top of page
Foto del escritorAmenhotep VII

El Libro del Té - Kakuzo Okakura



TAOÍSMO Y ZENNISMO


El parentesco del zennismo y del té es proverbial. Ya hemos hecho notar que el

ceremonial del té es un desarrollo del ritual Zen. El nombre del fundador del taoísmo,

Laotsé, va íntimamente ligado a la historia del té. En el manual escolar chino, al tratar

de los usos y costumbres, se dice que la ceremonia de ofrecer el té a un huésped data

de Kwanyin, quien por primera vez ofreció durante un desfile Hann, al Viejo

Filósofo, una taza del precioso líquido dorado. No trataremos aquí de discutir la

autenticidad de estas tradiciones; sea como fuere, ellas demuestran la antigüedad del

uso del té por los taoístas. El interés que presenta para nosotros el taoísmo y el

zennismo reside muy especialmente en las ideas concernientes a la vida y al arte de lo

que llamamos el Teísmo.

Es lamentable que a pesar de algunas tentativas dignas de encomio, no existe en

ninguna lengua extranjera una presentación exacta de las doctrinas taoístas y

zennistas.

Una traducción es siempre una traducción, y por muy buena que sea, no es más,

como dice un autor Ming, que el reverso de un brocado; están los mismos hilos, pero

falta la sutileza del dibujo y del color. Además, ¿hay acaso alguna gran doctrina que

sea fácil de exponer? Los antiguos sabios no exponían nunca sus enseñanzas en

forma sistemática. Hablaban por paradojas, porque temían lanzar a la circulación

peligrosas verdades. Laotsé, con su humor delicado, dice: «Cuando la gente de

inteligencia inferior oye hablar de Tao, se echa a reír; pero si no se echasen a reír, no

existiría Tao».

Literalmente, Tao significa el Sendero, pero a menudo ha sido traducido por el

Camino, lo Absoluto, la Ley, la Naturaleza, la Razón, la Moda, términos que, por otra

parte, no son incorrectos, puesto que los taoístas mismos emplean una palabra

diferente según el sentido que deseen dar a su expresión.

Laotsé dice: «Existe una cosa silenciosa y solitaria que lo contiene todo y que

nació antes de que el cielo y la tierra existiesen. Existe por sí misma y es inmutable.

Vuelve a sí misma y es la madre del universo. Como ignoro su nombre la llamo

Sendero. Bien con mi sentimiento la llamo el Infinito, el Infinito es lo Fugitivo, lo

Fugitivo es el Desvanecimiento, el Desvanecimiento es el Retorno».

El Tao es el espíritu del cambio cósmico, la eterna evolución que produce nuevas

formas. Se enrolla alrededor de sí misma, como el dragón que es el símbolo favorito

de los taoístas. Es sutil como las nubes. El Tao puede ser también considerado como

la Gran Transición. Subjetivamente es la manera de ser del universo, Su Absoluto es

lo Relativo.

El taoísmo, como su sucesor el zennismo, representa el esfuerzo individualista del

espíritu chino meridional, en oposición con el comunismo de la China septentrional

que tiene su expresión en el confucianismo. El Imperio Central es tan vasto como

Europa y sus diferencias idiosincrásicas están definidas por los dos grandes sistemas

fluviales que lo atraviesan: el Yangtsé-Kiang y el Hoang-Ho que pueden compararse

al Mediterráneo y al Báltico. Aun hoy, a pesar de los siglos de unificación, los

Celestes del Sur difieren de los del Norte, en pensamiento y en creencias, como un

individuo de raza latina, pueda diferir de una de raza germánica. Antiguamente,

cuando los medios de comunicación eran más difíciles que hoy, y sobre todo durante

la época feudal, esta divergencia de mentalidad era todavía más sensible. La poesía y

el arte de un pueblo respiraban una atmósfera completamente distinta de los del otro.

En Laotsé y sus discípulos, y en Kutsungen, el precursor de los poetas nacionalistas

del Yangtsé-Kiang, se manifiesta un idealismo que es completamente incompatible

con las nociones morales y eminentemente prosaicas de los escritores del Norte

contemporáneos, o sea, cinco siglos antes de la Era Cristiana, que es cuando vivió

Laotsé.

El germen de la especulación taoísta aparece mucho antes de la aparición de

Laotsé, a quien se llamó Laotsé-de-las-orejas-largas. En los viejos anales chinos, y

especialmente en el Libro de los Cambios, se presiente su aparición, pero el gran

respeto que había hacia las costumbres en aquella época clásica de la civilización

china, que alcanzó su apogeo con la dinastía Chow, durante el siglo dieciséis antes de

Jesucristo, constituyó un gran obstáculo para el progreso del individualismo, de modo

que fue sólo durante la disgregación de la dinastía Chow y la formación de

numerosos reinos independientes, cuando el taoísmo pudo mostrar su lujuriante libre

pensamiento. Laotsé y Soshi, los dos grandes representantes de la nueva escuela, eran

los dos del Sur; por otra parte, Confucio y sus discípulos trataron siempre de

conservar las costumbres ancestrales. Únicamente conociendo el confucianismo

puede comprenderse el taoísmo y recíprocamente.

Hemos dicho que en el taoísmo, lo Absoluto era lo relativo. En ética, los taoístas

negaban las leyes y los códigos morales de la sociedad, porque para ellos el bien y el

mal eran cosas relativas. Una definición encierra siempre una idea de limitación. Las

ideas de fijeza e inmutabilidad no son sino un alto en el desarrollo. Nuestras ideas de

moralidad son hijas de las necesidades de tiempos pasados, ¿pero acaso la sociedad

permanece la misma? El respeto de las tradiciones comunales comporta el sacrificio

constante del individuo hacia el Estado.

La educación, para mantener una tan fuerte ilusión, encorazona la ignorancia; no

se enseña al pueblo a ser virtuoso, sino a comportarse dignamente; somos malos

porque somos terriblemente conscientes. No perdonamos a los demás porque nos

sabemos culpables, imponemos silencio a nuestra conciencia porque tenemos miedo

de descubrir la verdad a los demás; nos refugiamos en el orgullo porque no osamos

decirnos esta verdad a nosotros mismos. ¿Cómo puede darse importancia al mundo

siendo éste tan ridículo? El espíritu de tráfico está en todas partes. ¡El honor y la

Castidad! ¿Cuál es el mercader que vende el Bien y la Verdad? Puede incluso

comprarse una religión que no sea sino un ritual de moralidad santificado con flores y

música. Dejad los accesorios; ¿qué queda de ella? ¡Una plegaria contra un bono para

el cielo! ¡Un diploma de honorabilidad! ¡Escondeos detrás de un tonel no sea que la

sociedad descubra vuestro verdadero valor! ¿Porqué les gustará tanto a los hombres y

a las mujeres hacerse notar? ¿No será una reminiscencia de los tiempos de

esclavitud?

La virilidad de una idea consiste tanto en su fuerza de crearse un sitio en el

pensamiento contemporáneo, como en su capacidad de dominar los pensamientos

futuros. La potencia activa del taoísmo se manifiesta durante la dinastía Shin, que es

la que da origen al nombre de China. ¡Cuán interesante sería hacer luz sobre la

influencia que ejerció entonces sobre los pensadores, los matemáticos, los escritores

legistas y militares, los místicos, los alquimistas y los poetas naturistas del YangtséKiang, y trazar el retrato de aquellos especuladores de la Realidad que se preguntaban

si un caballo blanco existía porque era blanco o porque era un cuerpo sólido, y de

aquellos especuladores de las Seis Dinastías, que como los filósofos Zen, pasaban el

tiempo discutiendo sobre lo Puro y lo Abstracto! Y no olvidaríamos rendir justo

homenaje al taoísmo, por la influencia que ha tenido en la formación del carácter de

los Celestes, a los que ha dado una capacidad de reserva y de refinamiento caliente

como el jade. Innumerables son en China los ejemplos que muestran cómo los

adeptos del taoísmo, príncipes y ermitaños, practicaban los preceptos de sus creencias

y sacaban de ellas los más interesantes resultados. Su relato, rico en anécdotas,

alegorías y aforismos, sería instructivo y lleno de amenidad. Podrían conversar con

aquel célebre emperador que no murió jamás por la sola razón de que jamás había

vivido. Montaríamos a caballo sobre el viento con Liehtsé y nuestra cabalgata sería

de gran reposo, porque el viento seríamos nosotros mismos; viviríamos en medio del

aire con el viejo del Hoang-Ho, que vivía entre el cielo y la tierra por la razón de que

no era súbdito de uno ni de otro. En la apología que hoy hace la China moderna del

taoísmo, encontraríamos una serie de datos cómicos, cuyo equivalente no existe en

otra religión. Pero es sobre todo en el dominio de la estética donde el taoísmo tuvo su

mayor influencia en la vida asiática. Los historiadores chinos han considerado el

taoísmo como el arte de existir, porque se refiere al presente, es decir, a nosotros

mismos. Es en nosotros donde Dios se confunde con la Naturaleza y donde ayer es

distinto de mañana. El Presente es el Infinito en movimiento, la esfera legítima de lo

Relativo.

La Relatividad busca la Adaptación; la Adaptación es el Arte. El arte de la vida

consiste en la adaptación constante al medio ambiente. El taoísta acepta el mundo tal

como es, y al revés de los confucianos y budistas, procura encontrar belleza en

nuestro mundo de miserias y preocupaciones. La alegoría Song de los tres catadores

de vinagre explica admirablemente la tendencia de las tres doctrinas. Sakyamouni,

Confucio y Laotsé se encontraron un día reunidos delante de una gran jarra de

vinagre, símbolo de la vida, y cada cual mojó su dedo en él, para probarlo. Confucio

lo encontró agrio; Buda, amargo; Laotsé, dulce. Los taoístas pretendían que la

comedia de la vida podría ser más interesante si cada cual supiese guardar el sentido

de la unidad. Según ellos, conservar la proporción de las cosas y dejar sitio a los

demás sin perder el suyo propio, es el secreto del éxito en el drama de la vida. Para

hacer bien nuestro papel, es necesario que conozcamos toda la comedia; la

concepción de la totalidad no debe jamás perderse en la del individualismo. Y Laotsé

lo prueba con su metáfora favorita del vacío. Es sólo en el vacío, dice, donde se halla

lo que es verdaderamente esencial. Una habitación existe por el espacio vacío

comprendido entre las paredes y el techo, no por el techo y las paredes mismas. La

utilidad de una jarra de agua consiste en el espacio vacío en que se puede poner el

agua, no en la forma o en la materia de la jarra. El vacío es omnipotente, porque

puede contenerlo todo. Sólo en el vacío es posible el movimiento. Quién pueda hacer

de sí mismo un vacío en el que los demás puedan penetrar libremente, será el dueño

de todas las situaciones; el todo puede siempre dominar la parte.

Estas ideas taoístas han tenido una gran influencia sobre nuestras teorías de la

acción. Incluso sobre la esgrima y la lucha. El jiu-jitsu, el arte japonés de la defensa,

debe su nombre a un pasaje del Tao-teiking. En el jiu-jitsu, se procura vencer la

fuerza y la resistencia del contrario por la no resistencia, conservando la propia fuerza

para la lucha final. Aplicado al arte, este principio esencial se demuestra por el valor

de la sugestión. No diciéndolo todo, el artista deja al espectador completar su idea; y

es por esto por lo que una obra maestra atrae tanto nuestra atención, que llegamos a

identificarnos con ella y creer que formamos parte de su esencia. Hay un vacío,

donde nosotros podemos penetrar y llenar la medida entera de nuestra emoción

artística.

Quién hace de sí mismo un maestro del arte de la vida es para el taoísta el

Hombre Verdadero. Desde su nacimiento, entra en el reino de los sueños, para no

despertar a la realidad hasta el momento de la muerte. Atenúa su propio resplandor

para poder sumergirse en la oscuridad de los demás. «Es vacilante como el que

atraviesa un río en invierno; indeciso como quien teme a sus vecinos; respetuoso

como un invitado; tembloroso como el hielo a punto de fundirse; simple como un

trozo de madera antes de ser esculpido; vacío como un valle; informe como el agua

agitada». Las tres perlas de la vida son para él la Piedad, la Economía y la Modestia.

Si volvemos ahora al zennismo, veremos que refuerza las lecciones del taoísmo.

Zen es una palabra derivada del sánscrito Dhjana, que significa meditación.

El zennismo pretende que por la meditación sagrada se puede alcanzar la

realización suprema de sí mismo. La meditación es una de las victorias que conducen

al estado de Buda y los taoístas afirman que Sakyamouni preconizaba esta práctica

muy particularmente y que había trasmitido sus reglas a su discípulo favorito

Kashiapa. Según la tradición, Kashiapa, el primer patriarca Zen, confió su secreto a

Ananda, que a su vez lo trasmitió a los futuros patriarcas, hasta el veintiocho, BodhiDharma. Este patriarca vino de la China del Norte, a mediados del siglo dieciséis y

fue el primer patriarca Zen, chino. Hay todavía mucha incertidumbre sobre la historia

de estos patriarcas y sus doctrinas.

Filosóficamente, el zennismo primitivo parece tener afinidades con el

negativismo hindú de Nagarjuna, y de otra parte con la filosofía Gnan que formula

Sancharacharya. Las primeras predicaciones Zen se atribuyen al sexto patriarca

chino, Yeno (637-713), fundador del Zen meridional, llamado así a causa de su

predominio sobre la China del Sur. Fue seguido por el gran Baso, muerto en 788, que

trajo una verdadera influencia del zennismo sobre la vida china. Hiakujo (719-814),

su hijo, fundó el primer monasterio Zen y dictó sus reglas y su ritual. En las

discusiones de la escuela Zen, se manifiesta el espíritu Yangtsé-Kiang con las formas

naturistas de pensar, tan diferentes del anterior idealismo hindú. A pesar de cuanto

opine el orgullo sectario, son evidentes las analogías entre el Zen meridional y las

doctrinas de Laotsé y de los conversacionalistas taoístas. El TAO-TEIKING contiene

alusiones a la importancia de la concentración y a la forma de regular la respiración,

puntos esenciales en la práctica de la meditación Zen; por otra parte, los mejores

comentarios que se conocen sobre Laotsé y su doctrina fueron escrita por adeptos de

la doctrina Zen.

El zennismo, como el taoísmo, es el culto de lo relativo. Un maestro Zen describe

el arte Zen, como el arte de descubrir la estrella polar en el cielo meridional.

Nada tiene realidad fuera de lo que concierne a las operaciones de nuestro propio

espíritu. Yeno, el sexto patriarca, vio un día dos monjes que miraban la bandera de

una pagoda ondular al viento. Uno dijo: «Es el viento que pone la bandera en

movimiento»; el otro contestó: «Es la bandera por sí misma que se mueve»; pero

Yeno les explicó que el movimiento real no venía del viento ni de la bandera, sino de

algo más que ellos poseían en su espíritu…

Hiakujo se pasea por una selva con uno de sus discípulos, cuando una liebre saltó

delante de ellos.

¿Por qué esta liebre huye de nosotros?—Preguntó Hiakujo.

—Porque nos teme —le contestaron.

—No, es porque tenemos instintos mortíferos.

Estas conversaciones recuerdan también las del taoísta Soshi. Un día éste se

paseaba por el borde del río, conversando con un amigo.

—¡Cuán felices son los peces en el agua! —Observó Soshi.

Su amigo le respondió:

—Vos no sois pez; ¿cómo sabéis que los peces son felices en el agua?

—Vos no sois yo; ¿cómo sabéis que yo no sé que los peces son felices en el agua?

El Zen ha sido frecuentemente opuesto al budismo ortodoxo, como el taoísmo al

confucianismo. Si se quiere penetrar la verdadera escuela del Zen, las palabras

estorban el pensamiento; la masa entera de los escritos budistas, son sólo comentarios

sobre la especulación personal. Los adeptos del Zen aspiraban a la comunión directa

con la esencia misma de las cosas y sólo consideraban los accesorios exteriores como

unos obstáculos a la percepción clara de la verdad. Zen prefería los bocetos en blanco

y negro a las pinturas policromas de la escuela budista, y esta preferencia era debida a

su amor a lo abstracto.

Algunos adeptos del Zen cayeron en la iconoclastia, por haber tratado de buscar

en sí mismos la esencia de Buda, en lugar de hallarla en las imágenes y en los

símbolos. Tankawosho, un día de invierno destruyó una imagen de Buda para

encender el fuego.

—¡Sacrilegio! —exclamó un espectador aterrorizado.

—Extraeré de sus cenizas las SHALI, las piedras preciosas que se forman en el

cuerpo de los Budas después de su cremación —respondió tranquilamente el

discípulo de Zen.

—¡Pero en una estatua no puede haber Shali!

Y Tankawosho respondió:

—Entonces es que no es un Buda, y por lo tanto no cometo ningún sacrilegio.

Y se volvió hacia el fuego para calentarse.

El Zen trajo al pensamiento oriental la idea de que la importancia de lo temporal

es igual a la de lo espiritual y que en las altas relaciones de las cosas, no hay

diferencia entre las pequeñas y las grandes; un átomo tiene las mismas posibilidades

que el universo. Quien busque la perfección, puede hallar en su propia vida el reflejo

de su luz interior. Para esto, nada hay más elocuente que la regla de un monasterio

Zen. A cada miembro, a excepto del prior, era asignada una función en el

funcionamiento del monasterio, y cosa curiosa, los novicios eran los que estaban

encargados de las tareas más ligeras, mientras se reservaban a los monjes más

respetados y avanzados en perfección, las labores más humildes y fatigantes. Estas

obligaciones formaban parte de la disciplina Zen y cada labor debía ser ejecutada con

el mayor esmero y perfección. ¡Cuántas discusiones no se originaron al trabajar el

jardín, al raspar los nabos o al preparar el té! El ideal entero del Teísmo es la

consagración de la concepción Zen, relativa a los incidentes de la vida. El taoísmo ha

dado la base de las ideas estéticas, el zennismo las ha hecho prácticas y posibles.



4 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comentarios


bottom of page