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Foto del escritorAmenhotep VII

La Libertad Interior - Jiddu Krishnamurti



Vivimos en un mundo que está por completo roto y fragmentado, un mundo en

que hay una constante lucha de un grupo contra otro, de una clase, una nación, una

ideología contra otra, etc. Tecnológicamente ha habido un gran adelanto, pero hay

ahora más fragmentación que nunca. Cuando uno observa de hecho lo que está

sucediendo, ve que es absolutamente indispensable que el hombre, es decir, cada uno

de nosotros, aprenda a cooperar. No hay nada en que nos sea posible trabajar juntos,

no importa que sea a favor de la nueva escuela o de la relación de uno con otro o para

terminar con las monstruosas guerras que han proseguido, si cada individuo, si cada

ser humano se está aislando en una ideología, con su vida fundamentada en un

principio, una disciplina, una técnica, una creencia, un dogma. Con una base como

esa, no puede haber cooperación. Esto me parece obvio en grado tal que no

necesitamos discutirlo. Y estábamos examinando el problema de si es absolutamente

posible destruir todos estos valores que uno ha establecido deliberadamente contra

otros: si es del todo posible que el hombre sea libre.

Decíamos que la libertad, tanto en lo externo como en lo interno, no puede ser

producto de ningún sistema, lo mismo si es político que económico, comunista o

capitalista, ni de ninguna religión organizada, ni del acto de seguir a determinado

grupito separado de los demás. Examinamos eso lo suficiente el otro día; dijimos

además que a la libertad no se llega por ninguna filosofía, por ninguna teoría

intelectual. Vamos, pues, a examinar esta mañana la posibilidad de que cada uno de

nosotros se libre realmente de cualquier sistema o método. Es una de las cosas más

complejas de comprender.

Cuando hablamos de sistemas, no nos referimos sólo a seguir externamente una

creencia, un gurú, un instructor, una particular religión organizada, etc.; sino también

el hecho de seguir un hábito mental, de vivir según cierta creencia, dogma o

principio. Todo ello forma una clase de sistema. Uno tiene que preguntar por qué el

hombre insiste en seguir un sistema. En primer lugar, por qué usted y yo queremos un

sistema internamente; y, en segundo lugar por qué también queremos uno

externamente. ¿Por qué quiere usted un sistema, siendo el sistema una tradición, una

disciplina, un hábito, una serie de rutinas que la mente sigue? ¿Por qué? Si

desechamos una serie de rutinas entonces seguimos otra.

Decíamos que la paz, el amor o la belleza no son posibles si no hay libertad

completa. Decíamos que, evidentemente, no es posible ser libres totalmente,

completamente, si en nuestro interior, psicológicamente, seguimos un método, un

sistema o un hábito particular que hemos cultivado acaso durante muchos años o

muchas generaciones, hábito que se ha convertido en tradición. ¿Por qué hacemos

esto? Espero que mi pregunta esté clara. La tradición puede ser de ayer o de hace mil

años. Es una tradición creer que usted es católico o protestante. Se trata de un sistema

cuando dice «soy francés» o usted pertenece a un grupo determinado o piensa con

arreglo a una cultura determinada. ¿Por qué hacemos esto? ¿Es que la mente está

buscando seguridad, tratando de estar a salvo, segura? ¿Puede alguna vez ser libre

una mente que de manera constante busca psicológicamente seguridad para sí misma?

Y si no es libre, ¿puede alguna vez ver la verdad? ¿Puede alguna vez ver lo verdadero

por medio de un sistema o tradición que le promete eventualmente la belleza, un

estado de mente indescriptible?

Por favor, pensemos de nuevo en esto, más bien examinémoslo. Si se me permite

sugerirlo, no escuchen simplemente un número de palabras. Decir «Intelectualmente

comprendo» es una afirmación tan falsa… Cuando decimos que entendemos

intelectualmente, queremos decir que oímos muchas palabras cuyo sentido

comprendemos. Pero comprender significa también acción inmediata; no es que

primero hay comprensión y más tarde, acaso muchos días después, viene la acción.

Usted ve el significado de este problema particular; ve que no es posible que exista la

libertad cuando se persigue algo o cuando se acepta u obedece cualquier ideología o

tradición determinada. Si usted ve esto en realidad, no verbalmente, entonces hay

acción, y lo abandona de inmediato. Pero, decir «comprendo verbalmente eso de que

usted está hablando», es simplemente eludir el hecho real.

¿Por qué, psicológicamente, queremos seguridad? Tiene que haber seguridad

material: alimentos, ropas y albergue. Eso es obvio. Pero ¿por qué la mente busca

certeza, exige una estructura que se convierta en sistema que le dé seguridad? ¿Por

qué? ¿Y por qué insiste constantemente en su propia seguridad, en su propia

protección, en su propia certidumbre? ¿Puede jamás ser libre una mente que

psicológicamente esté segura de algo? Lo cual no significa que la mente haya de estar

siempre en un estado de incertidumbre. Esto suscita un problema de dualidad. El

conflicto, en cualquier forma que sea, es un derroche de energía. Cuando hay

dualidad, hay conflicto, y éste en esencia es un completo desperdicio de energía.

Cuando la mente busca certeza, tiene que crear inevitablemente el propio opuesto de

ésta. Cuando mi mente está buscando con insistencia un estado en el que no haya

trastorno, perturbación, conflicto, tiene que huir de modo inevitable hacia lo opuesto,

hacia el trastorno, la perturbación y el conflicto. Surge la incertidumbre y la urgencia

de certeza. Hay conflicto entre ambas cosas, y este conflicto en que estamos presos la

mayoría de nosotros es un desgaste de energía. ¿Por qué, pues busca certeza la

mente?

Nos preguntamos por qué ocurre que la mente siempre busca una imagen, una

fórmula, confiando en un estado de certeza que llega a ser el sistema. Aunque la

mente busque constantemente protección, una sensación de seguridad y permanencia,

nunca preguntamos si es que existe del todo semejante estado. Lo deseamos. Lo

exigimos, pero ¿existe tal estado? Deseo una relación permanente con mi amigo, con

mi esposa; y la urgencia de tal relación permanente es el sistema, la tradición, la

estructura que va a establecer un sentido de permanencia en esa relación.

Por eso me pregunto: ¿Por qué no puede la mente vivir libre? ¿Por qué se aferra a

fórmulas y sistemas? Es obvio que tiene miedo y que desea alguna imagen, algún

símbolo, fórmula o sistema en los que pueda apoyarse. (Por favor, obsérvelo en usted

mismo). Y cuando se agarra a algo en forma desesperada, no sólo teme perderlo, sino

que ese mismo hecho de aferrarse a algo, ese miedo mismo de perderlo, está creando

el propio opuesto de ello. Hay lucha entre el deseo de certeza y el miedo de no estar

seguro. Y prosigue una batalla.

La mente puede inquirir si hay en la vida permanencia psicológica; puede tratar

de descubrir si de algún modo es posible tal estado. ¿O no puede ser que descubra

que la vida es un constante movimiento, un estado en que siempre está ocurriendo lo

nuevo? Pero la mente no puede ver lo nuevo, porque constantemente está viviendo en

el pasado. El pasado, que es el sistema. Cuando usted dice: «soy cristiano» o «soy

hindú», el que habla es el pasado y usted no puede ver nada nuevo. Y la vida puede

ser algo extraordinario en su movimiento mismo, precisamente ese movimiento que

es lo nuevo y que nosotros rechazamos. Este movimiento es la libertad.

Sólo hay una cuestión, una crisis o reto para el hombre, que consiste en que tiene

que ser completamente libre. Mientras la mente se aferre a una estructura, a un

método, a un sistema, no habrá libertad. ¿Puede abandonarse por completo esta

estructura, inmediatamente?

El condicionamiento de la mente, que ha continuado durante muchos años o siglos, ese mismo condicionamiento es el sistema, la tradición, el hábito, etc. Mientras la mente esté

cautiva en todo eso, nunca podrá ser libre. Y esta libertad no está al final; no es una

cuestión de liberarse con el tiempo; no existe eso de liberarse «eventualmente», es

decir, «llegar a ser» libre mediante una disciplina, una fórmula. La fórmula o el

sistema sólo sirve para reformar el condicionamiento aunque de maneras distintas y

no hay libertad. La pregunta es, por lo tanto: ¿Es posible que una mente condicionada

en forma tan excesiva quede libre por completo de este condicionamiento,

inmediatamente? Porque, en caso contrario, tal condicionamiento persistirá de

diversas maneras. ¿Podemos seguir adelante partiendo de este punto?

Uno nace dentro de la doctrina cristiana, la católica, o bien pertenece a una de las

muchas ramas del protestantismo. Está condicionado desde la infancia, creyendo en

un Salvador, en sacerdotes, en rituales, en un solo Dios —ya se sabe— en todas estas

cosas. O usted es comunista, criado en el comunismo, condicionado por lo que

dijeron Lenin o Marx. Por cierto que me estaba riendo solo al ver con qué facilidad

quedamos presos en las palabras. El comunista sustituye la palabra «Jesús» y su

filosofía por la palabra «Lenin» y la filosofía de éste. Muy fácilmente quedamos

cogidos en una red de palabras. Estamos condicionados, y el reto, la crisis en la

totalidad de la conciencia, es que el hombre tiene que ser libre: de lo contrario, va a

destruirse a sí mismo.

¿Puede desechar la mente todo su condicionamiento de modo que sea libre en

realidad, no de manera verbal o teórica o ideológica, sino de hecho libre

completamente? Ese es el único reto, el único problema, ahora y siempre. Si usted

también ve la importancia de esto, entonces podemos examinar la pregunta de si la

mente puede descondicionarse a sí misma. ¿Podemos seguir adelante desde aquí? ¿Es

posible? En esta pregunta están implicadas varias cosas. En primer lugar, ¿cuál es la

entidad que va a descondicionar la mente condicionada? ¿Comprenden? Yo quiero

descondicionarme. Habiendo nacido hindú o habiéndome criado en determinada parte

del mundo, con todas las impresiones, culturas, libros, revistas, con lo que la gente ha

dicho o no ha dicho, tan constante presión ha moldeado mi mente. Y veo que ésta

tiene que ser del todo libre. Pero ¿cómo va a ser libre? ¿Hay alguna entidad que la

vaya a liberar?

El hombre ha dicho que esa entidad existe; la llaman el Atman en la India, el alma

o la gracia de Dios en Occidente, esto o aquello. Es una entidad que traerá esta

libertad si se le da la oportunidad de hacerlo. Se sugiere que si vivo rectamente, si

hago ciertas cosas, si sigo ciertas fórmulas, ciertos sistemas, ciertas creencias,

entonces seré libre. De modo que primero se afirma que existe una forma o agente

eterno superior que me ayudará a ser libre, que liberará mi mente si hago estas cosas,

¿no es así? Pero el «si usted hace estas cosas» es un sistema que va a condicionarme,

y eso es lo que ha sucedido. Los teóricos y los teólogos y las personas de diversas

religiones han dicho: «haz estas cosas, practica, medita, domina, compele, reprime,

sigue, obedece». Y luego, al final, ese agente externo vendrá, hará algún milagro y

usted será libre. Vea cuán falso es esto. Y sin embargo, todas las religiones lo creen

de manera distinta. Por lo tanto, si usted ve la verdad de esto, que no hay agente

exterior, Dios —lo que sea— que vaya a liberar la mente condicionada, entonces toda

la estructura religiosa organizada de los sacerdotes con sus rituales, con su murmullo

de palabras y más palabras sin sentido, ya no tendrá significación alguna.

En segundo lugar, si usted ha desechado todo eso realmente, ¿cómo es posible

que se disuelva este condicionamiento? ¿Cuál es la entidad que va a hacerlo? Usted

ha descartado ese agente exterior, lo sagrado, lo divino, todo eso; luego tiene que

haber alguien que vaya a disolverlo. Entonces, ¿quién es? ¿El observador? ¿El yo,

que es el mismo observador? Detengámonos en esa palabra: el «observador» —eso es

suficiente. ¿Es el observador el que va a disolverlo? El observador dice: «tengo que

ser libre y, por lo tanto, tengo que desembarazarme de todo este condicionamiento».

Usted ha rechazado la entidad superior, el agente divino, pero ha creado usted otro,

que es el observador. Ahora bien, ¿es el observador distinto de la cosa observada por

él? Por favor, siga esto. ¿Entiende? Esperábamos que un agente externo nos liberase:

Dios, los Salvadores, Maestros, los gurús, etc. Si usted descarta todo eso, entonces

verá que también tiene que descartar al observador, que es otra clase de agente. El

observador es resultado de la experiencia, del conocimiento, del deseo de liberarse de

su propio condicionamiento. Él dice: «tengo que ser libre». El «yo» es el observador.

El yo dice: «tengo que liberarme». Pero ¿es el yo distinto de aquello que observa? Él

afirma: «estoy condicionado, soy nacionalista, soy católico, soy esto, soy aquello».

¿Es en realidad diferente el «yo» de la cosa que está separada de él, la que es, según

dice, su condicionamiento?

De modo que el «observador», el «yo» —ese «yo» que dice que es diferente de la

cosa de la cual quiere librarse— ¿está separado en realidad de la cosa observada? ¿Es

eso? ¿Es que hay dos entidades separadas, el observador distinto de la cosa

observada? ¿O es que hay sólo una cosa, y que lo observado es el observador, y éste

es aquél?

Cuando usted ve la verdad de que el observador es lo observado, entonces no hay

dualidad alguna, por lo tanto, no hay conflicto (habíamos dicho que es un derroche de

energía). Entonces sólo existe el hecho real, el hecho de que la mente está

condicionada. No significa que «yo esté condicionado y vaya a librarme de mi

condicionamiento». Así es que cuando la mente ve la verdad de esto, entonces no hay

dualidad, sino sólo un estado de condicionamiento, o estado condicionado. Ninguna

otra cosa.

¿Ve usted, pues, eso, no como una idea, sino de hecho? ¿Ve usted realmente que

sólo existe el condicionamiento, no el «yo» y el «condicionamiento» como dos cosas

distintas: el «yo» ejerciendo su «voluntad» para librarse del condicionamiento, y de

ahí el conflicto? Cuando usted ve que el observador es lo observado, no hay conflicto

en absoluto; éste se elimina del todo, de modo que cuando la mente ve que sólo hay

un estado condicionado, ¿qué va a suceder entonces? Usted ha eliminado del todo la

entidad que va a ejercer su poder, disciplina o voluntad para librarse de este

condicionamiento, lo que significa en esencia que la mente ha eliminado del todo el

conflicto.

Ahora bien, ¿lo ha hecho usted? Si no lo ha hecho, no podemos seguir adelante.

Mire —para decirlo con mayor sencillez— cuando usted ve un árbol, existe el

observador —el que ve— y la cosa vista. Entre el observador y la cosa observada hay

un espacio; entre la entidad que ve el árbol y éste hay un espacio. Él mira ese árbol y

tiene diversas imágenes o ideas sobre los árboles. A través de esas innumerables

imágenes, mira el árbol. ¿Puede él eliminar esas imágenes botánicas, estéticas, etc.,

de modo que mire el árbol sin ninguna imagen, sin idea alguna? ¿Lo ha intentado

usted alguna vez? Si no lo ha intentado, si no lo hace, no podrá penetrar en este

problema mucho más complejo que estamos investigando. El de la mente que lo ha

mirado todo como «el observador», como algo distinto de la cosa observada y, por lo

tanto, con un espacio, una distancia entre ella como «el observador» y la cosa

«observada»; como el espacio que hay entre usted mismo y el árbol. Si puede

hacerlo, es decir, si usted puede mirar un árbol sin ninguna imagen, sin ningún

conocimiento, entonces el observador es lo observado. Eso no quiere decir que se

convierta en el árbol —cosa que sería muy tonta— sino que desaparece la distancia

entre el observador y lo observado. Y ese no es una especie de estado místico,

abstracto o hermoso, no significa que usted caiga en un éxtasis.

Cuando la mente descarta el factor externo —divino o místico, o cualquier cosa

que sea invención de una mente que no ha podido resolver el problema de liberarse

de su propio condicionamiento— cuando descarta ese agente exterior, inventa otro, el

«yo», el «observador», que dice: «voy a librarme de mi condicionamiento». Pero de

hecho sólo existe una mente que se halla en estado condicionado, no la dualidad de

una mente que dice que está condicionada, que tiene que ser libre, que tiene que

ejercer la voluntad sobre su estado condicionado. Sólo existe una mente

condicionada. Por favor, escuche esto con mucho cuidado. Si realmente escucha con

atención, con todo su corazón, con toda su mente, verá lo que pasa. La mente está

condicionada, ¡sólo eso! No hay nada más. Todas las invenciones psicológicas —

relación permanente, divinidad, dioses, todo lo demás— nacen de esta mente

condicionada. Sólo hay eso y ninguna otra cosa más. ¿Es esto un hecho para usted?

Esta es la cuestión. Si usted puede llegar a este hecho, es en verdad, una cosa de

extraordinaria importancia. Porque en la observación de eso solamente, y nada más,

empieza el sentido de libertad, que es la liberación del conflicto.

Interlocutor: ¿Podría usted repetir la última afirmación?

K.: Dije, creo, que si usted ve sólo ese estado, si lo conoce por completo, si se da

cuenta, sin elección alguna, de que la mente está totalmente condicionada, entonces

conocerá, o empezará a sentir o captar el aroma o el gusto de ese extraordinario

sentido de libertad. Empezará. Pero usted aún no lo tiene, no se escape con sólo el

aroma de un perfume.

Interlocutor: Si digo que «tengo la mente condicionada», ese «yo» es también un

condicionamiento; entonces no sé, qué otra cosa queda.

K.: Eso es precisamente. Si digo: «Yo estoy condicionado», ese «yo» lo está

también. ¿Qué queda entonces? Sólo existe un estado condicionado. Vea que en

efecto sólo existe eso. Más la mente se opone a ello, quiere hallar una salida. No dice

que está condicionada y que se quedará ahí tranquilamente. Cualquier movimiento

por mi parte, consciente o inconsciente, es el movimiento de lo condicionado.

¿Cierto? No hay, pues, movimiento, sino sólo un estado condicionado. Si usted puede

quedarse por completo así sin volverse neurótico —¿entiende?— entonces usted lo

descubrirá. Pero dirá: «¿cuál es la entidad que va a descubrir?». No hay otra entidad

que vaya a descubrir. Así empezará la misma cosa, la oposición, el hallar una salida.

No sé si usted está siguiendo todo esto.

La mente siempre ha eludido este estado implacable. Está condicionada desde la

infancia, desde el principio mismo de la vida, desde hace millones de años, y ensaya

todas las formas para escapar: dioses, sistemas, filosofías, sexo, placer, ideas. Hace

todo por salir de ese estado condicionado, y aún lo sigue haciendo cuando dice:

«tengo que ir más allá de esto». Así que, no importa el movimiento que haga una

mente condicionada, cualquiera que sea el movimiento que siga continuará en estado

de condicionamiento. Por eso uno se pregunta si la mente podrá quedarse por

completo con el hecho, y nada más. ¿Comprende? Quedar así, habiendo descartado

todo el sistema de gurús, maestros, instructores, salvadores, ya sabe, todas las cosas

que el hombre ha inventado para ser libre.


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