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Foto del escritorAmenhotep VII

No veo una línea divisoria entre Imaginación y Realidad - Federico Fellini



1. No soy un autor de tipo «terapéutico»; en mis películas no sugiero soluciones, métodos, no propongo ideologías, me limito a ser testigo de lo que me sucede, a interpretar y expresar la realidad que me rodea. Si a través de mis películas, es decir, reconociéndose en ellas, los espectadores alcanzan una plena conciencia de sí mismos, se supone que se ha realizado esa condición de lúcida separación de sí mismos que es esencial para poder seguir haciendo nuevas elecciones, realizar modificaciones y transformaciones. 2. Mis películas no tienen lo que se llama una escena final. La historia nunca llega a su conclusión. ¿Por qué? Creo que depende de que hago de mis personajes —es difícil de decir— una especie de hilo conductor, son como antorchas que, sin variar, expresan, desde el comienzo hasta el final, un mismo sentimiento del autor. Tampoco pueden evolucionar por otra razón. No quiero ser moralista, y además encuentro que una película es más moral cuando no ofrece una solución concreta para el personaje cuya historia se está contando. Efectivamente, el espectador que ve cómo un personaje resuelve sus problemas, o cómo se hace bueno cuando era malo, se encuentra en una situación demasiado cómoda. Se dirá tranquilamente: «Bueno, no tengo más que continuar siendo un sinvergüenza como hasta ahora, engañando a mi mujer, traicionando a mis amigos, pues en un momento dado, como en las películas, se presentará la solución adecuada…» Por el contrario, mis películas dan a los espectadores una responsabilidad muy concreta. Tendrán, por ejemplo, que decidir cuál será el final de Cabiria. El destino de Cabiria está en las manos de cada uno de nosotros. Si la película nos ha emocionado, nos ha conmovido, debemos inmediatamente, en cuanto veamos a nuestros amigos o a nuestra mujer —porque todo el mundo puede ser Cabiria, es decir, una víctima—, empezar a mantener nuevas relaciones con el prójimo. Si películas como Los inútiles, La calle y Almas sin conciencia, dejan en el espectador una emoción mezclada con un cierto malestar, pienso que han cumplido su cometido. Creo, e incluso puedo afirmarlo hoy sin dudar, que las historias que imagino son para representar una inquietud, una molestia, un estado de fricción en unas relaciones que deberían ser normales entre las personas. En definitiva, no quiero decir con mis películas nada más que esto, con más o menos obstinación: debe haber, a pesar de todo, un medio de llegar a mejorar las relaciones entre los seres humanos. Si fuese un hombre político haría reuniones para explicar esto o me inscribiría en un partido; o bien, iría descalzo bailando por las plazas públicas. Si hubiese encontrado una solución y si fuese capaz de exponerla de buena fe y de modo convincente, no sería evidentemente ni un narrador de fábulas ni un cineasta. 3. Con buenas intenciones, con sentimientos honestos, con una fe apasionada en los propios ideales, sin duda se puede hacer una magnífica política, o una fecunda obra social —cosas todas, quizá, más útiles que el cine—, pero no necesaria, indiscutiblemente, películas buenas. Y en el fondo no hay nada más feo y penoso que una mala película política, precisamente por lo inútil e ineficaz. 4. El compromiso impide, a mi modo de ver, el desarrollo del individuo. Mi antifascismo es de orden biológico. Nunca podré olvidar el aislamiento en que Italia estuvo encerrada durante 20 años. Hoy siento una profunda aversión —y en este punto soy incluso muy vulnerable— por las ideas que puedan traducirse en fórmulas. Me he comprometido en el descompromiso. Me gusta entregarme a fondo a las cosas frívolas. De hecho, me entrego a todo lo que hago. 5. Estoy contra las cosas y las personas que tienden a definirse de una manera demasiado concreta. La palabra comprometido me molesta. Entonces, reacciono de un modo infantil y exagerado, sublevándome contra los que hacen profesión de compromiso. Como se sabe, los que tienen hoy más de 45 años, han sido educados a la sombra del fascismo y de la Iglesia. Durante mi infancia he oído hablar en términos de deber. De compromiso idealizado. Entonces, cuando oigo a los jóvenes de hoy proponer y desarrollar el mismo tipo de estupideces que Mussolini y los obispos, me vuelvo loco de rabia. Veo en ello una amenaza a la libertad real. Es decir, al auténtico desarrollo individual. El cine comprometido, ¿qué se compromete a hacer? Este tipo de terminología marxista o china me hace muy desconfiado. No por una anarquía individual, sino por una experiencia personal cierta. El fascismo era la ignorancia y la estupidez en su omnipotencia. No puedo decir que haya militado en las filas del antifascismo, no sería exacto, pues no he hecho jamás política. 6. Después de la guerra, nuestros temas estaban preparados. Eran unos problemas muy simples: cómo sobrevivir, la guerra, la paz. Eran problemas cotidianos, se presentaban de un modo inmediato y brutal. Pero hoy existen otros diferentes. Los neorrealistas no esperaban que la guerra y la pobreza continuaran, aunque obtuviesen de ellas sus mejores temas. Parece que algunos de los neorrealistas piensan que no pueden rodar una película si no es con un hombre mal vestido colocado delante de la cámara. Se equivocan. 7. El neorrealismo es para mí una forma de ver la realidad sin ningún prejuicio, sin que intervengan convencionalismos —colocándose delante de ella sin ideas preconcebidas, mirándola de un modo honesto —, sea cual fuere la realidad, no solo la social, sino también la espiritual, la metafísica, todo lo que hay en el interior del ser humano. Cuando cuento la historia de ciertas personas, siempre intento mostrar alguna verdad. 8. Realismo es una mala palabra. En un cierto sentido todo es realista. No veo una línea divisoria entre imaginación y realidad. Pienso que hay mucho de realidad en la imaginación. No creo que sea mi obligación disponerlo todo netamente en un solo nivel universalmente válido. Poseo una infinita capacidad de asombro y no veo por qué tengo que levantar una pantalla seudorracional para protegerme del realismo. 9. El realismo no es ni un recinto ni un panorama de una sola superficie. Un paisaje, por ejemplo, tiene varias dimensiones, y la más profunda, la que solo puede revelar un lenguaje poético, no es la menos real. Me dicen que lo que quiero mostrar detrás de la epidermis de las cosas y de las personas, es irreal. Lo llaman afición al misterio. Aceptaría de buen grado este término si quisieran ponerle una M mayúscula. Para mí, los misterios son los del ser humano, las grandes líneas irrazonables de su vida espiritual, el amor, la salvación… En el centro de las sucesivas capas de la realidad se encuentra, bajo mi punto de vista, Dios, la llave de los misterios. Añadiré que al decir, como algunos críticos italianos, que el neorrealismo es social, se le limita. El hombre no es solo un ser social, es divino. 10. Todavía no tengo suficiente humildad para hacer abstracción de mí mismo en mis películas. Intento esclarecer en ellas lo que no comprendo en mí, pero como soy un hombre, otros hombres pueden, sin duda, descubrirse a sí mismos en este espejo. Lo que es autobiográfico es la historia de una especie de llamada que llega hasta mí cuando mi alma está entorpecida y me despierta. Me gustaría mucho permanecer en ese estado, en esos momentos en que siento la llamada. Entonces me parece oír llamar a la puerta, y no voy a abrir. Naturalmente, un día u otro habrá que decidirse a ir a abrir. Debo ser en el fondo un vitellone espiritual. 11. Creo que no existen temas humorísticos y temas no humorísticos. El Humor, lo mismo que lo dramático, lo trágico y lo imaginario, es la colocación de la realidad en un clima determinado. El humor es un tipo de punto de vista, de comunicación, de percepción de las cosas, y es sobre todo una característica natural que se tiene o no se tiene. En este sentido, hablar de utilizar el humor para equilibrar ciertas atmósferas o situaciones, sugiere, aunque de un modo vago, una idea de premeditación, de dosis calculada, la cual es totalmente ajena al fenómeno del humor, en realidad su negación misma. 12. De todas maneras, cuando Rossellini hizo esta declaración sobre La dulce vida, diciendo que es la película de un provinciano, no sabía lo que decía, pues, a mi parecer, definir como provinciano a un artista es la mejor definición que se puede dar de él, ya que la posición de un artista frente a la realidad debe ser justamente la de un provinciano, es decir, que debe sentirse atraído por lo que ve y al mismo tiempo conservar el distanciamiento de un provinciano. ¿Qué es un artista en realidad? No es más que un provinciano que se encuentra entre una realidad física y otra metafísica. Ante una realidad metafísica, todos somos provincianos. ¿Quién es, pues, ciudadano de la trascendencia?… Los santos. Pero a lo que quiero llamar provincia es a este límite del interregno, a esta frontera entre el mundo de lo sensible y el de lo suprasensible, al auténtico reino del artista. 13. He leído El libro rojo de los escolares y mi reacción al respecto ha sido sobre todo subjetiva y conectada directamente con mi experiencia escolar. Si pienso en lo oscura, tétrica, irreal que ha sido la escuela tanto para mí como, imagino, para el resto de los compañeros de mi generación (irreal en el sentido de negación de la vida, de una mediación totalmente abstracta y terrible de los aspectos más auténticos, más concretos de la existencia; por lo tanto, una incurable y profunda falta de preparación); si recuerdo el sentido de culpabilidad, la aprensión, los temores latentes y corrosivos, el sentimiento de frustrante inutilidad del tiempo perdido en clase; si evoco aquellos pasillos y aquellas aulas impregnadas de una inercia amenazadora y maloliente; si se me presentan ante la mente las figuras de aquellos profesores amables e inocentes, en la medida en que la memoria los ha recuperado como excéntricos y locos personajes, a menudo de una crueldad desgarradora; pues bien, si pienso en todo ello, las páginas de este manual de la contestación escolar me comunican un buen humor singular, una simpatía pegadiza. Entonces hubiese sido inconcebible, y mucho menos posible afrontar el aparato escolar con una carga crítica tan lúcida y culturalmente provista, con una conciencia de sí mismos, de la propia y simple individualidad tan segura, con una sensibilidad tan culturalmente exacta para analizar los problemas, las contradicciones, las enfermedades no solo de la enseñanza. Es más, hay en algunos párrafos del libro un tono tan frío, irónico, como de adultos divertidos, que me ha sorprendido un poco, como cuando te encuentras ante alguna cosa completamente nueva y extraña. También puede ser que una operación tan sincera y valiente como la publicación de este libro sea utilizada como instrumento demagógico, como medio para desencadenar una confusión anónima, acrítica, puramente vitalista. Pero no creo que una eventualidad de este tipo obligue a ignorar, y, aun peor, a acallar la auténtica exigencia de libertad y madurez que expresa El libro rojo de los escolares. 14. El cine actual me parece que se encuentra en la misma situación que el resto de las expresiones artísticas. Una situación bastante extraña. El diagnóstico global de esta situación, olvidando el prodigioso número, la vertiginosa reproducción a un ritmo cancerígeno de las diversas motivaciones de orden social, político, ético y estético que son su origen, es ya clásico: confusión, impotencia, vacío, crisis, transición, desaparición de todas las reglas y los valores que han llegado hasta nosotros. Creo que un diagnóstico como este encierra un gravísimo vicio de contenido; aún me sigue pareciendo el resultado de un juicio de valor que, respecto al mismo diagnóstico, tendría que haber sido descartado al mismo tiempo que los otros. En pocas palabras: aplicamos a los experimentos, a las búsquedas, a las nuevas expresiones de cualquier forma de arte, incluido el cine, un criterio crítico que determina la impotencia, la confusión, la invalidez, que es absolutamente tradicional. A fin de cuentas, ante un cuadro abstracto, ante una antinovela, ante el pop art, ante una película experimental, nos dejamos llevar por el mismo e idéntico juicio que formularía al respecto un hombre de hace dos mil años. Es esta separación, esta ruptura entre lo que es nuevo y el juicio como retrospección, lo que valora y hace que el asunto sea susceptible por lo menos de desconfianza. Hace algunos días he leído una entrevista con René Clair en la que el viejo maestro atacaba a sus jóvenes colegas de hoy con su habitual inteligencia lúcida y dura, acusándolos de tener mala fe, de estupidez, de presunción. La suya parecía la voz de la razón, de la verdad; era difícil sustraerse a su poder de persuasión. Y, sin embargo, si me hiciesen las mismas preguntas no sabría qué contestar, me quedaría desconcertado. Quizá la fauna humana que está creciendo a nuestro alrededor, todas sus manifestaciones, incluidas las artísticas, son tan distintas, irreconocibles, que el respeto normal por todo aquello que realmente no se puede valorar debería favorecer cualquier suspensión de juicio, o al menos aconsejar el abandono de los antiguos puntos de referencia, para intentar otros nuevos más adecuados al nuevo contexto en el que tienen que ser aplicados. Para terminar, creo que lo que actualmente desilusiona e irrita en el cine, literatura, teatro, artes figurativas, es la limitación que estas mismas producen. Una especie de singular limitación que a nadie condena, ni siquiera a los autores que la expresan, pero que, sin embargo, evidencia una mayor responsabilidad individual, una evolución cultural mayor, del espíritu social del hombre de hoy. Los artistas siempre han sido hasta ahora las puntas que destacaban de una masa informe y pasiva, el denominador común en el que los demás hombres se reconocían y del que se alimentaban. Hoy este denominador es un poco menos común, ya que la más desarrollada personalidad de cada cual lo contiene y lo reduce; las puntas no destacan tanto como antes porque la masa está más preparada. Si esto es bueno o malo, realmente no lo sé. Quizá estamos destinados a convertirnos en una humanidad de artistas. Cada cual producirá y se alimentará de lo que él mismo produce. Tal vez el arte, tal y como lo entendemos, no será necesario. Estas son utopías, claro, que solo el tiempo podrá esclarecer, pero al menos deberíamos tener en cuenta una cosa. Solemos repetir una y otra vez que la humanidad siempre es la misma y siempre será la misma, pero en el fondo conocemos de los seres humanos lo que han sido durante 10 000 años. Si se considera que la humanidad tiene millones de años y que envejecerá otros tantos, entonces cualquier juicio, aseveración, previsión al respecto, se hunde en la vorágine del tiempo. 15. Siempre he pensado que el cine es un medio de expresión, un idioma del todo original que no está sujeto a ninguna de las demás formas del arte. Por lo que respecta a la literatura, es cierto que a menudo el cine ha hecho verdaderos estragos en su siembra, pero esto también suele ocurrir en las normales relaciones de interdependencia que existen entre todas las artes. Más importante es el hecho de que cada vez que una película se ha basado en una obra literaria, el resultado siempre ha sido mediocre, decepcionante, con una clara desventaja para la película. Esta podría ser la prueba definitiva de la originalidad del cine, que como tal no admite injertos ni contaminaciones de este género. Todas las operaciones que han intentado acercar el cine a la literatura siempre han sido fruto de la pereza, de caprichos sentimentales, cuando no se trata sin más de cálculo brutal. Operaciones arbitrarias y poco naturales, como pegar a un caballo, en vez de sus patas, cuatro ruedas de automóvil o recortar una chuleta con la forma oblonga de una merluza. 16. Bajo mi punto de vista, la decadencia es la condición indispensable del renacimiento. Le he dicho que me gustan los naufragios. Soy, pues, muy feliz de vivir en una época donde todo zozobra. Es una época maravillosa porque representa precisamente el naufragio de una serie de ideologías, de conceptos, de convencionalismos. ¿El hombre ha ido a la Luna? Entonces, hablar de banderas, fronteras y monedas diferentes, es totalmente absurdo. Hay que cambiar por completo todo esto. Creo que este proceso de disolución es muy natural. No veo en él el signo de la muerte de la civilización, sino por el contrario su vida. Es el final de una cierta fase de la humanidad. Pero habría que acelerar este proceso de disolución aún demasiado lento. Es necesario volver a partir de cero. Tabula rasa, hay que barrer todo. ¿Espera nuestra sociedad a la que la sucederá? No la espera. La fabrica a causa de las circunstancias. No hay solución de continuidad… Los jóvenes están conscientes del comienzo de un mundo nuevo. Pero es muy difícil hablar de esto sin caer en la retórica. Me emociona esta aurora que llega. 17. Como hombre me interesa todo, pero intento profundizar en eso que llaman los problemas, porque soy curioso, porque quiero saber. Pero como director, las problemáticas abstractas, esas que ahora se llaman ideologías, me dejan del todo indiferente. Para que una idea, una situación, un ambiente me motiven, me hagan pensar o fantasear, me diviertan o me conmuevan, necesito que vengan a mi encuentro como hechos concretos. Unas veces podrá ser un tipo, un personaje quien venga a mi encuentro, otras veces el recuerdo de una aventura determinada, de una determinada combinación entre criaturas humanas en un paisaje, en un ambiente. Y entonces la fantasía bulle. Si fuese un músico probablemente escribiría notas musicales, si fuese un pintor pintarrajearía un lienzo. Como director, mi manera de expresarme es la imagen cinematográfica. Soy un cantastorie [contador de historias] del cine y sinceramente no sé que otra calificación se me podría dar sino esta, que puede parecer modesta, y que para mí es tremendamente comprometedora. 18. Creo que lo que más interesa es la libertad del hombre, la liberación de cada hombre de las trabas, de las redes, de los convencionalismos morales y sociales en que cree, o mejor, en los que cree creer y que lo angustian, lo limitan, lo hacen parecer más pequeño, incluso más malo. Si quieren colgarme una bandera a toda costa, una bandera pedagógica, resúmanla en este lema: ser lo que se es, es decir descubrirnos a nosotros mismos para poder amar la vida. La vida, para mí, como todos sus dolores y tragedias, es bella, me gusta, me divierte, me conmueve, y hago lo posible para que también los demás puedan compartir mi modo de sentir. 19. A todo período de empedernido materialismo siempre siguen épocas de espiritualidad. Ahora estamos viviendo como en un túnel oscuro y angustioso, incapaces de comunicar entre nosotros, pero ya nos parece ver a lo lejos un resplandor, el sentido de una nueva libertad: tenemos que esforzarnos en creer en esta posibilidad de salvación. 20. Si digo que soy más bien confiado, no quisiera parecer como una alegre mariposa que aletea volando de flor en flor, sino más bien como una persona que se siente viva, que aún no ha agotado su aventura humana. En el fondo me gusta todo de la vida, y a veces me siento lleno de una electrizante curiosidad, como si aún no hubiera nacido del todo. Aún no he perdido la confianza en el viaje, aunque a menudo este viaje pueda parecer desesperante y oscuro. Lo importante, para el hombre de hoy, es mantener el tipo, no esconder la cabeza, pero sobre todo saber mirar más allá del túnel, incluso inventándose un punto de salvación, con fantasía, con voluntad, sobre todo con confianza. En este sentido creo que la obra de los artistas de hoy día es indispensable… 21. La caída de los mitos tal vez no es más que un carnaval, pero se ve que está lleno de energía pura. Vemos desfilar máscaras y monstruos; algunos se pierden, otros desaparecen, aquellos de los que no se vuelve a hablar. Los moralistas se escandalizan, pero al menos adquirimos esta experiencia: cada época cumple su misión. Seguimos proyectando imágenes idealizadas sobre todo lo que vemos. Los ideales ocultan la realidad. No hay nada ideal: ni mujer, ni pareja, ni lugar, ni situación: lo importante es aprender a vivir con los problemas personales. Continuamos respetando valores, principios generales, que ya no nos son útiles. En la vida, solo existen casos particulares a los que hay que intentar adaptarse. El proceso de la actual descomposición de la sociedad me parece completamente normal: no significa para mí un signo de muerte sino de vida. La vida está hecha de transformaciones. Habría incluso que acelerarla. La revolución es siempre fecunda. Solo ella lleva consigo la necesidad orgánica de la expresión. La aceptación conduce por el contrario a la indiferencia. Uno se adormece.

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