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Foto del escritorAmenhotep VII

Sobre los diferentes modos de Poesía - Friedrich Hölderlin



Uno está a veces en desacuerdo consigo mismo sobre las preeminencias de diferentes

hombres. Cada uno tiene su excelencia y con ello su propia falta. Este nos place por

la simplicidad, puntualidad e ingenuidad con que progresa en una dirección

determinada que él se ha propuesto. Los momentos de su vivir se siguen

ininterrumpida y fácilmente, todo en él tiene su lugar y su tiempo; nada se tambalea,

nada se turba, y, porque él permanece en lo habitual, por eso mismo raramente está

expuesto a gran fatiga y gran duda. Determinado, claro, siempre igual y moderado, y

adecuado al lugar y al instante, y plenamente en la actualidad, nunca nos es

importuno, a no ser que estemos demasiado en tensión y demasiado exaltados; nos

deja tal como somos, nos entendemos fácilmente con él; precisamente no nos hace

avanzar mucho, tampoco nos interesa propiamente a fondo; pero también es cierto

que no siempre deseamos esto, y, en particular, bajo conmociones violentas no

tenemos por de pronto necesidad más auténtica que la de un trato tal, un objeto tal,

cabe el cual nos encontremos de nuevo lo más fácilmente posible en un equilibrio, en

calma y claridad.

Al carácter descrito lo llamamos preeminentemente natural, y con este homenaje

estamos tan en razón, al menos, como uno de los siete sabios, el cual, en su lenguaje

y modo propio de representación, afirmó que todo es — surgido del agua. Pues, si en

el mundo moral la naturaleza, como efectivamente parece, en su progreso parte

siempre de las más simples relaciones y modos de vida, entonces no sin razón deben

aquellos caracteres llanos ser llamados los caracteres originarios, los más naturales.


El tono natural, preeminentemente propio del poema épico, es fácilmente

reconocible ya en su cara exterior.

Un solo pasaje de Homero es bastante para que se pueda decir lo que en conjunto

puede decirse de este tono. (Como en general, en un buen poema, un período puede

representar toda la obra, así vemos que ocurre con este tono y este poema). Elijo el

discurso de Fénix en el que pretende mover al enojado Aquiles a reconciliarse con

Agamenón y ayudar de nuevo a los aqueos en la lucha contra los troyanos:


Te hice cuan grande eres, Aquiles, semejante a los dioses,

amándote de corazón; pues no querías con otro

ni ir al banquete ni tomar parte dentro, en el palacio,

hasta que, sentándote yo en mis rodillas,

de carne te saciaba, habiéndola cortado en trozos y teniéndote el vino.

Muchas veces me mojaste de un lado a otro en el pecho la túnica

vomitando vino, en la trabajosa niñez.

Mucho, pues, padecí por ti y muchas fatigas sufrí,

pensando: no me concedieron los dioses una descendencia

de mí; pero a ti, Aquiles, semejante a los dioses, hijo

te hice, para que algún día apartes de mí el terrible infortunio.

Doma, Aquiles, el aliento grande; no conviene que tú

tengas un corazón sin piedad; los mismos dioses son flexibles,

de los cuales es mayor la virtud y el honor y la fuerza.


El tono detallado, continuo, efectivamente verdadero, salta a la vista.

Y, así, también en amplitud mayor se atiene luego el poema épico a lo

efectivamente real. Es, si se lo considera (meramente) en su peculiaridad, una pintura

de carácter, y sólo contemplada por completo desde este punto de vista la Ilíada

misma interesa y se explica por todos los lados. En una pintura de carácter están,

además, en su lugar esencial todas las demás preeminencias del tono natural. Esta

visible unidad sensible, el que todo surja preeminentemente del héroe y retorne a él,

el que comienzo y catástrofe y final estén ligados a él, el que todos los caracteres y

situaciones en toda su multiplicidad, junto con todo lo que acontece y es dicho, estén

enderezados, como los puntos de una línea, al momento en que él aparece en escena

en su más alta individualidad, esta unidad es, como fácilmente se entiende, posible

sólo en una obra que pone su fin propio en la presentación de caracteres, y en la que

la fuente principal reside en el carácter principal.

Así, de este punto resulta también la tranquila moderación, que es tan propia del

tono natural, la cual muestra los caracteres tan dentro de sus límites y los matiza

suavemente de múltiple manera.

En el modo poético de que tratamos, el artista es tan moderado no porque tenga

este proceder por el único poético, evita —por ejemplo— los extremos y contrastes

no porque no quiera usar de ellos en ningún caso; más bien sabe que hay extremos y

contrastes de las personas, los acontecimientos, los pensamientos, las pasiones, las

imágenes, las sensaciones, poéticamente verdaderos en el lugar justo; sólo los

excluye por cuanto no vienen bien para la presente obra; él tenía que elegirse una

posición firme, y ésta es ahora el individuo, el carácter de su héroe, tal como, por

naturaleza y formación, ha ganado un determinado ser-ahí propio, una realidad

efectiva. Pero precisamente esta individualidad del carácter se pierde necesariamente

en los extremos. Si Homero no hubiera mantenido de modo tan delicado a su

inflamable Aquiles cuidadosamente al margen del tumulto, apenas distinguiríamos al

hijo de los dioses del elemento que le rodea, y sólo donde lo encontramos tranquilo

en su tienda, como con la lira alegra su corazón y canta hazañas de los hombres en

tanto que su Patroclo se sienta enfrente y permanece en silencio hasta que él termina

el canto, sólo aquí tenemos al joven justamente ante los ojos.

Así, pues, para mantener la individualidad del carácter presentado, de la cual,

para él, se trata ahora ante todo, para eso es el poeta épico tan absolutamente

moderado.

Y, si las circunstancias en las que los caracteres épicos se encuentran son

presentadas con tanta exactitud y detalle, no es porque el poeta ponga todo valor

poético en esa circunstancialidad. En otra ocasión la evitaría en cierta medida; pero

aquí, donde su punto de vista es la individualidad, la realidad efectiva, el ser-ahí

determinado del carácter, también el mundo circundante debe aparecer desde este

punto de vista. Y, que, desde este punto de vista, los objetos circundantes aparecen

precisamente en aquella exactitud, lo experimentamos en nosotros mismos tantas

veces como, en nuestro propio temperamento más habitual, estamos presentes sin

perturbación a las circunstancias en que nosotros mismos vivimos.

Quisiera aún añadir algunas cosas, si no fuese porque temo extraviarme. Añado

que este detalle en las circunstancias presentadas es reflejo de los caracteres

solamente en la medida en que ellos son individuos en general, y todavía no

determinados más de cerca. Lo circundante puede aún ser ajustado de otra manera al

carácter. En la Ilíada, a fin de cuentas, la individualidad de Aquiles, que, sin duda,

está hecha para ello, se comunica más o menos a todo y a cada cosa que le rodea, y

no sólo a las circunstancias, también a los caracteres. En los juegos que se disponen

en honor de Patroclo muerto, los demás héroes del ejército griego portan, más

perceptible o imperceptiblemente, casi todos el color de él, y al final el viejo Príamo

parece, en todo su dolor, aún rejuvenecerse ante el héroe, que, sin embargo, era su

enemigo.

Pero se ve fácilmente que esto último sobrepasa ya el tono natural tal como hasta

ahora ha sido considerado y descrito, en su mera peculiaridad.

En ésta actúa, de todos modos, ya favorablemente sobre nosotros, mediante su

detalle, su constante cambio, su efectiva realidad.



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