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Foto del escritorAmenhotep VII

Nuestro Dios: La Risa - Lewis Carroll


Existe un ridículo libro sobre la Risa: el del filósofo Henri Bergson: allí se dice que nos reímos de lo rígido, de lo muerto, del automatismo. Pero en primer lugar, como bien dice Ferenczi: «el automatismo es tan válido para lo trágico como para lo cómico». Y yo diría: el automatismo es algo más bien profundamente doloroso, profundamente infernal: automatismo es en efecto esa mecánica del pensamiento, de la que nadie se ríe, esa retórica del pensar, esa sombra del lenguaje, ese «eco verbal» (Lacan), ese conjunto de Voces (en el sentido psico-patológico) que llamamos, eufemísticamente, «sentido común»: cuyos dogmas son inapelables porque ya no son lenguaje. Todo hombre actual —«último hombre» u «homo normalis», como le llamaron, respectivamente Nietzsche y Reich— está por ello, de alguna manera, «forcluido»: excluye el lenguaje, y actúa sólo mediante «residuos verbales»: los reflejos condicionados que el lenguaje creó en él: y por esto forcluye a la escritura —por él el escritor está hoy maldito, condenado, y ese espectáculo no causa risa. Provocaría risa quizás un autómata, pero no millones de ellos: de lo que nos reímos, pues, es de la singularidad, de lo Excéntrico. Supuesto —y no es mucho suponer— que toda la sociedad fuera risible, nadie se reiría: ni siquiera los únicos seres —«los hombres-libro» de Fahrenheit 451—, en ese conjunto, no-risibles, por cuanto serían aplastados. Y por cuanto hace falta, como veremos luego, pero reírse, reírse con alguien, en grupos. Ahora bien, para la divinité du rire, para esa risa Divina, para la risa del hombre que por (ese dios) la Risa se hace dios, ser aplastado, el propio hundimiento, puede ser un motivo de Risa. Ese hombre, al que la risa hizo dios, se suicida, a diario, riéndose. Su suicidio es una carcajada. En segundo lugar, como bien dice Ferenczi, la concepción de Bergson se aplica sólo al motivo de la risa, no a la risa misma. ¿Qué es, entonces, la risa? Un enigma —es, en efecto, el único lenguaje, junto con el llanto, natural, innato en el hombre: pero no se da en ninguna otra naturaleza, en ningún otro animal—, un misterio que ilumina (Bataille: «el hombre ilumina la oscuridad con su risa»); y esto no es un contrasentido, pues el misterio es, generalmente, lo único que nos ilumina. Cuando Hegel decía (Fenomenología del espíritu) que «la cosa es devorada en los misterios de Eleusis», tal vez con ello nos diera a entender que lo que allí destruía ese límite, esa diferencia, era la Risa, que quizá se hallara, en esos misterios, instituida como un Rito, el Rito de la Destrucción: del yo —ya lo hemos visto, si reímos podemos de nuestra propia muerte— y de su reflejo, la cosa (cf., sobre este punto F. N. El ocaso de los ídolos —risa, carcajada infinita de Dyonisos a medida que la realidad, lo finito, por lo tanto lo abocado a un Fin, se deshace): es decir de la «realidad», que es la suma de esos dos fantasmas, suma en la que el signo + —el signo que los enlaza— es el lenguaje: de faltar ese eje, faltaría —y de seguro que no notaríamos su ausencia— la realidad: la realidad del Infierno, que la risa disuelve: la Risa es la Catástrofe de la realidad. Ahora bien, el Conocimiento nace de, o es esa Catástrofe; se origina a partir de la Destrucción de la realidad (al tiempo que origina esa Destrucción: por consiguiente la risa es Saber, saber del No-Saber: «la risa presiente la Verdad que desvela el desgarramiento de la cumbre, que nuestra voluntad de fijar el ser está maldita»): fijar el ser: es decir afirmar que hay una realidad, un punto de referencia único, y no un punto aleatorio, perpetuamente desplazado y siempre bailarín: el sentido, saltando de las proposiciones a las cosas, de la consciencia al Inconsciente, sin ser por ello ni lo uno ni lo otro: sin ser —lo que a Todo da sentido— nada. «La risa presiente la verdad»: la Risa es la Verdad: pero una extraña verdad, la verdad del error, la certidumbre de lo Incierto, el hallazgo del Extravío. Es la Verdad; ¿o es su Conocimiento? (Tan lejano de la verdad, tan nacido de su destrucción, como hemos dicho, y lo explicaremos: dado que, como es sabido, para conocer algo, es preciso no ser ese algo.) Quizá sea el instante soberano en que conocimiento de la verdad y Verdad se funden: el Pensamiento del imposible pensamiento (sobre la imposibilidad del pensar, cf. lo antes dicho, como asimismo Artaud, y los estudios sobre Artaud de Blanchot y Derrida): «la risa es pensar —en un momento soberano»(Bataille, somos nosotros quienes subrayamos). La risa, considerada como sinónimo de alegría, no es sin embargo la felicidad —esa abyecta esponja—: la risa nace del dolor ajeno (y la Risa, del propio) y, como veremos luego, produce melancolía. En efecto, nos reímos si alguien se cae, si algo se desmorona: y en una risa absoluta, divina, nos reímos, repito, de nuestro propio hundimiento: pero ¿no nos reiremos, en todo eso, de que el hombre fracase como tal, de que el hombre no sea ya el hombre, de que la «naturaleza humana», la Humanidad, no exista? Si la risa es la Verdad, ¿no nos reiremos, en ella, del desmoronamiento de esa mentira que es el fantasma, el fantoche humano?: «la risa une al hombre a la negación del proyecto que, sin embargo, él es». Es curioso hallar este residuo de humanismo en Bataille: nosotros creemos más bien que lo que nos embarga —la Risa—, embarga —letra impagada— ese proyecto que era el hombre y que éste nunca llevó a su fin: porque el sistema de signos con el que ese proyecto estaba diseñado —el lenguaje— era inadecuado para ese Fin: el Hombre: porque, por consiguiente, para que exista el Hombre —que será, respecto a este hombre, Superhombre o Extrahombre—, hará falta crear, o re-crear, otro lenguaje: el Discurso del Inconsciente, el discurso que subyace a la locura. Nos reímos pues, y nos tambaleamos: nos reímos de la frágil mentira que somos, por lo tanto, no nos reímos de lo muerto: es la muerte del hombre, de la «verdad», de la realidad antropomórfica lo que ríe: reímos porque estamos —o quisiéramos estar— muertos: y nos morimos cuando nos reímos (Bataille: «Me había reído, mi vida se había disuelto.») Pero siempre, de las cenizas, de las cenizas en que la risa convierte a la realidad y al hombre (como hemos dicho, sinónimos), resurge un Ave: este punto lo veremos luego, al fin de este parágrafo. Y para ello —para que vuele ese Ave—, para que sobrevuele unas cenizas —hablábamos de desenterrar el discurso del inconsciente, el «verbum dimissum», como lo llamaba lo Oculto (la francmasonería)—, pues bien, ese discurso se esconde detrás de la risa, es de lo que ella nos «habla»: «Detrás de toda risa se esconde una risa inconsciente» (Ferenczi), es la Diferancia (Derrida) quien se ríe de la diferencia (del yo, de la cosa, de la realidad que los engloba: globo inflado y sin embargo lleno, como es sabido, tan sólo de aire: al que le basta un alfiler, un relámpago o pinchazo —la risa— para hacerlo estallar: «la risa desgarra la trama» —Bataille—, esa frágil urdimbre —frágil porque el lenguaje que la urde es— lo más aplastante— lo más frágil: enmarañada tela de araña de Maya —que es el lenguaje y la realidad que compone— que, sin embargo, fácilmente, la risa desteje; desgarra: como podría, puede hacerlo, simplemente —por un instante— el maullido de un gato en las tinieblas —cf. Leopoldo Von Maskee, «Canto O»—). Volviendo sobre lo dicho: «la risa es el fracaso de la represión» (Ferenczi), es decir que por ella se derrumba la condición humana represiva, que la moral y el lenguaje defienden, o, en una sola palabra: que defiende el lenguaje (puesto que la moral es sólo un producto del lenguaje); por ella sale a la luz, no la «naturaleza humana» —que se perdió para siempre en los corredores del lenguaje, que ya no existe, como demuestra Lucien Malson en Las enfants sauvages—, sino la nada, que es Libertad pura, y que subyace al hombre normativo —regulado por el lenguaje—, la Absoluta Nada, la Libertad total que sucedería, en el hombre, de morir el lenguaje —y muere por la Risa— y que sería el Extrahombre, o bien —si antes de esa muerte se procede a redescubrir «el verbo olvidado», el discurso de la imagen, y a fundirlo con el lenguaje verbal: anulando en esa síntesis a ambos: el Superhombre: la Claridad que la oscuridad, si llevada hasta su extremo, si total, produce, produciría. La risa es también «el fracaso de la represión» porque, como ya dijimos, es la venganza de la lengua contra el lenguaje: ahí la lengua saca la lengua (señala en dirección a otro lenguaje) al lenguaje verbal: por la risa el inconsciente, fundado como Lacan demostró, por el lenguaje, se recobra y resplandece para reducir ese lenguaje a la mudez: por mucho reír nos atragantamos. Por todo ello —por cuanto atenta contra la moral de la realidad y del hombre—, la risa está prohibida —si absoluta, si la risa que es ley, si la carcajada del loco—, es un «pecado» —y por lo que, para evitar lo que Freud llamaba (El malestar en la cultura) la «angustia social» (la que se deduce para quien se desprende de las redes del lenguaje, de la Ley que es, en este sistema, el lenguaje como bien dice Lacan —olvidando añadir «en este sistema»)—, es, como dice Ferenczi, practicada en grupos, «sólo puede ser practicada en grupos» —para, faltando al Pacto que la palabra es, encontrar otro que lo reemplace: por ello es necesaria «la sociedad de los amigos del crimen», por eso sólo triunfa el «crimen organizado»—. Por esas razones se teme —se considera síntoma de lo Prohibido, de la «locura»— reírse solo. Porque con la risa vomitamos al lenguaje —i. e. al hombre—, porque es, como luego veremos, análoga a cualquier Excreción (Ferenczi: Analogía entre la risa y el vómito): al excremento como al vómito, por ello está —por lo que luego llamaremos «régimen de apropiación» —el régimen de la propiedad privada y de su derivado, el yo—, prohibido, se considera tácitamente —por cuanto el hombre ni siquiera, como antes dijimos, utiliza ya el lenguaje, el habla que prohíbe, para prohibir: emplea sólo sus ecos, sus reflejos— en el sentido de los perros de Pavlov; lo que Deleuze llama una “aviomática”, en lugar de un Código, es actualmente la Ley —se considera, decía, tácitamente, inconscientemente, como un pecado, como un delito: y por ello ocurre que «después de mucho reír, melancolía (post coitum triste)»(Ferenczi). Analicemos, para terminar, más completamente esta verdad (omne animal post coitum triste est): esto no es cierto para el animal, que se muestra después del coito sólo satisfecho, cansado: pero no triste. El animal no conoce la tristeza, que acontece sólo —como el negativo de un afecto reprimido, nos decía Freud— en el hombre fruto de una Represión, de una Escisión (Spaltung), sólo en el animal «racional», en el hombre, dividido en dos por el lenguaje. Así, después de que por la Risa las dos mitades del hombre se reúnen, después de que por ella se alcanza una breve plenitud —como en el coito—, acontece la tristeza, el sentimiento dividido. Por ello podrá decirse que el hombre es sólo Hombre cuando ríe y también —puesto que, como se ha dicho, la risa es el único lenguaje en él innato— que el hombre escapa a la Castración —que otros contextos llamaron «Caída»— sólo cuando Ríe, que escapa de ese inmenso Círculo Vicioso —del yo al Otro, del Otro al yo, del lenguaje al eco verbal, a un yo compulsivo, feroz por cuanto, sin el revestimiento de lenguaje, inmensamente frágil— que se llama «Humanidad», solamente cuando, semejante a los dioses, Ríe; sólo entonces recupera la Libertad que el lenguaje la hizo perder, —«la cárcel del lenguaje», como dice Lacan— sólo entonces es Libre incluso de sí mismo, libre totalmente y, por ello, pura nada; y la nada ríe. Libre totalmente y por ello Dios (que Dios es la Libertad suprema, total, nos lo decían tanto Hegel como los Herejes del Espíritu Libre): dios pleno y por ello despedazado (ya que, como dijimos a propósito del Niño, el fragmento es la única Totalidad), Dyonisos, llamado «Liber» por la Risa troceado, Dios que es «lo que es menos que nada» (Basílides), dios por ello de la Risa, que hace del hombre una nada: una nada que me glorifica —una Risa que me sitúa en un-obsceno-altar, pues no en vano fonéticamente se parecen (y por ello son lo mismo para el Ello) las dos proposiciones—, definiciones de la risa: gloria in excelsis mihi y gloria in excelsis nihil.

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