Una curiosa idea se está propagando diligentemente, y parece ganar terreno: la idea de que el misticismo es el camino “seguro” hacia Lo Más Alto, y la magia el camino peligroso hacia lo más bajo. Hay muchos comentarios que hacer a esta afirmación. Uno puede preguntarse si algo que valga la pena de verdad está libre de peligros, y qué peligro puede amenazar al hombre cuyo objetivo es su propia ruina total. Uno también puede sonreírse un poco despreciativamente de la integridad de aquellos que pretenden incluir toda la Magia dentro de la Magia Negra, que es el actual ardid del Militante Místico aquí en la tierra. Pues bien, como alguien que puede alegar una cierta familiaridad con la literatura de ambos senderos, y haber tenido el honor de exponerse personalmente a los adeptos de ambos senderos, creo que puedo ser capaz de llevarlos equitativamente a cierto equilibrio. Esta es la teoría mágica, que la primera salida desde el Infinito debe equilibrarse y por lo tanto corregirse. Así el “gran Mago”, Maya, el hacedor de la Ilusión, el Creador, debe ser combatido. Entonces “si Satán está dividido contra Satán, ¿cómo permanecerá su reino?”. Ambos desaparecen: ya no hay ilusión. Matemáticamente: 1 + (-1) = 0. Y este sendero se simboliza en el Taro mediante la figura del Magus, la carta numerada como 1, la primera salida desde el 0, pero referida a Beth, el 2, Mercurio, el dios de la Sabiduría, de la Magia y de la Verdad. Y este Magus tiene el doble aspecto del propio Mago y también del “Gran Mago” descrito en el Liber 418 (Equinox n.º V, Suplemento Especial, p. 144). Ahora bien, la fórmula del místico es mucho más simple. Matemáticamente es 1 - 1 = 0. Él es como un grano de sal lanzado al mar; el proceso de disolución es obviamente más fácil que el choque de los mundos que el mago contempla. “Siéntate, y siéntete como polvo en presencia de Dios; no, como menos que polvo, como nada”. Esta es la todo suficiente simplicidad de su método. Desafortunadamente, hay mucha gente que no puede hacer esto. Y cuando le apremias con tu incapacidad, es muy probable que el místico se encoja de hombros y termine contigo. Este sendero se simboliza con el “Loco” del Tarot, que es a la vez el Místico y el Infinito. Pero, dejando esta cuestión aparte, no es de ningún modo cierto que la fórmula sea tan simple como parece. ¿Cómo puede estar seguro el místico de que “Dios” es realmente “Dios” y no algún demonio disfrazado con Su imagen? Encontramos a Gerson sacrificando a Huss a su “Dios”; encontramos a un moderno periodista que ha hecho más que chapotear al escribir sobre misticismo, “Esta vida mística en sus cotas más elevadas es innegablemente egoísta”; encontramos otros escritos, como el de la vieja dama que puso fin a su crítica del Universo diciendo “Sólo Jock y yo nos salvaremos, y no estoy tan segura sobre Jock”; encontramos otro que a la edad de noventa y nueve echa espumarajos por la boca por un supuesto robo de su supuesto copyright; encontramos otro tan sensible que la mención de su nombre por el presente escritor le provoca un ataque de manía epiléptica; si tales personas están realmente “unidas con” o “absorbidas en” Dios, ¿qué podemos decir de Dios? Se nos dice en Gálatas que los frutos del Espíritu son la paz, el amor, el gozo, la resignación, la amabilidad, la bondad, la fe, la humildad, la templanza; y en otro lugar, “Por sus frutos los conoceréis”. Entonces debemos pensar sobre estos hacedores de mal que o bien son deshonestos, y que nunca han alcanzado nada, o que se han unido a sí mismos con un diablo. Así son los “Hermanos del Sendero de la Mano Izquierda” descritos en detalle en el Liber 418 (Equinox n.º V, Suplemento Especial, p. 119 y ss.). La señal más características de éstos es su exclusivismo. “Somos los hombres”. “El nuestro es el único camino”. “Todos los budistas son malvados”, la locura del orgullo espiritual. El Mago no es tan propenso a caer en este temeroso lodazal del orgullo como lo es el místico; está ocupado en cosas fuera de sí mismo y puede corregir su orgullo. De hecho, está siendo corregido todo el tiempo por la Naturaleza. ¡Él, el Grande, no puede correr una milla en cuatro minutos! El místico está solo y recluido, le falta el combate saludable. Todos somos escolares y el campo de fútbol es un profiláctico perfecto para una cabeza engreída. Cuando el místico se encuentra con un obstáculo, “finge” en torno a él. Dice que es “sólo una ilusión”. Tiene la sensación de bienestar del adicto a la morfina, las ilusiones del paralítico general. Pierde el poder de mirar un hecho a la cara, se alimenta de su propia imaginación, se persuade de su propio talento. Si se le contradice en este asunto, se vuelve malhumorado y rencoroso y malicioso. Si yo critico al Sr. X, grita e intenta herirme por la espalda; si yo digo que Madam Y no es exactamente Santa Teresa, ella escribe un libro para demostrar que lo es. Tales personas “se hincharon con el viento, y el rancio vaho que exhalaban se pudrió por dentro y el sucio contagio se extendió”, como escribió Milton acerca de un grupo de guías espirituales mucho menos peligrosos. Para sus infelices seguidores e imitadores no bastan las palabras de conmiseración. El universo entero no es para ellos sino “el espejo de sus caras de tontos”, sólo que —a diferencia de Sir Palamedes— ellos admiran esto. Narcisistas morales y espirituales, perecen en las aguas de la ilusión. Un amigo mío, abogado en Nápoles, me ha contado extrañas historias de dónde terminan tales autoadoraciones. La sutileza del diablo se muestra particularmente en el método mediante el cual estos neófitos caen en manos de los Hermanos Negros. Hay un exagerado temor, una solemnidad de la dicción, una vanidad de frases arcaicas, un falso velo de santidad sobre el nicho inmundo. La afectación altisonante pasa por ser dignidad, un saco de medievalismos quiere imitar torpemente a la profundidad, la jerga pasa por ser literatura, las filacterias crecen en torno al carraspeo del perfecto mojigato, pedante y fariseo. El corolario a esta actitud es la falta de cualquier virtud humana. El mago más grande, cuando actúa con su capacidad humana, actúa como un hombre debe hacerlo. En particular, ha aprendido a tener buen corazón y a ser simpático. Muy a menudo la falta de egoísmo es su punto fuerte. Exactamente lo que no tiene el místico. Al tratar de absorber los planos inferiores en los superiores, niega los inferiores, un error que ningún mago cometería. La monja Gertrude, cuando le tocaba lavar los platos, solía explicar que le molestaba mucho pero que en ese momento concreto se estaba casando, con servicio coral completo, con el Salvador. Cientos de místicos se recluyen completamente y para siempre. No sólo se pierde para la sociedad su capacidad de producir riqueza, sino igualmente su amor y buena voluntad, y —lo peor de todo— también su ejemplo y precepto. Cristo, en la cima de su carrera, encontraba tiempo para lavarles los pies a sus discípulos; un Maestro que no haga esto en cada plano es un Hermano Negro. Los hindúes no honran a nadie que se convierta en “Sannyasi” (parecido a nuestro “ermitaño”) hasta que no haya cumplido fielmente con todos sus deberes como hombre y ciudadano. El celibato es inmoral, y el celibato elude una de las grandes dificultades del Sendero. Cuidado con aquellos que eluden las menores dificultades, es seguro que también eluden las mayores. No hay espacio aquí para escribir sobre los peligros especiales del sendero; cada estudiante encuentra en cada paso las tentaciones que reflejan sus propias y especiales debilidades. Por tanto he tratado únicamente de los peligros inseparables del propio sendero, los peligros inherentes a su naturaleza. Ni por un momento pediría al más débil que se retirara o se apartara de ese sendero, sino que le pediría incluso al más fuerte que aplicara estos correctivos: Primero, una actitud científica o escéptica, tanto en la perspectiva como en el método. Segundo, una vida sana, queriendo decir con esto lo que significan el atleta y el explorador. Tercero, compañerismo humano cordial, devoción a la vida, al trabajo y al deber. Recordémosle que una onza de honesto orgullo es mejor que una tonelada de falsa humildad, aunque una onza de auténtica humildad vale una onza de honesto orgullo. El hombre que trabaja no tiene tiempo para molestarse con ambos. Y recordémosle el enunciado de la Ley de Cristo “ama a Dios con todo tu corazón, y a tu prójimo como a ti mismo”.
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