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Foto del escritorAmenhotep VII

Sermones - Meister Eckhart



Intravit Iesus in templum et coepit ejicere vendentes et ementes. Matthei.

Leemos en el santo Evangelio (Mateo 21, 12) que Nuestro Señor entró en el templo y echó fuera a quienes compraban y vendían, y a los otros que ofrecían en venta palomas y otras cosas por el estilo, les dijo: «¡Quitad esto de aquí, sacadlo!» (Juan 2, 16). ¿Por qué echó Jesús a los que compraban y vendían, y a los que ofrecían palomas, les mandó que las sacaran? Quiso significar tan sólo que quería tener vacío el templo, exactamente como si hubiera dicho: Tengo derecho a este templo y quiero estar solo en él y tener poder sobre él. Esto ¿qué quiere decir? Este templo donde Dios quiere reinar poderosamente según su voluntad, es el alma del hombre que Él ha formado y creado exactamente a su semejanza, según leemos que dijo Nuestro Señor: «¡Hagamos al hombre a Nuestra imagen y semejanza!» (Génesis 1, 26). Y así lo hizo también. Ha hecho el alma del hombre tan semejante a sí mismo que ni en el cielo ni en la tierra, por entre todas las criaturas espléndidas, creadas tan maravillosamente por Dios, no hay ninguna que se le asemeje tanto como el alma humana sola. Por ello, Dios quiere tener vacío este templo de modo que no haya nada adentro fuera de Él mismo. Es así porque este templo le gusta tanto ya que se le asemeja de veras, y Él mismo está muy a gusto en este templo siempre y cuando se encuentre ahí a solas. ¡Ah, prestad atención! ¿Quiénes eran las personas que compraban y vendían, y quiénes son hoy en día? ¡Escuchadme bien! Ahora hablaré en mi sermón tan sólo de gente buena. Sin embargo, indicaré esta vez quiénes eran los mercaderes y quiénes siguen siéndolo, esos que compraban y vendían y [los que] continúan haciéndolo de la misma manera, [y] a quienes Nuestro Señor echó a golpes expulsándolos y lo sigue haciendo aún hoy en día con todos cuantos compran y venden en este templo: no quiere que ni

uno solo [de ellos] permanezca adentro. Mirad, mercaderes son todos aquellos que se cuidan de no cometer pecados graves y les gustaría ser buenos y, para la gloria de Dios, ellos hacen sus obras buenas, como ser, ayunar, estar de vigilia, rezar y lo que hay por el estilo, cualquier clase de obras buenas, mas las hacen para que Nuestro Señor les dé algo en recompensa o para que Dios les haga algo que les gusta: todos ésos son mercaderes. Esto se debe entender en un sentido burdo, porque quieren dar una cosa por otra y de esta manera pretenden regatear con Nuestro Señor. Con miras a tal negocio se engañan. Pues, todo cuanto poseen y todo cuanto son capaces de obrar, si lo dieran todo por amor de Dios y obrasen por completo por Él, Dios en absoluto estaría obligado a darles ni a hacerles nada en recompensa, a no ser que quiera hacerlo gratuita [y] voluntariamente. Porque lo que son, lo son gracias a Dios, y lo que tienen, lo tienen de Dios y no de sí mismos. Por lo tanto, Dios no les debe nada, ni por sus obras ni por sus dádivas, a no ser que quisiera hacerlo voluntariamente como merced y no a causa de sus obras ni de sus dádivas, porque no dan nada de lo suyo [y] tampoco obran por sí mismos, según dice Cristo mismo: «Sin mí no podéis hacer nada» (Juan 15, 5). Esos que quieren regatear así con Nuestro Señor, son individuos muy tontos; conocen poco o nada de la verdad. Por eso, Nuestro Señor los echó a golpes fuera del templo y los expulsó. La luz y las tinieblas no pueden hallarse juntas. Dios es la Verdad y una luz en sí misma. Por ello, cuando Dios entra en este templo, expulsa la ignorancia, o sea, las tinieblas, y se revela Él mismo mediante la luz y la verdad. Cuando se llega a conocer la Verdad, los mercaderes han desaparecido, y la verdad no apetece hacer negocio alguno. Dios no busca lo suyo, Él es libre y desasido en todas sus obras y las hace por verdadero amor. Lo mismo hace también aquel hombre que está unido con Dios; él se mantiene también libre y desasido en todas sus obras, y las hace únicamente por la gloria de Dios, sin buscar lo suyo, y Dios opera en el. Digo más aún: Mientras el hombre en todas sus obras busca aún alguna cosa relativa a lo que Dios puede o quiere dar, se asemeja a esos mercaderes. Si quieres librarte del todo del mercantilismo para que Dios te permita permanecer en ese templo, debes hacer con pureza [y] para gloria de Dios todo cuanto eres capaz de hacer en todas tus obras, y debes mantenerte tan libre de todo ello como es libre la nada que no se halla ni acá ni allá. No debes apetecer absolutamente nada en recompensa. Si operas así, tus obras serán espirituales y divinas y entonces los mercaderes, sin excepción, han sido expulsados del templo, y sólo Dios mora en él; ya que semejante hombre piensa únicamente en Dios. Mirad, de tal manera este templo ha sido desocupado por todos los mercaderes. Mirad, el hombre que no piensa en sí mismo ni en ninguna otra cosa sino sólo en Dios y en su honra, este hombre es libre y desasido del mercantilismo en todas sus obras y no busca lo suyo, así como Dios es libre y desasido en todas sus obras y no busca lo suyo.

He mencionado, además, que Nuestro Señor dijo a la gente que vendía palomas: «¡Quitad esto de aquí, sacadlo!» A esas personas no las expulsó ni las increpó mucho, sino que dijo muy amigablemente: «¡Quitad esto de aquí!», como si hubiera querido decir: Esto, si bien no es malo, trae obstáculos para la verdad pura. Esas personas son todas personas buenas que hacen sus obras exclusivamente por amor de Dios y no buscan en ellas nada de lo suyo, pero las hacen con apego al propio yo, al tiempo y al número, al antes y al después. [Entonces] esas obras les impiden [alcanzar] la verdad óptima es decir, que deberían ser libres y desasidos tal como Nuestro Señor Jesucristo es libre y desasido y, en todo momento, se recibe como nuevo de su Padre celestial, sin cesar y en forma atemporal, y al mismo instante y sin cesar renace otra vez [y] del todo, con loa agradecida, en la majestad paterna, con dignidad igual [a la del Padre]. De la misma manera debería comportarse el hombre que querría hacerse susceptible de la verdad suma y vivir en ella sin «antes» ni «después», y sin que se lo impidieran todas las obras y todas aquellas imágenes de las que en algún momento ha tenido conciencia, de modo que volvería a recibir en este instante y con absoluta libertad el don divino y lo haría renacer en Nuestro Señor Jesucristo sin trabas [y] a esa misma luz, con loa agradecida. De este modo, las palomas habrían desaparecido, es decir, los obstáculos y el apego al yo en todas esas obras, buenas por lo demás, con las cuales el hombre no busca lo suyo. Por eso dijo Nuestro Señor muy amigablemente: «¡Quitad esto de aquí, sacadlo!», como si hubiera querido decir: Está bien, pero trae obstáculos. Cuando este templo se libera así de todos los obstáculos, es decir, del apego al yo y de la ignorancia, entonces resplandece con tanta hermosura y brilla tan pura y claramente por sobre todo y a través de todo lo creado por Dios, que nadie puede igualársele con idéntico brillo a excepción del solo Dios increado. Y es plena verdad: nadie se iguala a este templo fuera del solo Dios increado. Todo cuanto se halla por debajo de los ángeles, en absoluto se asemeja a este templo. Aun los ángeles más elevados se asemejan hasta cierto grado, pero no del todo, a este templo del alma noble. El que se asemejen al alma en cierta medida, es [verdad] con respecto al conocimiento y al amor. Sin embargo, se les ha puesto un límite; no pueden ir más allá. Pero el alma bien puede ir más allá. Si un alma —y en efecto la de un hombre que viviera aún en la temporalidad— estuviese a la misma altura que el ángel supremo, entonces este hombre a causa de su libre facultad podría elevarse aún inconmensurablemente más por encima del ángel, [siendo] nuevo en

cada instante y carente de número, es decir, sin modo, [y hallándose] más allá del modo de los ángeles y de toda razón creada. Sólo Dios es libre e increado y por ello, Él solo se iguala a ella [el alma] en cuanto a la libertad, mas no a su condición de increado, porque ella es creada. Cuando el alma llega a la luz sin mezcla, entonces cae en su nada [y] en esa nada [se halla] a tanta distancia de su algo creado, que ella es absolutamente incapaz de volver por fuerza propia a su algo creado. Y Dios, con su ser increado, se ubica por debajo de esa su nada y sostiene al alma en el «algo» de Él. El alma se ha arriesgado a ser aniquilada y no puede retornar a sí misma por fuerza propia, tanto se ha alejado de sí misma antes de que Dios se colocara por debajo de ella. Tiene que ser así, necesariamente. Pues, como dije antes: «Jesús había entrado al templo y echó afuera a los que compraban y vendían, y se puso a decir a los otros: “¡Quitad esto!”». Pues bien, mirad, ahora me refiero a la palabrita: Jesús entró y se puso a decir: «¡Quitad esto!» y ellos lo sacaron. Mirad, entonces ya no hubo más nadie que sólo Jesús, y Él comenzó a hablar en el templo. Mirad, debéis tenerlo por cierto: si alguna otra persona, fuera de Jesús solo, quiere hablar en el templo, o sea, en el alma, Jesús se calla como si no estuviera en casa y tampoco está en su casa en el alma porque ella tiene visitas extrañas con las que conversa. Pero si Jesús ha de hablar en el alma, ella tiene que estar a solas y se debe callar ella misma si es que ha de escuchar a Jesús. Ah sí, entonces entra Él y comienza a hablar. ¿Qué dice el Señor Jesús? Dice lo que es. ¿Qué es, pues? Es un Verbo del Padre. En este mismo Verbo se enuncia el Padre a sí mismo y a toda la naturaleza divina y a todo cuanto es Dios, tal como Él lo conoce; y lo conoce tal como es. Y como Él es perfecto en su cono cimiento y facultad, por eso es perfecto también en su habla. En tanto dice el Verbo, se enuncia a sí mismo y a todas las cosas por medio de otra persona, y le da [al Verbo] la misma naturaleza que tiene Él mismo y enuncia a todos los seres dotados de razón, mediante el mismo Verbo, como idénticos al mismo Verbo, según la «imagen» [o sea la idea] en cuanto ella permanece adentro, pero no como idénticos en todo sentido como el mismo Verbo, en cuanto [la imagen] irradia su luz hacia fuera de acuerdo con el hecho de que cada una existe por separado; antes bien, ellas [las imágenes que existen cada una por separado] han sido dotadas de la posibilidad de obtener la semejanza con el mismo Verbo por obra de la gracia. Y a este mismo Verbo, tal como es en sí, lo

ha pronunciado íntegramente el Padre, tanto al Verbo como a todo cuanto hay en el Verbo. Ya que el Padre ha dicho esto ¿qué está diciendo Jesús en el alma? Tal como lo he señalado: El Padre enuncia al Verbo y habla por medio del Verbo y no de otro modo; y Jesús habla en el alma. Su manera de hablar consiste en que Él se revela a sí mismo y a todo cuanto el Padre ha hablado en su interior, según la manera en la cual el espíritu está predispuesto. Él revela el poder soberano del Padre en el espíritu con el mismo poder inconmensurable. Cuando el espíritu recibe este poder en el Hijo y por el Hijo, él mismo se vuelve poderoso en cualquier acontecimiento de modo que llega a ser igual y poderoso en todas las virtudes y en toda pureza perfecta, de manera tal que ni lo agradable ni lo penoso ni todo cuanto Dios ha creado en el tiempo, puede perturbar al hombre y él, antes bien, se mantiene poderosamente [en ese estado] como dentro de una fuerza divina, en comparación con la cual todas las cosas son pequeñas e impotentes. Por otra parte, se revela Jesús en el alma con una sabiduría inconmensurable que es Él mismo, [y] el propio Padre, con toda su soberanía paterna, se reconoce a sí mismo en esa sabiduría y además [reconoce] a ese mismo Verbo, que es también la Sabiduría misma, y a todo cuanto se contiene en Él [el Verbo] en su carácter de ser uno. Cuando esa Sabiduría se une con el alma, se le quita completamente [a esta última] cualquier duda y equivocación y niebla, y se la ubica dentro de una luz pura [y] clara que es Dios mismo, según dice el profeta «Señor, a tu luz se conocerá la luz» (Salmo 35, 10). Ahí, Dios se conoce en el alma por intermedio de Dios; luego [el alma] se conoce con esa Sabiduría a sí misma y a todas las cosas y conoce a esa misma Sabiduría por intermedio de Él mismo y a través de esa Sabiduría conoce el poderío del Padre en [su] fecunda facultad procreativa, y [conoce] su esencia primigenia en su simple unidad sin diferenciación alguna.

Jesús se revela, además, con una dulzura y plenitud inconmensurables que emanan del poder del Espíritu Santo y rebosan y se derraman y fluyen con desbordante superabundancia y dulzura en todos los corazones susceptibles. Cuando Jesús se revela y se une con el alma con esa plenitud y dulzura, el alma vuelve, por obra de la gracia, a su primer origen [y lo hace] fluyendo con esa plenitud y dulzura poderosa e inmediatamente, dentro de sí misma y más allá de sí misma y de todas las cosas. Cuando esto sucede, el hombre exterior obedece a su hombre interior hasta la muerte y se mantiene al servicio de Dios en paz continua por siempre jamás. Que Dios nos ayude para que Jesús entre también en nuestro interior, y que eche afuera y saque todos los impedimentos y nos haga uno, así como Él es un solo Dios, siendo uno con el Padre y el Espíritu Santo, de modo que lleguemos así a ser uno con Él y sigamos siéndolo por toda la eternidad. Amén.


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