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Foto del escritorAmenhotep VII

Estudios sobre la Alquimia - Saint Germain



La Ley de la Transferencia de Energía


Hace dos mil años, cuando Cristo caminó sobre las aguas del Mar de

Galilea, demostró una manifestación de la ley natural de levitación que

actúa dentro de una estructura energética de cohesión, adhesión y

magnetismo: los mismos principios que hacen posible el vuelo orbital. Los

átomos de luz que componían el cuerpo de Cristo absorbieron, por fuerza de

voluntad, una cantidad adicional de rayos cósmicos y de substancia espiritual,

cuyo parentesco con la luz física convirtió todo su cuerpo en luz, facilitándole

con ello caminar sobre el mar como si fuera tierra firme.

Su cuerpo fue todo un rayo de luz, brillando sobre las aguas. El concepto

más deslumbrante de todos, fue su capacidad de transferir a Pedro esta

autoridad sobre las energías por medio del poder de la visión que el mismo

Pedro tuvo del Cristo en radiante e iluminada manifestación.

Sin embargo, cuando por un instante Pedro apartó sus ojos del Cristo, una

vibración y un vórtice de temor humano hicieron presa de él, lo que densificó

de inmediato su cuerpo, causando que se hundiera parcialmente en el

enfurecido mar. La mano confortante de Cristo, extendida en puro amor,

volvió a unir el lazo alquímico, y la energía espiritual que fluía de su mano,

alzó nuevamente a Pedro para ponerlo a salvo.

Otro ejemplo del flujo de energía que el Maestro Jesús hizo emanar —tal

como fue en el caso de la mujer que tocó el borde de su manto sin que él lo

advirtiera de antemano— demuestra el amor impersonal de Dios que

responde por igual al llamado de fe de cualquiera de las criaturas que tan

maravillosamente y con tanta pureza Él ha formado, con la suprema

esperanza de que todos gozaran de absoluta libertad cósmica.

Estos dos ejemplos se refieren a los aspectos de la Gran Ley Cósmica que

no son comúnmente conocidos, pero que, en general, son discutidos o

evadidos por los grupos religiosos. La ley de la transferencia de energía es

esencial para la ciencia de la alquimia, puesto que, sin ella, es imposible

«crear» la Materia. Esta ley determina que de la nada no se puede crear algo.

El conocimiento verdadero de la ley impersonal de la transferencia de

energías es asimismo esencial para comprender correctamente la Gran Ley,

porque comprueba que Dios, quien hace brillar el sol tanto para los justos

como para los injustos, se manifiesta a través de ambos.

Durante su misión en Palestina, Jesús declaró:


«El reino de los Cielos sufre violencia y los violentos lo

arrebatan».


Debe comprenderse, pues, que es posible arrebatar de la mano de Dios

algunos de los secretos para dominar las fuerzas de la naturaleza y controlar la

Materia, aun cuando el individuo y su motivo no sean absolutamente puros.

Pero que nadie crea jamás que el que así hace, se escapará de responder por

sus actos, pues es plenamente responsable de todo uso o abuso de las energías

en su mundo.

La razón por la cual opté por comenzar mi tratado sobre la alquimia

con una leve amonestación y con una explicación sobria, no es la de

atemorizar a nadie, sino más bien la de infundir en todos los lectores una

profunda y constante reverencia a Dios, único temor que se permite en nuestra

octava. Lo que significa, en realidad, una sagrada admiración que engendra en

todos los que aman la Gran Ley del Amor, el máximo respeto y adoración por

la sabiduría que tan admirable y maravillosamente creó todas las cosas a

semejanza de la libertad impertérrita.

Todos los que abusan de los poderes del universo con fines egoístas, tarde

o temprano, se darán cuenta de que tienen que despojarse de sus ganancias

ilícitas —y la pena que han de sufrir por ello es verdaderamente terrible—.

Producir substancia para alimentar a los pobres, sanar una mano marchita con

solo tocarla, resucitar a los muertos e incluso suprimir la ley natural para

hacer milagros de maravilla infinita mediante la magia de la alquimia: esto

parece ser para la humanidad el máximo uso que puede hacer de la gracia del

Cielo.

Abracemos el Espíritu de la libertad que capacita al hombre, creado a la

semejanza inmortal, amorosa y divinamente libre de su Creador, realizar estas

cosas y muchas más, en beneficio de la sociedad y para deleite de sus

bienhechores. Mas, sobre todo, ensalcemos el uso debido de la bendita ciencia

divina de la alquimia espiritual.

El antiguo alquimista siempre ha sido una figura pintoresca, aun para sus

propios contemporáneos, pero el tiempo ha dorado su imagen con una gloria

mucho mayor de la que alguna vez tuvo, lo cual sucede siempre que

abordamos los aspectos del misterio.

Es en los dones sencillos de la vida donde los hombres han de encontrar

su libertad, aunque sus aspectos más complejos son las expresiones

progresivas de las leyes de la Vida, destinadas a enriquecer el bienestar de

esta Tierra y de todos sus habitantes, aprovechando todo lo bueno de ellos en

beneficio del más hermoso mundo de libertad que jamás pueda concebirse, ¡ni

siquiera en la mente de un Nuevo Atlante!

Hasta aquí de momento, en lo que respecta a la sociedad mundana.

Tomemos en consideración ahora al individuo y su papel respectivo en el uso

de la alquimia.

El significado interno de alquimia es simplemente: composición total, lo

que implica la relación entre la totalidad de la creación y sus partes

componentes. De esta forma y entendiéndola debidamente, la alquimia trata

sobre el poder consciente que controla las mutaciones y transmutaciones

dentro de la Materia y la energía, e incluso dentro de la vida misma. Es la

ciencia del hombre místico y es el fuerte del hombre autorrealizado que,

habiendo buscado, se da cuenta de que es uno con Dios y está dispuesto a

desempeñar su papel.

A lo largo de los años, los hombres han tratado de glorificarme por la

fascinación que crea la distancia en tiempo y espacio, lo que siempre conduce

al encantamiento de la perspectiva. Sin menospreciarme como obra del Padre,

y al igual que el amado Jesús y otros de los grandes Maestros de nuestra

Hermandad, tengo un interés especial en que cada hombre obtenga su debido

lugar y la comprensión correcta de cómo ha de ejercer autoridad en el

universo y en su mundo y asuntos propios.

Que cada uno de los que empiezan con este estudio entienda que hablo

aquí con un determinado propósito, que es el de convertir a cada uno de

ustedes en un alquimista por excelencia. Esto significa que ustedes deben

familiarizarse en niveles internos con la química total de Dios y con la

manera en la que cada faceta de la creación se manifiesta en la Materia, en la

consciencia y en la vida cotidiana de ustedes.

A fin de realizar esto debidamente, ustedes tendrán que meditar y releer

estas lecciones muchas veces, llamándome a mí y a su Yo Divino —la

Presencia YO SOY de ustedes— para que iluminemos cualquier

punto que no les sea claro inmediatamente. Una vez que el Yo Crístico

de ustedes, en niveles internos, les confiera el grado de

Alquimistas del Fuego Sagrado, inmediatamente se convertirán en candidatos

para ser admitidos en la corte externa de la Gran Hermandad Blanca. Este

hecho, por sí mismo es un gran incentivo para que se conviertan en peritos de

la genuina alquimia espiritual.

Siempre ha sido una falacia del pensamiento humano negar los así

llamados milagros, hechos en la vida del gran Avatar Jesús. No obstante,

Él, siendo un hijo de Dios, reveló a todos estas poderosas fórmulas que, si se

hubieran entendido y practicado, habrían transformado hace ya mucho tiempo

el planeta, convirtiéndolo en un paraíso de perfección.

¡Basta, pues, de necedades y de creaciones humanas! Tal como lo hubiera

expresado Shakespeare:


¡Fuera, pues, con lo viejo,

la podredumbre y el polvo mohoso

de esta masa informe!:

¡Adelante, pues, con la eterna vastedad

de un espíritu desligado!,

un ser tan libre

como el movimiento mismo

parece ser algo aparte,

de la Realidad misma

y que proyecta la imagen

de eterna esperanza

en la gema más diminuta

o en una gota de rocío,

dentro de un singular capullo.


YO SOY por la libertad de todos, amorosamente: Saint Germain.




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