En primer lugar hay que saber que el sabio y la Sabiduría, el hombre verdadero y la Verdad, el justo y la Justicia, el bueno y la Bondad, se miran a los ojos y tienen entre sí esta relación: la Bondad ni ha sido creada, ni hecha, ni engendrada, y en cambio es generadora y engendra al bueno; y el bueno, en la medida en que es bueno, no ha sido ni hecho ni creado, y sin embargo es el niño, hijo engendrado por la bondad. En el hombre bueno, la Bondad se engendra a sí misma con todo lo que ella es; y puesto que la Bondad (el Sumo Bien) es Conocimiento, Amor y Acción, infunde en el hombre bueno el conocer, el amar y el actuar, y el hombre bueno recibe de lo más íntimo del corazón de la Verdad —y sólo de ahí— todo lo que él es: conocimiento, amor y acción. El hombre bueno y la Bondad no son dos cosas sino una, son una sola bondad, que es única en todo con el matiz de que una engendra y el otro es engendrado. Y ese parir la Bondad y ese nacer el bueno constituyen absolutamente un solo ser y una misma vida. Todo aquello que pertenece al hombre bueno, éste lo recibe de la Bondad en la Bondad. En ella él existe, vive y permanece, y en ella se conoce él a sí mismo. Y todo cuanto él conoce y ama, lo ama y lo hace por la Bondad y en la Bondad, y la Bondad lo hace por él y en él en todas sus acciones, tal como está escrito en las palabras del Hijo: «El Padre que mora y habita en mí hace los actos»; «hasta ahora ha obrado el Padre, y también yo»; «todo lo que es del Padre me pertenece, y todo lo que me pertenece pertenece a mi Padre, es suyo porque lo da Él, y mío porque lo recibo yo». Además, hay que saber que, cuando decimos bueno, el significado contenido en el nombre o palabra es, ni más ni menos, la Bondad, pura y simplemente; pero la bondad, además, se da: cuando decimos que algo o alguien es bueno, hay que entender con ello que su cualidad de bondad le ha sido dada, infundida y engendrada por la Bondad, que es inengendrada. Por eso dice el Evangelio: «Porque así como el Padre tiene la Vida en sí mismo, así dio también al Hijo que tuviese vida en sí mismo». Dice «en sí mismo», y no «por sí mismo», pues se la ha dado el Padre. Todo lo que acabo de decir del hombre bueno y de la Bondad vale igualmente para el hombre verdadero y la Verdad, el justo y la Justicia, el sabio y la Sabiduría, el Hijo de Dios y Dios Padre, para todo el que ha nacido de Dios y no tiene padre en este mundo, en el cual no se engendra nada que sea criatura, nada que no sea Dios, y no puede contener otra imagen que la de Dios, nada más que Dios, solo y puro. Por algo dice San Juan en su Evangelio que han recibido todo poder y se convierten en hijos de Dios todos aquellos que no han nacido de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que han nacido de Dios y sólo de Dios. Por «sangre» entiende todo aquello que en el hombre no se somete a la voluntad del hombre. Por «voluntad de la carne» entiende todo aquello que en el hombre se somete a su voluntad pero con rebelión, una resistencia que inclina a los deseos carnales, propia del alma y del cuerpo y no tan sólo del alma; y en consecuencia las potencias del alma se agotan, se debilitan y decaen. Por «voluntad del hombre» entiende San Juan las potencias superiores del alma, cuya naturaleza y acción no se mezclan con la carne, que se encuentran situadas en la pureza del alma, separadas del tiempo y del espacio y de todo cuanto se refiera a esperar algo de ellos o a encontrar alguna satisfacción en ellos, que no tienen nada en común con ninguna cosa y en las cuales el hombre está formado con la imagen de Dios, pertenece a la raza de Dios y a la familia de Dios. Sin embargo, puesto que estas potencias superiores del alma no son Dios mismo, sino que son creadas en el alma y con el alma, es preciso que se desprendan de sí mismas y se transformen sólo en Dios, que sean engendradas en Dios y por Dios de tal suerte que sólo Dios sea su padre, pues así también ellas han nacido de Dios y son hijo unigénito de Dios. Porque yo soy hijo de aquello que me forma y engendra semejante a él y en él. En la medida en que un hombre así —hijo de Dios, bueno en calidad de hijo de la Bondad y justo en calidad de hijo de la Justicia— es hijo únicamente de ella, engendra ella sin ser engendrada, y el hijo nacido de ella tiene el mismo ser que la justicia y entra en posesión de todo cuanto pertenece a la Justicia y la Verdad. En toda esta doctrina, que se encuentra escrita en el santo Evangelio y que es reconocida por la certidumbre a la luz natural del alma racional, encuentra el hombre el verdadero consuelo para todo sufrimiento. Dice San Agustín: «A Dios nada le resulta lejano ni se le hace largo. Si quieres tú que nada te resulte lejano ni se te haga largo, sométete a Dios, pues entonces mil años son como el hoy». Y asimismo digo yo: en Dios no hay tristeza, ni sufrimiento, ni tribulación. Si quieres verte libre de toda tribulación y sufrimiento, aférrate a Dios, vuélvete puramente hacia Dios y únicamente hacia Dios. Ciertamente, el mal viene tan sólo de que tu deseo no te conduce únicamente a Dios y hacia Dios. Si hubieses sido formado y engendrado por la Justicia, ninguna cosa te podría hacer sufrir, del mismo modo que tampoco la justicia puede hacer sufrir a Dios. Dice Salomón: «No se aflige el justo por nada que pueda ocurrirle». Y no dice «el hombre justo», ni «el ángel justo», ni esto ni aquello, no, dice: «el justo». Aquello del justo que le pertenece de modo relativo, y en particular lo que hace que su justicia sea suya y que él sea justo, es el ser hijo, el tener un padre en la tierra, el ser una criatura hecha y creada, pues también su padre es criatura hecha o creada. Pero a lo que es justo de modo absoluto —puesto que no tiene padre hecho ni creado, pues Dios y la Justicia son perfectamente una sola y misma cosa y sólo la Justicia es Padre de ese justo—, el sufrimiento y la tribulación ya no pueden afectarlo, igual que tampoco afectan a Dios. No puede causarle sufrimiento la Justicia, pues la Justicia sólo es gozo, amor y deleite; y además, si la Justicia causase sufrimiento al justo, el sufrimiento se lo causaría a sí misma. Nada adverso ni injusto, ninguna cosa hecha ni creada puede hacer que el justo sufra, pues todo lo creado se encuentra muy por debajo de él, tanto como lo está por debajo de Dios, y no ejerce en él ninguna impresión ni le influye, y no se engendra en él, pues él tiene sólo a Dios por Padre. Por eso debe el hombre dedicarse con gran aplicación a desprenderse tanto de sí mismo como de las criaturas todas y no reconocer más Padre que Dios; y de ese modo no hay nada que le cause sufrimiento ni lo aflija, ni Dios ni la criatura, ni nada creado ni increado, y todo su ser y vida, conocimiento, amor y sabiduría es de Dios, está en Dios y es Dios. Y en segundo lugar hay que conocer una cosa que consuela al hombre en todas sus tribulaciones. A saber, que el regocijo del hombre justo y bueno por la obra de la justicia es, de manera incomparable e inexpresable, superior a las delicias y la alegría que él, o incluso el ángel más elevado, sienten a causa de su ser y su vida natural. Y por eso los santos daban gozosamente su vida por la justicia. Pues bien, digo que cuando al hombre bueno y justo le ocurre un perjuicio o contrariedad exterior, y él permanece impasible sin dejar que se altere su ánimo ecuánime ni la paz de su corazón, es verdad lo que antes decía, que nada de lo que le llega turba al justo. Y, en cambio, si ese perjuicio exterior lo turba, es verdad que es equitativo y justo que Dios permita que se le cause ese perjuicio al que quería ser justo y por ilusión creía serlo mientras que en realidad podían turbarlo esas insignificancias. Por tanto, si Dios está en su derecho, realmente el hombre no tiene que turbarse, sino que debe sentir más alegría por el hecho de que eso le llegue que por su propia vida, que sin embargo es algo de lo que todo hombre se alegra y que considera más valioso que el mundo entero, porque ¿de qué le serviría todo este mundo, si él no existiese? Y la tercera cosa que es posible saber y hay que saber es que, según la verdad natural, Dios es la fuente única y el manantial único de todo bien, de la verdad esencial y del consuelo, mientras que todo lo que no es Dios no es en sí mismo más que natural amargura, desconsuelo y sufrimiento y nada añade a la bondad, que es de Dios y que es Dios, sino que menoscaba, tapa y oculta la dulzura, el deleite y el consuelo que da Dios. Y digo además que todo sufrimiento proviene del amor por aquello de lo que nos ha privado el perjuicio. Si lo que me hace sufrir es un perjuicio por cosas exteriores, eso es un signo inequívoco de que de verdad me gustan las cosas exteriores y de que de verdad me gusta el sufrimiento y el desconsuelo. ¿Y qué tiene entonces de extraño que sufra, si me gustan el sufrimiento y el desconsuelo y los busco? Lo que hacen mi corazón y mi amor es atribuir a la criatura la bondad que es propiedad de Dios; me giro hacia la criatura, de donde viene de modo natural el desconsuelo, y aparto la mirada de Dios, de donde surge todo el consuelo. ¿Qué tiene entonces de extraño que sufra y esté triste? En realidad, a Dios y al mundo entero les resulta del todo imposible hacer que el hombre encuentre el consuelo verdadero cuando busca consuelo en las criaturas. Pero, si lo que uno ama en la criatura es sólo Dios y ama a la criatura sólo en Dios, por todas partes encontrará consuelo verdadero, justo y equitativo.
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