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Foto del escritorAmenhotep VII

El reino de Dios está en vosotros - León Tolstói


El reino de Dios está en vosotros o el cristianismo no como una doctrina mística, sino como una nueva concepción de la vida

En 1884 escribí un libro titulado ¿En qué consiste mi fe?, en el cual expuse verdaderamente mis creencias. Al exponer mis creencias en las enseñanzas de Cristo no pude dejar de expresar los motivos por los que no creo en la doctrina de la Iglesia –habitualmente llamada cristianismo–, y por qué razón considero que esta doctrina es errónea. Entre las muchas desviaciones de esta doctrina respecto a las enseñanzas de Cristo señalé cuál es la principal, esto es, el no reconocer el mandamiento sobre la no-resistencia al mal con la violencia, que es la desviación más evidente que muestra la tergiversación que la doctrina de la Iglesia ha hecho de las enseñanzas de Cristo. Sabía muy poco, como todos nosotros, acerca de lo que se había hecho, preconizado y escrito en el pasado respecto a la cuestión de la no resistencia al mal. Conocía lo que han manifestado sobre esta materia los Padres de la Iglesia –Orígenes, Tertuliano y otros–, así como la existencia de las llamadas sectas menonitas, la Comunidad de Herrnhuter y los cuáqueros, que no aceptan que los cristianos recurran a las armas y que se niegan a servir en el ejército. Pero lo que estas llamadas sectas habían hecho para dilucidar esta cuestión me era poco conocido.

Mi libro, como era de esperar, fue prohibido por la censura rusa, pero en parte por mi reputación como escritor y, en parte, porque el tema suscitaba interés entre la gente, fue difundido en Rusia en forma de manuscritos y litografías, y fue traducido en el extranjero. Esto originó que los que comulgan con mis ideas me hicieran llegar una serie de informaciones acerca de ensayos escritos sobre esta misma materia y, por otro lado, generó una serie de críticas a las ideas que yo había expuesto en mi libro.


Desde que se fundó el cristianismo sólo una minoría de personas ha profesado y profesa la doctrina de la no-resistencia al mal con la violencia


Las primeras cartas que recibí tras la aparición de mi libro fueron las de los cuáqueros americanos. En estas cartas, los cuáqueros, que expresaban su interés por mis opiniones acerca de la ilegitimidad para todo cristiano de cualquier tipo de guerra y violencia, me proporcionaron detalles sobre su así llamada “secta”, que lleva más de doscientos años predicando las enseñanzas de Cristo acerca de la no-resistencia al mal con la violencia, y cuyos miembros nunca han recurrido, ni recurren a día de hoy, a las armas para defenderse. Junto con las cartas, los cuáqueros me mandaron folletos, revistas y libros a través de los cuales comprendí hasta qué punto, desde hacía muchos años, se había demostrado de un modo irrefutable el deber de todo cristiano de cumplir el mandamiento de la no-resistencia al mal con la violencia, y cómo había sido ya denunciada la falsedad de la doctrina de la iglesia, que admite las ejecuciones y las guerras.

Con toda una serie de razonamientos y textos que demuestran que la religión, fundada sobre el espíritu de paz y la benevolencia con las personas, es incompatible con la guerra –es decir, con la mutilación y el asesinato de seres humanos–, los cuáqueros afirman que nada ha contribuido tanto al oscurecimiento del mensaje y la verdad de Cristo a los ojos de los paganos, ni nada ha perjudicado tanto a la expansión del cristianismo por el mundo, como el hecho de que personas que dicen llamarse cristianas no reconozcan este mandamiento y admitan para los cristianos la guerra y la violencia.


“Las enseñanzas de Cristo –dicen los cuáqueros–, que han penetrado en las conciencias de las personas no a través de la espada y la violencia, sino a través de la no-resistencia al mal, la mansedumbre, la resignación y el espíritu de paz, sólo pueden expandirse por el mundo con el ejemplo de la paz, la armonía y el amor entre sus discípulos”. “El cristiano, según las enseñanzas de Dios, puede obrar únicamente con espíritu de paz con respecto a sus semejantes, y por ello no hay autoridad alguna que pueda obligarle a actuar en contra de las enseñanzas de Dios ni en contra de la naturaleza de todo cristiano”. “Las leyes de un Estado pueden hacer que aquéllos que por sentido práctico intentan conciliar lo inconciliable traicionen la ley de Dios, pero para un cristiano, que cree sinceramente que seguir las enseñanzas de Cristo le llevará a la salvación, estas leyes no pueden tener ningún valor”.

Al conocer la labor de los cuáqueros y sus obras (Fox, Penn y especialmente un libro escrito por Dymond en 1827) comprendí que no solamente hace mucho que hay conciencia de la incompatibilidad entre el cristianismo, la violencia y la guerra, sino que esta incompatibilidad hace tiempo que fue demostrada de manera clara e inequívoca, y sólo cabe sorprenderse de que la Iglesia haya propugnado y siga propugnando esta conjunción imposible entre doctrina cristiana y violencia. Además de estas informaciones que obtuve de los cuáqueros, me llegaron sobre la misma época otras similares también procedentes de América, pero de fuentes distintas, totalmente desconocidas para mí hasta entonces.

El hijo de William Lloyd Garrison, un famoso luchador por la libertad de los negros, me escribió que al leer mi libro y encontrar en él ideas parecidas a las que había formulado su padre en 1838, supuso que me resultaría interesante conocer este hecho, y por ello me envió la “Declaración o Proclamación de la no-resistencia”, la non-resistance, redactada por su padre cincuenta años antes. Esta proclamación apareció en las siguientes circunstancias: William Lloyd Garrison, que en 1838 formaba parte de una sociedad que tenía como fin la consecución de la paz mundial entre los hombres y el cese de las guerras, llegó a la conclusión de que el establecimiento de la paz mundial podía basarse únicamente en un claro reconocimiento del mandamiento de la no-resistencia al mal con la violencia (Mateo 5, 39), con todo lo que ello conllevara, del mismo modo que lo entienden los cuáqueros, con los que le unían lazos de amistad. Cuando Garrison llegó a esta conclusión, redactó y propuso a su sociedad la siguiente declaración, que fue suscrita por muchos de sus miembros.


Declaración de los principios adoptados por los miembros de la sociedad fundada para la consecución de la paz en el mundo


Nosotros, los abajo firmantes, creemos que es nuestro deber con relación a nosotros mismos, a esta causa que tanto estimamos, al país en el que vivimos y al resto del mundo proclamar nuestro credo, establecer sus bases, los objetivos que perseguimos y los medios a los que estamos dispuestos a recurrir para alcanzar una revolución mundial pacifica. He aquí nuestro credo. No reconocemos a ningún gobierno. Reconocemos a un solo rey, una autoridad, un juez y gobernador sobre la Tierra. Nuestra patria es el mundo y nuestros compatriotas, la humanidad entera. Amamos a nuestra patria tanto como amamos al resto de los países. Los intereses y derechos de nuestros conciudadanos no son más importantes que los intereses y derechos del resto de la humanidad. Por este motivo, no aceptamos que ningún sentimiento patriótico justifique la venganza por las ofensas y daños inflingidos a nuestro pueblo... Creemos que una nación no tiene derecho a defenderse ni a atacar a sus enemigos, así como tampoco ningún individuo tiene derecho a hacerlo. Una unidad no puede ser más importante que el conjunto de todas ellas. Si un Estado no tiene derecho a ofrecer resistencia contra los agresores foráneos, cuyo objetivo es devastar nuestra patria y fustigar a nuestros ciudadanos, tampoco debe ofrecer resistencia con la fuerza contra los individuos que alteren el orden público y amenacen la seguridad privada. La doctrina que propugna la Iglesia acerca de que todos los Estados de la Tierra han sido establecidos con la aprobación de Dios, y que los Gobiernos de los Estados Unidos, Rusia y Turquía están constituidos de acuerdo con la voluntad de Dios es tan absurda como blasfema.

Esta doctrina presenta a nuestro Creador como a un ser parcial, que instituye y alienta el mal. Nadie puede afirmar que los gobiernos de ningún Estado actúen frente a sus enemigos de acuerdo con las enseñanzas y según el ejemplo de Cristo. En consecuencia, la actividad de estos gobiernos no puede ser aceptada por Dios, ni éstos pueden estar constituidos conforme a Su voluntad. Por ello, los gobiernos deben ser derrocados, pero no con la violencia, sino mediante un renacimiento espiritual en las personas. Reconocemos como anticristianas e ilegales no sólo las guerras –tanto las ofensivas como las defensivas–, sino todos sus preparativos: constitución de arsenales, fortificaciones, navíos de guerra; reconocemos como anticristianas e ilegales la existencia de cualquier ejército regular, cualquier mando militar, cualquier monumento erigido para conmemorar las victorias o las derrotas del enemigo, cualquier trofeo conseguido en un campo de batalla, cualquier celebración de las hazañas bélicas, cualquier usurpación mediante las armas; reconocemos como anticristiano e ilegal cualquier decreto del gobierno que exija a sus súbditos servir en el ejército. En consecuencia, consideramos que para nosotros no sólo es imposible servir en el ejército, sino también ocupar cualquier cargo que nos obligue a forzar a otros a comportarse bien bajo amenazas de cárcel o pena de muerte.

Por tanto, nos excluimos de manera voluntaria de cualquier institución gubernamental, renunciamos a la política, a honores terrenales y a cargos de poder. Así como no nos reconocemos con el derecho de ocupar ningún cargo en instituciones gubernamentales, tampoco nos reconocemos con derecho a participar en la elección de otras personas. Del mismo modo, no tenemos derecho a pelear con nadie para hacer que nos devuelva lo que nos haya usurpado. Consideramos que debemos entregar el caftán a quien nos haya arrebatado la camisa, y en ningún caso podremos someterlo al castigo. (Mateo 5,40). Creemos que la ley del talión del Antiguo Testamento, “ojo por ojo, diente por diente”, fue abolida por Jesucristo. Conforme al Nuevo Testamento, todos sus discípulos han predicado el perdón al enemigo en vez de la venganza, en todos los casos y sin excepción alguna. Es evidente que exigir mediante la violencia, encarcelar, deportar o ejecutar no constituye un perdón a las ofensas, sino una venganza.

La historia de la humanidad está llena de evidencias que demuestran que la violencia física no es compatible con el renacimiento moral, que la inclinación a pecar de las personas puede ser vencida únicamente con el amor, que el mal puede ser destruido solamente con el bien, que no debemos confiar en la fuerza de las manos para defendernos del mal, que la verdadera seguridad se encuentra en la bondad, en la paciencia infinita y en la misericordia, que solamente los dóciles heredarán la tierra, y que los que alcen la espada, a espada morirán. Y para salvaguardar la vida, la propiedad, la libertad, el orden público, el bien individual de las personas, y para cumplir la voluntad del que es Rey de reyes y Señor de señores, tomamos de todo corazón la “no-resistencia al mal con el mal” como dogma fundamental, porque creemos firmemente que este dogma, que da respuesta a todos los azares posibles y que expresa la voluntad de Dios, acabará triunfando sobre las fuerzas malignas. No propugnamos una doctrina de la revolución, pues el espíritu de la revolución es el espíritu de la venganza, de la violencia y el asesinato, y éste no teme a Dios, ni respeta al individuo. Y lo que deseamos nosotros es estar llenos del espíritu de Dios.

Fieles a nuestra doctrina de la no-resistencia al mal con el mal, no conspiraremos, ni urdiremos revueltas, ni generaremos violencia. Nos someteremos a toda ley y a toda imposición del gobierno, exceptuando aquellas exigencias que sean contrarias al Evangelio. Mostraremos una total sumisión si nos es impuesto un castigo por insubordinación. Así como nuestra intención es soportar todos los ataques que recibamos sin ofrecer resistencia alguna, también lo es combatir sin tregua el mal que reina en el mundo, allá donde esté, en las altas o bajas esferas, en los ámbitos político, administrativo y religioso, haciendo todos los esfuerzos posibles para conseguir que el reino de la Tierra se funda con el reino de nuestro Señor Jesucristo. Consideramos como una verdad incuestionable que todo aquello que es contrario al Evangelio y a su espíritu está destinado a la destrucción y, en efecto, debe ser destruido inmediatamente. Por tanto, creemos en la profecía de que llegará un tiempo en el que de las espadas se hagan arados y de las lanzas, hoces, y debemos contribuir a esta causa con todas nuestras fuerzas, sin demora alguna.

Todo aquél que fabrica, vende, hace uso de armas, o el que contribuye a su difusión, se está armando contra el demonio de la paz del hijo de Dios en la Tierra. Una vez establecidos nuestros principios exponemos a continuación el modo con el que confiamos alcanzar nuestro objetivo. Esperamos vencer mediante la “locura de la predicación”. Trataremos de difundir nuestras ideas entre todas las personas, sea cual sea su nacionalidad, religión o estrato social. Para ello organizaremos lecturas públicas, repartiremos folletos, crearemos una sociedad y presentaremos peticiones en todas las instituciones gubernamentales. Perseguiremos con todos los medios que estén en nuestra mano un cambio radical en las opiniones, sentimientos y acciones de nuestra sociedad con relación a la pecaminosidad que supone el uso de la violencia contra el enemigo, ya sea interno o foráneo.

Al embarcarnos en esta gran empresa comprendemos perfectamente que nuestra sinceridad se verá sometida a pruebas muy duras. Nuestra misión nos acarreará injurias, ofensas, sufrimiento e incluso la muerte. Nos aguardan la incomprensión, las tergiversaciones y las calumnias. Una tempestad se cernirá sobre nosotros y todo puede unirse en contra de nosotros: el orgullo y fariseísmo del gobierno y el poder, su ambición y crueldad; todos se unirán para destruirnos. Así es como actuaron frente al Mesías, al cual intentamos emular en la medida de lo posible. Pero ninguno de estos horrores nos atemoriza. No confiamos en las personas, sino en Dios todopoderoso. Y si hemos renunciado a la protección de los hombres, ¿en qué vamos a sostener, sino es en la fe que triunfará en el mundo? No nos harán vacilar las pruebas a las que seamos expuestos y nos hará dichosos ser dignos de compartir los sufrimientos de Cristo.

Por todo esto entregamos nuestras almas a Dios, porque creemos que quien abandona su hogar, sus tierras, a sus hermanos, hermanas, padre, madre, mujer e hijos por la voluntad de Cristo, recibirá cien veces más y obtendrá la vida eterna. Así pues, y a pesar de todo lo que contra nosotros se pueda cernir, creemos firmemente que los fundamentos que hemos expresado en esta declaración triunfarán en todo el mundo; declaración que firmamos, confiando en la inteligencia y la conciencia de la humanidad, pero sobre todo en la fuerza de Dios, al cual nos encomendamos. A esta declaración le seguía una revista titulada Non-resistant, en la cual se propugnaba la doctrina de la no-resistencia al mal con todo su significado y consecuencias, del mismo modo que se había expresado en la proclamación. Conocí el destino que tuvo la sociedad y la revista gracias a una excelente biografía sobre W. L. Garrison, escrita por sus hijos. Tanto la sociedad como la revista tuvieron una corta existencia: la mayoría de los colaboradores de Garrison en la lucha contra el esclavismo, temiendo que las exigencias demasiado radicales expresadas en la revista Non-resistant apartaran a la gente de la causa de la liberación de los negros, renunciaron a la doctrina de la no-resistencia, tal como había sido expuesta en la proclamación. Esta declaración de Garrison, que había expresado de un modo tan firme y elocuente una profunda profesión de fe, parecía que tenía que sorprender a la gente, darse a conocer en el mundo y convertirse en objeto de profundas discusiones. Pero nada de esto ocurrió. No sólo pasó inadvertida en Europa, sino también entre los americanos, a pesar de tener en tan alta estima la memoria de Garrison. La misma suerte corrió otro defensor de la no-resistencia, el americano Adin Ballou, fallecido recientemente, y que durante cincuenta años propugnó esta doctrina. Algo que nos demuestra hasta qué punto ha pasado inadvertido todo lo relacionado con esta doctrina lo vemos en el hecho de que el hijo de Garrison, que ha escrito una maravillosa biografía sobre su padre en cuatro grandes tomos, a mi respuesta sobre si existe en la actualidad esta “Sociedad de la no-resistencia” y si tiene seguidores, me contestó que, por lo que él que sabe, esta sociedad se disolvió y ya no quedan seguidores de esta doctrina. Y eso a pesar de que por aquel entonces yo había recibido cartas de Adin Ballou, que vivía en Hopedale (Massachusetts), y que había participado en los trabajos de Garrison y dedicado cincuenta años de su vida a la prédica, tanto oral como escrita, de la doctrina de la no-resistencia.

Más tarde recibí una carta de Wilson, un discípulo y ayudante de Ballou, con el cual finalmente entablé conocimiento. Escribí a Ballou, y éste me respondió enviándome algunas de sus obras. He aquí un extracto de ellas:

“Jesucristo es mi señor y maestro –escribe Ballou en uno de sus artículos, en el que denuncia la contradicción entre ser cristiano y reconocer al mismo tiempo el derecho a la autodefensa y a la guerra–. Prometí abandonarlo todo para seguirle a él, en lo bueno y en lo malo, hasta la hora de mi muerte. Pero soy ciudadano de la república democrática de los Estados Unidos, a la que juré fidelidad, y también juré que defendería la Constitución de mi país con mi vida si era necesario. Cristo me exige que haga a los otros lo que querría para mí mismo. La Constitución me exige que haga con dos millones de esclavos [antes se trataba propiamente de esclavos, en la actualidad, sin duda alguna, su lugar ha sido ocupado por los obreros] lo contrario de lo que me gustaría que hicieran conmigo, es decir, contribuir a la perpetuación de la esclavitud. A pesar de ello sigo participando en elecciones para elegir o para ser elegido, ayudo a gobernar, y estoy dispuesto incluso a ser escogido para cualquier puesto gubernamental. Pero esto no me impide ser cristiano. Continúo profesando la fe, y no encuentro dificultades en cumplir al mismo tiempo con los preceptos de Cristo y con los de mi gobierno. ”Jesucristo me prohíbe resistirme a los que hagan el mal mediante el ‘ojo por ojo, diente por diente, sangre por sangre, o vida por vida’. ”Mi gobierno me exige justamente lo contrario, y basa su autodefensa en la horca, el fusil y la espada, que utilizaré contra el enemigo interno y contra el foráneo. Por consiguiente, mi país se pertrecha de horcas, prisiones, arsenales, buques de guerra y soldados. ”A la vez que mantenemos y empleamos estos carísimos y mortíferos dispositivos podemos, con suma facilidad, practicar la virtud de ‘perdonar a nuestros ofensores, amar al enemigo, bendecir a quien nos maldiga y hacer el bien a quien nos odie’. Para este fin contamos con los sacerdotes cristianos: para que recen por nosotros y reconozcan como una bendición de Dios nuestros asesinatos sagrados. Soy consciente de todo esto (es decir, de la contradicción que existe entre la profesión de fe y la vida), pero sigo profesando la fe y formando parte del gobierno, y me enorgullezco de ser al mismo tiempo un cristiano devoto y un entregado servidor a mi gobierno. No quiero convenir con ese disparatado concepto de la ‘no-resistencia’. No puedo renunciar a mi influencia y con ellos permitir que gente inmoral esté al mando de mi gobierno. La Constitución estable que el gobierno tiene derecho a declarar la guerra, y estoy de acuerdo con este principio y lo respaldo, y juro que lo apoyaré. Pero no por eso dejo de ser cristiano, porque la guerra es también una demanda cristiana. ¿O acaso no es cristiano matar a cientos de miles de hermanos, violar mujeres, destruir y quemar ciudades y cometer toda clase de atrocidades? Es hora de abandonar esos falsos sentimentalismos, porque éste es el medio más auténtico de perdonar las ofensas y de amar al enemigo: no existe nada más cristiano que el asesinato indiscriminado si está basado en el sentimiento del amor”.

En otro folleto titulado ¿Cuántos hombres son necesarios para que un crimen se convierta en virtud? escribe:


“Un individuo no debe matar. Si mata, es un criminal, un asesino. Si esto mismo lo hacen dos, diez o cien personas, también son asesinos. Sin embargo, un Estado o una nación puede matar todo lo que le venga en gana, y esto ya no será considerado como un asesinato, sino como algo grande y noble. Basta con reunir a muchos hombres para que la masacre de decenas de miles de personas se convierta en algo inocente. ¿Pero exactamente cuántos hombres son necesarios para que esto ocurra? He aquí la cuestión. Uno solo no puede robar, saquear, pero una nación entera sí que puede. ¿Pero cuántos individuos son necesarios? ¿Por qué uno, diez o cien hombres no deben violar la ley de Dios, y en cambio muchos de ellos juntos sí pueden hacerlo?”

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