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Foto del escritorAmenhotep VII

sobre la vida espiritual - Jakob Böhme



1. EL DISCÍPULO AL MAESTRO. ¿Cómo puedo alcanzar la vida suprasensual, de

modo que vea yo a Dios y lo oiga hablar?

EL MAESTRO. Si por un momento puedes elevarte hasta allí donde no habita

ninguna criatura, oirás a Dios.


2. EL DISCÍPULO. ¿Eso está lejos o cerca?

EL MAESTRO. Está en ti, y si por una hora puedes mantener acallada tu voluntad y

tus sentidos, oirás palabras de Dios que son inexpresables.


3. EL DISCÍPULO. ¿Cómo voy a oír si mi voluntad y mis sentidos se encuentran en

silencio?

EL MAESTRO. Cuando los sentidos y la voluntad de la ipseidad permanezcan en

silencio, se manifestará en ti el oído eterno, la visión eterna y el habla eterna: Será

Dios mismo el que verá a través de ti; y tu propio oído, tu propia voluntad y tu propia

visión son un obstáculo que te impide ver y oír a Dios.


4. EL DISCÍPULO. ¿Por qué medio puedo ver y oír a Dios, si él está por encima de

la naturaleza y de la criatura?

EL MAESTRO. Cuando te mantienes en silencio, en ese momento eres lo mismo que

era Dios antes de la naturaleza y de la criatura, que es de donde formó tu naturaleza y

tu criatura. Entonces ves y oyes con aquello con lo que Él veía y oía por medio de ti,

antes de que hubiesen tenido comienzo tu voluntad propia, tu visión y tu audición.


5. EL DISCÍPULO. ¿Y qué es lo que me refrena y me impide alcanzar ese estado?

EL MAESTRO. Tu voluntad propia, tu visión propia y tu audición propia, y el hecho

de que te resistes a aquello de donde te viene tu origen: con tu voluntad propia te

separas de la voluntad de Dios, y con tu visión propia ya no pones las miras más

que en tu voluntad. Tu voluntad tapona tu oído con tu propia sensualidad con

respecto a las cosas terrenas y naturales, te introduce en un abismo y te cubre con la

sombra de aquello que quieres, de tal modo que no puedes elevarte hasta las cosas

sobrenaturales y suprasensuales.


6. EL DISCÍPULO. Puesto que estoy en la naturaleza, ¿cómo puedo, mediante la

naturaleza, alcanzar el Fondo suprasensual sin la destrucción de la naturaleza?

EL MAESTRO. Se necesitan tres cosas para ello. La primera es que entregues tu

voluntad a Dios y te sumas en el abismo de Su misericordia. La segunda es que

aborrezcas tu voluntad propia y no hagas en absoluto lo que ella te dicta. La tercera es

que te sometas a la cruz, para que puedas resistir las tentaciones de la naturaleza y de

la criatura; si lo haces, hablará Dios dentro de ti, y tu voluntad expropiada, la

introducirá dentro de sí, en el fondo sobrenatural; entonces oirás la palabra de Dios en

ti.


7. EL DISCÍPULO. Si lo hiciese, tendría que abandonar el mundo e incluso mi propia

vida.

EL MAESTRO. Si abandonas el mundo, entras en aquello de lo cual fue formado el

mundo; y si pierdes la vida y desfalleces en tus fuerzas propias, entonces permaneces

en aquello que te obliga a abandonarlo, o sea en Dios, que es de donde vienen todas

esas cosas tras hacerse corporales.


8. EL DISCÍPULO. Dios creó al hombre en la vida natural para que esté por encima

de todas las criaturas de la tierra y sea Señor de todas las cosas que hay en el mundo.

¿No es preciso, por tanto, que el hombre las posea en propiedad?

EL MAESTRO. Si te pones por encima —exteriormente, se entiende— de todas las

criaturas es que estás, con tu voluntad y tu dominación, en un estado brutal, y estás

únicamente en un dominio imaginario y pasajero. Y también introduces tus deseos en

una esencia brutal que te contagiará y te cautivará, y con ello te conviertes en una

especie de animal; pero si has renunciado a las formas ideales, te encuentras en la

supraidealidad y estás por encima de todas las criaturas en el fondo a partir del cual

fueron creadas. Y nada hay en la tierra que te pueda dañar: pues todo es lo mismo que

tú, y nada es distinto de ti.


9. EL DISCÍPULO. Querido maestro, te ruego que me enseñes cómo puedo alcanzar

lo antes posible ese estado.

EL MAESTRO. Con gusto; acuérdate de estas palabras de nuestro Señor Jesucristo:

«Si no cambiáis y no os volvéis como niños pequeños, no podéis ver el Reino de

Dios». Así pues, si deseas que todo sea lo mismo que tú, es preciso que renuncies

a todo y que tus deseos se aparten de toda cosa; y que no los satisfagas, que no desees

poseer cosa alguna en propiedad. Porque desde el momento que acoges en tus deseos

lo que es algo y lo dejas entrar y lo recibes en propiedad, eso se convierte en una

misma cosa contigo, y obra contigo en una misma voluntad. Así, estás obligado a

cuidar de ello y protegerlo como si fuese tu propia substancia; pero si no acoges nada

en tus deseos, eres libre con respecto a toda cosa, y estás por encima de todas las

cosas al mismo tiempo: porque no tienes nada en lo que te complazcas, y eres como

una nada para todas las cosas, y todas las cosas son también una nada para ti. Eres

como un niño, que no tiene ningún conocimiento particular de ninguna cosa. Y,

aunque la comprendes, la comprendes sin contacto de tu sensualidad, del mismo

modo que Dios está por encima de todas las cosas, y las ve, pese a que ninguna cosa

lo comprende a él.

En cuanto a lo que me has pedido sobre de qué modo puedes alcanzar ese estado,

considera las palabras de Cristo, que dice: «Fuera de mí, nada podéis». Ese reposo

en el que ninguna criatura te afecta no puedes alcanzarlo por tus propias fuerzas, a

menos que te entregues por entero a la vida de Nuestro Señor Jesucristo y le

entregues enteramente tu voluntad y tus deseos, hasta el punto de no querer nada sin

él. De ese modo, estás realmente con el cuerpo en el mundo, en las cualidades, y por

lo que se refiere a tu razón estás bajo la cruz de nuestro Señor Jesucristo; pero, por lo

que se refiere a tu voluntad, estás en el cielo y encuentras el fin de donde proceden

todas las criaturas y adonde tienen que volver. Así, puedes considerar exteriormente

todas las cosas con la razón, e interiormente con el intelecto, y reinar en y sobre todas

las cosas con Cristo, a quien es dado todo poder en el cielo y en la tierra.


10. EL DISCÍPULO. Maestro, las criaturas que viven en mí me impiden entregarme a

ello por entero como yo desearía.

EL MAESTRO. Si tu voluntad sale de las criaturas, las has abandonado. Están en el

mundo y lo único que está con ellas es tu cuerpo; pero por lo que a ti se refiere, tú

estás conversando espiritualmente con Dios. Si tu voluntad abandona las criaturas,

ellas están en ella como muertas; ya no viven más que corporalmente en el mundo, de

tal modo que, si no se introduce en ellas tu voluntad, ellas no pueden tocar tu alma.

Porque dice San Pablo: «Nuestro diálogo está en los cielos». «Sois templos del

Espíritu Santo, que habita en vosotros». Así, el Espíritu Santo reside en la

voluntad, y las criaturas residen en el cuerpo.


11. EL DISCÍPULO. Si el Espíritu Santo habita en la voluntad del espíritu, ¿cómo

puedo preservarme para que no se retire de mí?

EL MAESTRO. Escucha las palabras de nuestro Señor Jesucristo: «Si conserváis mi

palabra, mi palabra perdurará en vosotros». Si tú con tu voluntad permaneces en la

palabra de Cristo, permanecerán en ti su palabra y su Espíritu; pero si tu voluntad

entra en las criaturas, rompes con Él. Por eso no puedes preservarte si no permaneces

continuamente en la humildad entregándote a un arrepentimiento continuo. Tienes

que sentir un continuo pesar de que vivan en ti las criaturas: si haces esto, mueres

continuamente en las criaturas y día tras día vas haciendo una ascensión por lo que se

refiere a tu voluntad.


12. EL DISCÍPULO. Querido Maestro, enséñame cómo puedo alcanzar ese

arrepentimiento continuo.

EL MAESTRO. Si abandonas lo que te ama y amas lo que te odia, de ese modo

puedes perseverar en un arrepentimiento continuo.


13. EL DISCÍPULO. ¿Qué quiere decir eso?

EL MAESTRO. Tus criaturas en la carne y en la sangre, así como todos cuantos te

aman, lo hacen porque tu voluntad los alimenta; es preciso que tu voluntad los

abandone y los considere enemigos; y es preciso que aprendas a amar la cruz de

nuestro Señor Jesucristo, con el desprecio del mundo que te odia, y que cada día te

ejercites en tu arrepentimiento. De este modo tendrás continuos motivos para odiarte

a ti mismo en las criaturas y buscar el eterno reposo en el que pueda reposar tu

voluntad, como nos enseña Jesucristo cuando dice: «Tenéis reposo en mí, pero

tendréis angustia en el mundo».


14. EL DISCÍPULO. ¿Cómo puedo recogerme en mí mismo en esta tentación?

EL MAESTRO. Si una vez cada hora, por encima de toda criatura, por encima de

toda razón sensual, y en los sufrimientos de Jesucristo, te lanzas hasta lo más

profundo de la divina Misericordia [y te engolfas en ella]; en esa profundidad

obtendrás fuerzas para estar por encima del pecado, la muerte, el infierno, el diablo y

el mundo. Así podrás subsistir a través de todas las tentaciones.


24. EL DISCÍPULO. Pero ¿cómo se puede conciliar que un hombre se ame y se odie

al mismo tiempo?

EL MAESTRO. Cuando te amas, no es que tú mismo te ames a ti mismo, sino que

del amor de Dios te ha sido dado que ames en ti el fondo divino que en ti hay; por él

y en él amas la Sabiduría divina, la Bondad divina, la Belleza divina y las maravillas

que obra en tus hermanos. Y cuando te odias, en cambio, lo que odias es tu alteridad,

que es el lugar donde el mal puede tocarte y adherirse a ti; y eso lo haces cuando

quieres quebrar en ti tu egoidad, el sentido del ser tu, de lo tuyo; como cuando dices

yo hago esto, yo hago aquello. Todo eso es un error, y una absoluta confusión que

hay en ti; porque nada puedes decir que es tuyo excepto el yo malo, ni nada puede

hacer por ti mismo que se te pueda tener en cuenta. Por eso debes esforzarte por

destruir en ti ese yo, para que puedas convertirte en un fondo totalmente divino. El

amor odia la egoidad, pues la egoidad es un veneno mortal, y ambas cosas no pueden

subsistir a la vez; la una excluye a la otra inevitablemente por su propia naturaleza:

porque el amor posee el cielo y habita dentro de uno mismo, mientras que la egoidad

posee el mundo con las cosas que hay en el mundo, y también habita dentro de sí

misma; y así como el cielo está por encima de la tierra, y la eternidad por encima del

tiempo, así también el amor está por encima de la vida natural.


25. EL DISCÍPULO. Querido maestro, estoy contento de que ese amor pueda

encontrarse en mí por encima de la vida natural, para que así pueda yo alcanzar

Aquello que está por encima de lo natural y de lo sensual; pero te ruego que me digas

¿por qué tienen que ir juntos el amor y el odio, el amigo y el enemigo?; ¿no sería

mejor que no hubiese más que puro amor? ¿Por qué el amor y el dolor van siempre

juntos?

EL MAESTRO. Si no se encontrase el amor en el dolor, nada habría que el amor

pudiese amar; pero, puesto que el objeto de su amor, o sea la pobre alma, se

encuentra en el sufrimiento y el dolor, el amor tiene ocasión de amar su propia

substancia y liberarla del tormento, para a su vez ser amado. Y tampoco se podría

conocer qué es el amor si no hubiese nada que el amor pudiese amar.


26. EL DISCÍPULO. ¿Y cuál es la virtud, la fuerza, la altura y la amplitud del amor?

EL MAESTRO. La virtud del amor es la nada y el todo, o esa Nada visible de la que

proceden todas las cosas; su fuerza impregna todas las cosas; su altura es tan alta

como Dios, y su amplitud también es tan grande como la de Dios; el que encuentra el

amor, encuentra la nada y todas las cosas.


27. EL DISCÍPULO. Querido maestro, te ruego que me digas cómo debo entender

todo esto.

EL MAESTRO. Lo que digo de que su virtud es la nada, lo comprendes si sales de

todas las criaturas y estás extinguido con respecto a ellas. Porque entonces estarás en

el Uno eterno, que es Dios mismo, y sentirás la más sublime virtud del amor.

Pero lo que digo de que su fuerza penetra todas las cosas, eso lo sentirás en tu

alma y en tu cuerpo si, una vez ha prendido en ti, ese amor arde más de lo que podría

hacerlo ningún fuego. Y eso también lo puedes observar en todas las obras de Dios,

pues el amor de Dios se ha derramado sobre todas las cosas. Es el fondo más íntimo y

lo más exterior en todas las cosas; interior por lo que se refiere a la virtud, y exterior

por lo que se refiere a la forma.

Y lo que he añadido de que la altura del Amor era tan alta como la de Dios, eso lo

puedes comprender en ti mismo, pues el amor te eleva interiormente tan alto como lo

está Dios mismo, al permanecer unido a Dios, como puede verse —en nuestra

humanidad— por nuestro Señor Jesucristo, al que el amor alzó hasta lo más alto del

trono, en el poder de la Divinidad.

Pero lo que he dicho de que, por lo que respecta a su amplitud, el Amor es más

grande que Dios, también eso es verdad, pues el amor entra incluso allí donde Dios

no habita. Porque cuando nuestro Señor Jesucristo estaba en el infierno, el infierno no

era Dios, y sin embargo allí estaba el Amor, destruyendo la muerte. Por eso cuando te

encuentras sumido en la angustia, Dios no está en la angustia; y sin embargo allí está

el amor y te hace pasar de la angustia a Dios. Cuando (interiormente) Dios se te

oculta, allí está el Amor, y es Él quien lo manifiesta en ti.

Y lo que he dicho de que el que encuentra el amor encuentra la Nada y el Todo,

también eso es una verdad cierta. En efecto, encuentra un Abismo sobrenatural y

suprasensual en el que no hay ningún lugar en el que pueda morar, y no encuentra

nada que le sea semejante. Por eso no hay nada con lo que se lo pueda comparar, pues

él es más profundo que ninguna cosa; por eso es para todas las cosas como una nada,

pues no se lo puede comprender, y por eso mismo, porque es una nada, está libre de

todas las cosas; es el bien único, y no se puede expresar qué es.

Y por último, he dicho que el que encuentra el Amor encuentra el Todo, y

también eso es verdad. El amor ha sido el comienzo de todas las cosas y está por

encima de todas las cosas: si lo encuentras, alcanzas el fondo, de donde han

procedido todas las cosas, y en el cual subsisten todas, y allí eres un rey que reina

sobre todas las obras de Dios.


28. EL DISCÍPULO. Querido maestro, dime ahora, ¿dónde reside el amor en el

hombre?

EL MAESTRO. Allí donde no reside el hombre, allí es donde reside el amor en el

hombre.


29. EL DISCÍPULO. ¿Dónde es eso? ¿Dónde el hombre no habita en el hombre?

EL MAESTRO. Es el alma expropiada en el fondo más íntimo. Cuando el alma

muere a su propia voluntad y ya no quiere nada si no lo que Dios quiere, ahí es donde

habita el amor. Porque en la medida en que muere en uno mismo la voluntad propia,

el amor toma posesión del lugar en el que anteriormente residía la voluntad propia.

En adelante, allí no hay nada, y únicamente allí donde no hay nada es donde está

operante el amor de Dios.


30. EL DISCÍPULO. Pero ¿cómo puedo alcanzar el amor sin morir a mi voluntad?

EL MAESTRO. Si quieres alcanzarlo, él se aleja de ti. Pero si te entregas totalmente

a él, entonces estás muerto para ti mismo por lo que se refiere a la voluntad, y él se

convierte en la vida de tu naturaleza. No te hace morir, sino al contrario, te convierte

en viviente conforme a su vida. Entonces no vives conforme a tu voluntad, sino

conforme a la suya, porque tu voluntad se convierte en la suya. Entonces estás muerto

en ti mismo, pero vivo en Dios.


31. EL DISCÍPULO. ¿De dónde viene que tan pocos encuentren el amor, pese a que

tanto desearían tenerlo?

EL MAESTRO. Es que todos lo buscan en alguna cosa, como en la opinión

imaginaria, en sus propios deseos. Con ello conservan casi todas sus propias

concupiscencias naturales. El Amor se les ofrece, pero no encuentra en ellos lugar

alguno donde posarse, pues su lugar lo han ocupado las cosas imaginadas

por su voluntad propia, y la capacidad imaginativa de su sensualidad quiere poseerlo;

pero el amor se le escapa, pues habita únicamente en la nada, y por eso no lo

encuentran.


32. EL DISCÍPULO. ¿Cuál es la función del Amor en la nada?

EL MAESTRO. Su función es penetrar continuamente lo que es algo, y si puede

posarse en lo que es algo y que se mantiene en silencio, lo abraza y allí retoza más su

amor más ardiente y brillante que el sol en el mundo. Su función es encender

continuamente un fuego en lo que es algo, y allí arder e inflamarse por encima de

ello.


33. EL DISCÍPULO. Querido maestro, ¿cómo tengo que entender eso?

EL MAESTRO. Si una vez el amor pudiese encender un fuego en ti, podrías sentir

realmente que hace arder tu egoidad y la extingue. El Amor goza de tu fuego de tal

modo que antes preferirás morir que volver a entrar en lo que es algo en ti. Por eso su

llama es tan grande que nunca te abandonaría. Aunque te costase la vida corporal, iría

contigo, en su fuego, hasta la muerte; y cuando desciendas a los infiernos, destruirá el

infierno por amor a ti.


36. EL DISCÍPULO. ¿Dónde va el alma cuando muere el cuerpo, según si es

bienaventurada o condenada?

EL MAESTRO. No tiene necesidad de ir a ninguna parte. Lo único que se separa del

alma es esta vida exterior mortal, con el cuerpo. Ya antes el alma lleva dentro de sí el

cielo y el infierno, tal como está escrito: «el reino de Dios no vendrá aparatosamente;

ni dirán tampoco “está aquí”, “está allí”; porque mirad que el reino de Dios está

dentro de vosotros». Y en aquello que de los dos se haya puesto de manifiesto, el

cielo o el infierno, allí permanecerá el alma.


37. EL DISCÍPULO. ¿Entonces no es transportada al cielo o al infierno del mismo

modo que se entra en una casa, o como si se pasase por un agujero a otro mundo?

EL MAESTRO. En modo alguno, no ocurre ningún movimiento de este tipo, pues el

cielo y el infierno están presentes en todas partes; lo que ocurre es tan sólo que la

voluntad se introvierte o en el amor de Dios o en la cólera divina; y ello nos ocurre en

vida, cosa que hace decir a San Pablo: «nuestra conversación está en los cielos»; y

también dijo Cristo: «mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen y

yo les doy la vida eterna; por eso nadie las quitará de mi mano».


38. EL DISCÍPULO. ¿Cómo ocurre esa entrada de la voluntad en el cielo o en el

infierno?

EL MAESTRO. Cuando la voluntad se abandona a Dios en lo más íntimo, sale

entonces por sí misma, fuera de todo principio y de todo lugar, allí donde sólo Dios se

manifiesta, y obra, allí donde se lleva a cabo Su voluntad. Así se convierte por sí

misma en una nada en cuanto a su voluntad propia: entonces es Dios quien quiere y

obra en ella, y es Él quien habita en su voluntad expropiada; y con eso es santificada

el alma, con eso entra en el reposo divino.

Así pues, en el momento en que el cuerpo muere, el alma se encuentra

completamente impregnada de amor divino, y transparenta luz divina del mismo

modo que el hierro que se ha puesto al rojo en el fuego y ha perdido su negrura. Ahí

está la mano de Cristo. El amor a Dios habita por completo en todas las partes del

alma y es en ella una luz deslumbrante y una nueva vida. Así es cómo está en el cielo

esa alma, y así es como es templo del Espíritu Santo, y ella misma es el cielo de Dios,

en el que Dios habita.

Pero un alma impía no quiere entrar durante esta vida en la expropiación divina

de su voluntad. Persevera en sus propias pasiones y deseos, en la vanidad, la falsedad

y la voluntad del diablo; no acumula dentro de sí más que malicia y mentiras, orgullo,

avaricia, envidia e ira, y se lanza a ellas por su propia voluntad. Esa vanidad se hace

además manifiesta y operante en el alma, y la impregna enteramente del mismo modo

que el fuego penetra el hierro. Un alma como esa no puede alcanzar el reposo divino,

pues en ella está manifiesta la cólera de Dios; y cuando el alma se separa del cuerpo,

empiezan entonces el remordimiento y la desesperación eterna, pues siente que se ha

convertido en pura abominación, llena de angustia. Siente vergüenza de aproximarse

a Dios con su falsa voluntad, y en verdad que no puede hacerlo, pues se encuentra

prisionera en el furor. Esa alma es puro furor. Y en ese furor se ha encerrado el alma

por medio de los malos deseos que ha alentado dentro de sí. Y puesto que la luz

divina no brilla en ella lo más mínimo y no la toca su amor, el alma no es más que

tiniebla densa y tormento de fuego terrible y angustioso. Lleva el infierno dentro de

sí, y eso le impide ver la luz divina. Así permanece interiormente en el infierno sin

necesidad de entrar en él, porque, dondequiera que esté, está en el infierno. Y aunque

pudiese alejarse miles y miles de leguas del lugar donde se encuentra, el alma

seguiría encontrándose en ese tormento y en esas tinieblas.


40. EL DISCÍPULO. Puesto que el cielo y el infierno están enfrentados dentro de

nosotros durante esta vida, y puesto que Dios está tan cerca de nosotros, ¿dónde

habitan los ángeles y los demonios durante este tiempo?

EL MAESTRO. Allí donde no habitas tú con tu ipseidad y tu voluntad propia, allí

habitan los ángeles contigo y por todas partes. Y allí donde habitas con tu ipseidad y

tu voluntad propia, allí es donde habitan los demonios contigo y por todas partes.


42. EL DISCÍPULO. ¿A qué distancia están el uno del otro el cielo y el infierno?

EL MAESTRO. Como el día y la noche, como lo que es algo y lo que no es nada.

Están el uno en el otro, y el uno es continuamente para el otro como una nada. Se

causan recíprocamente alegría y dolor. El cielo está por todo el mundo y fuera del

mundo, indiviso en todas partes, sin sitio ni lugar, y obra solamente dentro de uno

mismo por la manifestación divina. En aquello que entra en el cielo o en lo que él

está manifestado, allí es donde se manifiesta Dios. Porque el cielo no es otra cosa que

la manifestación del Uno eterno, en la que todo obra y quiere en tranquilo amor.

Y también el infierno está por todo el mundo, habita y obra también dentro de uno

mismo y allí donde se evidencia el fundamento del infierno, como en la ipseidad y en

la falsa voluntad. El mundo visible tiene en su seno al uno y al otro. Pero el hombre,

por lo que se refiere a su vida temporal, es solamente del mundo visible, por eso no

ve el mundo invisible durante el tiempo que dura esta vida exterior. Porque el mundo

exterior, por lo que se refiere a la substancia, es un revestimiento que oculta al mundo

espiritual, del mismo modo que el alma está cubierta por el cuerpo. Pero desde el

momento en que el hombre exterior muere, queda manifiesto al alma el mundo

espiritual, ya sea en la luz eterna con los santos ángeles, sea en las tinieblas eternas

con los demonios.


44. EL DISCÍPULO. ¿Qué es entonces el cuerpo del hombre?

EL MAESTRO. Es el mundo visible, una imagen y resumen del mundo. El mundo

visible es una manifestación del mundo interior y espiritual, que a su vez procede de

la luz eterna y de las tinieblas eternas, mediante una operación espiritual. Es objeto de

la eternidad, mediante el cual la eternidad se ha hecho visible, allí donde obran la una

en la otra la voluntad propia y la voluntad expropiada, a saber, el bien y el mal.

También el hombre exterior es esa substancia, pues Dios lo creó del mundo exterior, e

insufló en él el mundo interior espiritual para su alma y su vida inteligente. Por eso el

alma puede recibir y obrar el bien y el mal en el mundo exterior.


45. EL DISCÍPULO. ¿Qué habrá entonces después de este mundo, cuando todo eso

haya encontrado su fin?

EL MAESTRO. Sólo tendrán fin los seres materiales, como los elementos, el sol, la

luna y las estrellas. Entonces el mundo interior espiritual quedará completamente

manifiesto. Pero lo que haya obrado el espíritu durante esta vida, sea el bien o sea el

mal, cada obra quedará separada de manera espiritual, sea en la luz, sea en las

tinieblas eternas; porque todo lo que de cada voluntad se haya engendrado, eso entra

en su igualdad. Y entonces las tinieblas serán llamadas infierno, que es el eterno

olvido de todo bien, y la luz será llamada reino de Dios, que es el eterno gozo y

alabanza de los santos por haber sido liberados de los desdichados tormentos.

El juicio final es un abrasamiento por fuego conforme al amor o la cólera de Dios.

Allí es donde llegará a su fin la materia de todas las substancias, y cada fuego atraerá

a sí mismo lo que le corresponda. Lo que es engendrado en el amor de Dios, atraerá a

sí el fuego del amor de Dios, y allí arderá de conformidad con el amor, y él mismo se

entregará en ello; pero lo que haya sido obrado en la ira conforme a las tinieblas

atraerá a sí el tormento y lo consumirá el mal; y así no quedará más que la voluntad

dolorosa en su forma propia y su figuración.


46. EL DISCÍPULO. ¿En qué materia o en qué forma resucitarán nuestros cuerpos?

EL MAESTRO. Existe, sembrado, un cuerpo natural, basto y elemental, semejante en

esta vida a los elementos exteriores. En ese cuerpo basto se encuentra una virtud sutil,

igual que también en la tierra hay una buena virtud sutil —que se equipara al sol y se

une a él— que también brotó al comienzo de la virtud divina, de donde igualmente ha

salido la buena virtud del cuerpo. Esta buena virtud del cuerpo mortal debe

reproducirse en una propiedad material, amable, transparente y cristalina, en una

carne y sangre espiritual, y vivir eternamente. Y lo mismo la buena virtud de la tierra,

por la cual también ella será cristalina, y brillará en todos los seres la luz divina. Y así

como la tierra basta llegará a su fin y ya no regresará, así también terminará la carne

basta del hombre y no vivirá eternamente. Pero es preciso que todo sea sometido a

juicio y que todo sea separado por el fuego en ese juicio, tanto la tierra como la

ceniza del ser humano. Porque cuando Dios conmueva una vez más el mundo

espiritual, cada espíritu atraerá directamente a sí mismo la substancia espiritual que le

corresponda; así, un espíritu bueno y un alma buena atraerá a sí su buena esencia; y

una mala atraerá su mala esencia. Pero no hay que entender por ello más que una

virtud esencial y material, cuya substancia es tan sólo pura virtud, así como una

tintura material cuya bastedad desaparece en todas las cosas.


47. EL DISCÍPULO. ¿Entonces no vamos a resucitar con nuestro cuerpo visible y no

viviremos eternamente en él?

EL MAESTRO. Cuando el mundo visible haya pasado, con él habrá pasado todo lo

exterior, que va unido a él. No quedará de este mundo más que la manera y la forma

cristalina y celestial. Y tampoco quedará del hombre más que la tierra espiritual.

Porque el hombre será enteramente semejante al mundo espiritual, que ahora todavía

está oculto.




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