Si hablamos de una forma posible de adentrarse en el alma al punto de ungirse con la eternidad, hablamos de la poesía. Y si hablamos de un poeta que ha sabido embeberse en estas formas, hablamos de Friedrich Gottlieb Klopstock. Admirado por Goethe, Schopenhauer, Schiller, Hölderlin y demás personalidades, fue un autor germano que marcó una etapa decisiva en la historia de la literatura del siglo XVIII. Su infancia en Friedeburg fue su primer punto de contacto con la naturaleza, de la cual queda maravillado y jamás se desprendería. Podemos decir que sus poemas revelan esta unión eterna entre el infinito y la finitud y la ascendencia luminosa que reside desde siempre en nuestro interior de forma natural. Coincidimos con Manly Palmer Hall cuando define al misticismo como “la forma que tiene el corazón para hacer alma del conocimiento”, y la poesía es sin duda una de las fieles herramientas para lograr alcanzar este estado de nuestro ser que Klopstock manifiesta tan bellamente en su lírica. Fue el primer alemán en emplear el hexámetro dactílico cataléctico en su obra La Mesíada, de la cual hablaremos luego. Esta línea métrica de origen griego arcaico es utilizada en La Odisea y en La Ilíada por Homero, a quien consideraba como el príncipe de los poetas. Esta veneración por la cultura lírica griega parece heredarla febrilmente el también poeta Friedrich Hölderlin en su Hiperión o el eremita en Grecia. Sus cantos religiosos alcanzan la máxima expresión en la obra mencionada anteriormente La Mesíada, que le demandaría 25 años terminar. El poema cuenta el sacrificio de Cristo para la redención de la humanidad, el tormento del alma y el papel que tienen los ángeles y demonios ante la pasión y la muerte del mesías en la tierra. Particularmente, el canto X es nuestro favorito, donde todas las almas de la existencia se mueven alrededor de la cruz del salvador, una especie de danza que conmueve desde el mismo fuego poético que desprenden sus versos. El legado de Klopstock ha dejado una influencia muy grande, al punto que en una de las obras más trascendentales de Goethe, el protagonista, el joven Werther, tiene al autor como máxima figura y se nutre de su poesía para experimentar las maravillas de la naturaleza en todo su esplendor, tanto es así que dice: “Ella estaba de pie, apoyada sobre sus codos; su mirada atravesaba la región, miraba al cielo y me miraba mí, vi sus ojos llenos de lágrimas, ella posó su mano sobre la mía y dijo: «¡Klopstock!». Recordé inmediatamente aquella sublime oda a la que se refería y me sumergí en la corriente de sensaciones que despertó en mí con este sortilegio. No pude resistirme más, me incliné sobre su mano y la besé entre las más deliciosas lágrimas. Y volví a buscar sus ojos. ¡Noble poeta! ¡Si hubieras visto tu divinización en esta mirada! ¡Ya no quiero que nadie profane tu nombre mencionándolo!” Y luego: “Mi alma está inundada de una maravillosa alegría comparable a las dulces mañanas de primavera que disfruto ahora con todo mi corazón. Estoy solo y disfruto de mi vida en esta región, que parece ideada para espíritus como el mío. Soy tan feliz, amigo mío, estoy tan inmerso en esta plácida existencia, que mi arte se resiente. Ahora no podría dibujar ni un solo trazo y nunca he sido mejor pintor. Cuando el encantador valle vaporea a mi alrededor y el sol, desde lo alto, roza la superficie de la impenetrable oscuridad de mi bosque, adentrándose sólo algunos rayos furtivos en el santuario interno, me echo sobre la mullida hierba junto a las aguas descendientes del arrollo y, al estar tan cerca de la tierra, la infinita variedad de hierbecillas me resulta extraña; cuando percibo el pulular de ese pequeño mundo que habita entre las briznas, las incontables y misteriosas figuras de los pequeños gusanos; cuando siento a los mosquitos acercarse a mi corazón y advierto la presencia del Todopoderoso que nos creó a su imagen, el aliento del Ser que ama a todas las criaturas y que nos lleva y nos mantiene en un gozo eterno… ¡Amigo mío! Y cuando más tarde anochece ante mis ojos y tanto el mundo a mi alrededor como el cielo reposan en mi espíritu como si fueran la imagen de una amada, entonces a menudo me invade la nostalgia y pienso: «¡Ay, si tan sólo pudieras expresarlo, si pudieras insuflar al papel lo que habita en ti con tanto fuego, con tanta plenitud, de manera que reflejara tu alma como tu alma es espejo del Dios eterno!». Amigo mío… Pero sucumbo, caigo derrotado bajo la formidable belleza de estas visiones.” Podemos notar la pasión del legado que desciende de la intensa fe de Klopstock y el acercamiento que nos brinda su canto al canto de Dios. Él mismo afirma: “El Dios que creó estos cielos justos con la misma facilidad que ese árbol joven verde; el que ha otorgado al hombre una vida de trabajo duro, de alegrías transitorias y dolores fugaces, para que no olvide el valor superior de su alma duradera, y pueda sentir que la inmortalidad lo esperaba más allá de la tumba; Él, ÉL, es solo uno ¡Dios!" Por supuesto que no es una tarea fácil leer una obra tan personal, tan fervientemente religiosa si uno no comparte el mismo credo, pero hay que tener en cuenta que hablamos de una visión, de una voluntad ardiente por adentrarse en lo más profundo de su interior. El panegirista Fastenrath cuenta del autor: “Todas sus poesías requieren, para ser comprendidas, un esfuerzo grande de nuestro pensamiento y toda la potencia de nuestra alma, pues hay en ellas neologías demasiado atrevidas, a veces latinismos en las construcciones y además, un derroche de metáforas, un lenguaje siempre seráfico y raras veces plástico, un coturno excesivamente elevado que no puede ser objeto de elogios.” Para notar tal sensibilidad, en un fragmento de La Muerte de Adán el poeta canta:
"El lenguaje de los sueños es el mismo, un polvo gris que nace de la tierra hacia el largo tiempo de la muerte, cuando el árbol del amor derrama la fruta cubierta de las hojas de la alegría. Sólo la pura sinceridad del corazón está a la espera, en medio de la pena que aflige y permanece muda ante el altar de la palabra, que es sentimiento y anestesia del solitario deceso. "
Esta cosmovisión que se refiere, es lograda en el poema La Celebración de La Primavera que dejamos a continuación:
¡No quiero lanzarme
al océano
que abraza los cuerpos celestes todos!
¡No elevarme hasta donde los primeros que fueron creados,
los coros jubilosos de los hijos de la luz,
adoran, adoran con profundo fervor,
y pasan su existencia embargados en el éxtasis!
Sólo quiero flotar
y adorar,
enderredor de la gota del cubo,
enderredor de la tierra.
¡Aleluya! ¡Aleluya!
¡También la gota del cubo
fluyó de la mano del Todopoderoso!
Cuando de la mano del Todopoderoso
Surgieron las Tierras
Cuando los torrentes de luz
surcaron, veloces, el espacio, y se convirtieron en Oriones
¡Entonces fue cuando la diminuta gota
Salió de la mano del Todopoderoso!
¿Quiénes son los miles y miles,
los centenares de miles de miríadas
Que pueblan la gota?
¿Y los que la poblaron?
¿Quién soy yo?
¡Aleluya al Creador!
¡Más veces que cuantos planetas hay que por él surgieron!
¡Más veces que Oriones hay,
Surgidos al confluir y fundirse los rayos de la luz!
Pero tú, luciérnaga primaveral
que juegas a mi lado,
dorada y verdosa:
¡Tú vives
Y quizás... no eres
Ay, inmortal!
He salido a fuera
A adorar,
¿y lloro?
Perdónale, perdónale a este ser finito
También estos sus sueños,
¡Oh tú, que siempre serás!.
Tú desvanecerás
Todas mis dudas
¡Oh tú, que me guiarás
Por el obscuro valle de la muerte!
Será entonces cuando lo sepa:
¿Tenía alma
la dorada luciérnaga?
Si tú, luciérnaga,
Sólo eras polvo moldeado
¡entonces vuelve a convertirte de nuevo
En polvo volátil
O en lo que quiera el Eterno!
Arthur Stanley Eddington tiene una frase que dice: “Ya sea por la búsqueda intelectual de la ciencia o por la búsqueda mística del espíritu, la luz hace señas y el propósito que brota adentro de nuestra naturaleza responde.”
La naturaleza de Klopstock, ha respondido.
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