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Foto del escritorAmenhotep VII

El Silencio Habla - Eckhart Tolle



Cuando pierdes contacto con la quietud interior, pierdes contacto contigo mismo.

Cuando pierdes contacto contigo mismo, te pierdes en el mundo.

Tu sentido más interno de ti mismo, tu sentido de quién eres, es inseparable de la

quietud. Ese es el Yo Soy que es más profundo que el nombre y la forma.

La quietud es tu naturaleza esencial. ¿Qué es la quietud? El espacio interno o

conciencia en el que las palabras de esta página son percibidas y se convierten en

pensamientos. Sin esa conciencia, no habría percepción, ni pensamientos, ni mundo.

Tú eres esa conciencia, disfrazada de persona.

El equivalente del ruido externo es el ruido interno. El equivalente del silencio

externo es la quietud interna.

Cuando quieras que haya silencio a tu alrededor, escúchalo. Esto significa que,

simplemente, has de darte cuenta de él. Préstale atención. Escuchar el silencio

despierta la dimensión de quietud dentro de ti, porque sólo la quietud te permite ser

consciente del silencio.

Observa que en el momento de darte cuenta del silencio que te rodea, no estás

pensando. Eres consciente, pero no piensas.

Cuando te das cuenta del silencio, se produce inmediatamente ese estado de

serena alerta interna.

Estás presente. Has salido de miles de años de condicionamiento colectivo

humano.

Mira un árbol, una flor, una planta. Deja que tu conciencia descanse en ellos.

¡Qué quietud manifiestan, qué profundamente enraizados están en el Ser!

Permite que la naturaleza te enseñe la quietud.

Cuando miras un árbol y percibes su quietud, tú mismo te aquietas. Conectas con

él a un nivel muy profundo. Te sientes unido a cualquier cosa que percibes en y a

través de la quietud. Sentir tu unidad de ti mismo con todas las cosas es verdadero

amor.

El silencio ayuda, pero no es necesario para hallar la quietud. Aunque haya ruido,

puedes sintonizar con la quietud subyacente, el espacio en el que surge el ruido. Ese

es el espacio interno de pura conciencia, la conciencia misma.

Puedes darte cuenta de que la conciencia es el trasfondo de todas tus percepciones

sensoriales, de toda tu actividad mental. Siendo consciente de la conciencia surge la

quietud interna.

Cualquier ruido molesto puede ser tan útil como el silencio. ¿Cómo?

Abandonando tu resistencia interna al ruido y permitiendo que sea como es; esa

aceptación también te lleva al reino de paz interna que es quietud.

Cuando aceptas profundamente este momento tal como es —tome la forma que

tome—, estás sereno, estás en paz.

Presta atención a la pausa: la pausa entre dos pensamientos, al breve y silencioso

espacio entre las palabras de una conversación, entre las notas de un piano o de una

flauta, o al breve descanso entre la inspiración y la espiración.

Cuando prestas atención a esas pausas, la conciencia de «algo» se convierte

simplemente en conciencia. Surge de dentro de ti la dimensión informe de pura

conciencia y reemplaza la identificación con la forma.

La verdadera inteligencia actúa silenciosamente. Es en la quietud donde

encontramos la creatividad y la solución a los problemas.

¿Es la quietud tan sólo ausencia de ruido y contenido? No; es la inteligencia

misma: la conciencia subyacente de la que nace toda forma. ¿Y cómo podría eso estar

separado de quien tú eres?

De allí salió la forma que crees ser, y ello es lo que la sustenta.

Es la esencia de todas las galaxias y de las hojas de hierba; de todas las flores,

árboles, pájaros, y de todas las demás formas.

La quietud es la única cosa de este mundo que no tiene forma. Pero en realidad no

es una cosa, y tampoco es de este mundo.

Cuando miras un árbol o un ser humano desde la quietud, ¿quién está mirando?

Algo más profundo que la persona. La conciencia está mirando a su creación.

En la Biblia se dice que Dios creó el mundo y vio que era bueno. Eso es lo que

ves cuando miras sin pensamiento, desde la quietud.

¿Necesitas más conocimiento? ¿Crees que más información, u ordenadores más

rápidos, o más análisis científicos e intelectuales van a salvar al mundo? ¿No es

sabiduría lo que más necesita la humanidad en estos momentos?

Pero ¿qué es la sabiduría? ¿Dónde se encuentra? La sabiduría viene cuando uno

es capaz de aquietarse. Sólo mira, sólo escucha. No hace falta nada más.

Aquietarse, mirar y escuchar activa la inteligencia no conceptual que anida dentro

de ti. Deja que la quietud dirija tus palabras y tus acciones.



La mayoría de la gente se pasa la vida aprisionada en los confines de sus propios

pensamientos. Nunca van más allá de un sentido de identidad estrecho y

personalizado, fabricado por la mente y condicionado por el pasado.

En ti, como en cada ser humano, hay una dimensión de conciencia mucho más

profunda que el pensamiento. Es la esencia misma de tu ser. Podemos llamarla

presencia, alerta, conciencia incondicionada. En las antiguas enseñanzas, es el Cristo

interno, o tu naturaleza de Buda.

Hallar esa dimensión te libera, y libera al mundo del sufrimiento que te causas a ti

mismo y a los demás cuando sólo conoces el «pequeño yo» fabricado por la mente,

que es quien dirige tu vida. El amor, la alegría, la expansión creativa y una paz

interna duradera sólo pueden entrar en tu vida a través de esa dimensión de

conciencia incondicionada.

Si puedes reconocer, aunque sea de vez en cuando, que los pensamientos que

pasan por tu mente son simples pensamientos, sí puedes ser testigo de tus hábitos

mentales y emocionales reactivos cuando se producen, entonces esa dimensión ya

está emergiendo en ti como la conciencia en la que ocurren los pensamientos y

emociones: el espacio interno intemporal donde se despliegan los contenidos de tu

vida.

La corriente de pensamientos tiene una enorme inercia que puede arrastrarte

fácilmente. Cada pensamiento pretende tener una gran importancia. Quiere captar

toda tu atención.

He aquí un ejercicio espiritual que puedes practicar: no te tomes tus pensamientos

demasiado en serio.

Qué fácilmente se queda atrapada la gente en sus prisiones conceptuales.

La mente humana, en su deseo de conocer, entender y controlar, confunde sus

opiniones y puntos de vista con la verdad. Dice: así son las cosas. Tienes que ser más

amplio que el pensamiento para darte cuenta de que tu manera de interpretar «tu

vida», o la vida o conducta de otra persona, cualquier manera que tengas de juzgar

una situación, no es más que un punto de vista, una de las muchas perspectivas

posibles. No es más que una cadena de pensamientos. Pero la realidad es una

totalidad unificada donde todas las cosas están entrelazadas, donde nada existe en y

por sí mismo. El pensamiento fragmenta la realidad, la corta en pedazos y en

fragmentos conceptuales.

La mente pensante es una herramienta útil y poderosa, pero también muy

limitante cuando se adueña completamente de tu vida, cuando no te das cuenta de que

sólo es un pequeño aspecto de la condénela que eres.

La sabiduría no es un producto del pensamiento. El conocer profundo, que es la

sabiduría, surge en el simple acto de prestar toda tu atención a alguien o algo.

La atención es la inteligencia primordial, la conciencia misma. Disuelve las

barreras creadas por el pensamiento conceptual, lo que nos permite reconocer que

nada existe en y por sí mismo. Une el perceptor con lo percibido en un campo de

conciencia unificado. La sabiduría cura la separación.

Cuando estás inmerso en el pensamiento compulsivo, estás evitando lo que es. No

quieres estar donde estás. Aquí, Ahora.

Los dogmas —religiosos, políticos, científicos— surgen de la creencia errónea de

que el pensamiento puede contener y encerrar la realidad o la verdad. Los dogmas

son prisiones conceptuales colectivas. Y lo extraño es que la gente ama la celda de su

prisión porque le da sensación de seguridad, una falsa sensación de «yo sé».

Nada ha causado más sufrimiento a la humanidad que sus dogmas. Es cierto que

cada dogma se viene abajo antes o después, porque su falsedad acaba siendo revelada

por la realidad; sin embargo, a menos que el error básico sea visto tal como es, el

dogma será reemplazado por otros.

¿Cuál es el error básico? La identificación con el pensamiento.

El despertar espiritual es el despertar del sueño del pensamiento.

El reino de la conciencia es mucho más vasto de lo que el pensamiento puede

entender. Cuando dejas de creerte todo lo que piensas, sales del pensamiento y ves

con claridad que el pensador no es quien tú eres.

La mente existe en un estado de «nunca tener suficiente», por lo que siempre

ambiciona más. Cuando te identificas con la mente, te aburres y te inquietas

fácilmente. El aburrimiento significa que la mente tiene hambre de nuevos estímulos,

de más alimento para el pensamiento, y que su hambre no está siendo satisfecha.

Cuando estás aburrido, puedes satisfacer «hambre mental» leyendo una revista,

haciendo una llamada telefónica, poniendo la tele, navegando en Internet, yéndote de

compras o —y esto es bastante común— transfiriendo al cuerpo la sensación mental

de carencia y la necesidad de querer siempre algo más, satisfaciéndolas brevemente

ingiriendo más comida.

O puedes sentirte aburrido e inquieto, y observar la sensación de estar aburrido e

inquieto. A medida que vayas dándote cuenta de estas sensaciones, empezará a surgir

algún espacio y quietud en torno a ellas. Al principio sólo habrá un poco, pero,

conforme crezca la sensación de espacio interno, el aburrimiento empezará a

disminuir en intensidad y significado. De modo que incluso el aburrimiento te puede

enseñar quién eres y quién no eres.

Descubres que ser «una persona aburrida» no es tu identidad esencial. El

aburrimiento, simplemente, es un movimiento interno de la energía condicionada.

Tampoco eres una persona enfadada, triste o temerosa. El aburrimiento, el enfado, la

tristeza o el miedo no son «tuyos», no son personales. Son estados de la mente

humana. Vienen y van.

Nada de lo que viene y va eres tú.

«Estoy aburrido»; ¿quién sabe esto?

«Estoy enfadado, triste, atemorizado»; ¿quién lo sabe?

Tú eres el conocimiento, no el estado conocido.

Los prejuicios de todo tipo implican que te sientes identificado con la mente

pensante. Significar que ya no ves al otro ser humano, sino únicamente tu propio

concepto de ese ser humano. Reducir la riqueza de vida de otro ser humano a un

concepto es en sí mismo, una forma de violencia.

El pensamiento que no está enraizado en la autoconciencia se sirve a si mismo y

es disfuncional. El ingenio exento de sabiduría es extremadamente peligroso y

destructivo. Constituye el estado habitual de la mayor parte de la humanidad. La

expansión del pensamiento por vías científicas y tecnológica aunque no es

intrínsecamente bueno ni malo, tan bien se ha vuelto destructivo, porque muy a

menudo el proceso mental del que surge no hunde sus raíces en la conciencia.

El paso siguiente en la evolución humana es trascender el pensamiento.

Actualmente es nuestra tarea más urgente. Esto no implica dejar de pensar, sino

dejar de identificarse completamente con el pensamiento, dejar de estar poseídos por

el pensamiento.

Siente la energía de tu cuerpo interno. El ruido mental se serena y cesa

inmediatamente. Siéntela en tus manos, en tus pies, en tu abdomen, en tu pecho.

Siente la vida que eres, la vida que anima el cuerpo.

Entonces el cuerpo se convierte en una puerta, por así decirlo, hacía una

sensación de vida más profunda que subyace a las fluctuantes emociones y al

pensamiento.

Hay una riqueza de vida en ti que puedes sentir con todo tú Ser, no sólo con la

cabeza. En esa presencia en la que no necesitas pensar, cada célula está viva.

Sin embargo, en ese estado, el pensamiento puede activarse si se le necesita para

alguna finalidad práctica. La mente puede seguir operando, y opera perfectamente

cuando la inteligencia mayor que eres la usa y se expresa a través de ella.

Quizá te haya pasado inadvertido que esos breves periodos en los que «eres

consciente sin pensamiento» ya ocurren natural y espontáneamente en tu vida.

Puedes estar realizando alguna actividad manual, o paseando por la habitación, o

esperando en el mostrador de la aerolínea, y estar tan completamente presente que el

ruido mental de fondo disipa y es reemplazado por la presencia consciente. También

puedes estar mirando al cielo o escuchado a alguien sin que surja ningún comentario

interno. Tus percepciones se vuelven claras como el cristal, no están empañadas por

el pensamiento.

Para la mente, todo esto no es significativo, porque tiene cosas «más importantes»

en que pensar. Además, no es memorable, y por eso te ha pasado inadvertido.

Lo cierto es que es lo más significativo que puede ocurrirte. Es el principio de un

cambio desde el pensamiento hacia la presencia consciente.

Siéntete cómodo en el estado de «no saber». Este estado te lleva más allá de la

mente, porque la mente siempre está intentando concluir e interpretar. Tiene miedo de

no saber. Por eso, cuando puedes sentirte cómodo en el no saber, ya has ido más allá

de la mente. De ese estado surge un conocimiento más profundo que es noconceptual.

Creación artística, deporte, danza, enseñanza, terapia; la maestría en cualquier

disciplina implica que la mente pensante o bien ya no participa, o se ha quedado en

un discreto segundo plano. Un poder y una inteligencia mayores que tú, aunque en

esencia son uno contigo, toman el mando. Ya no hay proceso de toma de decisiones;

la acción justa surge espontáneamente, y «tú» no la estás haciendo. La maestría de la

vida es lo opuesto del control. Te alineas con la conciencia mayor. Ella actúa, habla y

hace los trabajos.

Un momento de peligro puede producir el cese temporal de la corriente de

pensamientos, permitiéndote degustar lo que significa estar presente, alerta,

consciente.

La Verdad es mucho más omniabarcante de que la mente podrá comprender

jamás. Ningún pensamiento puede encerrar y contener la Verdad. En el mejor de los

casos, puede indicarla. Por ejemplo puede decir: «Todas las cosas son

intrínsecamente una.» Eso es una indicación, no una explicación. Comprender estas

palabras significa sentir profundamente dentro de ti la verdad hacia la que apuntan.



La mente busca alimento incesantemente, y no sólo para el pensamiento; está

buscando alimento para su identidad, para su sentido del yo. Así es como el ego (el

yo separado) viene a la existencia y se recrea continuamente a sí mismo.

Cuando piensas o hablas sobre ti, cuando dices «yo», sueles referirte a «yo y mi

historia». Éste es el «yo» de lo que te gusta y de lo que te disgusta, de tus miedos y

deseos, el «yo» que nunca está satisfecho por mucho tiempo. Es un sentido de quien

eres creado por la mente, condicionado por el pasado y que trata de encontrar su

realización en el futuro.

¿Puedes ver que este «yo» es pasajero, que una formación temporal, como una

onda que recorre la superficie del agua?

¿Quién ve que esto es así? ¿Quién es consciente de que tus formas física y

psicológica son pasajeras? Yo soy. Este es el «yo» profundo que no tiene nada que

ver con el pasado y el futuro.

¿Qué quedará de todos los temores y deseos» asociados con tu problemática

situación existencial que consumen cada día la mayor parte de tu atención? Un guión

de varios centímetros de largo en la fecha de tu nacimiento y la fecha de tu muerte

inscritas en tu lápida.

Para el ego, éste es un pensamiento deprimente. Para ti es liberador.

Cuando cada pensamiento absorbe tu atención completamente significa que te

identificas con la voz que suena en tu cabeza. Entonces los pensamientos quedan

investidos de un sentido de yo. Esto es el ego, el «yo» creado por la mente. Este yo

fabricado por la mente se siente incompleto y precario. Por eso el temor y el deseo

son sus emociones predominantes y sus fuerzas motivadoras.

Cuando reconoces que hay una voz en tu cabeza que pretende ser tú y que nunca

deja de hablar, estás saliendo de la identificación inconsciente con la corriente de

pensamientos.

Cuando notas esa voz, te das cuenta de que tú no eres la voz —el pensador—,

sino quien es consciente de ella.

La libertad estriba en conocerte a ti mismo como la conciencia que está detrás de

la voz.

El ego siempre está buscando. Busca añadirse algo más de esto o de lo otro para

completarse.

Esto explica su preocupación compulsiva por el futuro.

Cuando te des cuenta de que estás viviendo «para el momento siguiente», ya has

salido del patrón mental del ego, con lo que surge la posibilidad de elegir prestar toda

tu atención a este momento.

Prestando toda tu atención a este momento, una inteligencia mucho mayor que la

inteligencia de la mente egótica entra en tu vida.

Cuando vives a través del ego, siempre reduces el momento presente a un medio

para un fin. Vives para el futuro, y cuando consigues tus objetivos, no te satisfacen, o

al menos no por mucho tiempo.

Cuando prestas más atención a lo que haces que al resultado futuro que quieres

conseguir con ello rompes el viejo condicionamiento del ego.

Entonces tu hacer no sólo es mucho más eficaz, sino infinitamente más alegre y

satisfactorio.

Casi cada ego contiene algún elemento de lo que podríamos llamar «identidad de

víctima». La imagen de víctimas que algunas personas tienen de sí mismas es tan

fuerte que se convierte en el núcleo central de su ego. El resentimiento y los agravios

forman parte esencial de su sentido del yo.

Aunque tus agravios estén completamente «justificados», te has construido una

identidad de víctima que se parece mucho a una prisión cuyos barrotes están hechos

de formas mentales. Mira lo que te estás haciendo a ti mismo o, más bien, lo que te

está haciendo tu mente. Siente tu apego emocional por tu historia de víctima y date

cuenta de la tendencia compulsiva a pensar o hablar de ella. Mantente presente como

testigo de tu estado interno. No tienes que hacer nada. Con la conciencia vienen la

transformación y la libertad.

Los hábitos mentales favoritos del ego, los que le fortalecen, son la queja y la

reactividad. Buena parte de la actividad emocional-mental de muchas personas

consiste en quejarse o reaccionar contra esto o lo otro. Ello hace que los demás, o la

situación, estén «equivocados», mientras que tú «tienes razón». Teniendo razón te

sientes superior, y sintiéndote superior fortaleces tu sentido del yo. En realidad sólo

estás fortaleciendo la ilusión del ego.

¿Puedes observar estos hábitos dentro de ti mismo y reconocer tu quejumbrosa

voz interior por lo que es?

El sentido del yo característico del ego necesita el conflicto porque su identidad

separada se fortalece al luchar contra esto o lo otro, y al demostrar que esto soy «yo»

y eso no soy «yo».

Es frecuente que tribus, naciones y religiones consigan fortalecer su sentido de

identidad colectiva teniendo enemigos. ¿Quién sería el «creyente» sin el «infiel»?

En tus tratos con otras personas, ¿puedes detectar ligeros sentimientos de

superioridad o inferioridad hacia ellas? Lo que estás viendo es el ego, que vive de la

comparación.

La envidia es un derivado del ego, que se siente disminuido cuando a otra persona

le pasa algo bueno, o cuando alguien tiene más, sabe más o puede hacer más que tú.

La identidad del ego depende de la comparación y siempre quiere más. Se agarra a

cualquier cosa. Si todo lo demás fracasa, puedes fortalecer tu ficticio sentido del yo

sintiéndote más maltratado por la vida o más enfermo que otras personas.

¿Cuáles son las historias, las ficciones de las que derivas tu sentido del yo?

La necesidad de oponerse, de resistirse y de excluir está incorporada a la

estructura misma del ego, ya que esto le permite mantener el sentido de separación

del que depende su supervivencia. De modo que «yo» voy contra el «otro»,

«nosotros» contra «ellos».

El ego necesita estar en conflicto con alguien o algo. Eso explica por qué buscas

la paz, la alegría y el amor, pero no puedes tolerarlos por mucho tiempo.

Dices que quieres la felicidad, pero eres adicto a tu infelicidad.

En último término, la infelicidad no surge de las circunstancias de tu vida, sino

del condicionamiento de tu mente.

¿Albergas sentimientos de culpa respecto a algo que hiciste —o dejaste de hacer

— en el pasado?

Lo cierto es que actuaste de acuerdo a tu nivel de conciencia, o más bien de

inconsciencia, de aquel tiempo. Si hubieras estado más alerta, si hubieras sido más

consciente, habrías actuado de otra manera.

La culpa es otro intento del ego de crear una identidad, un sentido del yo. Al ego

no le importa que el sentido del yo sea positivo o negativo. Lo que hiciste o dejaste

de hacer fue una manifestación de inconsciencia, de la inconsciencia humana. El ego,

no obstante, lo personaliza y dice: «Yo hice aquello», y así te creas una imagen

mental de ti mismo como persona «mala».

A lo largo de la historia, los seres humanos han cometido incontables actos de

agresión, crueldad y violencia hacia sus semejantes, y continúan realizándolos.

¿Son todos ellos condenables? ¿Son todos culpables? ¿O dichos actos son

expresiones de la inconsciencia, de una etapa evolutiva que ahora estamos dejando

atrás?

Las palabras de Jesús: «Perdónales porque no saben lo que hacen», también son

aplicables a ti.

Si con el fin de liberarte te marcas metas egóticas que te potencian o te hacen

sentirte importante, aunque las consigas, no te sentirás satisfecho.

Márcate metas, pero sabiendo que alcanzarlas no tienen la menor importancia.

Cuando algo surge de la presencia, significa que este instante no es un medio para un

fin: la acción es satisfactoria por sí misma en cada momento.

Ya no reduces el Ahora a un medio para un fin, que es lo que hace la conciencia

delego.

«Cuando el yo desaparece, desaparecen los problemas», dijo el maestro budista

cuando le pidieron que explicara el significado profundo del budismo.



Dependemos de la naturaleza no sólo para nuestra supervivencia física.

También necesitamos a la naturaleza para que nos enseñe el camino a casa, el

camino de salida de la prisión de nuestras mentes. Nos hemos perdido en el hacer, en

el pensar, en el recordar, en el anticipar: estamos perdidos en un complejo laberinto,

en un mundo de problemas.

Hemos olvidado lo que las rocas, las plantas y los animales todavía saben.

Nos hemos olvidado de ser: de ser nosotros mismos, de estar en silencio, de estar

donde está la vida: Aquí y Ahora.

Cuando diriges tu atención hacia algo natural, hacia algo que ha venido a la

existencia sin la intervención humana, sales de la prisión del pensamiento conceptual

y, en cierta medida, participas del estado de conexión con el Ser en el que todavía

existe todo lo natural.

Llevar tu atención a una piedra, a un árbol o a un animal no significa pensar en

ellos, sino simplemente percibirlos, darte cuenta de ellos.

Entonces se te transmite algo de su esencia, Puedes sentir lo aquietado que está y,

sintiéndolo surge en ti esa misma quietud. Sientes lo profundamente que descansa en

el Ser, completamente unificado con lo que es y con dónde está. Al darte cuenta de

ello, tú también entras en un lugar de profundo reposo dentro de ti mismo.

Cuando camines o descanses en la naturaleza, honra ese reino permaneciendo allí

plenamente. Serénate. Mira. Escucha. Observa cómo cada planta y animal son

completamente ellos mismos. A diferencia de los humanos, no están divididos en dos.

Ni viven a través de imágenes mentales de sí mismos, por eso no tienen que

preocuparse de proteger y potenciar esas imágenes. El ciervo es él mismo. El narciso

es él mismo.

Todas las cosas naturales, además de estar unificadas consigo mismas, están

unificadas con la totalidad. No se han apartado del entramado de la totalidad

reclamando una existencia separada; «yo» y el resto del universo.

La contemplación de la naturaleza puede liberarte del «yo», el gran creador de

conflictos.

Percibe los múltiples sonidos sutiles de la naturaleza: el susurro de las hojas al

viento, la caída de las gotas de lluvia, el zumbido de un insecto, la primera canción

del pájaro al amanecer. Entrégate completamente al acto de escuchar.

Más allá de los sonidos, hay algo mayor: una sacralidad que no puede ser

comprendida a través del pensamiento.

Tú no creaste tu cuerpo, y tampoco eres capaz de controlar las funciones

corporales. En tu cuerpo opera una inteligencia mayor que la mente humana. Es la

misma inteligencia que lo sustenta todo en la naturaleza. Para acercarte al máximo a

esa inteligencia, sé consciente de tu propio campo energético interno, siente la vida,

la presencia que anima el organismo.



Cuando percibes la naturaleza sólo a través de la mente, del pensamiento, no

puedes sentir su plenitud de vida, su ser. Sólo ves la forma y no eres consciente de la

vida que la anima, del misterio sagrado. El pensamiento reduce la naturaleza a un

bien de consumo a un medio de conseguir beneficios, conocimiento, o algún otro

propósito práctico. El antiguo bosque se convierte en madera; el pájaro, en un

proyecto de investigación; la montaña, en el emplazamiento de una mina o en algo

por conquistar.

Cuando percibas la naturaleza, permite que haya espacios sin pensamiento, sin

mente. Cuando te acerques a la naturaleza de este modo, ella te responderá y

participará en la evolución de la conciencia humana y planetaria.

Nota lo presente que está la flor, lo rendida que está a la vida.

La planta que tienes en casa…, ¿la has mirado detenidamente alguna vez?

¿Has permitido que ese ser familiar pero misterioso que llamamos planta te

enseñe sus secretos? ¿Te has dado cuenta de lo pacífica que es, de que está rodeada

de un campo de quietud? En el momento en que te das cuenta de la quietud y de la

paz que emana, esa planta se convierte en tu maestra.

Observa un animal, una flor, un árbol, y mira cómo descansan en el Ser. Cada uno

de ellos es él mismo. Tiene una enorme dignidad, inocencia, santidad. Sin embargo,

para poder ver esto, tiene que ir más allá del hábito mental de nombrar y etiquetar. En

el momento en que miras más allá de las etiquetas mentales, sientes la dimensión

inefable de la naturaleza, que no puede ser comprendida por el pensamiento ni

percibida por los sentidos. Es una armonía, una sacralidad que, además de

compenetrar la totalidad de la naturaleza, está dentro de ti.



Necesitas que la naturaleza te enseñe y te ayude a reconectar con tu Ser.

Pero tú no eres el único necesitado; ella también te necesita a ti.

No estás separado de la naturaleza. Todos somos parte de la Vida Una que se

manifiesta en incontables formas en todo el universo, formas que están, todas ellas,

completamente interconectadas. Cuando reconoces la santidad, la belleza, la increíble

quietud y dignidad en las que una flor o un árbol existen, tú añades algo a esa flor o a

ese árbol. A través de tu reconocimiento, de tu conciencia, la naturaleza llega a

conocerse a sí misma. ¡Alcanza a conocer su propia belleza y sacralidad a través de

ti!

Un gran espacio silencioso contiene en su abrazo la totalidad del mundo natural.

Y también te contiene a ti.

Sólo mediante la quietud interior tienes acceso al reino de quietud en el que

habitan las rocas, las plantas y los animales. Sólo cuando tu mente ruidosa se queda

en silencio puedes conectar profundamente con la naturaleza y sanar la separación

creada por el exceso de pensamiento.

Pensar es una etapa en la evolución de la vida. La naturaleza existe en una

quietud inocente que es anterior a la aparición del pensamiento. El árbol, la flor, el

pájaro o la roca no son conscientes de su propia belleza y santidad. Cuando los seres

humanos se aquietan, van más allá del pensamiento. La quietud que está más allá del

pensamiento contiene una dimensión añadida de conocimiento, de conciencia.

La naturaleza puede llevarte a la quietud. Ese es su regalo para ti.








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