Qui odit animam suam in hoc mundo etc.
He pronunciado una palabra en latín que dice Nuestro Señor en su Evangelio:
«Quien odia a su alma en este mundo, la guardará para la vida eterna» (Juan 12, 25).
Ahora [al escuchar] estas palabras, prestad atención a lo que quiere significar Nuestro Señor cuando dice que debemos odiar al alma. Quien ama a su alma en esta vida
mortal y tal como es en este mundo, la pierde en la vida eterna; pero, quien la odia en
cuanto mortal y [tal como] es en este mundo, la guarda para la vida eterna.
Son dos las causas porque dice «alma». Afirma un maestro: La palabra «alma» no
se refiere al fondo y no toca a la naturaleza del alma. Por eso dice un maestro: Quien
escribe sobre las cosas móviles, no toca ni a la naturaleza ni al fondo del alma. Quien ha
de nombrar al alma según la simplicidad y pureza y desnudez, tal como es en sí misma,
no puede encontrarle ningún nombre. Le dicen alma: es como cuando se llama carpintero a una persona, entonces no se lo llama ni hombre ni Enrique, ni según su ser propiamente dicho, sino que se lo llama de acuerdo con su obra. Éste es el pensamiento de
Nuestro Señor [cuando dice]: Quien ama al alma en la pureza, conforme con la naturaleza simple del alma, la odia con esta vestimenta [terrestre] y es su enemigo; la odia y está
triste y apenado porque ella se halla tan alejada de la luz pura que ella es en sí misma.
Dicen nuestros maestros: El alma se llama fuego por la fuerza y el calor y el brillo
que posee. Otros dicen que es una chispita de naturaleza celestial. Los terceros dicen
que es una luz. Los cuartos, que es un espíritu. Los quintos, que es un número. No encontramos nada que sea tan puro y acendrado como el número. Por eso querían darle al
alma un nombre que fuera puro y acendrado. En los ángeles existe el número —se habla
de un ángel, de dos ángeles— también en la luz existe el número. Por eso se la designa
[al alma] de acuerdo con lo más desnudo y acendrado y, sin embargo, esto no llega a tocar el fondo del alma. Dios que es sin nombre —no tiene nombre alguno— es inefable y
el alma, en su fondo, es igualmente inefable tal como Él es inefable.
Hay una [razón] más porque dice que ella odia. La palabra que nombra al alma, se
refiere al alma en cuanto se halla en la cárcel del cuerpo, y por ello opina [San Juan]
que el alma, al ser capaz de convertir aún [en objeto] de su pensamiento aquello que ella
es en sí misma, se halla todavía en su cárcel. Allí donde presta aún atención a esas cosas
bajas y donde recoge algo en su interior por intermedio de los sentidos, allí se estrecha
en seguida; pues [las] palabras no son capaces de dar ningún nombre a naturaleza alguna que se encuentre por encima de ellas.
Tres son las causas por las que el alma debe odiarse a sí misma. Una causa es: he de
odiarla en cuanto es mía; pues en cuanto es mía, no es de Dios. La segunda [causa]: porque mi alma no se halla totalmente ubicada y plantada en Dios y hecha a su imagen.
Dice Agustín: Quien quiere que Dios le pertenezca, antes debe hacerse propiedad de
Dios, y esto ha de ser así necesariamente. La tercera causa es: Si el alma gusta de sí misma, en cuanto alma, y si Dios le gusta junto con el alma, está mal hecho. Dios le debe
gustar en Él mismo, porque se halla completamente por encima de ella. Fue eso que dijo
Cristo: «Quien ama a su alma, la perderá» (Juan 12, 25).
El alma debe odiar todo cuanto de ella se halla en este mundo o mira hacia este mundo y [también] donde algo es tocado por el [mundo] y mira hacia fuera. Dice un maestro
que el alma en su parte más elevada y más pura se encuentra por encima del mundo.
Fuera del amor nada hace entrar al alma en este mundo. A veces se trata de un amor natural que ella siente por su cuerpo. A veces tiene un amor voluntario que siente hacia las
criaturas. Dice un maestro: Así como la vista nada tiene que ver con el canto, ni el oído
con el color, así el alma en su naturaleza nada tiene que ver con todo cuanto hay en este
mundo. Por eso dicen nuestros maestros en ciencias naturales que el cuerpo se halla
mucho más en el alma que el alma en el cuerpo. Así como el barril contiene el vino antes que el vino el barril, así el alma contiene al cuerpo antes que el cuerpo al alma.
Aquello que el alma ama en este mundo, constituye una privación en su naturaleza. Dice
un maestro: La naturaleza y natural perfección del alma consisten en que llegue a ser
en sí un mundo racional allí donde Dios formó en ella las imágenes primigenias de todas
las cosas. Quien dice que ha logrado poseer su naturaleza, debe descubrir que dentro de
él todas las cosas están configuradas en una pureza tal como son en Dios, no como son
en su propia naturaleza, sino como son en Dios. No hay ningún espíritu ni ángel alguno
que toquen el fondo del alma ni tampoco la naturaleza del alma. Allí, ella llega a lo primigenio, el principio donde Dios irrumpe con bondad en todas las criaturas. Allí, ella
toma todas las cosas en Dios, no en la pureza tal como son en su pureza según la natura,
sino en la pura simplicidad tal como son en Dios. Dios hizo todo este mundo como si
fuera de carbón. La imagen hecha de oro es más firme que la hecha de carbón. Así [también] en el alma todas las cosas son más puras y nobles de lo que son en este mundo. La
materia [empero] de la cual Dios hizo todas las cosas, es más ruin que el carbón en comparación con el oro. Quien quiere hacer una olla, toma un poco de arcilla; ésta es la materia con la cual trabaja. [Mas] luego le da una forma que se halla en su interior: ésta es
más noble en su fuero íntimo que la materia. Con esto quiero decir que todas las cosas
son inconmensurablemente más nobles en el mundo racional que es el alma, de lo que
son en este mundo; así como la imagen cincelada e impresa en oro, así se hallan las imágenes de todas las cosas [como] simples en el alma. Dice un maestro: El alma tiene en
sí la potencialidad de que sean estampadas en ella las imágenes de todas las cosas. Otro
dice: El alma nunca ha logrado poseer su naturaleza pura, a no ser que halle configuradas en sí todas las cosas [existentes] en el mundo racional que es incomprensible; hasta allí no llega ningún pensamiento. Dice Gregorio: Aquello que decimos de las cosas
divinas, lo tenemos que balbucear porque hay que expresarlo con palabras.
Una palabrita más sobre el alma y luego nada más: «¡Vosotras, hijas de Jerusalén, no
os fijéis en que soy morena! El sol me destiñó y los hijos de mi madre lucharon contra
mí» (Cant. de los Cant. 1, 4 y 5). Con ello se refiere a los hijos de este mundo; a ellos
les dice el alma: Aquello del sol, o sea, los placeres de este mundo, que me alumbra y
toca, me hace oscura y morena. El marrón no es un color perfecto; tiene un matiz claro
pero también alguno oscuro. Cualquier cosa que el alma piense u opere con sus potencias, por clara que sea en ella, sin embargo, es una mezcla. Por eso dice: «Los hijos de
mi madre lucharon contra mí». Los hijos, éstos son todas las potencias inferiores del
alma; todas ellas la combaten y tientan. El Padre celestial es nuestro Padre [verdadero] y
la Cristiandad nuestra madre. Por más hermosa y adornada que se presente, y por útil
que sea con sus obras, todo esto aún es imperfecto. Por eso se dice: «¡Oh tú, la más hermosa por entre las mujeres, sal y retírate!» (Cant. de los Cant. 1, 7). Los ángeles son más hermosos y muy superiores al alma. Por eso dice: «¡La más hermosa» —a su luz natural [del entendimiento]— «sal y retírate!» Sal de este mundo y retírate de todo aquello hacia lo cual todavía se inclina tu alma. Y cualquier cosa que ella toque aún, la debe odiar.
Suplicad a Nuestro querido Señor que odiemos a nuestra alma, bajo la vestimenta
por la cual es nuestra alma, de modo que la conservemos para la vida eterna. Que Dios
nos ayude a lograrlo. Amén.
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