que avanzan mediante la afirmación recíproca de los seres.



Quienes se mantienen en el Camino para guiar a la gente fluyen con los acontecimientos a medida que suceden y actúan conforme a lo que la gente hace. Responden según la evolución de cada ser y están en armonía con los cambios de cualquier acontecimiento. Así pues, el Camino está vacío y no es cosificado, llano y fácil, claro y en calma, flexible y complaciente, sin adulteración y puro, plano y simple. Éstas son imágenes concretas del Camino. La no cosificación vacía es la morada del Camino. Incluso la facilidad es la base del Camino. La calma clara es su espejo. La complacencia flexible es su función. La inversión es normal para el Camino: la flexibilidad constituye su firmeza, la complacencia su fuerza. La pureza no adulterada y la simplicidad llana es la principal línea del Camino. El vacío significa que no hay fardo dentro. La ecuanimidad significa que el espíritu es ilimitado. Cuando los deseos habituales no son un fardo para uno, eso es la consumación del vacío. Cuando no se tienen preferencias ni aversiones, eso es la consumación de la ecuanimidad. Cuando se está unificado e inalterable, eso es la consumación de la calma. Cuando no se está metido en las cosas, eso es la consumación de la pureza. Cuando uno no se duele de nada ni se recrea por nada, eso es la consumación de la virtud. El gobierno de las personas completas abandona el intelectualismo y deja de lado el adorno ostentoso. Dependiendo del Camino, rechaza la astucia. Emerge de la imparcialidad, en armonía con la gente. Limita lo que se conserva y minimiza lo que se busca. Se aparta de los anhelos seductores, elimina el deseo de los bienes valiosos y reduce el dar vueltas a los pensamientos. Limitar lo que se desemboca en claridad; minimizar lo que se busca desemboca en el logro. Por ello, cuando lo externo está controlado por el centro, nada es descuidado. Si puedes alcanzar el centro, puedes gobernar lo externo. Con el logro del centro, los órganos internos están en calma, los pensamientos son ecuánimes, los nervios y los huesos son fuertes, los oídos y los ojos están claros. El Gran Camino es llano y no está lejos de uno mismo. Quienes lo buscan lejos van y después regresan.



El estado de sabiduría no tiene nada que ver con el gobierno de los demás, sino que es un asunto de ordenarse a sí mismo. La nobleza no tiene nada que ver con el poder y el rango, sino que es una asunto de autorrealización; lograr la autorrealización, y el mundo entero está dentro de uno mismo. La felicidad no tiene nada que ver con la riqueza y la condición social, sino que es un asunto de armonía. Quienes saben suficiente para disminuir la importancia del yo y considerar la ligereza del mundo están próximos al Camino. Por ello he dicho: «Alcanzando el extremo del vacío, conservando la calma definitiva, mientras millones de seres actúan en concierto, de ahí observo el retorno.» El Camino moldea a miríadas de seres, pero continúa sin tener forma. Silencioso e inmóvil, abarca totalmente lo desconocido indiferenciado. Ninguna vastedad es suficientemente grande para estar fuera de él, ninguna cosa diminuta es suficientemente pequeña para estar dentro de él. Carece de morada, pero da origen a todos los nombres de lo que existe y de lo que no existe. Las verdaderas personas lo encarnan a través del vacío abierto, facilidad ecuánime, inteligencia clara, flexibilidad elástica, pureza no adulterada y simplicidad llana, sin enredarse en las cosas. Su virtud perfecta es el Camino del cielo y de la tierra, por ello son llamadas verdaderas personas. Las verdaderas personas saben cómo disminuir la grandeza del yo y la pequeñez del mundo; estiman el autogobierno y desdeñan gobernar a los demás. No permiten que las cosas perturben su armonía, no dejan que sus deseos molesten sus sentimientos. Ocultando sus nombres, se esconden cuando el Camino está en acción y aparecen cuando no lo está. Actúan sin argucias, trabajan sin esfuerzo y saben sin intelectualizar. Apreciando el Camino del cielo, aceptando el corazón del cielo, respiran la oscuridad y la luz, exhalando lo viejo e inhalando lo nuevo. Se cierran junto con la oscuridad y se despliegan con la luz. Se enrollan y se desenrollan con firmeza y flexibilidad, se contraen y se expanden con oscuridad y luz, tienen la misma mente que el cielo y el mismo cuerpo que el Camino. Nada les complace, nada les produce dolor; nada les da placer, nada les disgusta. Todas las cosas son misteriosamente lo mismo; no hay nada correcto ni equivocado. Quienes son físicamente heridos por las torturas de las condiciones climáticas extremas se encuentran con que el espíritu es sofocado cuando el cuerpo está exhausto. Quienes son heridos psicológicamente por las aflicciones de las emociones y de los pensamientos se encuentran con que el cuerpo es abandonado cuando el espíritu está exhausto. Por ello, las verdaderas personas vuelven deliberadamente a la esencia, confiando en el apoyo del espíritu, y alcanzando de esta manera la plenitud. Así pues, duermen sin sueños y se despiertan sin preocupaciones.



Quienes sirven a la vida se adaptan a los cambios cuando actúan. Los cambios surgen de los tiempos; quienes conocen los tiempos no se comportan de manera fija, por ello digo: «Los caminos pueden ser guías, pero no senderos trazados; los nombres pueden ser designados, pero no etiquetas fijadas.» Los escritos se producen mediante palabras, y las palabras proceden del conocimiento; los intelectuales no saben que ellos no constituyen un camino fijado. Los términos que pueden ser designados no forman libros que puedan ser atesorados. Las personas instruidas llegan una y otra vez a un callejón sin salida; esto no es tan bueno como mantenerse centrado. Acaba con el escolasticismo, y no habrá preocupaciones; pon un final a la sagacidad, abandona el conocimiento, y la gente se beneficiará muchas veces. Los seres humanos son tranquilos por nacimiento; ésta es la naturaleza celestial. Al sentir las cosas, actúan; esto es deseo natural. Cuando las cosas vienen a ellos, responden. Éste es la acción del conocimiento. Cuando el conocimiento y las cosas interactúan, surgen las preferencias y las aversiones. Cuando las preferencias y las aversiones están formadas, el conocimiento va hacia las cosas externas \ no puede retornarse al ser; de esta manera desaparece el diseño celestial. Por consiguiente, los sabios no sustituyen lo celestial por lo humano. Externamente evolucionan con las cosas, pero internamente no pierden su verdadero estado. Así, quienes realizan el Camino regresan a la clara tranquilidad. Quienes descubren el secreto de las cosas acaban sin tener estratagemas. Alimentan la inteligencia mediante la calma, unifican el espíritu mediante la abstracción, y se dirigen a la puerta de la nada. Quienes siguen el cielo viajan con el Camino; quienes siguen a los humanos se mezclan con lo vulgar. Por ello, los sabios no dejan que los negocios perturben al mundo y no permiten que los deseos confundan los sentimientos. Hacen lo que es apropiado sin argucias; se confía en ellos aunque no hablen. Tienen éxito sin pensar en él, logran sus metas sin estratagemas. Por lo tanto, cuando están arriba, la gente no lo toma a mal; y cuando no están al frente, los demás no les atacan. Todo el mundo recurre a ellos, los traicioneros le temen. Como ellos no luchan con nadie, nadie se atreve a luchar con ellos.




Cuando las personas pierden su naturaleza esencial por seguir sus deseos, sus acciones nunca son correctas. Gobernar una nación de esta manera desemboca en el caos; gobernarse a sí mismo de esta manera desemboca en la deshonra. Por ello, quienes no escuchan al Camino no tienen manera de regresar a su naturaleza esencial. Quienes no entienden las cosas no pueden estar claros y en calma. La naturaleza esencial del ser humano original no tiene perversión ni corrupción, pero después de una larga inmersión en las cosas esto cambia con facilidad, de manera que olvidamos nuestras raíces y nos adaptamos a una naturaleza aparente. A la naturaleza esencial del agua le gusta la claridad, pero la arena la contamina. A la naturaleza esencial de la humanidad le gusta la paz, pero los deseos habituales la perjudican. Sólo los sabios pueden dejar las cosas y regresar al ser. Por ello, los sabios no utilizan el conocimiento para explotar las cosas y no dejan que sus deseos perturben su armonía. Cuando son felices no están exultantes de gozo, y cuando padecen dolor no están desesperados. De este modo, no se encuentran en peligro ni siquiera en las altas cumbres; están seguros y estables. Así pues, planear inmediatamente la escucha de buenas palabras es algo que incluso los ignorantes saben suficientemente como para admirarlo; la acción noble de acuerdo con las virtudes de los sabios es algo que incluso las personas más modestas conocen suficientemente como para estimarla. Pero mientras quienes admiran son los muchos, quienes lo aplican son los pocos; y mientras quienes los que estiman estas cosas son numerosos, quienes las ponen en práctica son escasos. La razón de ello es que los muchos se aferran a las cosas y están atados a lo mundano. Por ello, se dice: «Cuando no planifico nada, la gente evoluciona por sí misma. Cuando no me esfuerzo por nada, la gente prospera por sí misma. Cuando disfruto de la tranquilidad, la gente se corrige a sí misma. Cuando no tengo deseos, la gente es naturalmente llana». La serenidad limpia es la consumación de la virtud. La complacencia flexible es la función del Camino. La calma vacía es el antepasado de todos los seres. Cuando las tres se ponen en práctica, se entra en lo que carece de forma. Lo que carece de forma es un término para describir la unidad; unidad significa ausencia de mente fundiéndose con el mundo. La práctica de la virtud no es altiva; su uso no es forzado. No se la ve cuando se la mira, no se la oye cuando se la escucha. Carece de forma, pero de ella han nacido las formas. Carece de sonidos, pero en él se producen todos los sonidos. Carece de aroma, pero en él se forman todos los aromas. Carece de color, pero todos los colores están hechos de él. Así, el ser ha nacido del no ser, la realización ha nacido del vacío. Sólo existen cinco notas musicales, pero las variaciones de esas cinco notas son tantas que están más allá de nuestro poder de escucharlas. Sólo existen cinco aromas, pero sus variantes son tantas que están más allá de nuestro poder de gustarlas. Sólo existen cinco colores, pero sus variantes son tantos que están más allá de nuestro poder de verlos. En lo que respecta al sonido, cuando se establece la primera nota, las cinco notas quedan definidas. En lo que respecta al aroma, cuando se establece el dulzor, los cinco aromas quedan determinados. En lo que respecta al color, cuando se establece el blanco, se forman los cinco colores. En lo que respecta al Camino, cuando queda establecido el Uno, nacen todas las cosas. Por ello, el principio de la unicidad se aplica a todas las cosas. La vastedad de lo Uno es evidente en la totalidad del cielo y de la tierra. Su totalidad es sólida, como un bloque sin esculpir. Su dispersión es total, como si estuviera en suspensión. Aunque esté en suspensión, gradualmente se aclara; aunque vacío, gradualmente se llena. Es profundo como un océano, vasto como las nubes que flotan. Parece que no es nada, pero existe; parece estar ausente, pero está ahí.



Cuando el cielo alcanza sus alturas y la tierra alcanza sus profundidades, cuando el sol y la luna brillan, cuando las estrellas parpadean, cuando el yin y el yang armonizan, en todo esto no hay planificación. Toma el camino correcto, y las cosas serán espontáneamente naturales. No es el yin y el yang y las cuatro estaciones lo que dan nacimiento a los múltiples seres; no son las intemporales lluvias y el rocío lo que alimenta a las plantas y a los árboles: cuando los espíritus están conectados y el yin y el yang armonizan, entonces nacen miríadas de seres. El Camino almacena vitalidad en su interior y aloja al espíritu en la mente. Tranquilo y sin vínculos, sereno y luminoso, alegre y armonioso, el corazón está abierto y sin forma, en paz y sin sonido. Es como si no hubiera asuntos que tratar en los despachos del gobierno, como si no hubiera personas en la corte. No hay eremitas ni refugiados, trabajos forzados ni castigo injusto. Todo el mundo en el campo contempla las virtudes del liderazgo y emula sus ideales, que se vuelven a decir en diferentes lenguas y alcanzan a otras naciones con diferentes costumbres, de manera que la gente pueda observarlas incluso a distancia. Se trata simplemente de que el liderazgo extiende su sinceridad en todo el mundo. Por ello, premiar lo bueno y castigar lo violento es el orden correcto. Lo que lo hace factible es pura sinceridad. Aunque las directivas puedan ser claras, no pueden ser llevadas a cabo en solitario, sino que deben esperar la pura sinceridad. Así, si el liderazgo es ejercido sobre el pueblo pero el pueblo no lo sigue, es a causa de que la pura sinceridad no está ahí.



El Camino y la virtud son como juncos y cañas: si se les considera de lejos, parecen iguales; pero si se les considera de cerca, son desiguales. Si se les investiga, no se les puede captar, pero si se les mira por dentro, no están vacíos. Por ello, los sabios son como espejos: no toman y no buscan, pero responden sin ocultar nada ni causar ningún daño. Alcanzar esto es perderlo, perderlo es alcanzarlo. Por ello, quienes están en comunión con la armonía universal se mantienen desaparecidos como si estuvieran completamente borrachos, tendidos allí bienaventuradamente, vagando así dentro de ella. A no abandonar nunca la fuente se llama gran comunión. Esto es utilizar la no utilización para lograr la utilidad.



Como el deambular de los sabios, se mueven en el vacío absoluto, dejan que sus mentes serpenteen en la gran nada; actúan más allá de las convenciones y pasan por donde no hay puerta. Escuchan lo que no tiene sonido y observan lo que no tiene forma; no están constreñidos por la sociedad ni vinculados a sus costumbres. Así, el mundo no es excedido por las verdaderas personas allí donde los sabios se mueven; así, allí donde las buenas personas rectifican las costumbres sociales los sabios no observan. Cuando las personas se hallan atrapadas en las costumbres sociales, inevitablemente están atadas físicamente y son vaciadas mentalmente; por ello, no pueden evitar ser sobrecargadas. Quienes se dejan atar son siempre aquellos cuyas vidas son dirigidas desde afuera.



La energía que la gente recibe de la naturaleza es una en lo que concierne a los sentimientos de los sentidos hacia el sonido, la forma, el olor y la temperatura. Pero la manera en que se utiliza difiere en que algunos mueren y otros viven por ello; algunos se convierten en personas ejemplares y otros se convierten en personas miserables. El espíritu se halla donde se reúne el conocimiento; cuando el espíritu es claro, el conocimiento está iluminado. El conocimiento es la sede del corazón; cuando el conocimiento es objetivo, el corazón es ecuánime. La razón por la que la gente utiliza el agua límpida como espejo, y no una corriente en movimiento, es porque está clara y tranquila. Así, cuando el espíritu está claro y la atención es ecuánime, es posible discernir entonces la verdadera condición de las personas. Por ello, su uso depende inevitablemente de la no explotación. Cuando un espejo es claro, el polvo no lo ensucia; cuando el espíritu es claro, los deseos habituales no lo engañan. De esta manera, si la mente va a algún lado, el espíritu está allí en un estado de atención creativa; si regresas al vacío, esto extinguirá la actividad convulsa, de manera que la mente pueda descansar. Ésta es la libertad de los sabios. Esta es la razón por la que quienes gobiernan al mundo deben realizar la verdadera condición de la naturaleza y de la vida antes de poder gobernarlo.



Los más grandes sabios emulan la ley natural, los sabios del rango inmediato estiman la sensatez, los sabios inferiores dejan las cosas a los ministros. Dejar las cosas a los ministros es un camino peligroso y destructivo, estimar la sensatez es una fuente de locura y confusión, y emular la ley natural es la manera de gobernar el cielo y la tierra. La calma vacía es el punto principal: no hay nada que el vacío no pueda tomar en su interior, nada que la calma no pueda sustentar. Si conoces el camino de la calma vacía, puedes acabar lo que empiezas. Ésta es la razón por la que los sabios consideran la calma como orden y la alteración como desorden. Así se dice: «No te alteres, no te asustes; todas las cosas se aclararán por sí mismas. No te incomodes ni te asustes; todas las cosas se ordenarán por sí mismas.»

A esto se le llama el Camino de la ley natural.

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