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Foto del escritorAmenhotep VII

Sánscrito

Actualizado: 23 abr 2020



Difícil conceptualizar la acción del hombre cuando esta se alimenta de un motor divino. Incontables veces en el eterno instante de nuestra existencia, hemos buscado acercarnos a un concepto de Dios. Fallidos o no, estos intentos tienen un trasfondo místico que al ejecutarlos llenan de aire nuestro ser, como si volviésemos a un hogar olvidado por mucho tiempo. A la hora del análisis, frio y conceptual, la lingüística se ha desarrollado como un árbol genealógico, extendiendo y modificándose a lo largo de cuanta tierra se habite y siendo el sánscrito el idioma más antiguo con caudal de documentos (himnos de su estadio bélico, 1500ac.), resulta claro porque se lo considera una lengua sagrada. No alcanza con sus 3959 reglas, sus decenas de declinaciones, sus 10 tipos de presentes; tampoco con el hecho de ser una lengua que no admita contemplaciones coloquiales, que se centra puramente en transmitir conocimientos de índole sagrado ni tampoco con su consecuente rol unificador en la región indoeuropea para comenzar a explicar por qué esta lengua podría ser la elixir del lenguaje; esta creación de índole divina, germina dentro del imponderable que excede cualquier análisis científico: el sentimiento. La delicadeza necesaria para reproducir ese arcoíris fonético que su abecedario nos ofrece se encuentra entre utilizar la punta de la lengua en una posición dental, afirmando con certeza indeclinable que en ese punto se debe hacer sentir la presión (B.B.B.) y doblegarla en una caricia hacia el paladar, extendiendo de forma omnipresente un sonido, similar para el vulgar, e infinitamente distinto al anterior para quien encuentra religión en el detalle. Teniendo en cuenta esto, es preciso retomar al principio. La palabra sánscrito podría traducirse conceptualmente como “obra perfecta”, diferenciándose de transcrito (transcripción) donde el concepto se refiere a “obra imperfecta”. Esta aclaración sirve para comprender que si ya de por sí existe una limitación a la hora de utilizar un lenguaje para referirse a sucesos que se manifiestan simultáneamente, el hecho de transcribir esos conceptos adaptándolos a un idioma nuevo es, básicamente, como utilizar una pinza para agarrar un destornillador, perdemos manejo y los conceptos pierden precisión. Como breve repaso contextual: todos los idiomas latinos provienen, claramente del latín, que se une al griego y al sánscrito entre otras como lenguas heredadas de la indoeuropea a la cual se llega por comparación. Si bien la más antigua de las composiciones lingüísticas derivadas de la indoeuropea es el dialecto Hitita, de la cual sólo hay algunas tablas de arcillas y escasos documentos, del sánscrito, en su estadio bélico, se han recopilado 1028 himnos conservados con obsesión religiosa y absoluta fidelidad, demostrando, que el impacto y valor de este dialecto era considerado digno trascender ininterrumpidamente a lo largo de la vida del hombre. No hay otro con esa antigüedad y expresado en tamaña cantidad. El Sánscrito es un dialecto, valga la redundancia, indefinible. Su esencia, transmite una ilusión mística ajena a nuestra cotidianeidad. Esa esencia, que tiene sus bases en la sagrada dedicación de la cultura india por la palabra y la búsqueda de ella como balanza de orden universal, no hay que olvidar, fue creada para la persuasión de los dioses hacia favores propios y he de aquí el poder que conllevaba el manejo de esta lengua. Los sacerdotes que adquirían esta herramienta cargaban con la responsabilidad de ejecutarla con la mayor de las precisiones para una fructífera comunicación. Como castigo, y resulta interesante compararlo con un castigo regular en nuestras distintas sociedades, bastaba con remover un incisivo para quitarle a un ser humano la posibilidad de comunicarse con un ser celestial.


Artículo escrito por Ramsés II.

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