“y si en el césped ha dormido un hombre
la huella de su cuerpo se adivina,
hasta un mármol que tenga escrito un nombre
llama al Recuerdo que sobre él se inclina…
Sólo mi amor estéril y escondido
vive sin hacer señas ni hacer ruido.”
Fiel al Petrarquismo, La Urna, es la ópera prima y último libro de poemas de Enrique Banchs antes de su sagrado silencio en plena juventud.
El misticismo del amor, el tiempo y la muerte se ven impregnados en cada verso de sus sonetos que sobresalen por su magnífico dominio de la lírica, pero no podemos evitar preguntarnos por qué luego de Las Barcas (1907), El Libro de los Elogios (1908), El Cascabel del Halcón (1909) y la obra mencionada anteriormente, La Urna (1911), el autor enmudece su poético canto.
Podríamos comparar su silencio con el de Arthur Rimbaud, quien abandona la literatura para emprender sus viajes por Europa y África, o con Jerome David Salinger que dejó de publicar abruptamente o mismo con Georges Simenon, que luego de publicar más de doscientas novelas, acalla su fervor literario una mañana de 1972.
En los casos más recientes, como el de Alice Munro y Philip Roth, ambos declararon sentir un profundo alivio al alejar de sus días el mundo de las letras.
Sabemos que en cada decisión existe un trasfondo, sea comprensible al mundo desde el punto de vista físico o mental, o un aspecto que excede la razón, un aspecto espiritual que inunda al espíritu de una sabiduría indecible.
De este último podemos mencionar específicamente el silencio de Tomás de Aquino, quien en el transcurso de una misa experimenta una visión mística y deja de dictar su Suma Teológica para siempre.
“El fin de mis labores ha llegado. Todo lo que he escrito me parece algo así como paja después de las cosas que me fueron reveladas” , así enuncia en una carta al hermano Reginaldo, secretario y amigo del teólogo.
¿Habrá traspasado Enrique Banchs los límites de la literatura y la razón para hacer de su vida una contemplación al silencio divino? ¿Hasta dónde pueden llegar las palabras cuando la esencia del ser mismo se manifiesta?
Su capacidad de desplazarse con vasta sencillez por los ríos líricos de la escritura nos hacen suponer que no abandonó las letras por un aspecto de cansancio físico o mental.
Quizás el autor, sin saberlo, nos convida su destino en el trigésimo soneto de La Urna:
Quien tenga algún secreto engaño pida
la compasión de la escondida vida,
quien ame de apacible amor la implore
y un austero retiro rememore
que a la fidelidad que no perece
en su clara virtud, hogar ofrece...
¡Tranquila soledad, firme custodio
de la paciencia de vivir sin odio!
Inútil para el mundo en que se muestra
el orgullo vital mira un destino
quieto y oculto la esperanza nuestra.
Y consagrado a prematura calma,
como en sueños, amada, me encamino
al silencio sereno de tu alma.
En el escrito “"Enrique Banchs ha cumplido este año sus Bodas de Plata con el Silencio" (1936) Jorges Luis Borges expresa:
”Tal vez, como a Georges Maurice de Guérin, la carrera literaria le parezca irreal, «esencialmente y en los halagos que uno le pide».
Tal vez no quiere fatigar el tiempo con su nombre y su fama.
Tal vez —y ésta será la última solución que propongo al lector—su propia destreza le hace desdeñar la literatura como un juego demasiado fácil.
Es grato imaginar a Enrique Banchs atravesando los días de Buenos Aires, viviendo una cambiante realidad que él sabría definir y que no define: hechicero feliz que ha renunciado al ejercicio de su magia. “
Después de todo, la poesía lleva un misterio oculto que enlaza la pasión de los dioses con la mente natural del hombre. Diría Angelus Silesius: “La rosa es sin porqué, florece porque florece...”
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