ALIFANO: Chesterton dijo en una oportunidad que había llegado el momento de hablar
de Oscar Wilde y de su obra, superando ciertos sórdidos percances de su vida, ¿qué
le parece si lo hacemos, Borges?
BORGES: Me parece una buena idea. Yo no conocía esas palabras de Chesterton, pero
recuerdo que una vez le aconsejé a un amigo mío, que estaba escribiendo un libro
sobre Wilde, que no se refiriera a las situaciones que todos conocemos, que las pasara
por alto y que se remitiera a la obra, que es lo más importante. Wilde fue un hombre
con un destino trágico, pero estoy seguro que él eso no lo buscó; se resistió siempre a
ser una persona trágica. Y creo que la mejor muestra de lo que digo es su obra.
Robert Louis Stevenson dijo que hay una cualidad literaria sin la cual todas las demás
resultan inútiles: esa cualidad es el encanto. Y, ciertamente, Oscar Wilde no carecía
de encanto. Sus enemigos podrían decir que es lo único que tiene; pero, tener encanto
es para mí algo fundamental. Es como decir, bueno, fulano de tal no es más que un
genio, o zutano es simplemente un ángel. Ahora bien, en el caso de Wilde, nosotros al
leerlo sentimos que nos sigue hablando, que sigue asombrándonos. Es curioso pensar
que murió en el año 1900, porque todo lo que ha dicho es como si acabara de decirse.
Esa es, sin duda, la virtud de todo lo bueno: ser siempre reciente.
A.: Ahora, ¿ha sido juzgada correctamente la obra de Oscar Wilde?
B.: Sí, pero de un modo muy relativo. Yo sigo sosteniendo que es un error cifrar
nuestra admiración por Oscar Wilde en La Balada de la Cárcel de Reading. A mí me
suena falso ese poema: se trata de un soldado inglés condenado a la horca por haber
asesinado a su querida. Si lo analizamos un poco, en las primeras líneas encontramos
lo falaz: «No lleva ya su guerrera escarlata —dice uno de los versos—, porque la
sangre y el vino son rojos». Esa idea de un soldado inglés del año mil ochocientos
noventa y tantos bebiendo vino, es absurda; sin duda habría estado tomando cerveza
o aguardiente. Y luego, esas metáforas tampoco son fieles a ese personaje que Wilde
nos presenta. Él nos habla de su pequeña tienda azul que los presos llaman el cielo, y
después habla de las nubes con velas de plata. Y, para mí, todo eso es ajeno a la
imagen del soldado; es una mera imagen decorativa que corresponde al propio Wilde
y para nada al personaje. Kipling no hubiera cometido nunca ese error; se habría
convertido en soldado y no hubiera hablado de vino ni de velas de plata ni de una
pequeña tienda azul. Esos son todos detalles decorativos y nada más.
A.: ¿Qué es, a su criterio, lo que más perdura de la obra de Oscar Wilde?
B.: Sus comedias. Y, sobre todo, la comedia The Importance of Being Earnest (La
importancia de llamarse Ernesto), cuya traducción está mal hecha. Afonso Reyes le
aconsejó a Baeza, que fue el traductor, que cambiara el sentido del título porque si no
se pierde la broma, earnest quiere decir serio y también es un nombre propio que
traducido al castellano es Ernesto, pero que, a su vez, en castellano no quiere decir
serio. De modo que, según Reyes —y yo coincido con él—, en castellano se debió
traducir: La importancia de ser Severo. Severo es, además de un adjetivo, un nombre
propio; en cambio, Ernesto no dice nada en el idioma castellano, es solo un nombre.
En inglés The Importance of Being Earnest, quiere decir: la importancia de ser serio,
de ser severo. Esa broma, mal traducida, se pierde.
A.: Esta comedia según la opinión de muchos críticos, es muy importante para el
teatro inglés del siglo XIX.
B.: Sí. Además yo la considero superior a las otras que escribió Wilde, por esta
razón: en el siglo XIX, curiosamente, inexplicablemente, el teatro, en la patria de
Shakespeare, de Marlowe y de Ben Johnson se había convertido en un género
subalterno. Y Oscar Wilde, que en otras piezas suyas había condescendido en
argumentos sentimentales, tratando de salvarlas o de atenuarlas con frases ingeniosas,
apareció de pronto con The Importance of Being Earnest, una pieza exenta de
sentimentalismo, aunque agradablemente frívola. Ahora, claro, el sentimentalismo de
Wilde es, en alguna medida, comprensible. El teatro de aquella época, en Inglaterra,
era así. Pero repito, Wilde contribuyó en buena medida a modificarlo. Después
llegaron Bernard Shaw e Ibsen y prepararon un camino de sinceridad y libertad,
modificándolo todo. Y hoy el teatro inglés es lo que es gracias a ellos. Sin embargo,
The Importance of Being Earnest yo diría que es como el champagne: es una especie
de fiesta, de fiesta muy grata como lo es el champagne, que es algo más que una
bebida. Y The Importance of Being Earnest más que una comedia, es una verdadera
forma de felicidad.
A.: ¿Y en cuanto a su famosa novela, El Retrato de Dorian Gray, qué lugar ocupa
en la obra de Oscar Wilde?
B.: Tal vez equivocadamente el más importante. El Retrato de Dorian Gray es
evidente que se trata de una imitación, escrito de un modo muy decorativo y muy
forzado, de El doctor Jekyll y el señor Hyde de Stevenson; ya que es la misma idea de
dualidad. La novela de Robert Louis Stevenson antecede al Retrato… en unos diez
años más o menos.
A.: Hay un cuento de Poe que trata también el tema del doble. Me refiero a
William Wilson, ese personaje que se destruye a sí mismo ahogando su conciencia.
¿Lo recuerda?
B.: Sí. Pero no había pensando en él. Tal vez ese cuento pudo haber influido
también en Stevenson, ya que es anterior. El tema del doble es bastante antiguo; yo,
inclusive, me vi muchas veces tentado por él. Hay un cuento mío que se llama El
otro, donde lo trato. La imagen del personaje de Oscar Wilde es, sin embargo, muy
curiosa: la del hombre que se mantiene joven y del retrato que envejece. En el último
capítulo Dorian Gray acuchilla al cuadro y muere. Y luego aquel detalle realista, que
está muy bien: los sirvientes encuentran el cadáver de ese hombre que no reconocen,
encuentran el cuadro destruido. Y al final lo identifican por la ropa y por los anillos.
A.: En la obra de Oscar Wilde, la poesía ocupa un lugar importante, ¿por qué no
lo analizamos un poco?
B.: Bueno, yo creo que el mejor poema de Wilde es The Sphinx (La esfinge), que
es un poema puramente decorativo. Pero no necesita ser otra cosa, ya que Wilde era
un maestro de lo decorativo. Sin embargo, cuando él intercala capítulos meramente
decorativos en El Retrato…, no quedan bien, porque parecen ajenos a la economía, a
la estructura descarnada de la novela. The Sphinx, en cambio, está construido con
esos elementos y queda bien así: es un poema musical y visual. Oscar Wilde tiene una
métrica espontánea y en toda su obra no se encuentra un solo verso experimental.
A.: Su vocabulario es, además, curiosamente simple, ¿no?
B.: Es cierto. Y tanto es así, que de igual modo que para estudiar alemán conviene
comenzar por los primeros poemas de Heine, que son muy sencillos; para estudiar
inglés, yo siempre recomiendo comenzar leyendo a Oscar Wilde. Su vocabulario está
hecho, sobre todo, de palabras de origen latino, que son difíciles para los ingleses,
pero fáciles para nosotros. De modo que yo le aconsejaría a una persona que quiere
estudiar inglés, y lo quiere hacer agradablemente, que empiece por la obra de Wilde.
A.: Sigamos hablando de la poesía de Oscar Wilde.
B.: Hay otro poema de Wilde que me parece importante: La casa de la Ramera.
«A veces una muñeca con mecanismo de relojería —dice uno de los versos—
apretaba contra su pecho a un amante fantasmagórico, y a veces también parecían
intentar cantar…»; ese poema es decorativo como casi todos los demás. Ahora, si
comparamos a Oscar Wilde con poetas como Keats, con Eliot, con Tennyson, con
Rossetti, fue infinitamente menor, claro, pero la grandeza de Wilde está en otras
cosas.
A.: ¿Qué ha sucedido con su obra en Inglaterra? ¿Qué destino le ha deparado el
tiempo?
B.: Bueno, allí es un poeta casi olvidado. Sin embargo, Wilde es famoso en otras
partes del mundo; algo similar a lo que ha ocurrido en los Estados Unidos con Edgar
Allan Poe, que, como poeta, fue reengendrado por Baudelarie y Mallarmé. En los
Estados Unidos se lo juzga a Poe por su poesía y no por sus cuentos, que son lo más
valorable. Ese poema de Poe, tan famoso, llamado El Cuervo, bueno, es realmente un
cuervo embalsamado. Seguramente, Poe no se propuso escribir un gran poema; lo
que él se propuso fue escribir un poema que lo hiciera famoso. Y lo logró. En el caso
de Wilde, su estética está puesta en los diálogos que son realmente admirables.
A.: ¿Era un hombre genial Oscar Wilde?
B.: Bueno, yo no sé si en realidad era un hombre de genio; pero que era un
hombre de un enorme talento es indudable. En una oportunidad Oscar Wilde le dijo a
André Gide, que había puesto su genio en su vida y su talento en su obra. Yo
sospecho que además, Oscar Wilde era un ser inocente. He leído y releído la biografía
escrita por Hesketh Pearson, que, para mí, es la mejor de todas. Y Pearson insiste en
que Wilde era un atolondrado. Yo creo que era un espíritu travieso que le gustaba el
juego. Y eso lo habría hecho con la misma inteligencia dentro de cualquier
movimiento; el cubismo, el futurismo, el impresionismo, etc., y siempre con una
sonrisa a flor de labio, que es lo que lo diferencia de otros poetas, superiores a él, que
quizá fueron sus maestros, como el propio Mallarmé.
A.: En una oportunidad Wilde expresó que concebía el arte como un juego. Un
juego a la manera de Stevenson acaso, que dijo, precisamente, que el arte es un
juego que debemos jugar con la seriedad con que juegan los niños.
B.: Sí. Es cierto. Y le encantaba asombrar a la gente con sus metáforas. Era lo que
Plinio definía como «Monstruum artifex», monstruo perspicaz se podría traducir. La
obra de Wilde abunda en artificios que, en su caso, pueden usarse como argumentos a
favor de su grandeza literaria.
A.: Era un hombre realmente culto Oscar Wilde, ¿no, Borges?
B.: Sin duda. Era un hombre que había leído muchísimo. Sabía griego y latín;
había estudiado a los clásicos en su idioma original. Hablaba el francés tan
correctamente como el inglés. Pero tenía la elegancia de ocultar esos conocimientos;
tenía esa curiosa ambición de parecer frívolo, intrascendente, y sin embargo no lo era.
Uno de pronto encuentra en su obra pensamientos muy profundos, dichos como al
pasar, que parecen superficiales, pero que, en verdad, no lo son. Por ejemplo, esta
idea rarísima que yo leí no sé en qué página: «Un hombre es en cada momento de su
vida todo lo que ha sido y todo lo que será». Es una idea muy extraña, pero está dicha
como al pasar. Heráclito había dicho: «El destino de un hombre es su carácter», que
viene a ser lo mismo, pero dicho de un modo menos hermoso. Oscar Wilde fue un
gran escritor, un hombre culto de un enorme talento, que nos ha dejado su imagen
encantadora: la imagen de un dandy que debió sobrellevar un destino trágico, quizá
sin saberlo, pero que en nada empaña el encanto que legó a la memoria de los
hombres.
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