Teoría del Paganismo
Cristo es la representación simbólica, humanizada, del proceso que el paganismo
no cuenta, o no sabe contar, por lo cual la Realidad pasó del Caos y de la Noche
(Destino) hacia los Dioses. Entre lo Informe, que el doble misterio de la Noche y del
Caos representa, y el Formado, que comienza con el primer dios, hay un abismo
casual, sobre cuya naturaleza, a propósito, el sistema se calla. En los misterios, tal
vez, no se callaba; y allí se enseñaban aquellas doctrinas que, porque derivan de una
verdad anterior a los dioses, no pueden ser dichas en la forma exterior que, por
naturaleza, se concilia con el mundo exterior que los dioses gobiernan.
Entre los dioses y Cristo hay una diferencia. Los dioses son reales, y carnales con
su carne; existen como nosotros, pero superiormente; obran como nosotros, pero
completamente; nacen como nosotros, pero sin ocaso (sin crepúsculo) ni
imperfección. Cristo, en cambio, no existe sino simbólicamente: es sustancialmente
simbólico. Los dioses no son mitos en sí mismos, lo son, como mucho en nuestra
indecisión. Cristo, por el contrario, es un mito en su propia realidad; es real en la
medida en que es mito. Es sólo símbolo, pero sólo símbolo de sí mismo. Es puro
sueño, pero pura nada proyectada.
Así, el proceso mental, por el cual comprendemos a Cristo, no existe en la
humanidad. Los propios dioses, nuestros semejantes mayores, no lo entienden. Los
dioses son de nuestra carne y de nuestra alma pero perfectos; podemos amarlos o
comprenderlos a pesar de que no los podamos seguir ni imitar. Cristo, el Logos, no
puede ser comprendido; pertenece a otra realidad, cuyo propio modo de ser real es
diferente al mas abstracto concepto que hagamos de la palabra realidad.
Cristo es el intermediario Absoluto, lo que es absurdo; el Verbo que no es
pronunciado, el que es imposible.
La razón sólo sube hasta los dioses porque los dioses son racionales; no sube
hasta el Logos, porque allí no hay razón.
Lo que sobrevuela por encima del Logos es Ley, Destino, visto desde el nivel de
los hombres y de los dioses, cuya raza, como Píndaro dijo, es sólo una; es otra cosa,
vista desde el nivel de Cristo, pero qué cosa, no podemos ni aprehender, ni
comprender que se aprehenda o no se aprehenda, pero asimismo, «cosa» le podemos,
aunque con falso recurso, llamar.
El Cristianismo, como el Budismo, son crímenes contra la humanidad, porque son
crímenes contra las leyes divinas. Son la intención, la más sacrílega, de revelar lo
irrevelable; de traer hacia lo público lo que, por su naturaleza, por mas empujado que
sea hacia lo publico ya no es lo que es.
Es como si hubiese una joya o una flor, cuyo color maravilloso sólo pudiese
existir en la noche, desapareciendo inmediatamente que se estableciese la luz, con la
cual se vería.
La vulgarización del misterio no se puede hacer, porque, así como el secreto,
dicho, deja de ser secreto, pierde su virtud mística de secreto; así, los misterios
revelados, no son revelados. Bien lo dijo Tertuliano: revelarlos es destruirlos.
Cuando se lee en los libros, tal cual son, de los rosacruces que el sentimiento es
más verdadero que la razón, suponen la generalidad de los lectores que se trata del
sentimiento, como humanamente lo sentimos. Pero no es ese el sentimiento del cual
los Encubiertos hablan. Es el de otra forma de conciencia, que no existe, ni en esbozo,
en el alma humana; del que nada en nosotros puede dar idea, o fingir que es sombra.
El ministerio de Cristo no puede ser revelado, porque no hay en el alma humana
cualidades para comprender esa revelación.
La «intuición», de la que hablan los místicos, es un término usado apenas para
indicar un proceso de comprensión que no es la inteligencia. Pero no tenemos
ninguna cualidad a la que se llame intuición. La palabra es negativa, a pesar de que
parezca positiva. Así como venir de intus, «dentro», y significar «comprensión
venida de adentro», puede ser in-tuitio, el no ver, el no proteger. ¡Tan sutil sentido,
doble, tienen a veces las palabras!
Cada uno de nosotros tiene, a solas consigo en su silencio, que ser un ser, una
personalidad inexplicable, que ninguna palabra puede dar, ningún gesto interpreta,
que la más expresiva de las miradas no interpreta, ni incluye el mayor […] de los
gestos. Por esa personalidad extrasocial, extrahumana inclusive, cada cual es un
eterno aislado, crucificado eternamente en su propio no-ser-los-otros. La propia
esencia íntima del sentir es no poder explicar, salvo en sí y sólo por sí, adentro del
individuo para sí mismo. Sólo cuando llega a la inteligencia es que el sentimiento se
explica. Todo el gesto presupone aunque sumaria, oscura y subconscientemente, la
representación mental del gesto: y la «representación mental» es una idea, esto es, un
fenómeno de aquella parte de nosotros, a la que llamamos la Inteligencia.
Sentir es existir a solas irreparablemente. Pensar es existir con los dioses y con la
sustancia visible y armónica del mundo. Obrar es existir con los hombres y con la
naturaleza creada.
Obrar tiene como manifestación el gesto: sea el gesto en sí mismo o la palabra o
el «acto». (…)
En la contaminación de la decadencia romana, está toda la mentira y el desorden,
el mayor crimen de todos, que contra la humanidad se haya perpetrado, fue el de en
ella haber entrado los añadidos de los misterios a los que hoy se llama Cristianismo.
Hecho público, Cristo era o considerado como real o como símbolo; pero el
verdadero Cristo no es real ni símbolo, en su oculta e imposible significación.
Politeísmo y monoteísmo son ambos verdaderos, depende del punto de realidad
desde donde se mire para ellos. Si se mira desde el punto de vista divino y humano, el
politeísmo es verdadero. Si se lo mira desde la altura del abismo, donde se había
forjado Cristo, el monoteísmo es cierto. Porque la misma realidad que es
absolutamente verdadera como politeísmo de un lado, es absolutamente verdadera
como monoteísmo, del otro lado.
Todo este misterio fundamental se encuentra figurado en el pentáculo dicho
(llamado) de Salomón:
De donde, hombres, existencias, es como si Cristo no existiese, un hombre nada,
para más allá de los Dioses, no el Destino abstracto y omnipresente, y un vacío
inexplicable entre ellos y el Destino.
La Biblia […] una obra escrita en clave trascendental.
Los mil absurdos humanos del Cristianismo son su razón de ser para consigo, y el
justo resultado de querer traer a los hombres una cosa que ellos no tienen manera de
alma para comprender.
Todas las tesis del Cristianismo son humanamente incomprensibles. El libre albedrío, la gracia, el amor: son expresiones cuyo sentido, si es que su «sentido» se puede llamar un
sentido, no tiene nada que ver con nuestra estructura mental. El libre albedrío es
impensable, pero no es lo que se entiende por un absurdo; él, a pesar de todo, no es
absurdo, pertenece a un tipo de realidad en la que el absurdo no aparece como
concepto, y, así, la razón no tiene existencia real; como, en nuestro mundo racional,
esos conceptos del Otro Mundo, son nocturnos y de la mano izquierda.
En el ocultismo de los indios el Maestro, al que los discípulos buscan, es la
propia sustancia monádica del discípulo. «Yo mismo soy el cantante», se dice en el
poema sagrado. Sólo hay que buscar lo que ya se encontró.
Los conceptos expuestos en el ocultismo pertenecen a un sistema de Realidad
diferente de la nuestra. Lo que esta bien ahí (por así decir) está mal para nosotros;
nuestra ilusión, nuestra mentira esencial, nuestro sueño es que esté ahí la verdad. Son
dos «mundos» opuestos: el izquierdo y el derecho. Uno es el invisible del otro, según
desde dónde se mire. (…)
Hagamos silencio sobre lo impenetrable y lo irracional. Descendamos mostrando
el velo que no erguimos nunca.
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