ISA UPANISHAD
He aquí el universo envuelto en la gloria de Dios: y todo cuanto vive y se mueve en la faz de la tierra. Dejando atrás lo efímero, halla el gozo en lo Eterno; no ambiciones lo que el otro posee. Obrando de ese modo, un hombre bien puede aspirar a vivir cien años; solo las acciones realizadas en Dios no atan el alma del hombre. Existen mundos habitados por demonios, regiones de abisal oscuridad. Todo aquel que en la vida reniega del Espíritu se precipita en esa oscuridad de muerte. El espíritu, sin moverse, es más veloz que la mente; los sentidos no pueden alcanzarlo; se halla siempre por encima de ellos. Permaneciendo quieto, supera a quienes corren. El espíritu de la vida conduce los ríos de acción al océano de su ser. Se mueve, y no se mueve. Está lejos, y está cerca. Se halla dentro, y a la vez fuera de todo. Quien ve a todos los seres en su propio Ser, y su propio Ser en todos los seres, pierde el temor por completo.
Cuando un sabio ve esta gran Unidad, y su Ser se ha convertido en todos los seres, ¿cómo va a verse afectado por la turbación y el pesar? El Espíritu lo llenó todo con su resplandor. Él es incorpóreo e invulnerable, puro e intacto por el mal. Él es el veedor y pensador supremo, inmanente y trascendente. Él situó todas las cosas en la senda de la Eternidad. Quienes van tras la acción caen en una oscuridad profunda. Más profunda aún es la oscuridad en la que caen quienes van tras el conocimiento. El resultado del conocimiento es uno, y otro distinto el resultado de la acción. Así se lo oímos decir a los ancianos sabios que tal verdad nos explicaron. Aquel que practica ambas, acción y conocimiento, con la acción vence a la muerte, y con el conocimiento alcanza la inmortalidad. Quienes van tras lo inmanente caen en una oscuridad profunda. Más profunda aún es la oscuridad en la que caen quienes van tras lo trascendente. El resultado de lo transcendente es uno, y otro distinto el resultado de lo inmanente. Así se lo oímos decir a los ancianos sabios que tal verdad nos explicaron.
Aquel que practica ambas, inmanencia y trascendencia, con la inmanencia vence a la muerte, y con la trascendencia alcanza la inmortalidad. El rostro de la verdad permanece oculto tras un círculo de oro. ¡Descorre su velo, oh dios de la luz, para que así pueda yo ver la verdad que amo! ¡Oh sol dador de vida, progenie del Señor de la creación, veedor solitario del cielo! Dispersa tu luz y retira tu fulgor cegador para que así pueda yo contemplar esa tu forma radiante, pues ese Espíritu que albergas en tu interior no es sino mi propio Espíritu recóndito. Vaya la vida a la vida inmortal, y el cuerpo a las cenizas. OM. ¡Oh alma mía, recuerda los pasados afanes, recuerda! Por la senda del bien condúcenos a la dicha final, ¡oh fuego divino, dios conocedor de todos los caminos! Líbranos del mal errante. A ti dirigimos nuestras plegarias y adoración.
KENA UPANISHAD
1
¿Quién pone nuestra mente a divagar? ¿Quién empuja a la vida a emprender su viaje? ¿Quién nos mueve a pronunciar estas palabras? ¿Qué Espíritu se oculta tras el ojo y el oído? Eso que es el oído del oído, el ojo del ojo y el verbo del verbo; la mente de la mente y la vida de la vida. Quienes van en pos de la sabiduría pasan al otro lado y, dejando este mundo, se vuelven inmortales. Allí donde no accede el ojo, ni las palabras, ni la mente. No sabemos, no alcanzamos a entender cómo explicarlo. Él se halla por encima de lo conocido y de lo desconocido. Así se lo oímos decir a los ancianos sabios que tal verdad nos explicaron. Lo que las palabras no aciertan a expresar, pero es causa de que se expresen palabras: sábete que solo eso es Brahman, el Espíritu; y no aquello que se adora en este mundo. Lo que la mente no acierta a pensar, pero es causa de que la mente piense: sábete que solo eso es Brahman, el Espíritu; y no aquello que se adora en este mundo. Lo que el ojo no acierta a ver, pero es causa de que el ojo vea: sábete que solo eso es Brahman, el Espíritu; y no aquello que se adora en este mundo. Lo que el oído no acierta a oír, pero es causa de que el oído oiga: sábete que solo eso es Brahman, el Espíritu; y no aquello que se adora en este mundo.
Lo que el aliento no acierta a inspirar, pero es causa de que el aliento inspire: sábete que solo eso es Brahman, el Espíritu; y no aquello que se adora en este mundo.
2
Maestro. Si piensas: «lo conozco bien», poca es la verdad que conoces. Tan solo percibes esa apariencia de Brahman que reside en los sentidos y se alberga en ti. Persevera en tu meditación. Discípulo. Mi intención es conocer. No me imagino que «lo conozca bien», y aun así tampoco puedo decir que «no lo conozca». Aquel de nosotros que sabe esto lo conoce; y no quien dice «no lo conozco». Él viene al pensamiento de quienes lo conocen sin pensar, y no de aquellos que imaginan poder alcanzarlo a través del pensamiento. Pasa inadvertido a los instruidos y se manifiesta a los sencillos. Se lo conoce en el éxtasis de un despertar que abre las puertas de la vida eterna. Por el Ser obtenemos el poder, y por su visión obtenemos la Eternidad. Resplandece la luz de la verdad para quien lo ha conocido, mas para quien no lo ha conocido solo existen las tinieblas. Cuantos sabios lo han percibido en cada uno de los seres, al dejar esta vida, alcanzan vida inmortal.
3
Cuéntase que en cierta ocasión Brahman, el Espíritu Supremo, obtuvo una victoria para los dioses; mas a los dioses, orgullosos, les dio por pensar: «Nosotros solos hemos logrado esta victoria, nuestra sola es la gloria». Brahman lo vio y se les apareció, mas ellos no lo reconocieron. «¿Quién es ese ser que nos llena de admiración?», exclamaron. Y dijeron a Agni, dios del fuego: «¡Oh Dios que todo lo sabe, ve y averigua quién es ese ser que nos llena de asombro!». Agni se le acercó corriendo y Brahman le preguntó: «¿Quién eres tú?». «Soy el dios del fuego», dijo él, «el dios que todo lo sabe». «¿Y en qué consiste tu poder?», le preguntó Brahman. «Puedo quemar cuanto hay en la tierra». A lo que Brahman colocó ante él una paja y le dijo: «Quema esto». El dios del fuego se empeñó con todas sus fuerzas, pero fue incapaz de quemarla. Volvióse entonces con los otros dioses y dijo: «No he podido averiguar quién era ese ser que nos llena de asombro». Hablaron entonces con Vayu, dios del aire. «¡Oh Vayu, ve y averigua quién es ese ser que nos llena de asombro!».
Vayu se le acercó corriendo y Brahman le preguntó: «¿Quién eres tú?». «Soy Vayu, dios del aire», dijo él, «Matarisvan, el aire que se mueve en el espacio». «Y ¿en qué consiste tu poder?», le preguntó Brahman. «Con un remolino puedo arrastrar cuanto hay en la tierra». A lo que Brahman colocó ante él una paja y le dijo: «Sopla esto». El dios del aire se empeñó con todas sus fuerzas, pero fue incapaz de moverla. Volvióse entonces con los otros dioses y dijo: «No he podido averiguar quién era ese ser que nos llena de asombro». Los dioses hablaron entonces con Indra, dios del trueno. «¡Oh dador de bienes terrenos, ve y averigua quién es ese ser que nos llena de asombro!». A lo que Indra se dirigió corriendo a Brahman, el Espíritu Supremo, pero este desapareció. Entonces en la misma región del cielo divisó el dios a una mujer de fulgurante hermosura. Era Uma, la sabiduría divina, hija de las montañas nevadas. «¿Quién es ese ser que nos llena de asombro?», le preguntó Indra.
4
«Es Brahman, el Espíritu Supremo», respondió ella. «Gozaos en él, pues por él alcanzasteis la gloria de la victoria».
Y los dioses Agni, Vayu e Indra aventajaron a los otros dioses, al ser los primeros en acercarse a Brahman y reconocerlo como el Espíritu Supremo. Y entre todos ellos Indra, dios del trueno, aventajó a los demás dioses, al ser quien más se acercó y primero reconoció a Brahman como el Espíritu Supremo. Respecto al cual se dice: Se muestra en la Naturaleza bajo el prodigio de un relámpago. Se presenta en el alma bajo el prodigio de una visión. Su nombre es Tadvanam, que se traduce como «el Final del ansia de amor». Como Tadvanam ha de ser venerado. Todos los seres amarán al que así ama al Señor. Maestro. Me pediste que te explicase el Upanishad, la sabiduría sagrada. El Upanishad te ha sido explicado. En verdad te he referido la sagrada enseñanza concerniente a Brahman.
PRASNA UPANISHAD
PRIMERA PREGUNTA
SUKESA BHARADVAJA, Saibya Satyakama, Sauryayani Gargya, Kausalya Asvalayana, Bhargava Vaidarbhi y Kabandhi Katyayana eran discípulos henchidos de devoción por Brahman, el Espíritu Supremo; sus mentes estaban instaladas en Brahman y todos se hallaban en la búsqueda del Brahman Superior. Cierta vez dijeron: «El santo Pippalada puede explicar toda la enseñanza sagrada»; y guiados por ese pensamiento, se allegaron a él llevándole en señal de respeto leña para el fuego sagrado. El sabio les dijo: Permaneced otro año en la firmeza, con pureza y con fe. Después preguntadme todo cuanto deseéis y, si lo sé, os lo diré sin reservas. Llegado el tiempo, Kabandhi Katyayana se presentó ante el sabio y le dijo: Maestro, ¿de dónde vienen todos los seres creados? El sabio respondió: En el principio, el Creador anhelaba la dicha de la creación. Permaneció en meditación y entonces vinieron Rayi, la materia, y Prana, la vida. «Estos dos formarán seres para mí», pensó. El sol es vida y la luna es materia. Todo lo que tiene forma, sea sólida o sutil, es materia: por tanto, la forma es materia.
Cuando el sol naciente de la mañana entra en los cielos del este, baña con su luz toda la vida que hay en el Este. Y luego el sur, el oeste, el norte y todo el cielo se ven iluminados por esa luz que da vida a todo cuanto vive. Así se levanta el sol como fuego, como la vida en su infinita variedad. Se dijo en un verso del Rig Veda: «¡Sale el sol con dorado resplandor! El sol de los mil rayos morador de cien regiones; el dios omnisciente, objeto de todas las plegarias; la luz y el fuego supremos, la vida infinita de todos los seres». El Señor de la Creación es en verdad el tiempo del año. Este tiene dos sendas: el camino del sur y el camino del norte. Los que al adorar piensan «hemos hecho sacrificios y obras piadosas», solo alcanzan las regiones de la luna y retornan a la vida y a la muerte. Es por eso que los sabios que desean hijos y una vida familiar siguen el camino del sur. Este es el camino que lleva a los ancestros. Mas aquellos que, en la búsqueda del Espíritu interior, siguen el camino espiritual del norte con firmeza, con pureza, fe y sabiduría, alcanzan las regiones del sol. Allí está el océano de la vida, el refugio supremo, el país de la inmortalidad donde no existe el miedo. De allí no retornan: es el final del camino. Hay un verso del Rig Veda que dice:
«Los hay que hablan de un Padre que envía lluvia desde el cielo del Norte, apoyándose en las estaciones y mostrándose de doce maneras. Otros hablan de un sabio en el cielo del Sur con una carreta de siete ruedas y seis radios». El día y la noche son el Señor de la Creación. El día es la vida y la noche la materia. Quienes hacen el amor durante el día desperdician la vida; mas siguen el buen camino quienes se unen amorosamente durante la noche. La quincena lunar oscura es en verdad materia, y la quincena luminosa es vida. Algunos sabios llevan a cabo sus rituales en la quincena luminosa, pero otros lo hacen en el tiempo oscuro. Verdaderamente el alimento es el Señor de la Creación. Del alimento se obtiene la semilla y de esta nacen los seres. Quienes obedecen la Ley del Señor de la Creación se tornan a su vez creadores, y, como él, producen una pareja. Ellos alcanzan las pálidas regiones de la luna. Mas aquellos en los que no existe engaño, falsedad o mala fe, que viven con firmeza, pureza y verdad, de ellos son las regiones radiantes del sol.
SEGUNDA PREGUNTA
Entonces Bhargava Vaidarbhi preguntó: Maestro, ¿cuáles son los poderes que mantienen la unidad de un ser, cuántos mantienen encendidas las lámparas de la vida, y cuál entre ellos es el supremo? El sabio respondió: Los poderes son espacio, aire, fuego, agua y tierra; y voz, mente, el ojo y el oído. Estos poderes encienden las lámparas de la vida y dicen: «Nosotros mantenemos la unidad de este ser y somos su fundamento». Pero la Vida, el poder supremo, les dijo: «No os engañéis. Soy yo quien mantiene la unidad de este ser, con mi división quíntuple, y yo soy su fundamento». Mas no le creyeron. La Vida se ofendió y levantó el vuelo como para abandonar el cuerpo, y todos los poderes de la vida hubieron de levantarse y, al volver la Vida a tomar asiento, todos los poderes hubieron de tomar asiento. Así como cuando una abeja reina se alza, todas las abejas se alzan con ella, y cuando reposa de nuevo, todas reposan otra vez; de igual modo les ocurrió a los poderes de la voz, la mente, el ojo y el oído. Los poderes comprendieron entonces y entonaron dichosos este canto de vida:
«La vida es el fuego que arde y el sol que da luz. La vida es el viento, la lluvia y el trueno en el cielo. La vida es materia y tierra, lo que es y lo que no es, y lo que más allá está en la Eternidad. En la vida se asientan todas las cosas, cual los radios en el centro de una rueda. En la Vida se asientan los Vedas, las plegarias, los guerreros y los sacerdotes. A ti, oh Vida, asentada con tus poderes, todos los seres muestran adoración. Como Señor de la Creación te mueves en el útero materno, para desde ahí renacer. Tú el gran portador de presentes a los dioses, la primera ofrenda hecha a los difuntos; tú la poesía de los profetas, tú la verdad de los sabios de antaño. Tú eres Rudra, dios de la protección; tú, oh Vida, eres Indra en tu fulgor. Como el sol que deambula por el cielo, eres Señor de toda luz celestial. Cuando la lluvia mana del cielo, oh Vida, todas tus criaturas se regocijan y dicen: “Habrá alimento para nosotros en abundancia”. Tú eres pura, oh Vida, vidente supremo, señor y consumidor de todo. Nosotros, los dadores de cuanto disfrutas; tú, nuestro padre, el aliento de toda vida. Muéstrate propicio hacia nosotros, oh Vida, con esa invisible forma tuya que está en la voz, el ojo y el oído, y que habita en la mente. No te apartes de nosotros. En tu poder se halla todo este mundo, y hasta el tercer cielo más sagrado. Protégenos, oh Vida, como una madre a su hijo: concédenos gloria y danos sabiduría».
TERCERA PREGUNTA
Entonces Kausalya Asvalayana preguntó: Maestro, esta vida, ¿de dónde surge? ¿Cómo llega hasta este cuerpo? Después de difundirse a sí misma, ¿pasa a habitar aquí? ¿Cómo abandona el cuerpo? ¿Cómo sostiene el universo exterior y el universo interior? El sabio respondió: Grandes son las cuestiones que me planteas, pero eres un gran amante de Brahman: te contestaré. La vida procede del Espíritu. Al igual que un hombre proyecta una sombra, así el Espíritu proyecta la sombra de la vida, y como la sombra de vidas anteriores es que una nueva vida sobreviene a este cuerpo. Así como un gobernante dirige a sus oficiales y les asigna ciudades que gobernar en su nombre, así Prana, el poder de la vida, dirige los otros poderes vivientes del cuerpo. Apana gobierna sus regiones inferiores. Prana mismo reside en el ojo y en el oído y se mueve a través de la nariz y la boca. Samana gobierna las regiones medias y distribuye la ofrenda de alimento dadora de vida. Las siete llamas provienen de Samana. En el corazón mora el Atman, el Sí mismo. Es el centro de ciento un pequeños canales. De cada uno de ellos surgen cien canales más.
Setenta y dos mil canales más pequeños se bifurcan desde cada uno de estos. En todos estos millones de pequeños canales se mueve el poder de Vyana. Ascendiendo por uno de ellos, el poder viviente de Udana lleva hasta el cielo de pureza por las buenas acciones, hasta el infierno del mal por las malas acciones, y si por ambas, de nuevo a esta tierra humana. El sol es Prana, la vida de este universo, y se eleva dando gozo a la vida en los ojos de los hombres. La divinidad de la tierra gobierna las regiones inferiores de Apana. Entre el sol y la tierra está el espacio o Samana. El aire es Vyana. El fuego es Udana. Cuando este fuego de la vida desaparece, los sentidos son absorbidos en la mente, y el hombre vuelve de nuevo a la vida. Sus últimos pensamientos le conducen a Prana y, acompañado por el fuego viviente de Udana y conducido por Atman, el Espíritu mismo pone rumbo a las regiones merecidas y deseadas en la imaginación. Así pues, la progenie de quien conoce el significado de la vida nunca muere, y alcanza la vida eterna. Hay un verso que dice: «Aquel que conoce el despertar de la vida y cómo esta llega al cuerpo, cómo reside ahí en su quíntuple división, y conoce su relación con el Espíritu interior, disfruta de la vida eterna, en verdad goza de vida eterna».
CUARTA PREGUNTA
Entonces Sauryayani Gargya preguntó: Maestro, ¿cuántos poderes duermen dentro del hombre y cuántos permanecen despiertos? ¿Quién es ese Espíritu
que contempla el milagro de los sueños? ¿Quién goza del misterio del dormir sin sueños? ¿Quién es ese Espíritu sobre el que hallan descanso todos los demás? El sabio replicó: Al igual que, antes de hacerse la oscuridad, todos los rayos del sol poniente parecen aunarse en su círculo de luz, mas al llegar el alba todos se despliegan de nuevo, así también todos los poderes de los sentidos se aúnan en el poder superior de la mente. Entonces la persona no ve, oye, huele, saborea ni palpa; no habla, no recibe ni entrega, no se mueve ni goza de las alegrías del amor. Entonces dice la gente: «duerme». Mas en la ciudad del cuerpo, los fuegos de la vida arden: no duermen. Apana es como el fuego sagrado del hogar que se mantiene encendido de padre a hijo. Vyana es como el fuego del Sur para las ofrendas a los ancestros. Prana es como el fuego del Este encendido por el fuego del hogar. Samana es como el sacerdote Hotri que distribuye equitativamente las dos ofrendas de la espiración y la inspiración. La mente ejecuta el sacrificio y Udana es su fruto, pues cada día lleva a la mente dormida a Brahman, el Todopoderoso.
Y en los sueños la mente contempla su propia inmensidad. Lo que se ha visto se ve de nuevo, y cuanto se ha oído se oye de nuevo. Lo que se ha sentido en lugares diferentes o regiones lejanas vuelve a la mente de nuevo. Visto y no visto, oído y no oído, sentido y no sentido: la mente lo ve todo, pues la mente lo es todo. Mas cuando la mente resulta eclipsada por su propio fulgor, dejan de verse los sueños: la dicha y la paz se instalan en el cuerpo. Y al igual que los pájaros retornan a su árbol para descansar, así también todas las cosas, oh Amado, hallan su reposo en Atman, el Espíritu Supremo. Todas las cosas encuentran la paz definitiva en su Ser más profundo, el Espíritu: la tierra, el agua, el fuego, el aire, el espacio y los elementos invisibles de estos; la vista, el oído, el olfato, el sabor y el tacto y sus diversos campos de los sentidos; la voz, las manos y todos los poderes de acción; la mente, la razón, el sentido del «Yo», el pensamiento, la luz interna y los objetos de estos; y hasta la vida y todo cuanto la vida sostiene. Es el Espíritu del hombre el que ve, oye, siente aromas, palpa y saborea, piensa y actúa y posee toda la consciencia. Y el Espíritu del hombre halla la paz en el Espíritu Supremo y Eterno.
¡Oh hijo mío: Aquel que conoce ese Espíritu Eterno, incorpóreo y sin sombra, luminoso y eterno, alcanza ese Espíritu Eterno! Conoce el Todo y se convierte en el Todo. Existe un verso que dice: «Oh amado: Aquel que conoce ese Espíritu Eterno en el cual la consciencia y los sentidos, los poderes de la vida y los elementos encuentran la paz definitiva, conoce el Todo y se ha internado en el Todo».
QUINTA PREGUNTA
Entonces Saibya Satyakama preguntó: Maestro, ese hombre que hasta el final de su vida cimienta su meditación en OM, ¿adónde va tras la vida? Replicó el sabio: La Palabra OM, oh Satyakama, es el Brahman trascendente y el inmanente, el Supremo Espíritu. Con la ayuda de esta Palabra sagrada, el sabio alcanza lo uno o lo otro. OM o AUM posee tres sonidos. Quien sustenta su meditación en el primero se ve iluminado por él y, tras la muerte, retorna rápidamente a este mundo de los hombres guiado por las armonías del Rig Veda. Permaneciendo aquí con firmeza, pureza y verdad alcanza la grandeza. Y si sustenta su mente meditando en los primeros dos sonidos, se ve guiado por las armonías del Yajur Veda hasta las regiones lunares. Tras disfrutar de sus gozos celestiales, vuelve a la tierra de nuevo.
Mas si, con los tres sonidos del OM eterno, instala su mente en meditación en el Espíritu Supremo, se allega a las regiones de la luz del sol. Allí se libera de todo mal, al igual que una serpiente se desprende de su antigua piel y, con las armonías del Sama Veda, se encamina hacia el cielo de Brahman desde donde puede contemplar el Espíritu que mora en la ciudad del cuerpo humano y se halla por encima de la vida superior. Hay dos versos que dicen: «Los tres sonidos, al no hallarse en unión, conducen de nuevo a la vida que muere; pero el sabio que los fusiona en armonía de unión en acciones externas, internas y medias se vuelve estable: ya no tiembla más». Con las armonías del Rig Veda llega hasta este mundo de los hombres y, con aquellas del Yajur Veda, hasta las regiones celestiales intermedias; pero con la ayuda de OM, el sabio se allega a esas regiones que los videntes perciben en las armonías del Sama Veda. Ahí encontrará la paz del Espíritu Supremo, donde no hay disolución ni muerte, donde no existe el miedo.
SEXTA PREGUNTA
Dijo entonces Sukesa Bharadvaja: Maestro, el Príncipe Hiranyanabha Kausalya vino una vez a verme y me hizo la siguiente pregunta: «¿Conoces al Espíritu de las dieciséis formas?». «No lo conozco», respondí al joven príncipe. «Si lo conociera, ¿cómo podría decir que no lo conozco? Porque aquel que no dice la verdad se marchita como un árbol hasta las raíces: no seré yo quien falte a la verdad». El príncipe enmudeció y, subiendo a su carro, partió. Y ahora te pregunto: ¿dónde está ese Espíritu? El sabio respondió: Oh hijo mío, el Espíritu en el cual surgen dieciséis formas se halla aquí, dentro de este cuerpo. El Espíritu pensó: «¿En qué salida he de salir, y en qué estancia he de estar?». Y creó así la vida, y de la vida, la fe y el espacio y el aire, la luz, el agua y la tierra, los sentidos y la mente. Creó el alimento y de este la fortaleza, la austeridad, los poemas sagrados, las acciones santas, y hasta los mundos. Y en los mundos se creó el nombre. Y así como cuando los ríos que fluyen hacia el océano encuentran allí la paz definitiva, su nombre y forma desaparecen, y la gente ya solo habla del océano, de igual manera las dieciséis formas del que lo ve todo fluyen hacia el Espíritu y encuentran allí la paz definitiva, con lo que su nombre y su forma desaparecen, y la gente solo habla del Espíritu. Existe un verso que dice: «Estas formas descansan en él, como radios en el eje de una rueda. Conoce al Espíritu que se ha de conocer, de modo que la muerte no te aflija».
Luego el sabio dijo a los discípulos: Hasta aquí conozco al Espíritu Supremo. No hay nada más allá. E inclinándose ante él en adoración, los discípulos dijeron: En verdad eres nuestro padre, que nos ha salvado de la ignorancia y nos ha conducido a la orilla del más allá. ¡Adoración a los supremos videntes! ¡Adoración a los supremos videntes!
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