Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de
producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que
era vivido directamente se aparta en una representación.
Las imágenes que se han desprendido de cada aspecto de la vida se fusionan en
un curso común, donde la unidad de esta vida ya no puede ser restablecida. La
realidad considerada parcialmente se despliega en su propia unidad general en tanto
que seudo-mundo aparte, objeto de mera contemplación. La especialización de las
imágenes del mundo se encuentra, consumada, en el mundo de la imagen hecha
autónoma, donde el mentiroso se miente a sí mismo. El espectáculo en general, como
inversión concreta de la vida, es el movimiento autónomo de lo no-viviente.
El espectáculo se muestra a la vez como la sociedad misma, como una parte de la sociedad y como instrumento de unificación. En tanto que parte de la sociedad, es expresamente el sector que concentra todas las miradas y toda la conciencia. Precisamente porque este sector está separado es el lugar de la mirada engañada y de la falsa conciencia; y la unificación que lleva a cabo no es sino un lenguaje oficial de la separación generalizada.
El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes.
El espectáculo, comprendido en su totalidad, es a la vez el resultado y el proyecto del modo de producción existente. No es un suplemento al mundo real, su decoración añadida. Es el corazón del irrealismo de la sociedad real. Bajo todas sus formas particulares, información o propaganda, publicidad o consumo directo de diversiones, el espectáculo constituye el modelo presente de la vida socialmente dominante. Es la afirmación omnipresente de la elección ya hecha en la producción y su consumo corolario. Forma y contenido del espectáculo son de modo idéntico la justificación total de las condiciones y de los fines del sistema existente. El espectáculo es también la presencia permanente de esta justificación, como ocupación de la parte principal del tiempo vivido fuera de la producción moderna.
La separación misma forma parte de la unidad del mundo, de la praxis social global que se ha escindido en realidad y en imagen. La práctica social, a la que se enfrenta el espectáculo autónomo, es también la totalidad real que contiene el espectáculo. Pero la escisión en esta totalidad la mutila hasta el punto de hacer aparecer el espectáculo como su objeto. El lenguaje espectacular está constituido por signos de la producción reinante, que son al mismo tiempo la finalidad última de esta producción.
En el mundo realmente invertido lo verdadero es un momento de lo falso.
El concepto de espectáculo unifica y explica una gran diversidad de fenómenos aparentes. Sus diversidades y contrastes son las apariencias de esta apariencia organizada socialmente, que debe ser a su vez reconocida en su verdad general. Considerado según sus propios términos, el espectáculo es la afirmación de la apariencia y la afirmación de toda vida humana, y por tanto social, como simple apariencia. Pero la crítica que alcanza la verdad del espectáculo lo descubre como la negación visible de la vida; como una negación de la vida que se ha hecho visible.
El espectáculo se presenta como una enorme positividad indiscutible e inaccesible. No dice más que "lo que aparece es bueno, lo que es bueno aparece". La actitud que exige por principio es esta aceptación pasiva que ya ha obtenido de hecho por su forma de aparecer sin réplica, por su monopolio de la apariencia.
La sociedad que reposa sobre la industria moderna no es fortuita o superficialmente espectacular, sino fundamentalmente espectaculista. En el espectáculo, imagen de la economía reinante, el fin no existe, el desarrollo lo es todo. El espectáculo no quiere llegar a nada más que a sí mismo.
El espectáculo somete a los hombres vivos en la medida que la economía les ha sometido totalmente. No es más que la economía desarrollándose por sí misma. Es el reflejo fiel de la producción de las cosas y la objetivación infiel de los productores.
La primera fase de la dominación de la economía sobre la vida social había implicado en la definición de toda realización humana una evidente degradación del ser en el tener. La fase presente de la ocupación total de la vida social por los resultados acumulados de la economía conduce a un deslizamiento generalizado del tener al parecer, donde todo "tener" efectivo debe extraer su prestigio inmediato y su función última. Al mismo tiempo toda realidad individual se ha transformado en social, dependiente directamente del poder social, conformada por él. Solo se permite aparecer a aquello que no existe.
Allí donde el mundo real se cambia en simples imágenes, las simples imágenes se convierten en seres reales y en las motivaciones eficientes de un comportamiento hipnótico. El espectáculo, como tendencia a hacer ver por diferentes mediaciones especializadas el mundo que ya no es directamente aprehensible, encuentra normalmente en la vista el sentido humano privilegiado que fue en otras épocas el tacto; el sentido más abstracto, y el más mistificable, corresponde a la abstracción generalizada de la sociedad actual. Pero el espectáculo no se identifica con el simple mirar, ni siquiera combinado con el escuchar. Es lo que escapa a la actividad de los hombres, a la reconsideración y la corrección de sus obras. Es lo opuesto al diálogo. Allí donde hay representación independiente, el espectáculo se reconstituye.
El espectáculo es el heredero de toda la debilidad del proyecto filosófico occidental que fue una comprensión de la actividad dominada por las categorías del ver, de la misma forma que se funda sobre el despliegue incesante de la racionalidad técnica precisa que parte de este pensamiento. No realiza la filosofía, filosofiza la realidad. Es vida concreta de todos lo que se ha degradado en universo especulativo.
La filosofía, en tanto que poder del pensamiento separado y pensamiento del poder separado, jamás ha podido superar la teología por sí misma. El espectáculo es la reconstrucción material de la ilusión religiosa. La técnica espectacular no ha podido disipar las nubes religiosas donde los hombres situaron sus propios poderes separados: sólo los ha religado a una base terrena. Así es la vida más terrena la que se vuelve opaca e irrespirable. Ya no se proyecta en el cielo, pero alberga en sí misma su rechazo absoluto, su engañoso paraíso. El espectáculo es la realización técnica del exilio de los poderes humanos en un más allá; la escisión consumada en el interior del hombre.
A medida que la necesidad es soñada socialmente el sueño se hace necesario. El espectáculo es la pesadilla de la sociedad moderna encadenada que no expresa finalmente más que su deseo de dormir. El espectáculo es el guardián de este sueño.
El espectáculo es el discurso ininterrumpido que el orden presente mantiene consigo mismo, su monólogo elogioso. Es el autorretrato del poder en la época de su gestión totalitaria de las condiciones de existencia. La apariencia fetichista de pura objetividad en las relaciones espectaculares esconde su índole de relación entre hombres y entre clases: una segunda naturaleza parece dominar nuestro entorno con sus leyes fatales. Pero el espectáculo no es ese producto necesario del desarrollo técnico considerado como desarrollo natural. La sociedad del espectáculo es por el contrario la forma que elige su propio contenido técnico. Aunque el espectáculo, tomado bajo su aspecto restringido de "medios de comunicación de masa", que son su manifestación superficial más abrumadora, parece invadir la sociedad como simple instrumentación, ésta no es nada neutra en realidad, sino la misma que conviene a su automovimiento total. Si las necesidades sociales de la época donde se desarrollan tales técnicas no pueden ser satisfechas sino por su mediación, si la administración de esta sociedad y todo contacto entre los hombres ya no pueden ejercerse si no es por intermedio de este poder de comunicación instantánea, es porque esta "comunicación" es esencialmente unilateral; de forma que su concentración vuelve a acumular en las manos de la administración del sistema existente los medios que le permiten continuar esta administración determinada. La escisión generalizada del espectáculo es inseparable del Estado moderno, es decir, de la forma general de la escisión en la sociedad, producto de la división del trabajo social y órgano de la dominación de clase.
La separación es el alfa y el omega del espectáculo. La institucionalización de la división social del trabajo, la formación de las clases, había cimentado una primera contemplación sagrada, el orden mítico en que todo poder se envuelve desde el origen. Lo sagrado ha justificado el ordenamiento cósmico y ontológico que correspondía a los intereses de los amos, ha explicado y embellecido lo que la sociedad no podía hacer. Todo poder separado ha sido por tanto espectacular, pero la adhesión de todos a semejante imagen inmóvil no significaba más que la común aceptación de una prolongación imaginaria para la pobreza de la actividad social real, todavía ampliamente experimentada como una condición unitaria. El espectáculo moderno expresa, por el contrario, lo que la sociedad puede hacer, pero en esta expresión lo permitido se opone absolutamente a lo posible. El espectáculo es la conservación de la inconsciencia en medio del cambio práctico de las condiciones de existencia. Es su propio producto, y él mismo ha dispuesto sus reglas: es una entidad seudosagrada. Muestra lo que es: el poder separado desarrollándose por sí mismo, en el crecimiento de la productividad mediante el refinamiento incesante de la división del trabajo en fragmentación de gestos, ya dominados por el movimiento independiente de las máquinas; y trabajando para un mercado cada vez más extendido. Toda comunidad y todo sentido crítico se han disuelto a lo largo de este movimiento, en el cual las fuerzas que han podido crecer en la separación no se han reencontrado todavía.
El sistema económico fundado en el aislamiento es una producción circular del aislamiento. El aislamiento funda la técnica, y el proceso técnico aísla a su vez. Del automóvil a la televisión, todos los bienes seleccionados por el sistema espectacular son también las armas para el reforzamiento constante de las condiciones de aislamiento de las "muchedumbres solitarias". El espectáculo reproduce sus propios supuestos en forma cada vez más concreta.
El origen del espectáculo es la pérdida de unidad del mundo, y la expansión gigantesca del espectáculo moderno expresa la totalidad de esta pérdida: la abstracción de todo trabajo particular y la abstracción general del conjunto de la producción se traducen perfectamente en el espectáculo, cuyo modo de ser concreto es justamente la abstracción. En el espectáculo una parte del mundo se representa ante el mundo y le es superior. El espectáculo no es más que el lenguaje común de esta separación. Lo que liga a los espectadores no es sino un vínculo irreversible con el mismo centro que sostiene su separación. El espectáculo reúne lo separado, pero lo reúne en tanto que separado.
El espectáculo en la sociedad corresponde a una fabricación concreta de la
alienación. La expansión económica es principalmente la expansión de esta
producción industrial precisa. Lo que crece con la economía que se mueve por sí
misma sólo puede ser la alienación que precisamente encerraba su núcleo inicial.
El hombre separado de su producto produce cada vez con mayor potencia todos
los detalles de su mundo, y así se encuentra cada vez más separado del mismo. En la
medida en que su vida es ahora producto suyo, tanto más separado está de su vida.
El espectáculo es el capital en un grado tal de acumulación que se transforma en
imagen.
En ese movimiento esencial del espectáculo, que consiste en incorporarse todo lo
que en la actividad humana existía en estado fluido para poseerlo en estado coagulado
como cosas que han llegado a tener un valor exclusivo por su formulación en
negativo del valor vivido, reconocemos a nuestra vieja enemiga, que tan bien sabe
presentarse al primer golpe de vista como algo trivial que se comprende por sí
mismo, cuando es por el contrario tan compleja y está tan llena de sutilezas
metafísicas, la mercancía.
Éste es el principio del fetichismo de la mercancía, la dominación de la sociedad
por "cosas suprasensibles aunque sensibles" que se cumple de modo absoluto en el
espectáculo, donde el mundo sensible se encuentra reemplazado por una selección de
imágenes que existe por encima de él y que al mismo tiempo se ha hecho reconocer
como lo sensible por excelencia.
El desarrollo de las fuerzas productivas ha sido la historia real inconsciente que
ha construido y modificado las condiciones de existencia de los grupos humanos
como condiciones de subsistencia y la extensión de estas condiciones: la base
económica de todas sus iniciativas. El sector de la mercancía ha sido, en el interior de
una economía natural, la constitución de un excedente de la subsistencia. La
producción de mercancías, que implica el cambio de productos diversos entre
productores independientes, ha podido seguir siendo artesanal durante mucho tiempo,
contenida en una función económica marginal donde su verdad cuantitativa todavía
estaba oculta. Sin embargo, allí donde encontró las condiciones sociales del gran
comercio y de la acumulación de capitales se apoderó del dominio total sobre la
economía. La economía entera se transformó entonces en lo que la mercancía había
mostrado ser en el curso de esta conquista: un proceso de desarrollo cuantitativo. Este
despliegue incesante del poderío económico bajo la forma de la mercancía, que ha
transformado el trabajo humano en trabajo-mercancía, en salario, desembocó
acumulativamente en una abundancia donde la cuestión primaria de la subsistencia
está sin duda resuelta, pero de forma que siempre reaparezca: cada vez se plantea de
nuevo en un grado superior. El crecimiento económico libera las sociedades de la
presión natural que exigía su lucha inmediata por la subsistencia, pero aún no se han
liberado de su liberador. La independencia de la mercancía se ha extendido al
conjunto de la economía sobre la cual reina. La economía transforma el mundo, pero
lo transforma solamente en mundo de la economía. La seudonaturaleza en la cual se
ha alienado el trabajo humano exige proseguir su servicio hasta el infinito, y este
servicio, no siendo juzgado ni absuelto más que por sí mismo, obtiene de hecho la
totalidad de los esfuerzos y de los proyectos socialmente lícitos como servidores
suyos. La abundancia de mercancías, es decir, de la relación mercantil, no puede ser
más que la subsistencia aumentada.
El espectáculo es la otra cara del dinero: el equivalente general abstracto de todas
las mercancías. Pero si el dinero ha dominado la sociedad como representación de la
equivalencia central, es decir, del carácter intercambiable de bienes múltiples cuyo
uso seguía siendo incomparable, el espectáculo es su complemento moderno
desarrollado donde la totalidad del mundo mercantil aparece en bloque, como una
equivalencia general a cuanto el conjunto de la sociedad pueda ser o hacer. El
espectáculo es el dinero que solamente se contempla porque en él la totalidad del uso
ya se ha intercambiado con la totalidad de la representación abstracta. El espectáculo
no es sólo el servidor del pseudo-uso, él es ya en sí mismo el seudo-uso de la vida.
En el momento en que la sociedad descubre que depende de la economía, la
economía, de hecho, depende de ella. Esta potencia subterránea, que ha crecido hasta
aparecer soberanamente, ha perdido también su poder. Allí donde estaba el ello
económico debe sobrevenir el yo. El sujeto no puede surgir más que de la sociedad,
es decir, de la lucha que reside en ella misma. Su existencia posible está supeditada a
los resultados de la lucha de clases que se revela como el producto y el productor de
la fundación económica de la historia.
La conciencia del deseo y el deseo de la conciencia conforman por igual este
proyecto que, bajo su forma negativa, pretende la abolición de las clases, es decir la
posesión directa de los trabajadores de todos los momentos de su actividad. Su
contrario es la sociedad del espectáculo, donde la mercancía se contempla a sí misma
en el mundo que ha creado.
El espectáculo, como la sociedad moderna, está a la vez unido y dividido. Como
ella, edifica su unidad sobre el desgarramiento. Pero la contradicción, cuando emerge
en el espectáculo, es a su vez contradicha por una inversión de su sentido; de forma
que la división mostrada es unitaria, mientras que la unidad mostrada está dividida.
Es la lucha de los poderes que se han constituido para la gestión del propio
sistema socioeconómico la que se despliega como contradicción oficial, cuando
corresponde de hecho a la unidad real; esto ocurre tanto a escala mundial como en el
interior de cada nación.
Las falsas luchas espectaculares entre formas rivales de poder separado son al
mismo tiempo reales en cuanto expresan el desarrollo desigual y conflictivo del
sistema, los intereses relativamente contradictorios de las clases o de las
subdivisiones de clases que aceptan el sistema y definen su propia participación en su
poder. Del mismo modo que el desarrollo de la economía más avanzada lo constituye
el enfrentamiento de ciertas prioridades contra otras, la gestión totalitaria de la
economía por una burocracia de Estado y la condición de los países que se han
encontrado ubicados en la esfera de la colonización o semicolonización están
definidas por considerables particularidades en las modalidades de producción y de
poder. Estas diversas oposiciones pueden darse en el espectáculo según criterios
totalmente diferentes, como formas de sociedad absolutamente distintas. Pero según
su realidad efectiva de sectores particulares la verdad de su particularidad reside en el
sistema universal que las contiene: en el movimiento único que ha hecho del planeta
su campo, el capitalismo.
La unidad irreal que proclama el espectáculo enmascara la división de clases
sobre la que reposa la unidad real del modo de producción capitalista. Lo que obliga a
los productores a participar en la edificación del mundo es también lo que los separa.
Lo que pone en relación a los hombres liberados de sus limitaciones locales y
nacionales es también lo que les aleja. Lo que obliga a profundizar en lo racional es
también lo que da pábulo a lo irracional de la explotación jerárquica y de la represión.
Lo que hace el poder abstracto de la sociedad hace su no-libertad concreta.
El pensamiento de la historia no puede ser salvado más que transformándose en
pensamiento práctico; y la práctica del proletariado como clase revolucionaria no
puede ser menos que la conciencia histórica operando sobre la totalidad de su mundo.
Todas las corrientes teóricas del movimiento obrero revolucionario han surgido de un
enfrentamiento crítico con el pensamiento hegeliano, tanto en el caso de Marx como
en el de Stirner o Bakunin.
El hombre, "el ser negativo que es únicamente en la medida que suprime el Ser",
es idéntico al tiempo. La apropiación por el hombre de su propia naturaleza es
también su comprensión del despliegue del universo. "La historia misma es una parte
de la historia natural, de la transformación de la naturaleza en hombre" (Marx). A la
inversa esta "historia natural" no tiene existencia efectiva más que a través del
proceso de una historia humana, de la única parte que reencuentra este todo histórico,
como el telescopio moderno cuyo alcance recupera en el tiempo la fuga de las
nebulosas en la periferia del universo. La historia ha existido siempre, pero no
siempre bajo su forma histórica. La temporalización del hombre, tal como se efectúa
por la mediación de una sociedad, equivale a una humanización del tiempo. El
movimiento inconsciente del tiempo se manifiesta y deviene verdadero en la
conciencia histórica.
El movimiento propiamente histórico, aunque todavía oculto, comienza en la
lenta e insensible formación de "la naturaleza real del hombre", esta "naturaleza que
nace en la historia humana —en el acto generador de la sociedad humana—", pero la
sociedad que ya ha dominado una técnica y un lenguaje, aunque producto de su
propia historia, no tiene otra conciencia que la de un presente perpetuo. Todo
conocimiento, limitado a la memoria de los más ancianos, siempre es allí dirigido por
los vivos. Ni la muerte ni la procreación son comprendidas como una ley del tiempo.
El tiempo permanece inmóvil, como un espacio cerrado. Cuando una sociedad más
compleja llega a tomar conciencia del tiempo su trabajo es sobre todo negarlo, pues
lo que ve en el tiempo no es lo que pasa, sino lo que vuelve. La sociedad estática
organiza el tiempo según su experiencia inmediata de la naturaleza en el modelo del
tiempo cíclico.
El tiempo cíclico domina ya en la experiencia de los pueblos nómadas, porque se
reencuentran ante las mismas condiciones en cada momento de su travesía: Hegel
señala que "la errancia de los nómadas es solamente formal, puesto que se limita a
espacios uniformes". La sociedad que al establecerse localmente da al espacio un
contenido mediante el acondicionamiento de lugares individualizados se encuentra
por ello encerrada en el interior de esta localización. El retorno temporal a lugares
parecidos es ahora el puro retorno del tiempo en un mismo lugar, la repetición de una
serie de gestos. El paso del nomadismo pastoril a la agricultura sedentaria es el final
de la libertad perezosa y sin contenido, el comienzo del trabajo. El modo de
producción agrario en general, dominado por el ritmo de las estaciones, es la base del
tiempo cíclico plenamente constituido. La eternidad le es interior: es aquí abajo el
retorno de lo mismo. El mito es la construcción unitaria del pensamiento que
garantiza el orden cósmico entero alrededor del orden que esta sociedad ya estableció
de hecho dentro de sus fronteras.
El nacimiento del poder político, que parece estar en relación con las últimas
grandes revoluciones de la técnica, como la fundición del fuego en el umbral de un
periodo que no conocerá más trastornos en profundidad hasta la aparición de la
industria, es también el momento que comienza a disolver los lazos de
consanguinidad. Desde entonces la sucesión de generaciones sale de la esfera del
puro ciclo natural para devenir acontecimiento orientado, sucesión de poderes. El
tiempo irreversible es el tiempo del que reina; y las dinastías son su primera medida.
La escritura es su arma. En la escritura el lenguaje alcanza su plena realidad
independiente de mediación entre las conciencias. Pero esta independencia es idéntica
a la independencia general del poder separado como mediación que constituye la
sociedad. Con la escritura aparece una conciencia que ya no es llevada y transmitida
en la relación inmediata de los vivos: una memoria impersonal, que es la de la
administración de la sociedad. "Los escritos son los pensamientos del estado; los
archivos su memoria." (Novalis)
Las religiones monoteístas han sido un compromiso entre el mito y la historia,
entre el tiempo cíclico dominando todavía la producción y el tiempo irreversible en
que se enfrentan y recomponen los pueblos. Las religiones surgidas del judaísmo son
el reconocimiento universal abstracto del tiempo irreversible que se encuentra
democratizado, abierto a todos, pero en lo ilusorio. El tiempo todo se orienta hacia un
único acontecimiento final: "El reino de Dios está cerca." Estas religiones nacieron
sobre el suelo de la historia y allí se establecieron. Y aún se mantienen allí en
oposición radical con la historia. La religión semihistórica establece un punto de
partida cualitativo en el tiempo, el nacimiento de Cristo, la huida de Mahoma, pero su
tiempo irreversible —al introducir una acumulación efectiva que en el Islam podría
tomar la figura de una conquista o en el cristianismo de la Reforma la de un
acrecentamiento del capital— se invierte de hecho en el pensamiento religioso como
una cuenta regresiva: la espera, en el tiempo que disminuye, del acceso al otro
mundo verdadero, la espera del Juicio final. La eternidad salió del tiempo cíclico. Es
su más allá. Es el elemento que introduce la irreversibilidad del tiempo, que suprime
la historia en la historia misma, colocándose como puro elemento puntual en que el
tiempo cíclico ha vuelto a entrar y es abolido del otro lado del tiempo irreversible.
Bossuet dirá todavía: "Y por medio del tiempo que pasa entramos en la eternidad que
no pasa".
El tiempo irreversible de la producción es en primer lugar la medida de las
mercancías. Así que el tiempo que se afirma oficialmente en toda la extensión del
mundo como el tiempo general de la sociedad, no significando más que los intereses
especializados que lo constituyen no es más que un tiempo particular.
El mundo posee ya el sueño de un tiempo cuya conciencia tiene ahora que poseer
para vivirlo realmente.
La producción capitalista ha unificado el espacio, que ya no está limitado por
sociedades exteriores. Esta unificación es al mismo tiempo un proceso extensivo e
intensivo de banalización. La acumulación de mercancías producidas en serie para el
espacio abstracto del mercado, al mismo tiempo que debía romper todas las barreras
regionales y legales y todas las restricciones corporativas de la edad media que
mantenían la calidad de la producción artesanal, debía también disolver la autonomía
y calidad de los lugares. Esta fuerza de homogeneización es la artillería pesada que ha
derribado todas las murallas chinas.
Es para llegar a ser cada vez más idéntico a sí mismo, para aproximarse mejor a la
monotonía inmóvil, para lo que el espacio libre de la mercancía es, a partir de ahora,
incesantemente modificado y reconstruido.
El urbanismo es la realización moderna de la tarea ininterrumpida que
salvaguarda el poder de clase: el mantenimiento de la atomización de los trabajadores
que las condiciones urbanas de producción habían reagrupado peligrosamente. La
lucha constante que ha debido sostenerse contra todos los aspectos de esta posibilidad
de reunirse encuentra en el urbanismo su campo privilegiado. El esfuerzo de todos los
poderes establecidos después de las experiencias de la Revolución francesa para
acrecentar los medios de mantener el orden en la calle culminará finalmente en la
supresión de la calle.
"Con los medios de comunicación de masas que eliminan las grandes distancias el
aislamiento de la población ha demostrado ser un modo de control mucho más
eficaz", constata Lewis Mumford en La ciudad a través de la historia. Pero el
movimiento general del aislamiento que es la realidad el urbanismo debe también
contener una reintegración controlada de los trabajadores según las necesidades
planificables de la producción y el consumo. La integración en el sistema debe
recuperar a los individuos en tanto que individuos aislados en conjunto: tanto las
fábricas como las casas de cultura, los pueblos de veraneo como "las grandes
urbanizaciones" están especialmente organizados para los fines de esta seudocolectividad que acompaña también al individuo aislado en la célula familiar: el
empleo generalizado de receptores del mensaje espectacular hace que su aislamiento
se encuentre poblado de imágenes dominantes, imágenes que solamente por este
aislamiento adquieren su pleno poder.
La cultura es la esfera general del conocimiento y de las representaciones de lo
vivido en la sociedad histórica dividida en clases; lo que viene a decir que es el poder
de generalización existiendo aparte, como división del trabajo intelectual y trabajo
intelectual de la división. La cultura se ha desprendido de la unidad de la sociedad del
mito, cuando "el poder de unificación desaparece de la vida del hombre y los
contrarios pierden su relación y su interacción vivientes y adquieren autonomía..."
(Diferencia entre los sistemas de Fichte y Schelling). Al ganar su independencia, la
cultura comienza un movimiento imperialista de enriquecimiento que es al mismo
tiempo el ocaso de su independencia. La historia que crea la autonomía relativa de la
cultura y las ilusiones ideológicas sobre esta autonomía se expresan también como
historia de la cultura. Y toda la historia conquistadora de la cultura puede ser
comprendida como la historia de la revelación de su insuficiencia, como una marcha
hacia su autosupresión. La cultura es el lugar donde se busca la unidad perdida. En
esta búsqueda de la unidad, la cultura como esfera separada está obligada a negarse a
sí misma.
La lucha entre la tradición y la innovación, que es el principio del desarrollo
interno de la cultura de las sociedades históricas, no puede proseguirse más que a
través de la victoria permanente de la innovación. Pero la innovación en la cultura es
acarreada nada más que por el movimiento histórico total que, al tomar conciencia de
su totalidad, tiende a superar sus propias presuposiciones culturales y va hacia la
supresión de toda separación.
El impulso de los conocimientos de la sociedad, que contiene la comprensión de
la historia como núcleo de la cultura, toma de sí mismo un conocimiento sin vuelta
atrás que se ha expresado por la destrucción de Dios. Pero esta "condición primera de
toda crítica" es también la obligación primera de una crítica infinita. Allí donde
ninguna regla de conducta puede ya mantenerse, cada resultado de la cultura la hace
avanzar hacia su disolución. Como la filosofía en el momento en que ha conseguido
su plena autonomía, toda disciplina devenida autónoma debe desplomarse, en primer
lugar en cuanto pretensión de explicación coherente de la totalidad social, y
finalmente incluso en cuanto instrumentación parcelaria utilizable dentro de sus
propias fronteras. La falta de racionalidad de la cultura separada es el elemento que
la condena a desaparecer, puesto que en ella la victoria de lo racional ya está presente
como exigencia.
Al perder la comunidad de la sociedad del mito, la sociedad debe perder todas las
referencias de un lenguaje realmente común, hasta el momento en que la escisión de
la comunidad inactiva puede ser superada mediante el acceso a la real comunidad
histórica. El arte, que fue ese lenguaje común de la inacción social, desde que se
constituye como arte independiente en el sentido moderno, emergiendo de su primer
universo religioso y llegando a ser producción individual de obras separadas,
experimenta, como caso particular, el movimiento que domina la historia del
conjunto de la cultura separada. Su afirmación independiente es el comienzo de su
disolución.
Cuando el arte independizado representa su mundo con sus colores
resplandecientes, un momento de la vida ha envejecido y no se deja rejuvenecer con
colores resplandecientes. Sólo se deja evocar en el recuerdo. La grandeza del arte no
comienza a aparecer hasta el crepúsculo de la vida.
Sin duda, el concepto crítico de espectáculo puede ser también vulgarizado en
cualquier fórmula vacía de la retórica sociológico-política para explicar y denunciar
todo abstractamente y así servir a la defensa del sistema espectacular. Pues es
evidente que ninguna idea puede llevar más allá del espectáculo existente, sino
solamente más allá de las ideas existentes sobre el espectáculo. Para destruir
efectivamente la sociedad del espectáculo son necesarios hombres que pongan en
acción una fuerza práctica. La teoría crítica del espectáculo no es verdadera más que
uniéndose a la corriente práctica de la negación de la sociedad, y esta negación, la
recuperación de la lucha de la clase revolucionaria, llegará a ser consciente de sí
misma desarrollando la crítica del espectáculo, que es la teoría de sus condiciones
reales, de las condiciones prácticas de la opresión actual y desvela inversamente el
secreto de lo que ella puede ser. Esta teoría no espera el milagro de la clase obrera.
Considera la nueva formulación y la realización de las exigencias proletarias como
una tarea de largo aliento. Para distinguir artificialmente entre lucha teórica y lucha
práctica —ya que sobre la base aquí definida la constitución misma y la
comunicación de tal teoría ya no puede concebirse sin una práctica rigurosa— es
seguro que el encadenamiento oscuro y difícil de la teoría crítica deberá ser también
la porción de movimiento práctico actuando a escala de la sociedad.
La teoría crítica debe comunicarse en su propio lenguaje. Es el lenguaje de la
contradicción, que debe ser dialéctico en su forma como lo es en su contenido. Es
crítica de la totalidad y crítica histórica. No es un "grado cero de la escritura", sino su
inversión. No es una negación del estilo, sino un estilo de la negación.
Incluso en su estilo la exposición de la teoría dialéctica es un escándalo y una
abominación según las reglas del lenguaje dominante y para el gusto que ellas han
educado, porque en el empleo positivo de los conceptos existentes incluye a la vez la
inteligencia de su fluidez recobrada, de su necesaria destrucción.
Este estilo que contiene su propia crítica debe expresar la dominación presente
sobre todo su pasado. Por medio de él el modo de exposición de la teoría dialéctica
da testimonio del espíritu negativo que hay en ella. "La verdad no es como el
producto en el cual no se encuentra rastro alguno de la herramienta" (Hegel). Esta
conciencia teórica del movimiento, en la que la huella misma del movimiento debe
estar presente, se manifiesta por la inversión de las relaciones establecidas entre los
conceptos y por el desvío de todas las adquisiciones de la crítica anterior. La
inversión del genitivo es esta expresión de las revoluciones históricas, consignada en
la forma del pensamiento que fue considerada como el estilo epigramático de Hegel.
Preconizando la sustitución del sujeto por el predicado según el uso sistemático
hecho por Feuerbach el joven Marx alcanzó el empleo más consecuente de este estilo
insurreccional que de la filosofía de la miseria extrae la miseria de la filosofía. El
desvío arrastra a la subversión las conclusiones críticas pasadas que se han fijado
como verdades respetables, es decir, transformadas en mentiras. Kierkegaard ya lo
empleó de modo deliberado, añadiéndole su propia denuncia: "Pero pese a tantas idas
y venidas, así como la mermelada siempre va a parar a la despensa, siempre terminas
deslizando algún dicho que no te pertenece y que inquieta por el recuerdo que
despierta" (Migajas filosóficas). Es la obligación de la distancia hacia lo que ha sido
falsificado como verdad oficial lo que determina este empleo del desvío, confesado
así por Kierkegaard en el mismo libro: "Una única observación todavía a propósito de
tus numerosas alusiones referentes todas al prejuicio de que yo mezclo a mis dichos
conceptos prestados. No lo niego aquí ni ocultaré tampoco que esto era voluntario y
que en una nueva continuación de este folleto, si alguna vez la escribo, me propongo
llamar al objeto por su verdadero nombre y revestir el problema con una investidura
histórica".
Las ideas se mejoran. El sentido de las palabras participa en ello. El plagio es
necesario. El progreso lo implica. Da más precisión a la frase de un autor, se sirve de
sus expresiones, elimina una idea falsa, la reemplaza por la idea justa.
El desvío es lo contrario de la cita, de la autoridad teórica falsificada siempre por
el solo hecho de haberse convertido en cita; fragmento arrancado de su contexto, de
su movimiento y finalmente de su época como referencia global y de la opción
precisa que ella era en el interior de esta referencia, exactamente reconocida o
errónea. El desvío es el lenguaje fluido de la anti-ideología. Aparece en la
comunicación que sabe que no puede pretender que detenta ninguna garantía en sí
misma y de modo definitivo. Es en el mayor grado el lenguaje que ninguna referencia
antigua y supracrítica puede confirmar. Es por el contrario su propia coherencia, en sí
misma y con los hechos practicables, la que puede confirmar el antiguo núcleo de
verdad que transmite. El desvío no ha fundado su causa sobre nada exterior a su
propia verdad como crítica presente.
Solamente la negación real de la cultura conservará su sentido. Ella ya no puede
ser cultural. De tal forma que es lo que permanece, de alguna manera, al nivel de la
cultura, aunque en una acepción diferente por completo.
En el lenguaje de la contradicción la crítica de la cultura se presenta unificada: en
cuanto que domina el todo de la cultura —su conocimiento como su poesía— y en
cuanto que ya no se separa más de la crítica de la totalidad social. Es esta crítica
teórica unificada la única que va al encuentro de la práctica social unificada.
La ideología es la base del pensamiento de una sociedad de clases en el curso
conflictual de la historia. Los hechos ideológicos no han sido jamás simples
quimeras, sino la conciencia deformada de las realidades, y como tales factores reales
ejerciendo a su vez una real acción deformante; con mayor razón la materialización
de la ideología que entraña el éxito concreto de la producción económica
autonomizada, en la forma del espectáculo, confunde prácticamente con la realidad
social una ideología que ha podido rehacer todo lo real según su modelo.
Cuando la ideología, que es la voluntad abstracta de lo universal y su ilusión, se
encuentra legitimada por la abstracción universal y la dictadura efectiva de la ilusión
en la sociedad moderna, ya no es la lucha voluntarista de lo parcelario sino su triunfo.
A partir de aquí la pretensión ideológica adquiere una especie de llana exactitud
positivista: ya no es una elección histórica sino una evidencia. En una afirmación tal
los nombres particulares de las ideologías se desvanecen. La parte misma del trabajo
propiamente ideológico al servicio del sistema ya no se concibe más que como
reconocimiento de un "pedestal epistemológico" que aspira a estar más allá de todo
fenómeno ideológico. La ideología materializada carece de nombre propio, así como
carece de programa histórico enunciable. Esto equivale a decir que la historia de las
ideologías ha terminado.
El espectáculo es la ideología por excelencia porque expone y manifiesta en su
plenitud la esencia de todo sistema ideológico: el empobrecimiento, el sometimiento
y la negación de la vida real. El espectáculo es materialmente la "expresión de la
separación y el alejamiento entre el hombre y el hombre". La "nueva dominación del
engaño" concentrada allí tiene su base en esta producción, por cuyo intermedio "con
la masa de objetos crece... el nuevo dominio de seres extraños a los que se halla
sometido el hombre". Es el estadio supremo de una expansión que ha vuelto la
necesidad contra la vida. "La necesidad del dinero es pues la verdadera necesidad
producida por la economía política, y la única necesidad que ella produce"
(Manuscritos económico-filosóficos). El espectáculo extiende a toda la vida social el
principio que Hegel en la Realfilosofía de Jena concibe como el del dinero; es "la
vida de lo que está muerto, moviéndose en sí misma".
El espectáculo, que es la eliminación de los límites entre el yo y el mundo
mediante el aplastamiento del yo asediado por la presencia-ausencia del mundo es
igualmente la eliminación de los límites entre lo verdadero y lo falso mediante el
reflujo de toda verdad vivida bajo la presencia real de la falsedad que asegura la
organización de la apariencia. El que sufre pasivamente su destino cotidianamente
alienado es empujado entonces hacia una locura que reacciona ilusoriamente ante este
sino recurriendo a técnicas mágicas. El reconocimiento y el consumo de mercancías
están en el centro de esta seudorespuesta a una comunicación sin respuesta. La
necesidad de imitación que experimenta el espectador es precisamente la necesidad
infantil, condicionada por todos los aspectos de su desposesión fundamental. Según
los términos que Gabel aplica a un nivel patológico totalmente distinto "la necesidad
anormal de representación compensa aquí un sentimiento torturante de estar al
margen de la existencia".
Si la lógica de la falsa conciencia no puede conocerse a sí misma verídicamente la
búsqueda de la verdad crítica sobre el espectáculo debe ser también una crítica
verdadera. Tiene que luchar prácticamente entre los enemigos irreconciliables del
espectáculo y aceptar estar ausente allí donde ellos están ausentes. Son las leyes del
pensamiento dominante, el punto de vista exclusivo de la actualidad, que reconoce la
voluntad abstracta de la eficacia inmediata cuando se arroja hacia los compromisos
del reformismo o de la acción común con los residuos seudorevolucionarios. Con ello
el delirio se ha reconstituido en la misma posición que pretende combatirlo. Por el
contrario, la crítica que va más allá del espectáculo debe saber esperar.
Emanciparse de las bases materiales de la verdad invertida, he aquí en qué
consiste la autoemancipación de nuestra época. Esta "misión histórica de instaurar la
verdad en el mundo" no pueden cumplirla ni el individuo aislado ni la muchedumbre
automatizada y sometida a las manipulaciones, sino ahora y siempre la clase que es
capaz de ser la disolución de todas las clases devolviendo todo el poder a la forma
desalienante de la democracia realizada, el Consejo, en el cual la teoría práctica se
controla a sí misma y ve su acción. Únicamente allí donde los individuos están
"directamente ligados a la historia universal"; únicamente allí donde el diálogo se ha
armado para hacer vencer sus propias condiciones.
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