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Foto del escritorAmenhotep VII

El Cielo y sus maravillas y el Infierno de cosas oídas y vistas - Emanuel Swedenborg (pARTE ii)




EL SOL EN EL CIELO


En el cielo no aparece el sol del mundo ni cosa alguna (derivada) de este sol, porque

todo esto es material, siendo así que la naturaleza empieza por este sol, y todo cuanto es

producido por medio del mismo se llama natural; por otra parte, lo espiritual, en lo cual

se halla el cielo, es superior a la naturaleza y completamente distinto de lo natural;

tampoco hay entre ellos comunicación salvo por medio de correspondencias. Cual y

como es la distinción se puede comprender por lo que en él se ha dicho del sujeto

de los grados, y cual es la comunicación, por lo que en los dos precedentes artículos se ha

dicho acerca de las correspondencias.

Pero por más que en el cielo no aparezca el sol del mundo ni cosa alguna que de

este sol viene, hay sin embargo allí un sol, hay luz y hay calor; hay cuantas cosas existen

en el mundo é innumerables cosas más, aunque no de igual origen, viendo que las que

hay en el cielo son espirituales, y las que hay en el mundo son naturales. El sol del cielo

es el Señor; la luz allí es la Divina verdad, y el calor allí es el Divino bien, que proceden

del Señor como sol. De este origen son todas las cosas que existen y aparecen en el cielo.

Pero acerca de la luz y del calor y de las cosas que mediante ellos existen en el cielo, se

hablará en los artículos que siguen; aquí solamente del sol allí. La razón por la cual el

Señor aparece en el cielo como un sol es que Él es el Divino amor, por virtud del cual

existen todas las cosas espirituales, como mediante el sol natural todas las cosas

naturales. Aquel amor es lo que brilla como el sol.

Que efectivamente el Señor aparece en el cielo como un sol, no tan solo me lo han

dicho los ángeles, sino que también me ha sido dado ver algunas veces; por lo cual

referiré aquí en pocas palabras lo que he oído y visto con respecto al Señor como sol. El

Señor aparece como un sol, no en el cielo, sino en lo alto por encima de los cielos; no por

encima de la cabeza, o en el zenit, sino delante del rostro de los ángeles, a una altura

media; aparece en dos lugares; en uno por delante del ojo derecho, en otro por delante del

ojo izquierdo, a una notable distancia. Por delante del ojo derecho aparece exactamente

como un sol de igual fuego, por así decir, y de igual magnitud que el sol del mundo. Por

delante del ojo izquierdo, por otra parte, no aparece como un sol, sino como una luna, de

igual reluciente claridad, pero más resplandeciente, y de igual magnitud que la luna de la

tierra; pero aquella aparece rodeada de varias lunas diminutas, por decirlo así, cada una

de las cuales reluce y resplandece. Que el Señor aparece en dos lugares, de diferente

aspecto, es porque aparece a cada uno según la cualidad de su recibimiento del Señor, y

por lo tanto de cierta manera a aquellos que reciben a Él en el bien del amor, y de otra

manera a los que reciben a Él en el bien de la fe; a aquellos que reciben a Él en el bien del

amor aparece como un sol, ardiente y fulguroso según el recibimiento; estos están en su

Reino Celestial; pero a los que reciben a Él en el bien de la fe aparece como una luna,

reluciente y resplandeciente según el recibimiento; estos están en su reino espiritual. La

causa es que el bien del amor corresponde al fuego; por esto, fuego, en sentido espiritual,

es amor, y el bien de la fe corresponde a la luz, y luz, igualmente, en sentido espiritual, es

fe. La razón porque aparece delante de los ojos es que las cosas interiores, que son de la

mente, ven por los ojos; las del bien del amor por el ojo derecho y las del bien de la fe por

el ojo izquierdo; por qué todas las cosas que están en la parte derecha del ángel, y

asimismo del hombre, corresponden al bien, del cual procede la verdad, y las que están a

la parte izquierda, a la verdad, que procede del bien. El bien de la fe es en su esencia la

verdad del bien.

Por esto es que en el Verbo se compara al Señor con el sol con respecto al amor, y

con la luna con respecto a la fe; por eso es también que por sol se significa amor al Señor

(procedente) del Señor, y por luna, fe del Señor en el Señor, como en los siguientes

lugares:

Y la luz de la luna será como la luz del sol; y la luz del sol será siete veces mayor, como la luz de siete días (Isaías 30: 26).
Y cuando te habré extinguido, cubriré los cielos y haré oscurecer las estrellas; el sol cubriré con nublado y la luna no hará resplandecer su luz; todas las lumbreras de luz en los cielos haré entenebrecer encima de ti y pondré tinieblas sobre tu tierra (Ezequiel 32.7, 8).
El sol se oscurecerá en naciendo, y la luna no dará su resplandor (Isaías 13: 10).
El sol y la luna se oscurecerán y las estrellas retraerán su resplandor el sol se tornará en tinieblas y la luna en sangre (Joel 2: 2, 10, 31; 3; 15).
El sol se puso negro como un saco de cilicio y la luna se puso toda como sangre y las estrellas cayeron sobre la tierra (Apocalipsis 6: 12, 13).
Y luego después de la aflicción de aquellos días el sol se oscurecerá y la luna no dará su lumbre y las estrellas caerán del cielo (Mateo 24: 29).

Y en otros lugares. En estos pasajes por el sol se significa el amor, por la luna la fe, y por

las estrellas los conocimientos del bien y de la verdad; de los cuales se dice, que se

entenebrecen, pierden la luz, y caen del cielo, cuando cesan de existir; que el Señor

aparece como un sol en el cielo es claro también por Su transfiguración delante de Pedro,

Jacobo y Juan,

Que Su rostro resplandeció como el sol (Mateo 17: 2).

Así apareció el Señor a estos discípulos, apartados del cuerpo y en la luz del cielo. Era

por esta causa que los antiguos, entre quienes la iglesia era representativa, al celebrar

culto Divino, volvían los rostros hacia el sol en oriente. Por ellos vino la costumbre de

edificar los templos con vista hacia el oriente.

La cantidad y cualidad del Divino amor puede constar por una comparación con el

sol del mundo, es decir que es sobremanera ardiente, y si lo queréis creer, muchísimo más

ardiente (que este sol); por cuya razón el Señor como sol no influye directamente en los

cielos, sino que el ardor de Su amor es gradualmente moderado durante su descenso. La

moderación se manifiesta en forma de radiantes círculos alrededor del sol, y además los

ángeles se hallan convenientemente envueltos en una ligera nube para no sufrir perjuicio

por el influjo; por la misma razón los cielos se hallan a distancias según el recibimiento;

los cielos superiores, puesto que están en el bien del amor, se hallan mas próximos al

Señor como sol; por otra parte, los cielos inferiores, que están en el bien de la fe, se

hallan más remotos; mientras que los que no. están en bien alguno, como aquellos que

están en el infierno, se hallan inmensamente remotos, y allí tanto más remotos cuanto

más se hallan en oposición al bien.

Pero cuando el Señor aparece en el cielo, lo que acontece a menudo, no aparece

rodeado del sol, sino en forma de ángel, distinguiéndose de los ángeles por lo Divino que

trasluce por el rostro; no está allí en persona; porque el Señor en persona se halla siempre

rodeado del sol, pero está presente por vista, porque en el cielo es común el aparecer

presente en el lugar en que se fija la vista, o sea en donde termina, aunque este punto esté

muy distante del lugar en que efectivamente se halla. Esta presencia se llama presencia

por vista interior, de la cual se tratará más adelante. El Señor ha aparecido también a mí

fuera del sol en forma de ángel, un poco por debajo del sol en lo alto, y también cerca de

mí en la misma forma con rostro radiante, una vez también en medio de los ángeles como

flamante aureola.

El sol del mundo aparece a los ángeles como una cosa tenebrosa, intensamente

negra, directamente opuesta al sol del cielo; y la luna como una cosa oscura directamente

opuesta a la luna del cielo, y esto continuamente. La causa es que el fuego del mundo

corresponde al amor a sí mismo, y la luz del mismo a la falsedad de este amor, siendo el

amor a sí mismo directamente opuesto al amor Divino, y la falsedad que viene de ese

amor es directamente opuesta a la Divina verdad; y lo que es opuesto al Divino amor y a

la Divina verdad es negro para los ángeles. Esta es la razón por la cual, por adorar el sol

del mundo y la luna, e inclinarse ante ellos, se significa en el Verbo amarse a sí mismo, y

la mentira que procede del amor a sí mismo y que serán exterminados los que así hacen

(Deuteronomio 4:19; 17: 3-5; Jeremías 8:1, 2; Ezequiel 8: 15, 16, 18; Apocalipsis 16: 8;

Mateo 13: 6).

Siendo así que el Señor aparece en el cielo como un sol, a causa del Divino amor

que mora en Él y que procede de Él, se vuelven por ello continuamente hacia Él todos los

que están en el cielo; los que están en el reino celestial hacia Él como un sol, los que

están en el reino espiritual hacia Él como una luna; pero aquellos que están en el infierno

se vuelven hacia el punto tenebroso y el punto oscuro, que se hallan opuestos, de

consiguiente en dirección opuesta al Señor, por la causa de que todos los que están en el

infierno se hallan en amor a sí mismo y al mundo, es decir opuestos al Señor. Los que se

vuelven hacia el punto tenebroso, que está en lugar del sol del mundo, se hallan en la

región posterior del infierno y se llaman genios, pero los que se vuelven hacia el punto

oscuro, que está en lugar de la luna, se hallan en la región anterior de los infiernos, y se

llaman espíritus; es por esto que se dice de los que están en los infiernos, que están en las

tinieblas, y de los que están en el cielo, que están en la luz; tinieblas significan la mentira

que viene del mal, y luz, la verdad que procede del bien. La causa de que así se vuelven

es que en la otra vida todos miran hacia aquello que reina en su interior, por consiguiente

hacia sus amores; también es porque las cosas interiores forman los rostros de los ángeles

y de los espíritus y que en el mundo espiritual no hay puntos cardinales, determinados

como en el mundo, sino que son determinados por el rostro. El hombre, en cuanto a su

espíritu, se vuelve igualmente así; en dirección opuesta al Señor si está en amor a sí

mismo y al mundo, y hacia el Señor si está en amor a Él y al prójimo; pero el hombre

ignora esto, porque se halla en el mundo natural, donde los puntos cardinales son

determinados por la salida y la puesta del sol; pero viendo que el hombre puede

difícilmente comprender esto, se explicará más adelante, donde se tratará de los puntos

cardinales, de espacio y de tiempo en el cielo.

Por ser el Señor el sol del cielo, y por mirar hacia Él todo cuanto es de Él, es

también el centro común, del cual viene toda dirección y determinación; y por esto se

halla asimismo en presencia Suya y bajo Su auspicio, todo cuanto hay por debajo, tanto

en los cielos cuanto en la tierra.

Por lo aquí expuesto puede verse en una luz más clara, lo que en los anteriores

artículos se ha dicho y manifestado, es decir: que el Señor es el Dios del cielo;

que Su Divino hace el cielo; que lo Divino del Señor en el cielo es amor a Él y

amor al prójimo; que hay correspondencia de todas las cosas en el mundo con

todas las cosas en el cielo y por conducto del cielo con el Señor; y que el sol

del mundo y la luna corresponden.



LA LUZ Y EL CALOR EN EL CIELO


El haber luz en los cielos no pueden comprender los que piensan solamente por la

naturaleza, siendo sin embargo así que en el cielo hay luz, y tanta que en muchos grados

excede la luz de mediodía en el mundo. La he visto muy a menudo y también en sus fases

la tarde y la noche. Al principio me asombraba el oír decir a los ángeles que la luz del

mundo es apenas más que sombra en comparación con la luz del cielo, pero habiéndolo

visto puedo testificarlo. Su fulgor y resplandor son tales que no se pueden expresar. Las

cosas que han sido vistas por mí en los cielos me han aparecido en esa luz, y por

consiguiente más clara y distintamente que en el mundo.

La luz del cielo no es natural como la luz del mundo, sino espiritual, porque procede

del Señor como sol, y el sol es el Divino amor, según queda manifestado en el

precedente artículo. Lo que procede del Señor como sol se llama en los cielos Divina

verdad, por más que en su esencia es el Divino bien unido a la Divina verdad; por ello

tienen los ángeles luz y calor; por la Divina verdad tienen luz y por el Divino bien, calor;

puede por esto ser claro que la luz en el cielo, siendo de tal origen, es espiritual y no

natural; igualmente el calor.

La razón por la cual la Divina verdad es luz para los ángeles es que son espirituales,

y no naturales; los seres espirituales ven por su sol espiritual, y los naturales por su sol

natural. Por la Divina verdad tienen los ángeles entendimiento y el entendimiento es su

vista interior, que influye en su vista exterior, produciéndola. Por eso las cosas que

aparecen en el cielo procedentes del Señor como sol aparecen en luz. Siendo tal el origen

de la luz en el cielo, varia por lo mismo allí con arreglo a la recepción de la Divina

verdad (que viene) del Señor, o lo que es lo mismo, con arreglo a la inteligencia y

sabiduría, en las que se hallan los ángeles; es pues otra en el reino celestial que en el

reino espiritual, y diferente en cada sociedad. La luz en el reino celestial aparece

flamante, puesto que reciben la luz del Señor como sol; pero la luz en el reino espiritual

es reluciente, porque allí los ángeles reciben la luz del Señor como luna.

La luz tampoco es la misma en una sociedad y en otra; también dentro de cada

sociedad varia: están en más luz los que allí están en el medio, y en menos los que allí

están a los lados. En una palabra, en la medida en que los ángeles reciben la

Divina verdad, es decir, cuanto están en inteligencia y sabiduría por el Señor, tienen la luz. Por esta razón los ángeles del cielo se llaman ángeles de luz.

Puesto que en los cielos el Señor es la Divina verdad y que la Divina verdad es allí

luz, se llama el Señor en el Verbo Luz, así también toda verdad que de Él procede; como

en los siguientes lugares:

Jesús dijo: yo soy la luz del mundo; él que me sigue no andará en tinieblas, mas tendrá la luz de la vida (Juan 8: 12).
Mientras estoy en el mundo soy la luz del mundo (Juan 9: 5).
Jesús... dijo... aún por un poco tendréis luz; andad entretanto que tenéis luz a fin de que no os sorprendan las tinieblas… mientras tenéis la luz creed en la luz a fin de que seas hijos de la luz... Yo, la luz, he venido al mundo para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas (Juan 12: 35, 36, 46).
La luz vino al mundo pero los hombres amaron las tinieblas más que la luz (Juan 3: 19).
Juan, del Señor: Aquel es la verdadera luz, que ilumina a todo hombre (Juan 1: 9).
El pueblo, asentado en tinieblas, vio una gran luz, y a los sentados en.... sombra de muerte apareció luz (Mateo 4: 16).
Te daré por alianza del pueblo, por luz de las gentes (Isaías 42: 6).
Te he dado por luz de las gentes a fin de que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra (Isaías 49: 6).
Las gentes que estuvieren preservadas andarán en su luz (Apocalipsis. 21: 24).
Envía tu luz y tu verdad, ellas me guiarán (Salmo 43: 3).

En estos y otros lugares el Señor es llamado la luz a causa de la Divina verdad, que

procede de Él; de igual manera la verdad misma se llama luz. Puesto que la luz en los

cielos viene del Señor como sol, por esto mismo, al ser transfigurado delante de Pedro,

Jacobo y Juan:

Su rostro resplandeció como el sol y sus vestidos como la luz, blancos y relucientes como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos (Marco 9: 3; Mateo 17: 2).

La causa de que los vestidos del Señor aparecieron así era que representaban la Divina

verdad que procede de Él en los cielos. "Vestidos" en el Verbo significan verdades; por

eso se dice en David:

Jehová, te cubres de luz como de vestidura (Salmo 109: 2).

Que la luz en los cielos es espiritual y que esta luz es la Divina verdad puede

deducirse también del hecho que el hombre asimismo tiene una luz espiritual, y que por

esta luz tiene ilustración tanto como se halle en entendimiento y sabiduría por la Divina

verdad: la luz espiritual del hombre es la luz de su entendimiento, cuyos objetos son

verdades, las cuales arregla analíticamente por orden, formando de ellas razonamientos, y

deduciendo de estos, en series, conclusión sobre asuntos. Que la luz, mediante la cual el

entendimiento ve tales cosas, es una luz real y verdadera lo ignora el hombre natural,

porque no la ve con los ojos ni la percibe con el pensamiento: muchos lo saben sin

embargo, y la distinguen también de la luz natural, en la que se hallan los que piensan

naturalmente y no espiritualmente. Naturalmente piensan los que no miran más que al

mundo, y que atribuyen todas las cosas a la naturaleza; pero espiritualmente piensan los

que miran al cielo, atribuyendo todas las cosas a lo Divino. Que la luz que ilumina la

mente es una verdadera luz, del todo distinta de la luz que se llama luz natural, me ha

sido dado percibir varias veces y también efectivamente verlo. He sido elevado

interiormente por grados a aquella luz, y en la medida en que fui elevado el

entendimiento fue ilustrado, hasta que percibí cosas que antes no percibía, y finalmente

cosas, que ni entender hubiera podido por el pensamiento de la luz natural. A veces he

sentido enojo por no haberlas podido entender, cuando sin embargo las percibía clara y

distintamente en la luz celestial. Puesto que para la inteligencia existe (una) luz, se dice

del sujeto de ella, como del ojo, que ve, y que se halla uno en luz cuando percibe; que se

halla uno en oscuridad y en la sombra cuando no percibe, y otras locuciones parecidas.

Por ser la luz del cielo la Divina verdad es esa luz asimismo la Divina sabiduría e

inteligencia, por cuya razón lo mismo se entiende por ser elevado a la luz del cielo que

por ser elevado a la inteligencia y sabiduría, e ilustrado. La luz en los ángeles está por lo

tanto en exacta proporción a su inteligencia y sabiduría. En la luz del cielo se conocen

todos, cuales y como son; las cosas interiores se manifiestan allí en los rostros

exactamente cuales son, ni lo más mínimo falta. Los ángeles interiores aman también lo

que se les manifiesta claramente cuantas cosas hay en ellos, porque no quieren más que el

bien; otra cosa sucede con los que se hallan debajo del cielo, y que no quieren el bien;

estos tienen, por lo mismo, grande temor de que se les vea en la luz del cielo; y, lo que es

asombroso, aquellos que están en el infierno parecen unos a otros como hombres, pero en

la luz del cielo como monstruos, con caras horribles y cuerpos atroz, siendo formas

exactas de su mal. De igual manera aparece el hombre, en cuanto a su espíritu, cuando

está observado por los ángeles; si es bueno presenta aspecto de hombre hermoso, según

su bien; si es malo aparece como monstruo, deforme, según su mal. Por esto es evidente

que todas las cosas se manifiestan en la luz del cielo; son reveladas porque la luz del cielo

es la Divina verdad.

Por ser la Divina verdad la luz en el cielo, resplandecen todas las verdades en donde

se hallan, sea en el interior del ángel, sea fuera de él, sea dentro de los cielos, sea fuera de

ellos. Las verdades fuera de los cielos no resplandecen, sin embargo, como las verdades

dentro de los cielos; las verdades fuera de los cielos relucen frías, como la nieve, sin

calor, siendo así que no sacan su esencia del bien como las verdades dentro del cielo; por

cuya razón esta luz también desaparece con el influjo de la luz del cielo, y si hay mal por

debajo, se convierte en tinieblas. Esto he visto varias veces y también otras cosas dignas

de memoria relativas a verdades relucientes, cuyas cosas dejamos de referir aquí.

Ahora se dirá algo con respecto al calor en el cielo. El calor del cielo es en su

esencia amor; procede del Señor como sol, y que este calor es el Divino amor en el

Señor, procedente del Señor, se puede ver en el precedente artículo. Por esto es evidente

que el calor del cielo es tan espiritual como la luz del cielo, siendo del mismo origen. Hay

dos cosas que salen del Señor como sol: la Divina verdad y el Divino bien; la Divina

verdad se presenta en los cielos como luz y el Divino bien como calor; pero la Divina

verdad y el Divino bien se hallan unidos de tal manera que no son dos, sino una sola

cosa; se hallan, sin embargo, separados en los ángeles; porque hay ángeles que reciben el

Divino bien en más alto grado que la Divina verdad y hay ángeles que reciben la Divina

verdad en más alto grado que el Divino bien. Los que reciben más del Divino bien están

en el reino celestial del Señor; los que reciben mas de la Divina verdad están en el reino

espiritual del Señor. Los ángeles más perfectos son los que reciben ambos en igual grado.

El calor del cielo es, como la luz del cielo, en todas partes diferente; otro en el reino

celestial, otro en el reino espiritual, y otro en cada una de las sociedades; allí varía no

solamente en grado sino también en calidad; más intenso y más puro es en el reino

celestial del Señor; puesto que allí los ángeles perciben más el Divino bien; menos

intenso y puro en el reino espiritual, porque allí los ángeles reciben más la Divina verdad;

varia también en cada sociedad según el recibimiento. En los infiernos hay asimismo

calor pero un calor inmundo. Es el calor del cielo que se entiende por fuego santo y

celestial, y es el calor del infierno que se entiende por fuego profano e infernal; y por

ambos se entiende amor: por el fuego celestial el amor al Señor y el amor al prójimo, y

todas las inclinaciones que nacen de estos amores; y por el fuego infernal amor a sí

mismo y amor al mundo, y toda concupiscencia, que viene de estos amores. Que el amor

es calor de origen espiritual es evidente por la calefacción que tiene lugar con arreglo al

amor, porque el hombre se enciende y enardece, según la intensidad y calidad del mismo,

y su fuego se manifiesta al ser contrariado. De aquí viene también la costumbre universal

de decir encender, quemar, hervir, arder, cuando se trata de las inclinaciones, que

pertenecen al amor del bien, así como cuando se trata de las concupiscencias, que

pertenecen al amor del mal.

La causa de que el amor, procedente del Señor como sol, en el cielo se siente como

calor, es que las cosas interiores de los ángeles se hallan en amor por el Divino bien que

viene del Señor, hallándose por ello en calor las cosas exteriores calentadas por aquellas.

Es por esto que en el cielo el amor y el calor corresponden de tal manera, que allí cada

uno se halla en calor cuanto se halla en amor, según más arriba se ha dicho. El calor del

mundo no entra en manera alguna en los cielos, siendo demasiado crudo, y además

natural y no espiritual; pero en los hombres es diferente, porque los hombres están en el

mundo espiritual tanto como en el mundo natural; estos, con respecto a su espíritu, son

calentados exactamente con arreglo a sus amores, pero, con respecto al cuerpo, por

ambos calores; tanto por el del espíritu cuanto por el del mundo; aquel influye en este,

porque se corresponden. La naturaleza de ambos calores puede conocerse por los

animales; porque sus amores, de los cuales el predominante es el de la procreación de su

género, despiertan y obran con la presencia y la afluencia del calor del sol del mundo,

cuyo calor tan solo existe en las estaciones de primavera y verano. Se equivocan en el

más alto grado los que piensan que el calor del mundo, que influye, excita el amor,

porque no hay influjo de las cosas naturales en las espirituales, sino de las espirituales en

las naturales: este último influjo viene por el Divino orden, pero el primero es contrario al

Divino orden.

Los ángeles tienen, como los hombres, inteligencia y voluntad; la vida de su

inteligencia viene de la luz del cielo; porque la luz del cielo es la Divina verdad y por lo

tanto la Divina sabiduría; la vida de su voluntad viene del calor del cielo, porque el calor

del cielo es el Divino bien, y por consiguiente el Divino amor. La vida misma de los

ángeles viene del calor y no de la luz, sino en la medida en que hay en ella calor; que la

vida viene del amor es evidente, porque separado este, perece aquella. Lo mismo sucede

con la fe separada del amor, o sea con la verdad separada del bien, porque la verdad,

llamada la verdad de la fe, es luz, y el bien, llamado el bien del amor, es calor. Esto se ve

aun más claro por el calor y la luz del mundo, a los cuales corresponden el calor y la luz

del cielo; por el calor del mundo, unido a la luz, se vivifica y florece todo cuanto hay en

los campos; unidos se hallan en las estaciones de la primavera y del verano; y por la luz

separada del calor nada se vivifica ni florece, sino que todo yace entorpecido y muere;

separados se hallan en la estación de invierno, estando entonces presente la luz y ausente

el calor; a causa de esta correspondencia el cielo se llama un paraíso, porque allí la

verdad se halla unida al bien, o sea la fe al amor, como la luz al calor en la estación del

verano en la tierra.

Se dice en Juan:

En el principio era el "Verbo y el Verbo era con Dios y Dios era el Verbo... todas las cosas por Él fueron hechas... en Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres... en el mundo estaba y el mundo fue hecho por El; y el Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros y vimos su gloria (1: 1-14).

Que es el Señor el que se entiende por el Verbo es evidente, porque se dice que el Verbo

fue hecho carne; pero lo que especialmente se entiende por el Verbo no es aún conocido;

por lo cual se dirá. En el citado pasaje, "el Verbo" es la Divina verdad que se halla en el

Señor y que procede del Señor; por cuya razón se llama allí también la luz; y que esta es

la Divina verdad queda explicado en lo que antecede del presente artículo. Que todas las

cosas son hechas y creadas por la Divina verdad se explicará ahora. En el cielo toda

potencia es de la Divina verdad, y fuera de ella no hay absolutamente ninguna. A causa

de la Divina verdad todos los ángeles son llamados potencias, y en la medida en que son

recipientes o receptáculos de ella son también potencias; por ella prevalecen contra los

infiernos y contra todo cuanto se opone; y mil enemigos no pueden allí resistir un solo

rayo de la luz del cielo, que es la Divina verdad; puesto que los ángeles son ángeles por

recibir la Divina verdad, sigue de sí mismo que el cielo entero no viene de otra cosa,

porque el cielo consiste de los ángeles. El haber tal potencia en la Divina verdad no lo

pueden creer los que de la verdad no tienen otro concepto que de un pensamiento o de un

discurso, los cuales en y por sí no tienen potencia más que en la medida en que otros, por

obediencia, los hacen; pero la Divina verdad tiene potencia en y por sí misma, y tanta que

mediante ella son creados el mundo y el cielo, con todas las cosas que en ellos hay; la

existencia de tal potencia en la Divina verdad puede ilustrarse mediante dos

comparaciones. Por la potencia de la verdad y del bien en el hombre: todo cuanto el

hombre obra lo obra por la inteligencia y por la voluntad; por la voluntad mediante el

bien y por la inteligencia mediante la verdad, porque todo cuanto hay en la voluntad se

refiere al bien, y todo cuanto hay en la inteligencia se refiere a la verdad; por estos obra

por lo tanto el hombre con todo el cuerpo, y mil cosas a la vez se ponen en este

espontáneamente en movimiento al señal y antojo de aquellos. Es pues evidente que todo

en el cuerpo está formado al obsequio del bien y de la verdad, por consiguiente por virtud

del bien y de la verdad. Por la potencia del calor y de la luz del sol del mundo: todo

cuanto crece en el mundo, sea árboles, cereales, flores, hierba, fruta y simiente, existen

sencillamente por el calor y la luz del sol; es pues claro, cuan grande potencia de producir

tienen estos en sí, cuanta no debe tener la Divina luz que es la Divina verdad, y el Divino

calor que es el Divino bien; por los cuales, siendo por ellos formado el cielo, también lo

es el mundo, porque por el cielo es formado el mundo, según se ha manifestado en lo que

antecede. Puede por esto ser claro de que modo ha de entenderse aquello de que por el

Verbo fueron hechas todas las cosas y sin él nada fue hecho de lo que es hecho, y que

también el mundo fue hecho por Él Mismo, es decir que fue hecho por la Divina verdad

del Señor; de ahí viene asimismo que en el libro de la creación se habla primeramente de

la luz y luego de aquello que viene de la luz (Génesis. 1: 3,4), y también es por esto que

todas las cosas en el uni-verso, tanto en el cielo cuanto en el mundo, se refieren al bien y

a la verdad y a la unión de estos para poder ser algo.

Hay que saber que el Divino bien y la Divina verdad, que proceden del Señor como

sol, se hallan en el cielo, pero no existen dentro del Señor, sino que existen por el Señor.

En el Señor está solamente el Divino amor, que es el SER por el cual existen aquellos;

existir por el SER es lo que se entiende por proceder. Esto puede también ilustrarse por

una comparación con el sol del mundo: el calor y la luz que existen en el mundo no se

hallan dentro del sol, sino que existen por el sol; en el sol hay únicamente fuego, y de este

nacen y proceden aquellos.

Puesto que el Señor como sol es el Divino amor, y que el Divino amor es el Divino

bien en sí mismo, se llama, para distinguir, Divina verdad lo Divino que procede de Él y

que es su Divino en el cielo, por más que es el Divino bien unido a la Divina verdad. Esta

Divina verdad es lo que se llama lo Santo que procede de Él.



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