"¿Cabe mayor tragedia y más profunda degradación que la del alma divina, miembro de la suprema Nobleza presidida por la misma Divinidad, al quedar sujeta a las humillaciones e indignidades de una existencia en que, olvidada de su alta categoría, consiente en esclavizarse a la materia?" Jacobus Johannes van der Leeuw expresa en su prólogo de "Los Dioses en el destierro": "Las siguientes páginas están basadas en un despertamiento de la conciencia del ego que experimenté hace poco tiempo. (…) No reclamo derecho de propiedad sobre las enseñanzas. Las recibí como lo recibimos todos en el Sendero y las transmito a los demás con la esperanza de que los ayuden, como a mí me ayudaron." Es particularmente curiosa la lucha que parece habitar en todo ser que experimenta una sensación como la descripta por el autor entre la desalinización del ego y la necesidad de compartir una experiencia tan individual. Ha de ser indeclinable para quien logra lo que propone el autor, identificar tal experiencia como intransferible pero, por otro lado, el complejo llamado empático de las entrañas de cualquier ser por alzar una mano a aquel par que se encuentra inmerso en él, muchas veces, la insoportable espiral social y la también incontenible necesidad de dejar un legado, crean, tal vez, la ilusión de la necesidad de compartir dicha experiencia. Por supuesto que para todo lector empedernido y hambriento, legados como éste resultan, cuanto menos, dignos de apreciar. "Desde el momento de la individualización, no hay en la historia del alma humana mayor suceso que la iniciación." dice van der Leeuw marcando este acontecimiento como un nuevo comienzo, un renacer. "Estamos como Prometeo encadenados a la roca de la materia, pero hasta que tenemos conciencia de lo que verdaderamente somos, no nos damos cuenta de que estamos prisioneros y expatriados" afirma en el capítulo "El despertar del Alma"; y si bien es algo confusa la analogía mitológica que utiliza el autor – según la mitología más aceptada Prometeo no solo era consciente de estar prisionero sino que, mientras lo estaba, un águila comía diariamente su hígado mientras éste, por su condición de inmortal lo regeneraba una y otra vez- tiene un punto clave y es precisamente la complicidad de la materia para generar un contexto de esclavitud; algo que, podemos encontrar también en la alegoría de la caverna de Platón que plantea este mismo escenario de un modo, tal vez, más sutil. Por otro lado se plantea en la obra un punto de inflexión y es el momento en el que la persona identifica una dualidad en el ser que le refleja una naturaleza divina superior desterrada de protagonismo y una naturaleza inferior adherida a la materia: "(..) Como la abrasadora túnica de Nesos, que tanto más se adhería a la epidermis de Hércules cuanto más el héroe se esforzaba en desprenderse de su contacto.". Resulta interesante cuestionar si un individuo con naturaleza de tal puede tener una integridad dividida por otra forma que no fuese por medio de su propia imaginación. Este profundo conflicto fue expresado en el sexto libro del Nuevo Testamento "Epístola a los romanos": "No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que está en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí, pues según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Rom. 7; 19-24.) También reflejada, dicha lucha existencial en las “Confesiones de San Agustín” quien dice: "Me arrebató a ti tu propia belleza, y me arrancó de ti mi propio peso, arrojándome gemebundo sobre estas bajas cosas; y el peso eran los hábitos de mi carne" (7,17); y en otro pasaje: "Los goces de esta mi vida, de los cuales debo lamentarme, están en pugna con mis tristezas, en las cuales debiera regocijarme. No sé a qué lado se inclinará la victoria " (10, 28). Cerrando el ensayo el autor nos dice: "Es la perpetua experiencia del hombre en lucha con tanto acierto expresada por Goethe al exclamar: "¡Ay! que dos almas alientan en mi pecho.". Como respuesta a este cuestionamiento planteado el autor afirma: "Desde luego es erróneo el concepto de la dualidad de nuestra naturaleza. Siempre consideramos el espíritu, el Yo superior, el ego o como quiera que designemos nuestra naturaleza superior, cual si estuviera en lo alto, mientras que el yo inferior o personalidad permanece en lo bajo. Entonces nos esforzamos en llegar a lo alto como un intento de conseguir algo esencialmente extraño a nosotros y por tanto de difícil logro.". Dejándonos claro que, en su concepción, la base de este error radica en la ignorancia, que nos lleva a identificarnos con lo que no somos o con el "Yo inferior". Lo que se plantea es claro: una existencia divina y natural para todo ser humano se proyecta y, como toda proyección, está sujeta al juicio, por sobre todo, propio. Se marca esto por medio de otra analogía, esta vez, la leyenda de Narciso quien al ver su reflejo en el agua se deleita, quiere abrazarlo y en el intento muere sumergido en las aguas. Resulta interesante y sumamente determinante para el contexto de tiempo-espacio del plano habitado por todo ser social que la mayoría de los seres disgustan y, hasta aborrecen, su propio reflejo lo que sería no solo un suicidio existencial sino también la manifestación de una, lógicamente para muchos, insoportable tortura previa. La obra de van der Leeuw se divide en cinco capítulos “El drama del alma expatriada”, “El camino hacia el ego”, “El mundo del ego”, “Los poderes del ego” y “La vuelta del destierro” en los que, según las propias palabras del autor: “(…) en las siguientes páginas trataremos no sólo de reconocer que nuestra verdadera conciencia es el ego sino de desprender esta conciencia de las limitaciones que la aprisionan y transportarla una vez libre al mundo de divino gozo y libertad a que pertenece.”
Artículo escrito por Ramsés II.
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