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Foto del escritorAmenhotep VII

El Cielo y sus maravillas y el Infierno de cosas oídas y vistas - Emanuel Swedenborg

Actualizado: 16 ene 2020


EL DIOS DEL CIELO ES EL SEÑOR


Lo primero será saber quien es el Dios del cielo, puesto que de ello dependen las

demás cosas. En el cielo entero sólo el Señor es reconocido por Dios del cielo y ningún

otro. Allí dicen, como Él mismo enseñó:

Que Él es uno con el Padre; que el Padre es en Él y Él en el Padre; que quien ve a Él, ve al Padre y que todo lo Santo procede de Él (Juan 10: 30, 38; 14: 9-11; 16: 13-15).

He hablado varias veces con los ángeles sobre este particular, y siempre han dicho, que

en el cielo no se puede partir lo Divino en tres, porque saben y sienten que la Divinidad

es única, y que es única en el Señor. También han dicho, que los de la iglesia que llegan

del mundo, teniendo la idea de tres Divinidades (Divinas Personas), no pueden ser

admitidos en el cielo, puesto que su pensamiento pasa continuamente de uno a otro, y allí

no es permitido pensar tres y decir uno; porque cada uno en el cielo habla por el

pensamiento, siendo así que allí el hablar es pensar, o sea el pensar es hablar, por lo cual

los que en el mundo han dividido la Divinidad en tres, formándose separada idea de cada

uno, y no habiéndolos reunido y concentrado en el Señor, no pueden ser recibidos,

porque en el cielo tiene lugar una comunicación de todo pensamiento; por lo cual si allí

entrase alguien que pensara tres y dijera uno, sería en seguida descubierto y rechazado.

Pero hay que saber que todos aquellos que no han separado la verdad del bien, o sea la fe

del amor, al ser instruidos en la otra vida, reciben el celestial concepto del Señor de que

Él es el Dios del universo. Otra cosa sucede con los que han separado la fe de la vida, es

decir, los que no han vivido conforme a los preceptos de la verdadera fe.

Aquellos de la iglesia que han negado al Señor, reconociendo tan sólo al Padre, y que

se han confirmado en semejante fe, están fuera del cielo, y puesto que en ellos no tiene

lugar influjo alguno del cielo, donde el Señor solo es adorado, son gradualmente privados

de la facultad de pensar la verdad de cualquier cosa, y acaban por quedar o bien como

mudos o bien hablando necedades, con el paso vacilante, los brazos pendientes y

vibrando como si les faltare fuerzas en las articulaciones. Por otra parte, aquellos que han

negado la Divinidad del Señor, reconociendo tan sólo su Humanidad, como los

Socinianos, están igualmente fuera del cielo; son conducidos adelante un poco hacia la

derecha, y despedidos en la profundidad, siendo así enteramente separados del resto del

mundo cristiano. Pero los que se dicen creer en una Divinidad invisible, a la que llaman

Ente del Universo (Ens Universi) y a la que atribuyen todas las cosas, rechazando la fe en el Señor, se aperciben de que no creen en Dios alguno, porque la Divinidad invisible es

para ellos lo mismo que la Naturaleza en sus rudimentos, los cuales no pueden ser objeto

de fe ni de amor porque no alcanza a ellos el pensamiento. Estos son desterrados con

aquellos que se llaman naturalistas. Otra cosa sucede con los que han nacido fuera de la

iglesia, llamados gentiles, de quienes hablaremos más adelante.

Todos los niños, de los cuales consta la tercera parte del cielo, son iniciados en la

creencia y confesión de que el Señor es su Padre, y luego que Él es el Señor de todos; por

consiguiente el Dios del cielo y de la tierra. Que los niños crecen en el cielo, y que son

perfeccionados mediante conocimientos hasta llegar a angélica inteligencia y sabiduría,

se verá más adelante.

Que el Señor es el Dios del cielo, no lo pueden dudar los que pertenecen a la iglesia;

porque Él Mismo enseñó:

Que todo lo que tiene el Padre es Suyo (Mateo 11: 27; Juan 16: 15; 17: 2).
Que Él tiene toda potestad en el cielo y en la tierra (Mateo 28: 18);

"en el cielo y en la tierra"—dice—porque Él que gobierna el cielo gobierna también la

tierra, puesto que esta depende de aquel. "Gobernar el cielo y la tierra" significa recibir de

Él todo bien que procede del amor y toda verdad que pertenece a la fe, es decir, toda

inteligencia y sabiduría y por consiguiente toda felicidad, en fin, la vida eterna. Esto

mismo enseñó el Señor al decir:

Él que cree en el Hijo tiene vida eterna, mas él que es incrédulo al Hijo, no verá la vida. (Juan 3: 36).

En otro lugar;

Yo soy la resurrección y la vida; él que cree en Mí, aunque esté muerto vivirá, y todo aquel que vive y cree en Mí no morirá eternamente (Juan 11: 25, 26).

Y en otro lugar:

Yo soy el camino, la verdad y la vida (Juan 14: 6).

Hubo ciertos espíritus que mientras vivían en el mundo, profesaban creencia en el

Padre; pero del Hijo tenían el concepto que se tiene de cualquier otro hombre, por

consiguiente no creían que Él era el Dios del cielo. Por esta razón les fue permitido ir por

todas partes y preguntar donde quisieran, si existía otro cielo que el del Señor. Buscaron

varios días sin hallarlo en parte alguna. Eran de aquellos que ponen la bienaventuranza

del cielo en honores y poderío, y no pudiendo conseguir lo que anhelaban, y

habiéndoseles dicho que el cielo no consiste en tales cosas, se enojaron y reclamaban un

cielo en el cual pudieran dominar y ostentar una gloria como la del mundo.


EL CIELO ESTÁ DIVIDIDO EN DOS REINOS


Puesto que en el cielo hay infinitas variedades y que una sociedad no es enteramente

igual a otra, ni los ángeles entre sí, por esto el cielo se divide de manera general, especial

y particular; de manera general en dos reinos, de manera especial en tres cielos, y de

manera particular en innumerables sociedades. De esto se tratará detalladamente en lo

que a continuación sigue. Se dice reinos, porque el cielo se llama el "Reino de Dios."

Los ángeles reciben unos más y otros menos íntimamente lo Divino que procede del

Señor; los que más íntimamente lo reciben se llaman ángeles celestiales, y los que menos,

ángeles espirituales. Es por esto que el cielo se distingue en dos reinos; uno de los cuales

se llama el Reino Celestial y el otro el Reino Espiritual.

Los ángeles que constituyen el reino celestial, por recibir más íntimamente lo Divino

del Señor, se llaman ángeles interiores y también superiores, y en su consecuencia el

cielo que constituyen es llamado cielo interior y también superior. Se dice superiores e

inferiores, puesto que así se llaman las cosas interiores y exteriores.

El amor en el cual están los que viven en el reino celestial se llama amor celestial, y

el amor en el cual están los que viven en el reino espiritual se llama amor espiritual.

El amor celestial es amor al Señor, y amor espiritual es caridad, y puesto que todo bien

pertenece al amor, porque lo que uno ama es para el bueno, de ahí que el bien de uno de

los reinos se llama celestial, y el del otro, espiritual. Por esto se ve como se distinguen

estos dos reinos, sea como el bien del amor al Señor, y el bien de la caridad; y puesto que

el primero es un bien interior, y su amor un amor interior, de ahí que los ángeles

celestiales son ángeles interiores y se llaman superiores.

El reino celestial se llama también el reino sacerdotal del Señor, y en el Verbo " Su

Habitación," y el reino espiritual se llama Su reino real y en el Verbo "Su Trono." Por lo

celestial Divino fue también el Señor en el mundo llamado "Jesús" y por lo espiritual

Divino, "Cristo."

Los ángeles en el reino celestial del Señor exceden altamente en sabiduría y en gloria

a los ángeles que están en el reino espiritual a causa de recibir más íntimamente lo Divino

del Señor, porque están en amor a Él y por ello más cerca y más unidos a Él. La razón por

la cual estos ángeles son tales es que recibieron y reciben las Divinas verdades

directamente en la vida y no como los espirituales, previamente en la memoria y en el

pensamiento, por lo cual las llevan inscritas en sus corazones; las perciben y las ven por

así decir dentro de sí; y nunca raciocinan sobre ellas si es o si no es así. Son como los que

se describen en Jeremías:

Daré Mi ley en sus mentes y la grabaré en sus corazones; no enseñará más alguien a su

amigo y alguien a su hermano, conoced a Jehová, Me conocerán desde el más pequeño

hasta el más grande de ellos

Y como los que se llaman en Isaías: Enseñados por Jehová (54: 13).

Los que son "enseñados por Jehová" son los que son " enseñados por el Señor "; esto

enseña el Señor mismo en Juan (6: 45, 46).

Se ha dicho que estos tienen mayor sabiduría y gloria que los demás, porque

recibieron y reciben las Divinas verdades inmediatamente en su vida; porque tan pronto

como las oyen las quieren y las hacen y no las detienen en la memoria para reflexionar si

es así. Los que son así saben al momento por influjo del Señor si la verdad que oyen es la

verdad, porque el Señor influye directamente en la voluntad del hombre, e

indirectamente, por conducto de la voluntad, en su pensamiento, o lo que es lo mismo, el

Señor influye directamente en el bien e indirectamente por conducto del bien en la

verdad; porque bien se llama lo que es de la voluntad y por consiguiente del obrar, y

verdad, lo que es de la memoria y por ello del pensar. Toda verdad es también

transformada en bien e implantada en el amor tan pronto como entra en la voluntad; pero

tanto como la verdad permanece (detenida) en la memoria y por consiguiente en el

pensamiento, no llega a ser bien, ni vive ni es apropiada por el hombre, puesto que el

hombre es hombre por la voluntad y en virtud de ella por la inteligencia, y no por la

inteligencia separada de la voluntad.

Puesto que existe tal diferencia entre los ángeles del reino celestial y los ángeles del

reino espiritual, no están juntos ni tienen trato entre sí; se comunican únicamente por

medio de sociedades de ángeles intermedias las cuales se llaman celeste-espirituales. Por

conducto de estos influye el reino celestial en el espiritual. Así es que el cielo, por más

que se distingue en dos reinos, forma sin embargo uno. El Señor provee siempre tales

ángeles intermedios, por cuyo conducto puede haber comunicación y conjunción.

Puesto que en lo que sigue se tratará mucho de los ángeles del uno y del otro reino no

entramos aquí en detalles.


HAY TRES CIELOS


Hay tres cielos y estos enteramente distintos entre sí; el íntimo o tercero, el

intermedio o segundo y el extremo o primero; estos se siguen y subsisten el uno por el

otro como la parte superior del hombre, llamada cabeza, su parte intermedia, llamada

cuerpo, y sus extremos llamados pies; o como la parte superior de una casa, su parte

intermedia y su parte baja; en tal orden se halla también lo Divino que procede y

desciende del Señor. Así es que por necesidad del orden, el cielo se halla tripartido.

Las cosas interiores del hombre, que son las de su mente y de su alma se hallan

también en parecido orden; hay en ellos un íntimo, un intermedio y un último; porque en

el hombre al ser creado le fueron concentradas todas las cosas del Divino orden, hasta el

punto de ser hecho Divino orden en forma, y por consiguiente un cielo en miniatura. A

consecuencia de esto el hombre se halla en comunicación con el cielo y después de la

muerte viene entre los ángeles; entre los ángeles del íntimo cielo, del intermedio o del

último según y conforme el recibimiento del Divino bien y verdad del Señor mientras

vive en el mundo.

Lo Divino que del Señor influye en el tercer cielo o sea en el íntimo, y es recibido

allí, se llama celestial, y por consiguiente los ángeles que viven allí se llaman ángeles

celestiales. Lo Divino que del Señor influye y es recibido en el segundo cielo, o sea en el

intermedio, se llama espiritual, y por consiguiente los ángeles que viven allí, ángeles

espirituales; y lo Divino que del Señor influye y es recibido en el último, o sea en el

primer, cielo se llama natural; pero puesto que lo natural de este cielo no es como lo

natural del mundo, sino que encierra en sí lo espiritual y lo celestial, por ello este cielo se

llama espíritu-celeste-natural, y los ángeles que allí viven espíritu-celeste-naturales;

espíritu-naturales se llaman aquellos que reciben en sí el influjo por el cielo intermedio, o

sea el segundo, cielo, el cual es el cielo espiritual; y celeste-naturales se llaman aquellos

que reciben el influjo por el tercer cielo, o sea el cielo íntimo, el cual es el cielo celestial.

Los ángeles espíritu-naturales y celeste-naturales se hallan separados entre sí; pero

constituyen, sin embargo, un solo cielo, puesto que se hallan en un mismo grado.

En cada uno de los cielos hay un interior y un exterior; los que están en el interior se

llaman allí ángeles interiores, y los que están en el exterior, ángeles exteriores. El interior

y el exterior en el cielo o sea en cada uno de los cielos, son como lo voluntario y lo

intelectual en el hombre; el interior como lo voluntario y el exterior como lo intelectual.

Todo cuanto hay en la región de la voluntad tiene su correspondiente parte intelectual; no

puede haber uno sin el otro. Comparativamente, lo voluntario es como la llama, y su

correspondiente intelectual como la luz de esta.

Importa saber cuales son las cosas interiores que en los ángeles determinan su

residencia en uno o en otro cielo: porque cuanto más íntimamente están abiertos al Señor,

en tanto más interior cielo residen. Tres grados hay de cosas interiores en cada uno; tanto

en el ángel como en el espíritu y también en el hombre. Aquellos a quienes el tercer

grado está abierto están en el íntimo cielo; aquellos a quienes el segundo o tan sólo el

primer grado está abierto están en el cielo intermedio o en el último. Los (grados)

interiores se abren mediante recibimiento del Divino bien y de la Divina verdad. Los que

se afectan por las Divinas verdades, admitiéndolas directamente en su vida, es decir en la

voluntad y de ahí en obras, están en el íntimo cielo, o sea en el tercero, y están allí con

arreglo al recibimiento del bien por inclinación a la verdad; por otra parte, los que no las

admiten inmediatamente en la voluntad, sino en la memoria y de allí en el entendimiento,

y que por ello las quieren y las hacen, éstos están en el cielo intermedio o sea en el

segundo; mientras que los que observan la moralidad en su vivir y creen en lo Divino, sin

empeñarse en ser instruidos, están en el último cielo o sea en el primero. Por esto puede

ser claro que el estado interior hace el cielo, y que el cielo se halla dentro de cada uno y

no fuera de él; lo cual también el Señor enseña, diciendo:

El reino de Dios no viene con advertencia; no dirán helo aquí, o helo allí, porque he aquí, el reino de Dios está dentro de vosotros (Lucas 17: 20, 21).

Además toda perfección aumenta hacia los interiores y disminuye hacia los

exteriores, puesto que los interiores están más próximos a lo Divino, y son en sí mismos

más puros, mientras que los exteriores están más lejanos de lo Divino y son en sí mismos

menos puros. La perfección de los ángeles consiste en inteligencia, sabiduría, amor y en

todo bien, y por ello en felicidad; pero no en felicidad sin aquellos, porque sin ellos la

felicidad es exterior y no interior. Por estar el interior de los ángeles del íntimo cielo

abierto hasta el tercer grado, la perfección de estos excede inmensamente a la perfección

de los ángeles del cielo intermedio, cuyo interior está abierto hasta el segundo grado. De

igual manera la perfección de los ángeles del cielo intermedio excede a la perfección de

los ángeles del último cielo.

Por haber tal diferencia no pueden los ángeles de uno de los cielos entrar entre los

ángeles de otro cielo, es decir, que nadie puede subir desde un cielo inferior y nadie

descender desde un cielo superior; el que ascienda desde un cielo inferior siente angustia

hasta el tormento, y no puede ver a los que están allí, menos aún habitar con ellos; y el

que desciende desde un cielo superior pierde su sabiduría, balbucea y se siente invadido

de desesperación. Hubo algunos del último cielo quienes, no teniendo aún conocimiento

de que el cielo consiste en las cosas interiores del ángel, creían que gozarían de la suma

felicidad celestial con tan sólo entrar en el cielo donde viven estos ángeles; les fue

también permitido entrar entre ellos; pero cuando llegaron allí, a nadie vieron por más

qué buscaron, a pesar de haber allí una grande multitud; porque los interiores de los

recién venidos no estaban abiertos hasta el grado en que estaban los interiores de los

ángeles que vivían allí, por consiguiente tampoco la vista, y poco después

experimentaron una angustia de corazón, tal que no sabían si estaban o no estaban con

vida, por lo cual se fueron rápidamente de allí al cielo a que pertenecían, contentísimos

de entrar entre los suyos, prometiéndose no anhelar en adelante cosas más elevadas que

las que concordaban con su vida. Vi también algunos que fueron descendidos del cielo

superior y privados de su sabiduría hasta el punto de no saber de que naturaleza era su

cielo. Otra cosa sucede cuando el Señor eleva a alguien desde un cielo inferior a un cielo

superior, con el fin de que vea la gloria que allí hay, lo cual sucede a menudo; entonces

son preparados de antemano y bien circundados por ángeles intermedios, por quienes se

efectúa la comunicación. Es por lo tanto claro y evidente que estos tres cielos son entre sí

enteramente distintos.

Por otra parte, aquellos que viven en un mismo cielo pueden tener trato allí como

cualquiera, siendo sin embargo el goce del trato según las afinidades del bien en el cual

se hallan. Más se dirá sobre esto en los artículos que siguen.

A pesar de que los cielos son tan distintos que los ángeles de uno de ellos no pueden

tener trato con los ángeles de otro, el Señor une sin embargo a los cielos por influjo

directo e indirecto; por influjo directo de Sí mismo une todos los cielos y por influjo

indirecto, un cielo a otro. Así hace que los tres cielos forman uno, y que todos se hallan

unidos desde lo primero hasta lo último tanto que nada hay que esté incomunicado; lo

que no se halla en comunicación con lo primero por conducto de intermedios tampoco

subsiste, sino que se disuelve y es aniquilado.

Él que no conoce el Divino orden con respecto a los grados no puede saber de que

manera se distinguen los cielos, ni siquiera lo que es el hombre exterior y el hombre

interior. La mayoría en el mundo tiene de las cosas interiores y exteriores, o sea

superiores e inferiores, la idea de que son cosas continuas o coherentes por continuidad,

desde un más puro a un más grueso; pero las cosas interiores y exteriores no tienen

relación por continuidad sino distintamente. Hay dos clases de grados, hay grados

continuos y hay grados no continuos. Los grados continuos son como los grados de la

disminución de la luz desde la llama hasta la oscuridad, o como los grados de la

disminución de la vista desde los objetos que se hallan en la luz hasta aquellos que están

en la sombra, o como los grados de la pureza de la atmósfera desde su base hasta su

extrema altura. Las distancias determinan estos grados. Los grados no continuos, o

discretos, se distinguen como lo anterior y lo posterior, como causa y efecto, y como lo

producente y lo producido. Él que investiga verá, que en el mundo entero y en cada

detalle del mismo, cualesquiera que sean las cosas, hay grados en su producción y

composición de tal carácter que de lo primero viene un segundo, de este un tercero, y así

sucesivamente. Él que no se forma idea clara de estos grados no puede en manera alguna

saber distinguir entre los cielos, ni entre lo interior y lo exterior del hombre, ni entre el

mundo espiritual y el mundo natural, tampoco puede distinguir entre el espíritu del

hombre y su cuerpo y por consiguiente tampoco puede entender lo que son

correspondencias y representaciones y de donde proceden, ni lo que es influjo. Los

hombres sensuales no entienden estas distinciones, porque se figuran que también según

estos grados distintos los aumentos y las disminuciones son continuos; por lo tanto no

pueden concebir lo espiritual sino como un natural más puro; por lo cual también se

hallan en las afueras y muy lejos de la inteligencia.

Para concluir, se puede referir cierto arcano, referente a los ángeles de los tres cielos,

cuyo arcano hasta ahora a nadie ha venido a la mente por no haber comprendido los

grados; es decir, que en cada ángel y también en cada hombre hay un grado íntimo o

superior, o sea algo sumamente íntimo y supremo, en lo cual lo Divino del Señor influye

en primer lugar, y más directamente, desde lo cual dispone las demás cosas interiores, las

cuales luego siguen en él con arreglo a los grados del orden. Este algo sumamente íntimo

o supremo puede llamarse la entrada del Señor en el ángel y en el hombre, y también Su

propia morada en ellos. Por este íntimo y supremo, el hombre es hombre y se distingue

del bruto, porque este no tiene aquello. De aquí viene que el hombre, con diferencia del

animal, puede con respecto a sus cosas interiores, que son las de su mente y alma, ser

elevado por el Señor hacia Él; puede creer en Él, sentir amor por Él, y de esta manera

verle a Él; y puede recibir entendimiento y sabiduría y hablar mediante la razón; de allí

viene también el que pueda vivir eternamente. Pero lo que el Señor dispone y provee en

aquella parte íntima o suprema no influye de una manera perceptible por ángel alguno,

puesto que esto está por encima de su pensar y excede a su sabiduría.

Estas son por ahora las verdades generales con respecto a los tres cielos. En lo que

sigue se hablará de cada uno de los cielos especialmente.


LOS CIELOS SE COMPONEN DE INNUMERABLES SOCIEDADES


Los ángeles de cada cielo no están juntos en un mismo lugar sino distribuidos en

sociedades mayores y menores, con arreglo a las variedades del bien del amor y de la fe

en que se hallan. Los que se hallan en igual bien forman una sociedad. Los bienes en los

cielos son de infinita variedad y todo ángel es tal como es su bien.

Las sociedades de ángeles en los cielos también distan unas de otras según la

diferencia que hay entre sus respectivos bienes en general y en particular; porque las

distancias en el mundo espiritual no tienen otro origen que la diferencia de los estados

interiores en el cielo; pues, la diferencia de los varios estados del amor. Distan mucho los

que mucho diferencian, y distan poco los que poco diferencian. La igualdad hace que

estén juntos.

Todos en una misma sociedad se distinguen también entre sí. Los que son más

perfectos, es decir, los que sobresalen en el bien o lo que es lo mismo, en amor, sabiduría

e inteligencia, se hallan en el centro, los que menos sobresalen están alrededor, a

distancias con arreglo a los grados según las cuales disminuye la perfección. Es como la

luz que desde el centro disminuye hacia la periferia; los que están hacia el centro están

también en mayor luz; los que se hallan hacia la periferia, en menos y menos.

Parecidos son llevados como de sí mismos a parecidos, porque entre parecidos se

sienten como entre los suyos y como en su casa; entre otros, por el contrario, como

forasteros y fuera. Cuando se hallan entre parecidos están también en su libertad y por

consiguiente en completo goce de vida.

De esto resulta claro que el bien une a todos en los cielos y que se distinguen según

las variedades del mismo; pero, sin embargo, no son los ángeles quienes así se asocian,

sino el Señor, de quien viene el bien; Él los conduce, los une, los clasifica y los mantiene,

tanto en libertad cuanto en el bien; es decir, a cada uno en la vida de su amor, de su fe, de

su inteligencia y sabiduría; y por consiguiente en felicidad.

También, se conocen todos los que están en un parecido bien, de la misma manera

que los hombres en el mundo conocen a sus parientes cercanos, a sus parientes lejanos y

a sus amigos, por más que nunca antes los vieron, por la causa de que en el otro mundo

no hay parentesco, afinidades ni amistades otras que las espirituales, o sea las que son del

amor y de la fe. Esto me ha sido dado ver varias veces cuando he estado en el espíritu, es

decir, separado del cuerpo, y de esta manera en consorcio con los ángeles. “Entonces he

visto a algunos de ellos como conocidos de infancia; otros, por el contrario, como de

ninguna manera conocidos. Los que me parecieron conocidos de infancia eran los que se

hallaban en un estado similar al de mi espíritu, los no conocidos, por el contrario, en un

estado diferente."

Los que forman una sociedad de ángeles son todos de parecido rostro en el conjunto

de las facciones pero no parecido en los detalles. De qué naturaleza son las similitudes en

el conjunto y las variedades en los detalles, puede hasta cierto punto comprenderse por

cosas parecidas en el mundo. Sabido es que todo pueblo tiene en los rostros y en la

mirada cierto parecido por el cual se conoce y se distingue de otro pueblo; y más aun, una

familia de otra; pero esto en mucho más perfecto grado en el cielo, puesto que allí todas

las inclinaciones interiores se reflejan y traslucen en el rostro, porque allí el rostro es la

forma exterior que las expresa. Tener otro rostro que el de sus inclinaciones no es posible

en el cielo. También me ha sido manifestado de qué modo la semejanza en la generalidad

varía en los detalles en cada uno que están en una misma sociedad. Me apareció un rostro

como el de un ángel, y este sufría variaciones con arreglo a las inclinaciones del bien y de

la verdad que hay en los que forman una sociedad. Estas variaciones continuaron bastante

tiempo, y observé que el mismo rostro o contorno general permanecía como base, y que

los otros eran tan solo derivaciones y reproducciones de este. Así me fueron manifestadas

por este medio también todas las inclinaciones de la sociedad, con arreglo a las cuales

varían los rostros de los que están allí; porque como ya se ha dicho, los rostros de los

ángeles son las formas de sus cosas interiores, es decir, de sus inclinaciones, que son del

amor y de la fe.

De allí viene también el que el ángel que excede en sabiduría ve en seguida, por el

rostro de otro, de que calidad es este; allí nadie puede ocultar su interior bajo la expresión

del rostro y disimular ni en manera alguna mentir y engañar con astucia e hipocresía.

Sucede a veces que en una sociedad se introducen hipócritas, que han aprendido a ocultar

su interior y componer su exterior de manera que imita la forma del bien en que están los

que forman la sociedad, y así con engaño presentarse como ángeles de luz. Pero estos no

pueden permanecer allí mucho tiempo, porque empiezan a sentir angustias en su interior

y sufrir tormentos, sus rostros se vuelven lívidos y quedan como exánimes. Así son

afectados por la vida contraria que influye y obra, por cuya razón se precipitan al

infierno, donde sus parecidos se hallan, y no se atreven a volver a subir. Estos son los que

se entiende por él que fue hallado entre los comensales e invitados sin llevar traje de

boda, y echado fuera en las tinieblas del exterior (Mateo 22:11 y siguientes).

Todas las sociedades del cielo tienen comunicación entre sí; no por trato abierto

porque pocos salen de su sociedad para ir a otra, puesto que salir de la sociedad es salir

de sí mismo, o sea de su vida, y entrar en otra no tan armoniosa; pero sí, mediante

extensión de las esferas que salen de la vida de cada uno. La esfera de vida es la esfera de

las inclinaciones que salen del amor y de la fe; esta se extiende hasta las sociedades

vecinas, en dirección longitudinal y latitudinal, y tanto más lejos cuanto más interiores y

perfectas son las inclinaciones. Con arreglo a esta extensión tienen los ángeles

inteligencia y sabiduría. Los que están en el cielo interior, y allí en el medio, tienen

extensión al cielo entero. Así es que todos en el cielo tienen comunicación con cada uno

y cada uno con todos. Pero de esta extensión se dirá más ampliamente en lo que sigue,

donde se tratará de la forma celestial, según la cual se hallan arregladas las sociedades de

ángeles, y también donde se tratará de la sabiduría y entendimiento de los ángeles, porque

toda extensión de inclinaciones y pensamientos procede según esta forma.

Se ha dicho antes que en el cielo hay sociedades mayores y menores; las mayores

consisten de miríadas, las medianas de algunos millares, y las menores de algunos

centenares de ángeles. Hay también (ángeles) que viven solitarios; casa y casa, familia y

familia. Estos, por más que viven así diseminados, se hallan sin embargo organizados de

idéntica manera que aquellos que viven en sociedades, es decir, que los más sabios de

ellos se hallan en el medio, y los simples en los contornos. Estos se hallan más

directamente bajo el divino auspicio del Señor y son los mejores de los ángeles.


HAY UNA CORRESPONDENCIA DE TODAS LAS COSAS DEL CIELO CON TODAS LAS COSAS DEL HOMBRE


Hoy día se ignora lo que es correspondencia; se ignora por varias causas; la principal

es que el hombre se ha apartado del cielo por amor a sí mismo y al mundo; porque quien

ama a sí mismo y al mundo sobre todas las cosas mira únicamente a lo mundano, puesto

que esto halaga a los sentidos externos y alegra a su genio, y no (mira) a lo espiritual,

porque esto halaga a los sentidos internos y alegra a la mente, por lo cual rechaza esto

bajo pretexto de que es demasiado elevado para ser objeto del pensamiento. Los ancianos

opinaban de otra manera, para ellos la ciencia de la correspondencia era la más excelente

de todas las ciencias; por conducto de ella adquirieron también entendimiento y

sabiduría, y los que eran de la iglesia tenían por medio de ella comunicación con el cielo,

porque la ciencia de la correspondencia es ciencia angélica. Los primitivos ancianos, los

cuales eran hombres celestiales, pensaban por la correspondencia misma como los

ángeles; por ello hablaban también entre sí como los ángeles y por lo mismo el Señor

apareció más a menudo a ellos, instruyéndoles. Pero actualmente esta ciencia se halla

extinguida hasta el punto de que se ignora lo que es correspondencia.

En vista de que por falta de percepción de lo que es correspondencia, actualmente

nada se puede saber con claridad acerca del mundo espiritual, del influjo de este en el

mundo natural, de cosas espirituales con respecto a cosas naturales, y que tampoco puede

saberse algo con claridad acerca del espíritu del hombre, que se llama alma, de su

operación en el cuerpo ni del estado del hombre después de la muerte; se dirá lo que es

correspondencia y cual es su carácter, preparando así la vía también para lo que luego ha

de seguir.

Primero se dirá lo que es correspondencia. El mundo natural entero corresponde al

mundo espiritual, y no tan solo al mundo espiritual en generalidad, sino también

particularmente hasta en sus más mínimos detalles. Por lo tanto todo cuanto en el mundo

natural nace por el mundo espiritual se llama correspondiente. Hay que saber que el

mundo natural existe y subsiste por conducto del mundo espiritual, precisamente cómo el

efecto por su causa eficiente. Mundo natural se llama cuanto se halla en la extensión

debajo del sol, recibiendo de este (su) calor y luz, y a este mundo pertenecen todas las

cosas que por el mismo subsisten; pero el mundo espiritual es el cielo y a ese mundo

pertenece todo cuanto hay en el cielo.

Puesto que el hombre es cielo y también mundo en mínima forma al imagen del

mayor, se encuentran por lo tanto en él el mundo espiritual y el mundo natural; las cosas interiores que son de su mente y que se refieren a la inteligencia

y a la voluntad, forman su mundo espiritual; las cosas exteriores, por otra parte, que

pertenecen a su cuerpo y que se refieren a sus sentidos y a su actividad, forman su mundo

natural; y por lo cual todo cuanto en su mundo natural o sea su cuerpo (sus sentidos y

actos) existe por medio de su mundo espiritual, es decir por su mente (su inteligencia y

voluntad), se llama correspondiente.

De que naturaleza es la correspondencia se puede ver en el hombre por su rostro; en

un rostro que no ha aprendido a disimular se manifiestan todas las inclinaciones de la

mente visibles en forma natural como en su tipo; por esto mismo el rostro se llama el

índice del alma, o sea su mundo espiritual en su mundo natural; del mismo modo (se vé)

las cosas que pertenecen a la inteligencia en el habla, y las que son de la voluntad en los

gestos del cuerpo; por lo tanto todo cuanto se efectúa en el cuerpo, sea en el rostro sea en

el habla, sea en los gestos, se llama correspondencia.

Por esto puede también verse lo que es el hombre interior y lo que es el exterior; es

decir que el interior es él que se llama el hombre espiritual, y el exterior el natural, y

asimismo que el uno se distingue del otro como el cielo se distingue del mundo; así como

que todo cuanto nace y acontece en el exterior, o sea en el hombre natural, nace y

acontece por virtud del interior, o sea del espiritual.

. Esto queda dicho con respecto a la correspondencia del hombre interior, o sea del

hombre espiritual, con su hombre exterior, o sea con su hombre natural, pero en lo que

sigue se tratará de la correspondencia de todo el cielo con las diversas cosas en el

hombre.

. Queda manifestado que el cielo entero representa a un solo hombre; que es Hombre

en imagen y que por ello es llamado el Mayor Hombre. También se ha manifestado que

en su consecuencia las sociedades de ángeles, de los cuales se compone el cielo, se hallan

dispuestas como los miembros, órganos y vísceras en el hombre, es decir, que algunas se

hallan en la cabeza, otras en el pecho, otras en los brazos y otras en sus más mínimas

partes. Así es que las sociedades que allí se hallan en algún

miembro corresponden a similar miembro en el hombre; las que allí se hallan en la

cabeza corresponden a la cabeza en el hombre, las que allí se hallan en el pecho

corresponden al pecho en el hombre, las que allí se hallan en los brazos corresponden a

los brazos en el hombre y así también en cuanto a lo demás; por esta correspondencia

subsiste el hombre, porque el hombre no subsiste sino por virtud del cielo.

En su artículo más arriba se ha visto que el cielo se distingue en dos reinos, de los

cuales el uno es llamado el reino celestial, el otro el reino espiritual. El reino celestial

corresponde en general al corazón y a todo cuanto al corazón pertenece en todo el cuerpo,

y el reino espiritual a los pulmones y a sus dependencias en todo el cuerpo; el corazón y

los pulmones forman en efecto dos reinos en el hombre; el corazón reina allí por las

arterias y las venas, el pulmón por las fibras nerviosas y motrices, ambos (juntos) en cada

energía y acción. En todo hombre, en su mundo espiritual, que es llamado su hombre

espiritual, hay también dos reinos; uno pertenece a la voluntad, el otro a la inteligencia; la

voluntad reina por medio de las inclinaciones al bien, y la inteligencia por las

inclinaciones a la verdad; estos reinos corresponden asimismo a los reinos del corazón y

de los pulmones en el cuerpo. De igual manera en el cielo. El reino celestial es lo

voluntario del cielo y allí reina el bien del amor; y el reino espiritual es lo intelectual del

cielo y allí reina la verdad; estos son los que corresponden con las funciones del corazón

y de los pulmones en el hombre. Es por esta correspondencia que "Corazón" en el Verbo

significa la voluntad y también el bien del amor, y que el "Espíritu" (respiración de los

pulmones) significa la inteligencia y la verdad de la fe; es también por esta misma

correspondencia que al corazón se atribuyen las inclinaciones, por más que estas no se

hallan en él ni vienen de él.

La correspondencia de los dos reinos del cielo, con el corazón y los pulmones, es la

correspondencia común del cielo con el hombre; una menos común existe con sus

diversos miembros, órganos y vísceras; de que naturaleza esta es se dirá también. Los que

en el Mayor Hombre, que es el cielo, se hallan en la cabeza están en todo bien con

preferencia de los demás; porque están en amor, paz, inocencia, sabiduría, inteligencia y

por ello en goce y felicidad. Estos influyen en la cabeza y en las cosas que pertenecen a la

cabeza en el hombre y corresponden con ellas. Los que en el Mayor Hombre, que es el

cielo, se hallan en el pecho están en el bien de la caridad y de la fe, y estos influyen

también en el pecho del hombre y corresponden con él. Por otra parte, los que en el

Mayor Hombre, o sea el cielo, se hallan en los lomos y en los órganos allí dedicados a la

engendración están en el amor conyugal; los que se hallan en los pies están en el bien del

último cielo, el cual es llamado bien espiritual-natural; los que se hallan en los brazos y

en las manos están en potencia de la verdad por el bien; los que se hallan en los ojos están

en inteligencia; los que se hallan en los oídos están en atención y obediencia; los que

están en las narices están en percepción; los que están en la boca y en la lengua tienen

facultad oratoria por entendimiento y percepción; los que están en los riñones están en

verdad escudriñadora, distinguidora y castigadora; los que se hallan en el hígado, el

páncreas y el bazo están en varias clases de bien y verdad purificadora; y de varias

maneras en las demás partes. Influyen en similares partes en el hombre y corresponden

con ellas. El influjo del cielo tiene lugar en las funciones y usos de los miembros, y los

usos (provechos), siendo del mundo espiritual, toman forma en aquellas cosas que se

hallan en el mundo natural, y así se ultiman en el efecto: de allí viene la correspondencia.

Por esto es que estos mismos miembros, órganos y vísceras en el Verbo significan

cosas semejantes, porque allí todo tiene significación conforme las correspondencias; allí

por cabeza se significa inteligencia y sabiduría; por pecho, caridad; por lomo, amor

conyugal; por brazos y manos, la potencia de la verdad; por pies, lo natural; por ojos,

entendimiento; por narices, percepción; por oídos, obediencia; por riñones, el escrutar de

la verdad, y así sucesivamente. De allí viene también la costumbre en el hombre de decir,

cuando se trata de alguien que es inteligente y sabio, que este tiene cabeza; cuando se

trata de uno que tiene caridad, que este es hombre de pecho; de uno que tiene percepción,

que tiene nariz fina; de un entendido, que tiene penetrante vista; de él que tiene poder,

que tiene el brazo largo; de él que quiere y hace algo por amor, que es todo corazón.

Estas y varias otras expresiones del lenguaje del hombre vienen de las correspondencias,

porque tales cosas proceden del mundo espiritual, por más que el hombre lo ignora.

El que existe tal correspondencia entre todas las cosas del cielo y todas las cosas del

nombre me ha sido demostrado por mucha experiencia y por tanta que he llegado a

convencerme de ella como de un hecho evidente y en ninguna manera dudoso. Pero no es

necesario el referir aquí toda esta experiencia; tampoco sería posible a causa de su

abundancia. Puede verse referida en "Arcana Coelestia," donde se trata de

correspondencias, de representaciones, del influjo del mundo espiritual en el mundo

natural y del comercio del alma con el cuerpo.

Pero por más que todas las cosas del hombre, con respecto al cuerpo, corresponden

con todo en el cielo, el hombre no es, sin embargo, imagen del cielo con respecto a la

forma exterior, sino con respecto a la interior; porque las cosas interiores del hombre

reciben el cielo y sus cosas exteriores reciben el mundo; por lo tanto, en la medida en que

sus cosas interiores reciben el cielo, en esta medida el nombre, con respecto a ellas, es

cielo en mínima forma, según la imagen del mayor; por otra parte, tanto como sus cosas

interiores no reciben (el cielo) tanto no es cielo é imagen del mayor; las cosas exteriores

que reciben el mundo pueden, sin embargo, tener forma según el mundo, y por esto,

variada hermosura, porque la hermosura externa, que es del cuerpo, lleva su causa de los

padres y de la formación en las entrañas de la madre, siendo después mantenida por el

influjo general del mundo; por esta razón la forma del hombre natural se distingue mucho

de la forma de su hombre espiritual. Varias veces me ha sido manifestado como es el

espíritu del hombre en cuanto a forma, y he visto que en algunos que de rostro eran

hermosos y agraciados el espíritu era deforme, negro y monstruoso, pudiéndose llamar

imagen del infierno más bien que del cielo; por otra parte, en algunos que no eran

hermosos era de perfecta forma, blanco, resplandeciente y angelical. El espíritu del

hombre aparece asimismo después de la muerte tal cual ha sido en el cuerpo mientras

vivió en el mundo.

Pero la correspondencia se extiende más allá del hombre, porque hay

correspondencia de los cielos entre sí; el tercer cielo, o sea el íntimo, corresponde con el

segundo cielo, o sea el intermedio; y el segundo, o sea el intermedio corresponde con el

primero, o sea el último, y este corresponde con las formas corporales en el hombre,

llamadas sus miembros, órganos o vísceras; es pues sobre las cosas corporales del

hombre, en las cuales ulteriormente termina el cielo, que este descansa como sobre su

base; pero este secreto será más ampliamente desarrollado en otro lugar.

Es necesario saber que toda correspondencia que existe con el cielo tiene lugar con

lo Divino-Humano del Señor, puesto que el cielo procede de Él y Él Mismo es el cielo,

como queda manifestado en los artículos precedentes; porque si lo Divino-Humano no

influyera en todas las cosas del cielo, y según la correspondencia en todas las cosas del

mundo, no habría ángeles, ni habría hombre. Por esto es también claro el porque el Señor

se hizo hombre, y revistió la Divinidad con la Humanidad desde lo primero hasta lo

último, sea que fue porque lo Divino-Humano, de lo cual venía el cielo antes de la venida

del Señor, no bastaba ya ampliamente para el mantenimiento de todo, puesto que el

hombre, que es la base del cielo, había deshecho y destruido el orden. Acerca de cual y

como era lo Divino-Humano que había antes de la venida del Señor y cual era entonces el

estado del cielo, véase en las notas aplicadas al precedente capítulo.

Los ángeles quedan como estupefactos cuando oyen que hay hombres quienes

atribuyen todas las cosas a la naturaleza y nada a lo Divino, que también hay quienes

creen que sus cuerpos, en los cuales se hallan concentradas tantas cosas maravillosas del

cielo, son formados por la naturaleza, y—lo que es más—que la racionalidad del hombre

también procede de ella, cuando, sin embargo, con elevar algún tanto la mente, pueden

ver que semejantes cosas vienen de lo Divino y no de la naturaleza, la cual es creada con

el único fin de revestir el espíritu y representarlo en formas correspondientes en el último

grado del orden; pero a tales hombres comparan con lechuzas, que ven en las tinieblas y

no en la luz.

Lo que es correspondencia se ha dicho en el artículo precedente; asimismo se ha

manifestado allí que todas las cosas del cuerpo animal, en general y en cada detalle, son

correspondencias. Procede ahora manifestar que todas las cosas de la tierra y, en general,

todas las cosas del mundo, son correspondencias.

Todo cuanto pertenece a la tierra se distingue en tres géneros, llamados reinos: el

reino animal, el reino vegetal y el reino mineral. Las cosas que se hallan en el reino

animal son correspondencias en el primer grado porque viven; las que se hallan en el

reino vegetal son correspondencias en el segundo grado, puesto que solamente crecen; las

que hay en el reino mineral son correspondencias en el tercer grado, puesto que ni viven

ni crecen. Las correspondencias en el reino animal son seres vivientes de varias clases,

tanto los que andan y se arrastran por la tierra cuanto los que vuelan por el aire, los cuales

no nombraremos por sus especies, por ser conocidos. Las correspondencias en el reino

vegetal son todos los vegetales que crecen y florecen en jardines, selvas, huertas y

campos, los cuales tampoco nombraremos, siendo también conocidos. Las

correspondencias en el reino mineral son metales ricos y pobres, piedras preciosas y

comunes, varias clases de tierra y también agua. Además de estas cosas son también

correspondencias las que por medio de la industria humana son manufacturadas de ellas

para uso y provecho; como toda clase de alimentos, vestidos, casas, templos (aedes) y

otros.

Las cosas que están encima de la tierra, tales como el sol, la luna, las estrellas y

también las que hay en la atmósfera, como nubes, nieblas, lluvias, relámpagos, truenos,

son asimismo correspondencias; las que provienen del sol, de su presencia y ausencia,

como luz, oscuridad, calor y frío, son también correspondencias; igualmente las que por

ellos siguen, como las estaciones del año, llamadas primavera, verano, otoño é invierno;

y las divisiones del día: la mañana, el mediodía, la tarde y la noche.

En una palabra, todo cuanto existe en la naturaleza, desde lo más pequeño hasta lo

más grande en ella, son correspondencias. La razón por la cual son correspondencias es

que el mundo natural con todo lo suyo existe y subsiste por el mundo espiritual, y ambos

por lo Divino. Digo que también subsiste, porque todo subsiste por aquello de lo cual

nace (existe), puesto que la subsistencia es un perpetuo nacimiento (existencia), y porque

nada puede nacer de y por sí mismo, sino de un anterior, así pues de un primero, y por lo

tanto si es separado de este, al momento perece y desvanece.

Todo cuanto en la naturaleza existe y subsiste en virtud del Divino orden es una

correspondencia. El Divino orden existe por el. Divino bien que sale del Señor; empieza

en Él, procede de Él, pasando por los cielos sucesivamente al mundo y termina allí en las

últimas cosas. Las cosas que allí se hallan en arreglo al Divino orden son

correspondencias. En arreglo al orden se hallan allí todos los objetos que son buenos y

perfectos al uso, porque todo bien es bien con arreglo al uso y al provecho; la forma se

refiere a la verdad, puesto que la verdad es la forma del bien. Es por esto que todas las

cosas que en el universo y en la naturaleza del mundo se hallan en arreglo al Divino

orden se refieren al bien y a la verdad.

Que todas cosas que hay en el mundo nacen de lo Divino y se revisten de tales

formas en la naturaleza mediante cuales pueden estar allí, prestar uso y así corresponder,

consta claramente por las cosas singulares que se presentan tanto en el reino animal

cuanto en el reino vegetal. En ambos hay cosas tales que toda persona, si piensa desde su

interior, puede ver que son del cielo. Para ilustrar, se puede, entre innumerables otras,

citar unas pocas; he aquí primero, algunas en, el reino animal. Que un especie de .saber se

halla allí, por así decir implantado en cada animal, es conocido por varias personas. Las

abejas saben recoger el miel de las flores, construir celdas de cera en las cuales guardan

su miel, y de esta manera proporcionarse alimento a sí mismas y a los suyos, también

para el venidero invierno. La hembra deposita huevos, las demás prestan sus servicios,

cubriéndolos por todos lados, para que nazca de ellos una nueva prole. Viven bajo cierta

forma de gobierno, la cual todas ellas conocen por (un saber) implantado; guardan las

útiles, expulsan las inútiles y las despojan de sus alas; aparte de otras cosas maravillosas,

que del cielo tienen a causa del provecho, porque la cera sirve al género humano para luz

en todas partes del mundo, y la miel para agregar dulzor a los alimentos. ¿Qué no sucede

con las orugas, que en el reino animal son los más inferiores? Saben nutrirse del jugo de

sus hojas especiales y, transcurrido el plazo exacto, circundarse de un filamento, y por así

decir meterse en útero, así empollando la prole de su género. Algunas se convierten en

ninfas y crisálidas, produciendo hilos, siendo después de cumplido trabajo dotadas de

otro cuerpo y adornadas con alas, vuelan por el aire como en su cielo, celebran nupcias,

depositan huevos y se proporcionan su prole. Además de estos especialmente, todo volátil

bajo el cielo, en general, conoce su alimento del cual se ha de nutrir, no tan solo cual es,

sino también donde se encuentra; saben construir sus nidos, una especie diferentemente

de otra especie, depositar en ellos huevos, empollar las crías, alimentarlas y echarlas del

nido cuando pueden cuidarse ellas mismas. Nada diré de las maravillosas cosas en los

mismos huevos, donde se hallan dispuestas por su orden cuantas cosas hacen falta para la

formación y la nutrición de la naciente cría, aparte de innumerables otras cosas. ¿Quién,

pensando algún tanto por sabiduría racional, diría jamás que estas cosas son de otra parte

que del mundo espiritual, el cual al mundo natural sirve para revestir de cuerpo, aquello

que es de allí, o sea para presentar en efecto lo que en la causa es espiritual? La causa de

que los animales de la tierra y las aves del cielo nacen con este saber, y no así el hombre,

el cual sin embargo es superior a ellos, es que los animales se hallan en el orden de su

vida y no han podido destruir lo que del mundo espiritual se halla en ellos, puesto que no

tienen sentido racional; no así el hombre, el cual piensa por medio del mundo espiritual;

este, puesto que ha pervertido en sí aquello (que viene del mundo espiritual) por una vida

contraria al orden, cuya vida su razón aprueba, no puede menos de nacer en completa

ignorancia y luego por medios Divinos ser reconducido al orden del cielo.

De que modo corresponden las cosas que hay en el reino vegetal puede ser claro por

muchas cosas, como estas, que las pequeñas simientes crecen hasta llegar a ser árboles,

echan hojas, producen flores, y luego fruta, en la que otra vez depositan semillas, y que

esto se verifica sucesivamente en tan admirable orden que no se puede describir con

pocas palabras; resultarían volúmenes y aún así los secretos interiores más próximos a

sus usos no podrían agotarse por medio del saber. Puesto que estos son del mundo

espiritual, es decir del cielo, el cual se halla en forma de hombre, según se ha manifestado

arriba en su artículo, las diversas cosas en este reino tienen por lo tanto también cierta

relación con cosas parecidas, que se hallan en el hombre, lo cual es asimismo conocido

por ciertos hombres de la clase erudita. Que son correspondencias también todas las cosas

que hay en este reino me ha sido manifestado por mucha experiencia; estando en jardines

y contemplando allí árboles, flores, frutas y hortalizas, he observado con frecuencia las

correspondencias en el cielo y he hablado con aquellos en quienes se encontraban, siendo

informado de donde eran y cual era su naturaleza.

Pero saber las cosas espirituales en el cielo a las cuales corresponden las naturales

que hay en el mundo, no lo puede actualmente nadie, sino por el cielo, porque la ciencia

de las correspondencias se halla en la actualidad completamente perdida. Cual y como es

la correspondencia de las cosas espirituales con las naturales ilustraré sin embargo

mediante algunos ejemplos. Los seres animados de la tierra, en su generalidad,

corresponden a las inclinaciones; los mansos y útiles a las buenas inclinaciones, los fieros

y nocivos a las malas inclinaciones; especialmente corresponden los carneros y los

bueyes a las inclinaciones de la mente natural; las ovejas y los corderos a las

inclinaciones de la mente espiritual; los volátiles, por otra parte, corresponden según su

especie a lo intelectual de ambas mentes. Por esto es que en la iglesia israelita, la cual era

una iglesia representativa, varios animales como (por ejemplo) los bueyes, los novillos,

los carneros, las ovejas, las cabras, los machos cabríos y los corderos, así como también

las palomas y las tórtolas, fueron ordenados para uso sagrado, haciéndose con ellos

sacrificios y holocaustos, porque en este uso correspondían a las cosas espirituales, cuyas

cosas se entendían en el cielo según las correspondencias. Que también los animales,

según sus géneros y sus especies, son inclinaciones es porque viven y la vida de cada uno

no viene sino de la inclinación y conforme esta; por esto tiene todo animal un saber

innato con arreglo a la inclinación de su vida; el hombre es como ellos en cuanto a su

hombre natural; por lo cual, también, hablando familiarmente, se compara con ellos;

como por ejemplo, siendo manso, es llamado una oveja o un cordero; siendo fiero, un oso

o un lobo; siendo astuto, una zorra o una serpiente, y así sucesivamente.

Una correspondencia parecida tiene lugar con las cosas que hay en el reino vegetal.

Un jardín corresponde, en general, al cielo con respecto a la inteligencia y sabiduría, por

lo cual el cielo se llama el jardín de Dios y un Paraíso, y por el hombre es llamado el

Paraíso Celestial. Los árboles según sus especies corresponden a percepciones y

conocimientos del bien y de la verdad, de los cuales vienen la inteligencia y la sabiduría.

Por esto mismo, los antiguos, que poseían la ciencia de las correspondencias, celebraban

sus cultos santos en boscajes; y por esto es que en el Verbo a menudo se hace mención de

árboles, y con ellos se comparan el cielo, la iglesia y el hombre, como (por ejemplo) la

vid, el olivo, el cedro y otros, y los bienes que proporcionan con la fruta. Los alimentos

que vienen de ellos, en primer lugar el que viene de la simiente de los trigos del campo,

corresponden también a las inclinaciones del bien y de la verdad, por la causa de que

estas nutren la vida .espiritual como los alimentos terrestres la vida natural. Por la misma

razón el pan corresponde en general a las inclinaciones de todo bien, puesto que este, con

preferencia a los demás, sustenta la vida y que por el mismo se entiende toda clase de

alimento. A causa de esta correspondencia se llama también el Señor el Pan de la Vida, y

a causa de la misma estaban también los panes en sagrado uso en la iglesia israelita,

porque se colocaban sobre la mesa en el Tabernáculo y llamaban los "los panes de los

rostros"; también se lo llamaba "pan" a todo culto Divino, que se celebraba mediante

sacrificios y holocaustos. A causa de esta correspondencia la Santa Cena, en la cual hay

pan y vino, es asimismo lo más sagrado del culto en la iglesia cristiana. Por estos pocos

ejemplos puede ser claro cual es el carácter de la correspondencia.

La manera en que se verifica la conjunción del cielo con el mundo por medio de la

correspondencia se dirá también brevemente. El reino del Señor es un reino de fines que

son usos, ó, lo que es lo mismo, un reino de usos que son fines. Por esto mismo el

universo ha sido creado y formado por lo Divino de tal manera que los usos puedan en

todas partes revestirse de cosas, mediante las cuales puedan presentarse en actos o sea en

efectos, primero en el cielo, luego en el mundo, por grados y sucesivamente, hasta las

últimas cosas de la naturaleza. Es por lo tanto evidente que la correspondencia de las

cosas espirituales con las naturales, o sea la del mundo con el cielo, se verifica por medio

de los usos y que los usos determinan la conjunción; así como que las formas, de las

cuales se hallan revestidos los usos, tanto son correspondencias y tanto conjunción,

cuanto son formas del uso. En la naturaleza del mundo, en su triple reino, todas las cosas

que existen con arreglo al orden son formas de usos o sea efectos formados de usos al

objeto de usos, por lo cual las cosas que allí hay son correspondencias. Cuanto más vive

el hombre según el orden Divino, es decir, en amor al Señor y en amor al prójimo, tanto

más sus actos son usos en forma y son correspondencias, por medio de las cuales entra en

conjunción con el cielo. Amar al Señor y al prójimo es, en general, prestar usos.

Conviene saber además que es mediante el hombre que el mundo natural tiene

conjunción con el mundo espiritual; es decir, que él es el medio de conjunción, porque en

él está el mundo natural y también el mundo espiritual, por lo cual,

tanto como el hombre es espiritual tanto es medio de conjunción; por otra parte, tanto

como es natural, y no espiritual, tanto no es medio de conjunción. No obstante continua,

sin el hombre como medio, el influjo de lo Divino en el mundo y también en aquellas

cosas que del mundo están en el hombre, pero no en su sentido racional.

Así como corresponden al cielo todas las cosas que se hallan según el Divino orden,

así corresponden al infierno todas aquellas que están en contra del Divino orden; las que

corresponden al cielo se refieren todas al bien y a la verdad; las que corresponden al

infierno, al mal y a la falsedad.

Ahora se dirá algo acerca de la ciencia de las correspondencias y de su utilidad.

Arriba se ha dicho que el mundo espiritual, que es el cielo, está unido al mundo natural

por correspondencias; por esto se da al hombre, mediante correspondencias,

comunicación con el cielo; porque los ángeles del cielo no piensan por cosas naturales

como el hombre; por lo cual, estando el hombre en la ciencia de las correspondencias,

puede estar en compañía de los ángeles en cuanto a los pensamientos de su mente, y así

unirse a ellos en cuanto a su hombre espiritual o interior. A fin de que haya conjunción

entre el cielo y el hombre, el Verbo se halla escrito mediante correspondencias

exclusivamente, porque todo y cada mínimo detalle que hay en él corresponde; por lo

cual, si el hombre poseyera la ciencia de las correspondencias, entendería el Verbo con

respecto a su sentido espiritual, y por ello le sería dado conocer secretos de los cuales

nada ve en el sentido literal; porque en el Verbo hay un sentido literal y un sentido

espiritual; el sentido literal consiste de tales cosas cuales hay en el mundo; el sentido

espiritual, por el contrario, de tales cuales hay en el cielo, y viendo que la conjunción del

cielo con el mundo tiene lugar por medio de correspondencias, por esto mismo es dado

un Verbo en el cual todo y cada detalle, hasta la menor jota, corresponde.

Del cielo he sido informado que los antiguos, primitivos, en nuestra tierra, los cuales

eran hombres celestiales, pensaban por virtud de la correspondencia misma; y que las

cosas naturales que estaban delante de los ojos les servían de medios para pensar de esta

manera, y que siendo tales, tenían trato con los ángeles y hablaban con ellos; que de este

modo tenía el cielo por conducto de ellos conjunción con el mundo. La edad aquella fue

por esto llamada la edad de oro; acerca de la cual se dice en las obras de los antiguos

escritores que los habitantes celestes vivían con los hombres, teniendo trato con ellos

como amigo con amigo; pero después de esa era siguieron hombres que no pensaban por

virtud de las correspondencias mismas, sino por la ciencia de las correspondencias; y

entonces también había conjunción entre el cielo y el hombre; pero no una conjunción tan

íntima; la edad de estos nombres es la que se llama la edad de plata. Después siguieron

hombres que ni conocían las correspondencias, ni pensaban por la ciencia de las mismas,

a causa de hallarse en un bien natural, y no como los predecesores, en un (bien)

espiritual; la edad esta fue llamada la edad de cobre; después del tiempo de estos hombres

el hombre se volvió sucesivamente exterior y finalmente corporal, y entonces la ciencia

de las correspondencias se extinguió completamente, y con ella el conocimiento del cielo

y de varias cosas pertenecientes al cielo. El llamarse aquellas edades la edad de oro, de

plata y de cobre, fue también a causa de la correspondencia, viendo que oro, por

correspondencia, significa el bien celestial, en el cual se hallaban los primitivos hombres;

plata, por correspondencia, el bien espiritual, en el cual se hallaban los antiguos después

de aquellos; y cobre, el bien natural, en el cual se hallaba la inmediata posteridad; por

otra parte, el hierro, del que tuvo su nombre la edad última, significa una verdad dura, sin

bien.


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