‘The New York Evening Post’
5 de junio de 1933
Señor,
muchos de sus lectores, como yo mismo, se sentirán en deuda con usted por sus
contundentes y valerosos editoriales relacionados con la investigación de los asuntos
de J. P. Morgan & Co. Usted ha condenado estos injustos procedimientos en términos
que nunca son demasiado fuertes. Cada vez más se pone en evidencia su carácter
indigno, e incluso para el observador más torpe se está haciendo manifiesto que el
honor y la reputación de esta famosa entidad bancaria descansan en unos cimientos
tan sólidos como el peñón de Gibraltar. Quizá sea una suerte que esta investigación se
haya llevado tan lejos, pues en estos tiempos, en los que la confianza es más que
necesaria, los Morgan, al enfrentarse a estos ataques, pueden estar rindiéndole al
país un servicio de inestimable valor.
El público general no tiene ni la más remota idea del lugar que esta firma ocupa
como factor para el desarrollo de Estados Unidos. Más que ninguna otra fuerza,
fueron decisivos en la promoción de los intereses americanos por todo el mundo y en
la edificación del poder y prestigio de este país. Una y otra vez, los resultados de
inmensas empresas no habrían podido lograrse de no ser por su asistencia financiera.
Ayudaron a Edison a comercializar sus inventos y contribuyeron a mis propias
investigaciones científicas con una generosidad espléndida. Edison y yo mismo sólo
somos dos de los cientos de inventores, ingenieros, artistas y científicos cuyo trabajo
han hecho posible. Adelantaron capital cuando todas las demás puertas estaban
cerradas, estabilizaron los mercados y lucharon contra las depresiones, no de forma
desganada como otros, sino con todas sus energías y con todos sus recursos, y
poniéndose ellos mismos en riesgo. Su contribución a la riqueza nacional deja
pasmada la imaginación.
Yo tuve una relación estrecha con el fundador de esta gran casa y sé que su
espíritu vive todavía entre sus sucesores. Él dio ejemplo y ellos se están esforzando
para emularlo con un fervor casi religioso. En todas partes es posible encontrar a
personas merecedoras de respeto, pero yo he observado en la Casa Morgan una
grandeza, una nobleza y una firmeza de carácter que, en realidad, son ya muy
escasas.
No puedo sino sonreírme cuando leo acerca de los intentos de encontrar algo
deshonroso en las transacciones de J. P. Morgan & Co. Ni cien investigaciones
descubrirán nunca nada que un juez imparcial no pueda considerar estrictamente
honorable, justo, decente y de acuerdo —en todos los sentidos— con los altos ideales
y estándares éticos del negocio. Estoy dispuesto a jugarme la vida por ello.
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