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Foto del escritorAmenhotep VII

Una brevísima introducción a la filosofía de la ciencia - Samir Okasha


¿QUÉ ES LA CIENCIA?


¿Qué es la ciencia? Esta pregunta parece fácil de responder: todos saben que

materias como la física, la química y la biología son ciencia, mientras que

disciplinas como el arte, la música y la teología no lo son. Pero cuando, como

filósofos, preguntamos qué es la ciencia, ésta no es la clase de respuesta que

buscamos. No preguntamos por una simple lista de las actividades englobadas dentro

del término “ciencia”. Más bien buscamos el rasgo que comparten todas las materias

listadas; es decir, qué es lo que hace de algo una ciencia. Entendida de esta manera, la

pregunta no es tan trivial.

Aun así, podría seguirse pensando que la pregunta es sencilla. ¿De verdad es la

ciencia el intento de comprender, explicar y predecir el mundo en que vivimos?

Ciertamente, ésta es una respuesta razonable. Sin embargo, ¿aquí termina la historia?

Después de todo, las diversas religiones también pretenden comprender y explicar el

mundo, si bien la religión no se considera una rama de la ciencia. De manera similar,

la astrología y la adivinación son intentos de predecir el futuro, pero la gente no

describiría estas actividades como ciencia. O considérese la historia. Los

historiadores tratan de entender y explicar lo que ocurrió en el pasado, aunque la

historia suele clasificarse como un arte y no como una ciencia. Al igual que muchas

preguntas filosóficas, la interrogante “¿Qué es la ciencia?” resulta más compleja de lo

que parece a primera vista.

Muchas personas creen que las características distintivas de la ciencia residen en

los métodos particulares que los científicos emplean para investigar el mundo. Esta

idea es muy razonable, porque muchas ciencias utilizan métodos de estudio que no se

encuentran en las disciplinas no científicas. Un ejemplo obvio son los experimentos,

que históricamente marcan un punto nodal en el desarrollo de la ciencia moderna. Sin

embargo, no todas las ciencias son experimentales: los astrónomos no pueden

experimentar en los cielos, y deben conformarse con la observación cuidadosa. Lo

mismo ocurre con diversas ciencias sociales. Otro rasgo importante de la ciencia es la

construcción de teorías. Los científicos no sólo registran los resultados de la

experimentación y la observación, sino que explican esos resultados en términos de

una teoría general. Esto no siempre es fácil de realizar, si bien ha habido éxitos

sorprendentes. Uno de los problemas clave de la filosofía de la ciencia es comprender

por qué algunas técnicas como la experimentación, la observación y la construcción

de teorías han permitido a los científicos develar muchos de los secretos de la

naturaleza.


¿Qué es la filosofía de la ciencia?


La tarea principal de la filosofía de la ciencia es analizar los métodos de investigación

utilizados en los diversos campos científicos. Quizá el lector se pregunte por qué esta

tarea recae en los filósofos más que en los mismos científicos. Es una buena pregunta.

Parte de la respuesta es que ver la ciencia desde una perspectiva filosófica permite

develar suposiciones implícitas en la práctica científica, pero que los científicos no

discuten en forma abierta. Para ilustrar esto, ubiquémonos en el ámbito de la

experimentación. Supongamos que un científico realiza un experimento y obtiene un

resultado particular. Repite el experimento varias veces y obtiene el mismo resultado.

Después de eso es probable que se detenga, confiando en que si repite el experimento

exactamente en las mismas condiciones, obtendrá el mismo resultado. Esta idea

puede parecer obvia, pero como filósofos queremos cuestionarla. ¿Por qué se asume

que las repeticiones futuras del experimento arrojarán el mismo resultado? ¿Cómo

saber si esto es cierto? Es poco probable que un científico dedique mucho tiempo a

desentrañar estas curiosas preguntas; con toda seguridad, tiene mejores cosas que

hacer.

Así que parte del trabajo de la filosofía de la ciencia es cuestionar los supuestos

que los científicos dan por hechos. Sin embargo, sería un error creer que los hombres

de ciencia nunca discuten temas filosóficos. La historia registra a muchos científicos

que han desempeñado un importante papel en el desarrollo de la filosofía de la

ciencia. Descartes, Newton y Einstein son ejemplos prominentes. Ellos estaban muy

interesados en las interrogantes filosóficas sobre cómo tiene que proceder la ciencia,

que métodos de investigación debe emplear, cuánta confianza debemos poner en esos

métodos y si constituyen una limitante para el conocimiento científico, entre otras

cosas. Como veremos, esas preguntas aún se encuentran en el corazón de la filosofía

contemporánea de la ciencia. De esta manera, los asuntos de interés para los filósofos

de la ciencia no son “meramente filosóficos”; por el contrario, han llamado la

atención de algunos de los más connotados científicos. Sin embargo, hay que decir

que muchos hombres de ciencia actuales prestan poca atención a la filosofía de la

ciencia y tienen escasos conocimientos de ella. Si bien esto es desafortunado, no es

una señal de que los temas filosóficos ya no son relevantes. Más bien es una

consecuencia de la naturaleza cada vez más especializada de la ciencia, así como de

la polarización entre las ciencias y las humanidades que caracteriza al sistema de

educación moderno.

Tal vez el lector aún se pregunte qué es exactamente la filosofía de la ciencia.

Afirmar que “estudia los métodos de la ciencia”, como hicimos antes, no es decir

mucho. Más que tratar de proporcionar una definición de mayor amplitud,

procederemos a considerar un problema típico de la filosofía de la ciencia.


Ciencia y seudociencia


Recuérdese la pregunta con la que comenzamos: ¿Qué es la ciencia? Karl Popper, un

influyente filósofo de la ciencia del siglo XX, pensaba que el rasgo fundamental de

una teoría científica es que debe ser falseable. Asegurar que una teoría es falseable no

quiere decir que sea falsa. Más bien significa que la teoría hace algunas predicciones

definidas que se pueden probar contra la experiencia. Si estas predicciones resultan

equivocadas, entonces la teoría ha sido falseada o refutada. Entonces, una teoría

falseable es aquella que podemos descubrir que es falsa, es decir, que no es

compatible con todos los posibles cursos de la experiencia. Popper consideraba que

algunas teorías supuestamente científicas no satisfacían esta condición y, por lo tanto,

no merecían llamarse ciencia, sino más bien seudociencia.

La teoría psicoanalítica de Freud era uno de los ejemplos favoritos de Popper de

la seudociencia. Según este autor, la teoría freudiana se ajusta a cualquier hallazgo

empírico. Sin importar cuál sea el comportamiento del paciente, los freudianos

siempre encontrarán una explicación en términos de su teoría; nunca admitirán que su

corpus teórico estaba equivocado. Popper ilustró su punto con el siguiente ejemplo.

Imagínese un hombre que empuja a un niño a un río con la intención de asesinarlo, y

a otro hombre que sacrifica su vida para salvar al niño. Los freudianos pueden

explicar con la misma facilidad la conducta de ambos hombres: el primero era un

reprimido, mientras que el segundo había alcanzado la sublimación. Popper argüía

que a través del uso de conceptos como represión, sublimación y deseos

inconscientes, la teoría de Freud podía ser compatible con cualquier dato clínico y, en

consecuencia, no era falseable.

Lo mismo es aplicable a la teoría de la historia de Marx, según Popper. Marx

afirmaba que en las sociedades industrializadas del mundo, el capitalismo daría paso

al socialismo y por último al comunismo, Pero cuando esto no pasó, en vez de admitir

que la doctrina marxista estaba equivocada, sus seguidores inventaron una

explicación ad hoc de por qué lo ocurrido concordaba a pesar de todo con la teoría.

Por ejemplo, decían que el inevitable avance del comunismo se había visto frenado

de manera temporal por el surgimiento del Estado benefactor, que “suavizaba” al

proletariado y debilitaba su vocación revolucionaria. De esta manera, la teoría de

Marx era compatible con cualquier posible curso de los acontecimientos, al igual que

la de Freud. En consecuencia, de acuerdo con el criterio de Popper, ninguna de las

dos teorías califica como genuinamente científica.

Popper contrastó las teorías de Marx y Freud con la teoría de la gravitación, de

Einstein, también conocida como de la relatividad general. A diferencia de los

primeros, Einstein hizo una predicción muy definida: que los rayos de luz de estrellas

distantes podían ser desviados por el campo gravitacional del sol. En condiciones

normales este efecto sería imposible de observar, excepto durante un eclipse solar. En

1919 el astrofísico inglés sir Arthur Eddington organizó dos expediciones para

observar el eclipse solar de ese año, una a Brasil y otra a la isla de Príncipe, en la

costa atlántica de África, con el propósito de probar la predicción de Einstein. Las

expediciones encontraron que la luz de las estrellas era desviada por el sol en casi la

misma cantidad predicha por Einstein. Popper estaba muy impresionado: la teoría de

Einstein había hecho una predicción definida, precisa, que se confirmó con las

observaciones. Si hubiera resultado que el sol no desviaba la luz de las estrellas, se

habría demostrado que Einstein estaba en un error. Así, la teoría de Einstein satisface

el criterio de falseabilidad.

La intuición nos dice que el intento de Popper de distinguir ciencia de

seudociencia es muy razonable. En efecto, hay algo turbio en una teoría que puede

ajustarse a cualesquier datos empíricos. Sin embargo, algunos filósofos consideran

que el criterio de Popper es muy simplista. Éste criticaba a los freudianos y a los

marxistas por explicar los datos que contradijeran sus teorías, en vez de aceptar que

éstas habían sido refutadas. Ciertamente, el procedimiento levanta sospechas. Sin

embargo, hay evidencia de que este mismo procedimiento es utilizado en forma

rutinaria por científicos “respetables” —a quienes Popper no quiere acusar de

practicar la seudociencia— y ha llevado a importantes descubrimientos científicos.

Esto puede ilustrarse con otro ejemplo del campo de la astronomía. La teoría

gravitacional de Newton, de la que se habló antes, hacía predicciones acerca de las

rutas que los planetas debían seguir en su órbita alrededor del sol. En su mayor parte,

esas predicciones surgieron a partir de la observación. Sin embargo, la órbita

observada de Urano difería en forma consistente de lo predicho por Newton. Este

enigma fue resuelto en 1846 por dos científicos, Adams en Inglaterra y Leverrier en

Francia, quienes trabajaron de manera independiente. Ellos plantearon que había otro

planeta, aún sin descubrir, que ejercía una fuerza gravitacional adicional sobre Urano.

Adams y Leverrier calcularon la masa y posición que este planeta debía de tener si su

atracción gravitacional era la responsable del extraño comportamiento de Urano,

Poco después se descubrió el planeta Neptuno, casi exactamente en el lugar predicho

por Adams y Leverrier.

Está claro que el comportamiento de Adams y Leverrier no se puede catalogar

como “acientífico”; después de todo, llevó al descubrimiento de un nuevo planeta.

Sin embargo, ellos hicieron exactamente lo que Popper criticó de los marxistas:

comenzaron con una teoría —la teoría de la gravitación de Newton— que hizo una

predicción incorrecta de la órbita de Urano. En vez de concluir que la teoría de

Newton estaba equivocada, se aferraron a ella y trataron de explicar las observaciones

conflictivas postulando la existencia de un nuevo planeta. En forma similar, cuando el

capitalismo no mostraba signos de ceder el paso al comunismo, los marxistas no

aceptaron que la teoría de Marx era incorrecta, sino que la defendieron y trataron de

explicar por otras vías las observaciones conflictivas. Así que, ¿es injusto acusar a los

marxistas de practicar una seudociencia si permitimos que lo realizado por Adams y

Leverrier se considere ciencia buena y, en consecuencia, ejemplar?

Esto implica que el intento de Popper de diferenciar ciencia de seudociencia no

puede ser muy correcto, a pesar de su sensatez inicial. Sin duda, el ejemplo de Adams

y Leverrier es atípico. En general, los científicos no abandonan sus teorías cuando

éstas entran en conflicto con los resultados de las observaciones, sino que buscan

cómo eliminar el conflicto sin tener que renunciar a sus ideas. Vale la pena recordar que en ciencia casi todas las teorías chocan con algunas observaciones; es muy difícil encontrar un corpus teórico que se ajuste a la perfección a los datos. Por supuesto, si una teoría es cuestionada por la información recabada y no se encuentra la forma de explicar esa contradicción, entonces dicha teoría tendría que rechazarse. Sin embargo, habría muy pocos avances si los científicos simplemente abandonaran sus teorías al primer signo de problemas.

La falla en el criterio de distinción de Popper arroja una importante pregunta: ¿en

realidad es posible encontrar un rasgo común a todo lo que llamamos “ciencia”, que

no sea compartido por nadie más? Popper suponía que la respuesta a esta pregunta

era afirmativa. Pensaba que las teorías de Freud y Marx eran claramente acientíficas,

de modo que debería de haber una característica de la que carecieran y que formara

parte de las teorías científicas genuinas. Sin embargo, al margen de si aceptamos o no

la evaluación negativa de Freud y Marx, el supuesto de Popper de que la ciencia tiene

una “naturaleza esencial” es cuestionable. Después de todo la ciencia es una actividad

heterogénea, que comprende un amplio espectro de teorías y disciplinas diferentes.

Puede ser que compartan rasgos definitorios de lo que se considera ciencia, pero

también puede ser que no. El filósofo Ludwig Wittgenstein argumentaba que no hay

un conjunto establecido de características que definan lo que va a ser un “juego”. Más

bien hay un grupo de rasgos, la mayoría de los cuales son comunes a casi todos los

juegos. Sin embargo, es posible que alguno de los juegos carezca de una de las

características del grupo y aun así continuar siendo un juego. Lo mismo puede ocurrir

con la ciencia, en cuyo caso es poco probable que se encuentre un criterio para

distinguir ciencia de seudociencia.


RAZONAMIENTO CIENTÍFICO


Los científicos a menudo nos dicen cosas acerca del mundo que, de otra manera,

no se creerían. Por ejemplo, los biólogos afirman que tenemos una estrecha

relación con los chimpancés, los geólogos aseguran que África y Sudamérica estaban

unidas, mientras que los cosmólogos plantean que el universo está en expansión. Sin

embargo, ¿cómo alcanzan los científicos esas conclusiones que suenan tan

improbables? Después de todo, nadie ha visto a una especie evolucionar de otra o a

un continente dividirse en dos, o al universo ampliándose. Por supuesto, la respuesta

es que los científicos llegaron a esos planteamientos mediante un proceso de

razonamiento o inferencia. No obstante, sería bueno conocer más acerca de este

proceso. ¿Cuál es exactamente la naturaleza del razonamiento científico? ¿Y cuánta

confianza debe ponerse en las inferencias hechas por los científicos? Éstos son los

temas de este capítulo.


Deducción e inducción


Los especialistas en lógica hacen una importante distinción entre los patrones de

razonamiento deductivo e inductivo. Un ejemplo de razonamiento deductivo, o de

inferencia deductiva, es el siguiente:


Todos los franceses gustan del vino tinto

Pierre es francés

Por lo tanto, Pierre gusta del vino tinto


Las dos primeras afirmaciones se llaman premisas de la inferencia, mientras que

la tercera afirmación se denomina conclusión. Se trata de una inferencia deductiva

porque tiene la siguiente propiedad: si las premisas son verdaderas, entonces la

conclusión también debe ser verdadera. En otras palabras, si es verdad que todos los

franceses gustan del vino tinto, y si es cierto que Pierre es francés, se deduce que a

Pierre le gusta el vino tinto. Esto en ocasiones se expresa diciendo que las premisas

de la inferencia conllevan la conclusión. Por supuesto, las premisas de esta inferencia

casi siempre son falsas, pues habrá franceses a quienes no les agrade el vino. Pero ése

no es el punto. Lo que confiere a la inferencia su carácter deductivo es la existencia

de una relación apropiada entre premisas y conclusión; es decir que sí las premisas

son ciertas, la conclusión también lo será. Ahora bien, si las premisas son en realidad

verdaderas es un tema distinto, que no afecta el estatus de la inferencia como

deductiva.

No todas las inferencias son deductivas. Considérese el siguiente ejemplo:


Los primeros cinco huevos de la canasta están podridos

Todos los huevos tienen la misma fecha de caducidad impresa en ellos

Por lo tanto, el sexto huevo también estará podrido


Ésta parece parte de un razonamiento perfectamente perceptible. Y, sin embargo,

no es deductivo porque las premisas no conllevan la conclusión. Incluso si los

primeros cinco huevos estuvieran podridos, y aun si todos los huevos tuvieran la

misma fecha de caducidad, esto no garantiza que el sexto huevo también esté

podrido. Es muy posible que el sexto huevo se encuentre en buenas condiciones. En

otras palabras, es lógicamente posible que las premisas de esta inferencia sean

verdaderas y que aun así la conclusión resulte falsa, luego entonces la inferencia no

es deductiva. Por el contrario, se le conoce como inferencia inductiva. En la

inferencia inductiva, o razonamiento inductivo, nos movemos de premisas acerca de

objetos que hemos examinado a conclusiones acerca de objetos que no hemos

examinado; en este caso, huevos.

El razonamiento deductivo es una actividad mucho más segura que el

razonamiento inductivo. Cuando razonamos en forma deductiva podemos tener la

seguridad de que si comenzamos con premisas verdaderas, terminaremos con una

conclusión verdadera. No ocurre lo mismo con el razonamiento inductivo, que puede

llevarnos de premisas verdaderas a una conclusión falsa. A pasar de este defecto, a lo

largo de nuestras vidas confiamos en el razonamiento inductivo, a menudo sin

siquiera pensarlo. Por ejemplo, cuando encendemos la computadora en la mañana

estamos seguros de que no nos explotará en el rostro. ¿Por qué? Porque la

encendemos todas las mañanas y, hasta ahora, no nos ha explotado en el rostro. Sin

embargo, la inferencia de “hasta ahora, mi computadora no ha explotado cuando la

enciendo” a “mi computadora no explotará cuando la encienda esta vez” es inductiva,

no deductiva, porque la premisa no lleva implícita la conclusión. Es lógicamente

posible que la computadora explote esta vez, aun cuando no haya ocurrido antes en el

pasado.

En la vida diaria es fácil encontrar otros ejemplos de razonamiento inductivo.

Cuando giramos el volante del auto hacia la izquierda, suponemos que éste se dirigirá

hacia la izquierda, no hacia la derecha. Siempre que conducimos entre el tráfico,

confiamos nuestra vida a este supuesto. Sin embargo, ¿qué nos asegura que es cierto?

Si alguien nos pidiera que justificáramos nuestra convicción, ¿qué diríamos? A

menos que seamos mecánicos, tal vez replicaríamos: “Cada vez que he doblado el

volante a la izquierda en el pasado, el auto se ha dirigido a la izquierda. En

consecuencia, lo mismo ocurrirá cuando gire el volante a la izquierda esta vez”. De

nuevo, ésta es una inferencia inductiva, no deductiva. Por lo tanto, razonar en forma

inductiva es una parte indispensable de la vida diaria.


La mayoría de los filósofos piensa que es obvio que la ciencia descansa en buena

medida sobre el razonamiento inductivo; en verdad es tan obvio que no necesita

argumentarse. Sin embargo, es de hacer notar que el filósofo Karl Popper, a quien

conocimos en el capítulo anterior, negaba esto. Popper postulaba que los científicos

sólo necesitan utilizar inferencias deductivas. Esto sería positivo si fuera cierto,

porque las inferencias deductivas son mucho más seguras que las inductivas, como

hemos visto.

El argumento básico de Popper era el siguiente: aunque no es posible probar que

una teoría científica es verdadera a partir de una muestra limitada de datos, sí es

posible probar que es falsa. Supóngase que un científico está considerando la teoría

de que todas las piezas de metal conducen electricidad. Aun si cada pieza de metal

examinada conduce electricidad, esto no prueba que la suposición sea verdadera, por

las razones que hemos visto. Pero si encuentra una pieza de metal que no conduce

electricidad, esto prueba que la teoría es falsa, porque la inferencia de “esta pieza de

metal no conduce electricidad” a “es falso que todas las piezas de metal conducen

electricidad” es una inferencia deductiva: la premisa conlleva la conclusión. De esta

manera, si un científico sólo está interesado en demostrar que una teoría dada es

falsa, puede lograr su meta sin el uso de inferencias inductivas.

La debilidad del argumento de Popper es obvia. Los científicos no sólo están

interesados en mostrar que ciertas teorías son falsas. Cuando un científico recolecta

datos experimentales, su propósito podría ser mostrar que una teoría particular —la

teoría rival, tal vez— es falsa. Sin embargo, es mucho más probable que pretenda

convencer a la gente de que su propia teoría es cierta. Y para hacerlo, tendrá que

pasar a un razonamiento inductivo de alguna especie. De esta manera, el intento de

Popper de mostrar que la ciencia puede alcanzarse sin inducción no tiene éxito.



LA EXPLICACIÓN EN LA CIENCIA


¿Puede la ciencia explicar todo?


La ciencia moderna puede explicar una buena parte del mundo en que vivimos. Sin

embargo, también hay numerosos hechos que no han sido explicados por la ciencia, o

por lo menos no lo han sido de manera exhaustiva. El origen de la vida es un ejemplo

de ello. Sabemos que hace cuatro mil millones de años, moléculas con la capacidad

de hacer copias de sí mismas aparecieron en la sopa primigenia, y la vida evolucionó

a partir de ese momento. Sin embargo, no entendemos cómo es que estaban allí esas

moléculas autorreplicantes. Otro ejemplo es el hecho de que los niños autistas suelen

tener muy buena memoria. Múltiples estudios de niños autistas han confirmado este

hecho, pero nadie ha podido explicarlo con éxito.

Mucha gente piensa que, al final, la ciencia podrá explicar hechos como éstos. Es

un punto de vista muy respetable. Los biólogos moleculares trabajan duro sobre el

problema del origen de la vida, y sólo un pesimista diría que nunca lo resolverán. Hay

que admitir que el problema no es sencillo, en especial porque es muy difícil saber

qué condiciones existían hace cuatro mil millones de años. Sin embargo, no hay

razón para pensar que el origen de la vida nunca será explicado. Lo mismo ocurre con

el asunto de los niños autistas. La ciencia de la memoria aún está en pañales, y hay

mucho por descubrir acerca de la base neurológica del autismo. Por supuesto, no

podemos garantizar que tarde o temprano se encontrará una explicación. Pero dado el

número de explicaciones exitosas que la ciencia moderna ha planteado, deben

destinarse recursos para dilucidar también los múltiples hechos inexplicados hasta la

fecha.

Sin embargo, ¿significa esto que la ciencia puede, en principio, explicarlo todo?

¿O hay algunos fenómenos que eludirán por siempre la explicación científica? No es

una pregunta fácil de responder. Por un lado, asegurar que la ciencia puede explicar

todo es un acto de arrogancia. Por otro lado, afirmar que algún fenómeno en

particular nunca tendrá una explicación científica revela una posición limitada. La

ciencia cambia y evoluciona con gran rapidez, y un fenómeno que parecía

inexplicable desde el punto de vista de la ciencia actual tal vez pueda explicarse con

facilidad en el futuro.

De acuerdo con algunos filósofos, hay una razón puramente lógica de por qué la

ciencia nunca podrá explicar todo. Para explicar algo, lo que sea, necesitamos invocar

algo más. Sin embargo, ¿qué explica el segundo elemento? Para ilustrar esto,

recuérdese que Newton explicaba una amplia gama de fenómenos a partir de su ley

de la gravitación. Ahora bien, ¿qué explica la ley de la gravitación? Si alguien

preguntara por qué los cuerpos ejercen una fuerza gravitacional sobre otro cuerpo,

¿qué le diríamos? Newton no tiene respuesta para esta pregunta. En la ciencia

newtoniana la ley de la gravitación era un principio fundamental: explicaba otros

fenómenos, pero no se explicaba a sí misma. Aquí la enseñanza puede generalizarse.

Por más que la ciencia del futuro esté en posibilidades de dar explicaciones, éstas

tendrán que hacer uso de ciertas leyes y principios fundamentales. Como nada puede

explicarlos en sí mismos, se entiende que por lo menos algunas de esas leyes y

principios permanecerán sin explicación.

Sin importar cómo se emplee este argumento, es innegable que resulta muy

abstracto. Implica mostrar que algunas cosas nunca se explicarán, pero no nos dice lo

que son. Sin embargo, algunos filósofos han hecho sugerencias concretas acerca de

fenómenos que, según su opinión, la ciencia nunca aclarará. Un ejemplo es la

conciencia; el rasgo que distingue a criaturas pensantes, con sentimientos, de otros

animales superiores. Se han realizado múltiples investigaciones sobre la naturaleza de

la conciencia por parte de estudiosos del cerebro, psicólogos y otros científicos. No

obstante, innumerables filósofos actuales afirman que cualquiera que sea el resultado

de tales investigaciones, nunca se explicará a cabalidad la naturaleza de la conciencia.

Hay algo intrínsecamente misterioso en el fenómeno de la conciencia, sostienen, que

ninguna investigación puede eliminar.

¿En qué se fundamenta este punto de vista? El argumento básico es que las

experiencias de la conciencia tienen, esencialmente y a diferencia de cualquier otra

cosa en el mundo, un “aspecto subjetivo”. Considérese, por ejemplo, la experiencia

de ver un filme de terror. Esta experiencia provoca una “sensación” muy distintiva;

en la jerga actual, hay “algo que es como” tener la experiencia. Algún día los

neurocientíficos podrán describir con detalle qué produce en el cerebro la sensación

de aterrarnos. Sin embargo, ¿explicará esto por qué ver una película de terror se

siente de esa manera y no de otra? Mucha gente cree que no. Según esta visión, el

estudio científico del cerebro puede, cuando mucho, decirnos qué procesos cerebrales

están correlacionados con lo que experimenta la conciencia. Es indudable que se trata

de información interesante y valiosa. Sin embargo, no nos dice por qué ciertos

procesos puramente físicos del cerebro dan como resultado experiencias con

sensaciones subjetivas distintivas. Por tanto la conciencia, o al menos un importante

aspecto de ella, no tiene una explicación científica.

Aunque necesario, este argumento es muy controversial y no es adoptado por

todos los filósofos, ya no digamos por los neurocientíficos. De hecho, un conocido

libro publicado en 1991 por el filósofo Daniel Dennet tiene el desafiante título de

Consciousness Explained (Conciencia explicada). A los defensores del punto de vista

de que la conciencia es inexplicable en términos científicos en ocasiones se les señala

como carentes de imaginación. Aun cuando sea cierto que la ciencia del cerebro, en

su nivel actual, no puede explicar el aspecto subjetivo de la experiencia consciente,

¿no podemos imaginar el surgimiento de un tipo radicalmente diferente de técnicas

explicativas, que sí nos aclaren por qué nuestras experiencias se sienten de esa

manera particular? Hay una larga tradición de filósofos que han tratado de decir a los

científicos lo que es posible y lo que no, con el resultado de que algunos desarrollos

científicos posteriores han probado que esos filósofos estaban equivocados. Sólo el

tiempo nos dirá si quienes argumentan que la conciencia debe eludir siempre la

explicación científica tendrán el mismo destino.



Explicación y reducción


Las diferentes disciplinas científicas están diseñadas para explicar distintos tipos de

fenómenos. Explicar por qué el caucho no conduce electricidad es una tarea de los

físicos. Explicar por qué las tortugas tienen vidas tan prolongadas es tarea de los

biólogos. Explicar por qué las tasas de interés más altas reducen la inflación es una

tarea de los economistas, etcétera. En pocas palabras, hay una división del trabajo

entre las diversas ciencias: cada una de ellas se encarga de explicar su propio

conjunto de fenómenos. Esto aclara por qué las ciencias no suelen competir entre sí

—por qué los biólogos, por ejemplo, no se preocupan de que los físicos o los

economistas se metan en sus terrenos.

No obstante, existe la idea generalizada de que las distintas ramas de la ciencia no

se encuentran en el mismo nivel: algunas son más importantes que otras. La física

suele considerarse la ciencia fundamental. ¿Por qué? Porque los objetos estudiados

por las otras ciencias finalmente se componen de partículas físicas. Por ejemplo,

considérense los organismos vivos. Los organismos vivos están hechos de células,

que a su vez están hechas de agua, ácidos nucleicos (como el ADN), proteínas,

azúcares y lípidos (grasas), todo lo cual consta de moléculas o grandes cadenas de

moléculas que se juntan. Sin embargo, las moléculas están hechas de átomos, que son

partículas físicas. De este modo, los objetos estudiados por los biólogos terminan

siendo entidades físicas muy complejas. Lo mismo se puede aplicar a las demás

ciencias, incluso las sociales. Tómese por ejemplo, la economía. Esta ciencia estudia

el comportamiento de las corporaciones y los consumidores en el mercado, así como

las consecuencias de tal comportamiento. Pero los consumidores son seres humanos y

las corporaciones están conformadas también por seres humanos, que son organismos

vivos y, en consecuencia, entidades físicas.

¿Significa esto que, en principio, la física puede incluir a todas las ciencias de alto

nivel? Como todo está hecho de partículas físicas, ¿podría pensarse que si tuviéramos

una física completa, que nos permitiera predecir a la perfección el comportamiento de

cada partícula física en el universo, todas las demás ciencias se volverían superfluas?

La mayoría de los filósofos rechaza esta idea. Después de todo, es absurdo sugerir

que la física podría más adelante aclarar lo que explican la biología y la economía. El

prospecto de deducir las leyes de la economía y de la biología a partir de las leyes de

la física se ve muy remoto. Como quiera que vaya a ser la física en el futuro, es poco

probable que pueda predecir los altibajos económicos. Ciencias como la biología y la

economía, lejos de ser reducibles a la física, son man bien autónomas.

Esto nos enfrenta a un problema filosófico. ¿Cómo puede una ciencia que estudia

entidades físicas no ser reducible a la física? Dando por hecho que las ciencias de alto

nivel son independientes de la física, ¿cómo es posible esto? De acuerdo con algunos

filósofos, la respuesta reside en el hecho de que los objetos estudiados por las

ciencias de alto nivel se “realizan de manera múltiple” en el nivel físico. Para ilustrar

esta idea de la múltiple realización, imagínese una colección de ceniceros. Cada

cenicero en lo individual es, por supuesto, una entidad física, como todo lo demás en

el universo. Sin embargo, la composición física de los ceniceros podría ser muy

diferente: algunos podrían estar hechos de vidrio, otros de aluminio, otros más de

plástico, etcétera. Y es probable que difirieran en tamaño, forma y peso.

Prácticamente no hay límites en la gama de propiedades físicas que un cenicero

puede tener. De este modo, es imposible definir el concepto “cenicero” sólo en

términos físicos. No podemos encontrar una afirmación verdadera de la forma “x es

un cenicero si y sólo si x es…”, donde el espacio en blanco puede llenarse con una

expresión tomada del lenguaje de la física. Esto significa que los ceniceros se

producen de múltiples maneras a nivel físico.

A menudo los filósofos invocan esta realización múltiple para explicar por qué la

psicología no puede reducirse a la física o la química, si bien la explicación en

principio funciona para cualquier ciencia de alto nivel. Considérese, por ejemplo, el

hecho biológico de que las células nerviosas viven más que las células de la piel. Las

células son entidades físicas, de modo que se podría pensar que la física algún día

explicará este hecho. Sin embargo, en el nivel microscópico las células responden a la

realización múltiple. Finalmente están hechas de átomos, aunque la disposición

precisa de éstos sea muy distinta en las diversas células. De este modo, el concepto

“célula” no puede definirse con términos extraídos de la física fundamental. No hay

una afirmación verdadera de la forma “x es una célula si y sólo si x es…”, donde el

espacio en blanco puede llenarse con una expresión tomada del lenguaje de la

microfísica. Si esto es correcto, significa que la física fundamental nunca podrá

explicar por qué las células nerviosas viven más que las células de la piel, o cualquier

otro aspecto relativo a las células. El vocabulario de la biología celular y el de la

física no se corresponden en la forma debida. En consecuencia, tenemos una

explicación de por qué la biología celular no puede reducirse a la física, a pesar del

hecho de que las células son entidades físicas. No todos los filósofos están felices con

la teoría de la realización múltiple, pero ésta promete brindar una explicación clara de

la autonomía de las ciencias de alto nivel, tanto respecto de la física como de

cualquier otra.



REALISMO Y ANTIRREALISMO


Hay un viejo debate filosófico entre dos escuelas de pensamiento opuestas

llamadas realismo e idealismo. El realismo sostiene que el mundo físico existe

con independencia del pensamiento y la percepción humanos. El idealismo niega esto

y postula que el mundo físico es, en cierta forma, dependiente de la actividad

consciente de los seres humanos. Para la mayoría de la gente, el realismo es más

probable que el idealismo porque se ajusta mejor a la visión de sentido común de que

los hechos acerca del mundo están “allí”, esperando a ser descubiertos por nosotros,

mientras que el idealismo rechaza esta noción. De hecho, a primera vista el idealismo

puede sonar absurdo. Si se supone que las rocas y los árboles continuarían existiendo

aun cuando la raza humana desapareciera, ¿en qué sentido su existencia depende de

la mente humana? En realidad el problema es un poco más sutil que eso, y los

filósofos continúan discutiéndolo hoy día.

Aunque el tradicional conflicto realismo/idealismo pertenece al área de la

filosofía llamada metafísica, en realidad no tienen nada que ver con la ciencia.

Nuestro interés en este capítulo se concentra en un debate más moderno que se limita

a la ciencia y que es, en cierta forma, análogo al problema tradicional. El debate es

entre una posición denominada realismo científico y su opuesto, conocido como

antirrealismo o instrumentalismo. De ahora en adelante, usaremos el término

“realismo” para aludir al realismo científico, y “realista” para referirnos al realista

científico.


Realismo científico y antirrealismo


Como la mayoría de los “ismos” filosóficos, hay muchas versiones diferentes del

realismo científico, de modo que este movimiento no puede definirse con exactitud.

Sin embargo, la idea básica es clara. Los realistas afirman que el propósito de la

ciencia es proporcionar una descripción verdadera del mundo. Esto puede sonar como

una doctrina inocua. Con toda seguridad, nadie piensa que la ciencia pretende generar

una descripción falsa del mundo. Pero los antirrealistas no lo ven de la misma forma.

Ellos consideran que el objetivo de la ciencia es proporcionar una descripción

verdadera de una parte del mundo, la parte “observable”. De acuerdo con los

antirrealistas, como existe una parte “inobservable” del mundo, es irrelevante si lo

que la ciencia dice es verdadero o no.

¿Qué quieren decir exactamente los antirrealistas con la parte “observable” del

mundo? Se refieren al mundo cotidiano, de mesas y sillas, árboles y animales, tubos

de ensayo y mecheros de Bunsen, truenos y avalanchas de nieve, etcétera. Los seres

humanos pueden percibir en forma directa cosas como éstas, por eso se les llama

observables. Algunas ramas de la ciencia tratan en forma exclusiva con objetos que

son observables. Un ejemplo es la paleontología o estudio de los fósiles. Éstos son,

sin duda, observables y toda persona con una vista normal puede apreciarlos. Sin

embargo, hay otras ciencias que abordan el lado no observable de la realidad. La

física es el ejemplo obvio: los físicos elaboran teorías sobre los átomos, los

electrones, los quarks, los leptones y otras partículas extrañas, ninguna de las cuales

puede observarse en el ámbito normal del mundo. Entidades de este tipo rebasan el

alcance de los poderes de observación de los seres humanos.

Con respecto a ciencias como la paleontología, no hay diferencias entre realistas y

antirrealistas. Como los fósiles son observables, es obvio que la tesis realista de que

la ciencia trata de describir con veracidad el mundo y la tesis antirrealista de que la

ciencia pretende describir en forma veraz el mundo observable coinciden en lo

concerniente al estudio de los fósiles. Sin embargo, cuando se trata de ciencias como

la física, realistas y antirrealistas chocan. Los primeros dicen que cuando los físicos

crean teorías acerca de electrones y quarks, intentan presentar una descripción veraz

del mundo subatómico, al igual que los paleontólogos tratan de proporcionar una

descripción verdadera del mundo de los fósiles. Los antirrealistas están en

desacuerdo: ellos ven una diferencia fundamental entre las teorías de la física

subatómica y de la paleontología.

Desde el punto de vista de los antirrealistas, ¿a qué se refieren los físicos cuando

hablan de entidades no observables? Por lo general, los primeros afirman que esas

entidades son ficciones convenientes, introducidas por los físicos para ayudar a

predecir fenómenos observables. Para ilustrar esto, considérese la teoría cinética de

los gases, que dice que cualquier volumen de un gas contiene un gran número de

pequeñas entidades en movimiento. Estas entidades —las moléculas— no son

observables. De la teoría cinética podemos deducir varias consecuencias acerca del

comportamiento observable de los gases, por ejemplo que calentar una muestra de

gas provocará que éste se expanda si la presión permanece constante, lo cual puede

verificarse en forma experimental. De acuerdo con los antirrealistas, el único

propósito de ubicar las entidades no observables en la teoría cinética es deducir

consecuencias de este tipo. No importa si los gases contienen o no moléculas en

movimiento; el punto de la teoría cinética no es en realidad describir los hechos

ocultos, sino sólo proporcionar una forma conveniente de predecir observaciones.

Podemos ver entonces por qué el antirrealismo en ocasiones es llamado“instrumentalismo”, pues concibe a las teorías científicas como instrumentos para

ayudarnos a predecir fenómenos observables, más que como intentos de describir la

naturaleza subyacente de la realidad.

Como el debate realismo/antirrealismo se centra en el propósito de la ciencia,

podría pensarse que sería posible resolverlo simplemente preguntando a los propios

científicos. ¿Por qué no hacer una encuesta entre los hombres de ciencia acerca de sus

propósitos? Sin embargo, esta sugerencia tiene el problema de que toma en forma

demasiado literal la expresión “propósito de la ciencia”. Cuando preguntamos cuál es

este propósito, no nos interesa conocer las intenciones individuales de los científicos.

Más bien preguntamos cómo dar el mejor sentido a lo que realizan y dicen quienes

hacen la ciencia —cómo interpretar la actividad científica. Los realistas consideran

que debemos interpretar todas las teorías científicas como intentos de describir la

realidad, mientras que los antirrealistas piensan que esta interpretación es inapropiada

para las teorías que hablan de entidades y procesos no observables. Sería interesante

descubrir los puntos de vista de los científicos sobre el debate realismo/antirrealismo,

aunque el problema a fin de cuentas es filosófico.

Buena parte de la motivación del antirrealismo se basa en la creencia de que no

podemos conocer la parte inobservable de la realidad porque está más allá de la

comprensión humana. En esta perspectiva, los límites del conocimiento científico son

establecidos por nuestros poderes de observación. De este modo, la ciencia nos puede

brindar conocimientos sobre fósiles, árboles y cristales de azúcar, pero no sobre

átomos, electrones y quarks, porque estos últimos no son observables. Esta idea no es

tan descabellada. Nadie en su sano juicio podría dudar de la existencia de fósiles y

árboles, pero no ocurre lo mismo con los átomos y los electrones.

Es obvio que quien acepte esta visión tiene que explicar porqué, si el conocimiento científico se limita a lo que puede observarse, los científicos elaboran teorías sobre entidades no observables.

La explicación de los antirrealistas es que se trata de ficciones convenientes, diseñadas para ayudar a predecir el comportamiento de las cosas en el mundo observable.

Los realistas no están de acuerdo con que el conocimiento científico está limitado

por nuestros poderes de observación. Por el contrario, consideran que ya contamos

con conocimientos sustanciales sobre la realidad no observable. Hay muchas razones

para creer que nuestras teorías científicas son verdaderas, y las mejores teorías

científicas hablan de entidades no observables. Considérese, por ejemplo, la teoría

atómica de la materia, que dice que todo está hecho de átomos. La teoría atómica es

capaz de explicar una amplia gama de hechos acerca del mundo. De acuerdo con los

realistas, ésa es una buena evidencia de que la teoría es veraz, es decir, que la materia

en realidad está compuesta por átomos que se comportan como dice la teoría. Por

supuesto, la teoría podría ser falsa a pesar de la aparente evidencia en su favor, pero

lo mismo podría ocurrirle a cualquier otra teoría. El hecho de que los átomos no sean

observables no es razón para interpretar la teoría atómica como cualquier otra cosa

que un intento de describir la realidad, intento muy exitoso por cierto.

En un sentido estricto, debemos distinguir entre dos tipos de antirrealismo. De

acuerdo con el primer tipo, hablar de entidades inobservables no debe entenderse en

forma literal. Así, cuando un científico lanza una teoría sobre los electrones, por

ejemplo, no debemos pensar que plantea la existencia de entidades llamadas

“electrones”. Más bien, su referencia a los electrones es metafórica. Esta forma de

antirrealismo fue muy socorrida en la primera mitad del siglo XX, pero son pocos los

que la defienden en la actualidad. En buena medida fue motivada por una doctrina de

la filosofía del lenguaje de acuerdo con la cual no es posible hacer afirmaciones

significativas acerca de cosas que en principio no pueden observarse; doctrina que

escasos filósofos contemporáneos ven con buenos ojos. El segundo tipo de

antirrealismo acepta que hablar de entidades no observables debe tomarse en su justo

valor si una teoría dice que los electrones están negativamente cargados, es cierta si

los electrones existen y están negativamente cargados, pero falsa si no es así. Sin

embargo, los antirrealistas dicen que nunca lo sabremos. De esta manera, la actitud

correcta hacia las afirmaciones de los científicos sobre la realidad no observable es de

total agnosticismo. Son verdaderas o falsas, pero somos incapaces de saber cuáles son

unas u otras. El antirrealismo más moderno es de este segundo tipo.




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