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Foto del escritorAmenhotep VII

Religión y Ciencia - Albert Einstein



Todo lo imaginado y realizado por el hombre sirve para librarlo de sentimientos

de necesidad y para calmar sus sufrimientos. Hay que tenerlo en cuenta si queremos

comprender los movimientos espirituales y su desarrollo. Pues sentir y ansiar son el

motor de todos los logros humanos, aunque esto parezca demasiado idealista. ¿Cuáles

son los sentimientos y las necesidades que han llevado al hombre al pensamiento

religioso y a creer, en el sentido más amplio de la palabra? Si reflexionamos,

caeremos en la cuenta de que en los orígenes del pensamiento y de la experiencia

religiosos aparecen sentimientos muy diversos.

En el hombre primitivo es el miedo. Miedo al hambre, a los animales salvajes, a

la enfermedad, a la muerte. Debido a que a ese nivel de la existencia la comprensión

de las conexiones causales suele ser mínima, el ingenio humano se desdobla en entes

más o menos análogos, de cuyas acciones o deseos dependen las acciones temidas.

Entonces, se da el deseo de captar la simpatía de dichos entes celebrando ceremonias

y haciendo sacrificios que, según creencias transmitidas de generación en generación,

han de aplacarlos. Estoy hablando de la religión del miedo.

Esta no es creada, pero sí establecida en gran parte, por la formación de una casta

de sacerdotes que se hace pasar por mediadora entre el pueblo y los temidos entes, y

funda posteriormente una supremacía.

A menudo el dirigente, el que gobierna o la clase privilegiada, cuyo dominio

mundano se apoya sobre otros factores, incorpora las funciones sacerdotales para su

propia seguridad, o bien establece una comunidad de intereses con la casta sacerdotal.

Una segunda fuente de configuraciones religiosas son los sentimientos sociales.

El padre, la madre, los dirigentes de las comunidades humanas son mortales y

susceptibles de cometer errores. El anhelo de dirección, de amor y de apoyo moral

motiva la creación de conceptos sociales, como por ejemplo el concepto moral de

Dios. Tal es el Dios de la Providencia, que ampara, dispone, recompensa y castiga. Es

el Dios que según el horizonte de los hombres impulsa la vida de la familia, de la

humanidad, que consuela en momentos de desgracia y de nostalgia, que custodia las

almas de los muertos. Estas son las nociones morales y sociales de Dios.

En las Sagradas Escrituras del pueblo judío se nota la evolución que lleva desde

la Religión del Miedo hacia la Religión Moral. Su continuación se llevó a cabo en el

Nuevo Testamento. Las religiones de todos los pueblos civilizados, en especial los de

Oriente, son en esencia religiones morales. Ha sido un adelanto fundamental en su

existencia el paso de las religiones basadas en el temor a las de orden moral, pero al

considerarlas debemos evitar ese prejuicio que supone que toda religión primitiva

está puramente basada en el miedo, y que toda religión de pueblo civilizado es

puramente de tipo moral. Todas son mixtas, aun cuando haya una proporción entre el

mayor avance cultural de un pueblo y el predominio en él de la religión de tipo moral.

Lo que iguala a todas estas religiones es el carácter antropomórfico que atribuyen

a Dios. Es un estado de la experiencia religiosa que solo intentan superar ciertas

sociedades y ciertos individuos particularmente dotados. En todas se encuentra un

tercer grado de experiencia religiosa, aunque casi nunca esté tampoco en estado puro.

Es la llamada Religiosidad Cósmica, difícil de comprender pues de ella no surge un

concepto antropomórfico de Dios.

El individuo siente la futilidad de los deseos y las metas humanas, del sublime y

maravilloso orden que se manifiesta tanto en la Naturaleza, como en el mundo de las

ideas. Ese orden lleva a sentir la existencia individual como una especie de prisión, y

conduce al deseo de experimentar la totalidad del ser como un todo razonante y

unitario. La Religiosidad Cósmica se puede encontrar incluso en las primeras etapas

del desarrollo religioso, por ejemplo en algunos salmos de David y en algunos

profetas. El componente de Religiosidad Cósmica está mucho más acentuado en el

Budismo, como nos lo han demostrado los magníficos escritos de Schopenhauer. Los

genios religiosos de todos los tiempos eran admirables gracias a esta religiosidad que

no conocía dogmas ni Dios alguno concebido a la manera del hombre. Y es por esto

que no puede haber ninguna iglesia cuya enseñanza fundamental se base en la

religiosidad cósmica, y también por eso encontraremos entre los herejes de todos los

tiempos a hombres colmados de ella, considerados muy a menudo idealistas o hasta

santos por sus contemporáneos. Hombres como Demócrito, Francisco de Asís y

Spinoza están muy cerca unos de otros.

¿Cómo pueden comunicarse los hombres esta Religiosidad Cósmica si con ella no

es posible formar ni un concepto de Dios ni una teología? A mí me parece que tal es

la función principal del arte y de la ciencia: despertar y mantener vivo ese

sentimiento en todos aquellos que estén dispuestos a recibirlo.

Así llegamos a una concepción no común de las relaciones que vinculan la

ciencia con la religión. Pues solemos inclinarnos ante la premisa histórica de que

ciencia y religión son dos entes irreconciliablemente antagónicos, y ello a causa de un

motivo muy comprensible. Quien esté impregnado de la regularidad causal de todos

los hechos considerará imposible el concepto de un ente que intervenga en los

sucesos del Universo, ya que en la hipótesis de la causalidad no caben ni la Religión

del Miedo ni la Religión Social, o sea Moral. Según ella, es impensable un Dios que

recompensa y castiga, que presupone que el hombre actúa según compulsiones

externas e internas, de modo que no puede ser responsable ante Dios, como no lo es

de sus movimientos un objeto carente de vida. Esta es la causa por la que se acusó a

la Ciencia de corromper la Moral, una acusación muy injusta. Para que sea eficaz el

comportamiento ético de los hombres debe basarse en la compasión, la educación y

en motivos sociales: no necesita de ninguna base religiosa. Sería muy triste por parte

de la humanidad si solo se refrenara por miedo al castigo y por esperanza de un

premio después de la muerte.

Es comprensible que desde siempre la Iglesia haya combatido la ciencia y haya

perseguido a sus adeptos. Pero opino por otro lado que la Religiosidad Cósmica es el

estímulo más alto de la investigación científica. Solo el que pueda imaginar los

esfuerzos extraordinarios que hacen falta para abrir nuevos caminos a la ciencia, es

capaz de apreciar la fuerza del sentimiento que surge de un trabajo ajeno a la vida

práctica. ¡Qué fe más profunda en la racionalidad del universo construido, y qué

anhelo por comprender, aun cuando fuera solo una pequeña parte de la razón que

revela este mundo, tenían que animar a Kepler y a Newton para que fueran capaces

de desentrañar el mecanismo de la mecánica celeste con el trabajo solitario de tantos

años!

Quien solo conozca la investigación científica por sus aplicaciones prácticas

llegará fácilmente a una concepción falsa del estado de ánimo de los hombres que

han abierto el camino de la ciencia. Solo aquel que haya consagrado su vida a

objetivos semejantes posee una imagen viviente de lo que ha inspirado y dado fuerza

a estos hombres para que a pesar de innumerables fracasos permanecieran fieles a su

objetivo. Es la Religiosidad Cósmica la que da esa fuerza. Un contemporáneo ha

dicho y no sin razón que en esta época tan fundamentalmente materialista son los

investigadores científicos serios los únicos hombres profundamente religiosos.


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