«Solamente los poetas han comprendido lo que la Naturaleza puede significar
para el hombre, —comentó un hermoso adolescente—, y no es arriesgado afirmar
que la solución más perfecta de la humanidad se encuentra en ellos y que, de ese
modo, cada sensación se propaga con pureza por doquier, con sus infinitas
modificaciones, a través del cristal y de la movilidad de dicha solución. Todo lo
hallan en la Naturaleza, cuya alma sólo a ellos no rehuye; y en el trato que mantienen con ella, los poetas buscan, con mucha razón, toda la dicha y el encanto de la edad de oro. La Naturaleza les ofrece la variabilidad de su carácter infinito; y, más que el hombre ingenioso en grado sumo y pletórico de vida, sorprende por sus hallazgos y sus rodeos profundos, por sus encuentros y desviaciones, por sus grandes ideas y sus rarezas. El inagotable tesoro de sus fantasías no tolera que uno solo de sus amigos se aleje con las manos vacías. Todo lo embellece, lo anima, lo confirma; y si en ciertos detalles, diñase que solamente reina un mecanismo inconsciente y sin sentido, la mirada que penetra hasta el fondo de las cosas descubre una maravillosa simpatía hacia el corazón humano, en la coincidencia y la continuación de los accidentes paniculares. El viento es un movimiento del aire que puede obedecer a muchas causas externas; pero ¿no os parece que tiene otro significado para el corazón solitario y henchido de deseos, cuando pasa, proveniente de alguna comarca muy querida y que con mil murmullos profundos y melancólicos aparenta disolver el sereno dolor, en hondo y melodioso suspiro de la Naturaleza entera? ¿Acaso el joven enamorado no halla expresada, también él, y con admirable veracidad, su alma saturada de flores, en la fresca y tierna vegetación de los campos primaverales? ¿Y puede la vivacidad de
un alma que acaba de sumergirse en el oro del vino, parecer más preciada y sonriente que en el racimo de uvas pesadas y brillantes, ocultas casi, bajo las hojas?
»Acusamos a los poetas de exageración, contentándonos con perdonarles, en
cierto modo, su lenguaje impropio y metafórico, sin profundizar el asunto y
atribuyendo, a su fantasía, esta naturaleza magnífica que ve y oye muchas cosas no
vistas ni oídas por otros y que, presa de amable delirio, trata al mundo real a su gusto y antojo. Sin embargo, creo que los poetas exageran, aún, con demasiada timidez; que sólo perciben oscuramente el prestigio de tal lenguaje, y que juegan con la fantasía, como un niño con la varita mágica de su padre. Ignoran cuántas y cuáles son las fuerzas que les están subordinadas, cuántos universos deben someterse a su voluntad.
¿No es pues cierto que las piedras y los bosques obedecen a la música y que,
dominados por ella, se pliegan a todos sus caprichos, como animales domésticos?
¿No se abren las más hermosas flores, en tomo a la amada, alegrándose de adornarla?
¿No se serena el cielo y se calma el mar, sólo para ella? ¿No expresa la Naturaleza,
además del rostro y los gestos, del pulso y el color del cutis, también el estado del ser superior y extraño que llamarnos hombre? ¿No se convierte la roca, cuando le hablo, en un “tú” verdadero? ¿Y qué soy sino el río cuando contemplo melancólicamente sus ondas, y mis pensamientos se pierden en su curso?
Sólo un alma tranquila y voluptuosa puede comprender el mundo de las plantas; sólo el salvaje o el niño gozoso pueden entender a los animales. Ignoro si alguien, alguna vez, comprendió a las piedras o a las estrellas; pero, el que lo logró, fue sin duda un ser sublime.
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