La creencia y el conocimiento están muy íntimamente relacionados con el deseo. Tal
vez, si podemos comprender estos dos puntos, veremos cómo opera el deseo, y
comprenderíamos la naturaleza compleja del mismo.
Una de las cosas que a mi parecer la mayoría de nosotros acepta ávidamente, da
por sentado, es la cuestión de las creencias. Yo no ataco las creencias. Lo que
tratamos de hacer es descubrir por qué aceptamos las creencias; y si podemos
comprender los motivos, las causas de esa aceptación, quizá podamos no sólo
comprender por qué hacemos tal cosa, sino asimismo librarnos de ella. Uno puede ver
cómo las creencias religiosas, políticas, nacionales y de diversos otros tipos, separan
a los hombres, cómo crean conflicto, confusión y antagonismo, lo cual es un hecho
evidente; y, sin embargo, no estamos dispuestos a renunciar a ellas. Existe el credo
hindú, el credo cristiano, el budista, innumerables creencias sectarias y nacionales,
diversas ideologías políticas, todas en lucha unas con otras y procurando convertirse
unas a otras. Claramente podemos ver que las creencias separan a la gente, crean
intolerancia. ¿Pero es posible vivir sin creencia? Eso puede descubrirse tan sólo si
uno logra estudiarse a sí mismo en relación con una creencia. ¿Es posible vivir en
este mundo sin una creencia; no cambiar de creencias, ni substituir una por otra, sino
estar enteramente libre de toda creencia, de suerte que uno encare la vida de un modo
nuevo a cada minuto? La verdad, después de todo, está en esto: en tener la capacidad
de encarar todas las cosas de un modo nuevo, de instante en instante, sin la reacción
condicionante del pasado, para que no haya ese efecto acumulativo que obra como
barrera entre uno mismo y aquello que es.
Si reflexionáis veréis que el temor es una de las razones para que haya deseo de
aceptar una creencia. Porque, si no tuviéramos creencia alguna, ¿qué nos sucedería?
¿No nos causaría pavor lo que pudiera ocurrir? Si no tuviéramos ninguna norma de
acción basada en una creencia (ya sea en Dios, en el comunismo, en el socialismo, en
el imperialismo), o en tal o cual fórmula religiosa, o en algún domina que nos
condicione, nos sentiríamos totalmente perdidos, ¿no es así? Y esa aceptación de una
creencia, la ocultación de ese temor, ¿no es acaso el miedo de no ser realmente nada,
el miedo de estar vacío? Después de todo, una taza sólo es útil cuando está vacía; y
una mente repleta de creencias, de dogmas, de afirmaciones y de citas, en realidad no
es una mente creativa, y lo único que hace es repetir. Y el huir de ese miedo —de ese
miedo al vacío, a la soledad, al estancamiento, de ese miedo de no llegar, de no
triunfar, de no lograr, de no ser algo, de no llegar a ser algo— es sin duda una de las
razones por las cuales aceptamos las creencias tan ávida y codiciosamente. ¿No es
así? ¿Y podemos comprendernos a nosotros mismos mediante la aceptación de una
creencia? Todo lo contrario. Es obvio que una creencia, política o religiosa, impide la
propia comprensión. Obra a modo de pantalla a través de la cual nos miramos a
nosotros mismos. ¿Y podemos mirarnos a nosotros mismos sin creencia alguna? Si
suprimimos esas creencias —las muchas creencias que uno tiene—, ¿queda algo para
mirar? Si no tenemos creencias con las cuales la mente se haya identificado, entonces
la mente, sin identificación alguna, es capaz de mirarse a sí misma tal cual es; y ahí,
ciertamente, está el comienzo de la propia comprensión.
Esta cuestión de la creencia y el conocimiento es en realidad un problema muy
interesante. ¡Cuán extraordinario es el papel que ella desempeña en nuestra vida!
¡Cuántas creencias tenemos! Ciertamente, cuanto más inteligente, cuanto más culta,
cuanto más espiritual —si es que puedo emplear esa palabra— una persona es, menor
es su capacidad de comprender. Los salvajes tienen innumerables supersticiones, aun
en el mundo moderno. Los más reflexivos, los más despiertos, los más alertas, son tal
vez los menos creyentes. Eso es porque la creencia ata, la creencia aísla; y eso lo
vemos a través del mundo, del mundo económico y político, y también en el mundo
llamado espiritual. Vosotros creéis que hay Dios, y tal vez yo creo que no hay Dios; o
vosotros creéis en el completo control de toda cosa y de todo individuo por el Estado,
y yo creo en la empresa privada y todo lo demás; vosotros creéis que sólo hay un
Salvador, y que por su intermedio podéis lograr vuestro fin, y yo no lo creo. De suerte
que vosotros con vuestra creencia y yo con la mía, nos estamos imponiendo. Y sin
embargo ambos hablamos de amor, de paz, de la unidad del género humano, de una
sola vida, lo cual nada significa, absolutamente; porque de hecho la creencia misma
es un proceso de aislamiento. Vosotros sois brahmanes y yo un «no brahmán»;
vosotros sois cristianos, yo musulmán, y así sucesivamente. Pero habláis de
fraternidad y yo también hablo de la misma fraternidad, amor y paz. En la realidad de
los hechos, estamos separados y nos dividimos. Un hombre que quisiera la paz y
deseara crear un mundo nuevo, un mundo feliz, no puede ciertamente aislarse
mediante forma alguna de creencia. ¿Está claro? Puede que ello sea verbal; pero si
veis su significado, su validez y su verdad, ello empezará a actuar.
Vemos, pues, que donde hay un proceso de deseo en operación, tiene que existir
un proceso de aislamiento a través de la creencia; porque, evidentemente, vosotros
creéis a fin de estar asegurados, en lo económico, en lo espiritual, y también
interiormente. No estoy hablando de la gente que cree por razones económicas,
porque se la educa para depender de sus empleos; y por lo tanto ellos serán católicos,
hindúes —no importa qué— mientras haya un empleo para ellos. No discutimos
acerca de esa gente que se apega a una creencia por conveniencia. Tal vez a muchos
de vosotros os ocurra otro tanto. Por conveniencia creemos en ciertas cosas. Echando
a un lado estas razones económicas, debéis ahondar más en esto. Tomad las personas
que creen firmemente en algo: económico, social o espiritual; el proceso que hay
detrás de ello es el deseo psicológico de estar en seguridad. ¿No es así? Luego está el
deseo de continuar. Aquí no estamos discutiendo si hay o no hay continuidad; sólo
discutimos el instinto, el impulso constante que nos lleva a creer. Un hombre de paz,
un hombre que quisiera realmente comprender el proceso íntegro de la existencia
humana, no puede estar atado por una creencia. ¿No es cierto? Él ve su deseo en
acción como medio de llegar a estar en seguridad. Por favor, no vayáis al otro
extremo y digáis que yo predico la «no religión». Eso no es en absoluto lo que yo
sostengo. Lo que sostengo es que, mientras no comprendamos el proceso del deseo
bajo forma de creencia, tiene que haber disputas, tiene que haber conflicto, tiene que
haber dolor, y el hombre estará contra el hombre, lo cual se ve a diario. De suerte que
si percibo, si me doy cuenta de que este proceso toma la forma de creencia —la cual
es una expresión del anhelo de seguridad íntima—, entonces mi problema no es que
yo deba creer esto o aquello, sino que debiera libertarme del deseo de estar en
seguridad. ¿Puede la mente estar libre del deseo de seguridad? Ése es el problema, no
lo que haya de creerse y cuánto haya de creerse. Éstas son meras expresiones del
íntimo anhelo de estar psicológicamente en seguridad, de tener certeza acerca de algo
cuando todo es tan incierto en el mundo.
¿Puede una mente, puede una mente consciente, puede una personalidad, estar
libre de su deseo de estar segura? Queremos estar en seguridad, y por tanto
necesitamos la ayuda de nuestro patrimonio, de nuestros bienes y de nuestra familia.
Queremos estar interiormente en seguridad, y también espiritualmente, erigiendo
muros de creencia, los cuales son un indicio de este anhelo de estar seguro. ¿Podéis
vosotros, como individuos, estar libres de este impulso, de este anhelo de seguridad,
que se expresa en el deseo de creer en algo? Si no estamos libres de todo eso, somos
una fuente de disputas; no somos centros de paz; no hay amor en nuestro corazón. La
creencia destruye, y esto se ve en nuestra vida diaria. ¿Puedo, pues, verme a mí
mismo cuando me hallo atrapado en este proceso del deseo, que se expresa en el
apego a una creencia? ¿Puede la mente librarse de él? No debiera encontrar un
substituto a la creencia sino estar enteramente libre de ella. A esto no podéis contestar
«sí» o «no»; pero podéis definidamente dar una respuesta si vuestra intención es la de
llegar a estar libres de creencia. Entonces llegáis inevitablemente al punto en que
buscáis los medios de libertaros del impulso a estar en seguridad. Interiormente —
ello es obvio— no existe la seguridad que, según os agrada creer, habría de continuar.
Os gusta creer que hay un Dios que atiende con solicitud a vuestras pequeñeces: y os
dice a quién deberíais ver, que debéis hacer y cómo debierais hacerlo. Es obvio que
esto es pensamiento infantil y sin madurez. Creéis que el Gran Padre está observando
a cada uno de nosotros. Eso es simple proyección de vuestro propio gusto personal.
No es verdad, evidentemente. La verdad debe ser algo enteramente diferente.
Nuestro problema siguiente es el del conocimiento. ¿Es necesario el conocimiento
para la comprensión de la verdad? Cuando digo «yo sé» lo que ello implica es que
hay conocimiento. ¿Puede una mente así ser capaz de investigación y búsqueda de lo
que es la realidad? Y aparte de ello, ¿qué es lo que sabemos, de lo cual estamos tan
orgullosos? ¿Qué es lo que realmente sabemos? Conocemos informaciones; estamos
llenos de información y experiencia basada en nuestro condicionamiento, nuestra
memoria y nuestras capacidades. Cuando decís «yo sé», ¿qué queréis significar? O el
reconocimiento que conocéis es el reconocimiento de un hecho o de cierta
información, o es una experiencia que habéis tenido. La constante acumulación de
informaciones, la adquisición de diversas formas de conocimiento, de información,
todo eso constituye el aserto «yo sé»; y empezáis traduciendo lo que habéis leído,
según vuestro trasfondo, vuestro deseo, vuestra experiencia. Vuestro conocimiento es
una cosa en la cual se desarrolla un proceso similar al proceso del deseo. A la
creencia le substituimos el conocimiento. «Yo sé, he tenido experiencia, ello no
puede ser refutado; mi experiencia es ésa, en eso confío completamente»; éstas son
manifestaciones de aquel conocimiento. Mas cuando vayáis tras él, lo analicéis, lo
consideréis más inteligente y cuidadosamente, veréis que la mismísima afirmación
«yo sé» es otro muro que os separa de mí. En busca de comodidad, de seguridad, os
refugiáis detrás de ese muro. Por consiguiente, cuanto mayor es el conocimiento de
que una mente esta cargada, menos capaz es ella de comprensión.
No sé si alguna vez habéis pensado en este problema de la adquisición de
conocimientos, si el conocimiento nos ayuda fundamentalmente a amar, a estar libres
de esas cualidades que producen conflicto en nosotros y con el prójimo; si el
conocimiento jamás libera a la mente de la ambición. Porque, después de todo, la
ambición es una de las cualidades que destruyen la vida de relación, que colocan al
hombre contra el hombre. Y si quisiéramos vivir en paz unos con otros, la ambición
debe por cierto terminar completamente; no sólo la ambición política, económica,
social, sino también la ambición más sutil y perniciosa, la ambición espiritual, la de
ser algo. ¿Será alguna vez posible que la mente esté libre de este proceso acumulativo
del conocimiento, de este deseo de saber?
Resulta algo muy interesante observar cómo en nuestra vida ambas cosas,
conocimiento y creencia, desempeñan un papel extraordinariamente poderoso. ¡Mirad
cómo rendimos culto a los que poseen inmenso conocimiento y erudición! ¿Podéis
comprender el sentido de ello? Si quisierais hallar alguna cosa nueva, experimentar
algo que no es una proyección de vuestra imaginación, vuestra mente debe estar libre.
¿No es cierto? Debe ser capaz de ver algo nuevo. Infortunadamente, empero, cada
vez que veis algo nuevo, traéis toda la información que ya os es conocida, todos
vuestros conocimientos, todos vuestros recuerdos del pasado; es evidente que os
volvéis incapaces de mirar, incapaces de recibir nada que sea nuevo y no pertenezca a
lo viejo. Por favor, no traduzcáis esto inmediatamente a detalles. Si yo no sé cómo
regresar a mi casa, estaré perdido; si yo no sé manejar una máquina, poco serviré. Eso
es cosa enteramente diferente. Aquí no estamos discutiendo eso. Estamos discutiendo
acerca del conocimiento que se emplea como medio para la seguridad, para el deseo
íntimo y psicológico de ser algo. ¿Qué obtenéis por medio del conocimiento? La
autoridad del conocimiento, el peso del conocimiento, el sentido de importancia, de
dignidad, el sentido de vitalidad y tantas otras cosas. Un hombre que dice «yo sé»,
«hay», o «no hay», ha dejado ciertamente de pensar, ha dejado de seguir todo este
proceso del deseo.
Entonces nuestro problema, tal como yo lo veo, es éste: «Estamos atados,
oprimidos por la creencia, por el conocimiento, ¿y es posible para una mente estar
libre del ayer y de las creencias que han sido adquiridas a través del proceso del
ayer?». ¿Comprendéis la pregunta? ¿Es posible, para mí como individuo y para
vosotros como individuos, vivir en esta sociedad y sin embargo estar libres de las
creencias en que la mente ha sido educada? ¿Es posible para la mente estar libre de
todo ese conocimiento, de toda esa autoridad? Leemos las diversas escrituras, los
libros religiosos. Allí han descrito con mucho esmero qué se ha de hacer, qué no se ha
de hacer, cómo se ha de alcanzar la meta, qué es la meta y qué es Dios. Todos
vosotros sabéis eso de memoria, y eso habéis perseguido. Ése es vuestro
conocimiento, eso es lo que habéis adquirido, eso es lo que habéis aprendido; por ese
sendero seguís. Es obvio que lo que perseguís y veis, eso encontraréis. ¿Pero es ello
la realidad? ¿No es la proyección de vuestro propio conocimientos? Eso no es la
realidad. ¿Es posible comprender esto ahora —no mañana sino ahora— y decir «veo
la verdad de ello», y no ocuparse más de ello, para que vuestra mente no esté
mutilada por este proceso de imaginación, de proyección?
¿Es capaz la mente de libertarse de la creencia? Sólo podéis estar libres de ella
cuando comprendéis la naturaleza intima de las causas que os hacen aferraros a ella;
no sólo los móviles conscientes sino también los inconscientes, que os hacen creer.
Después de todo, no somos meros entes superficiales que funcionan en el nivel
consciente. Podemos descubrir las actividades conscientes e inconscientes más
profundas, si a la mente inconsciente le dais la oportunidad, porque es mucho más
rápida en la respuesta que la mente consciente. Mientras vuestra mente consciente
está tranquilamente pensando, escuchando y observando, la mente inconsciente está
mucho más activa, mucho más alerta y mucho más receptiva; ella, por lo tanto, puede
tener una respuesta. ¿Puede la mente que ha sido subyugada, intimidada, forzada,
compelida a creer, puede una mente así estar libre para pensar? ¿Puede mirar de un
modo nuevo y suprimir el proceso de aislamiento entre vosotros y otro? No digáis,
por favor, que la creencia une a la gente. No la une. Eso es obvio. Ninguna religión
organizada jamás lo ha hecho. Miraos a vosotros mismos en vuestro propio país.
Todos sois creyentes, ¿pero hay comunión entre vosotros? ¿Estáis todos de acuerdo?
¿Estáis todos unidos? Vosotros mismos sabéis que no lo estáis. Estáis divididos en
muchísimos pequeños e insignificantes partidos, en castas. Conocéis las innumerables
divisiones. El proceso es el mismo a través del mundo: cristianos que destruyen a
cristianos, que se asesinan por cosas pequeñas y mezquinas, que arrojan a la gente en
campamentos, etcétera. Todo el horror de la guerra. De suerte que la creencia no une
a la gente. Es clarísimo. Si eso es claro y es verdad, y si lo veis, entonces hay que
seguirlo. Pero la dificultad estriba en que la mayoría de nosotros no vemos, porque no
somos capaces de enfrentar aquella inseguridad interior, aquella íntima sensación de
estar solos. Queremos algo en qué apoyarnos, ya sea el Estado, o la casta, o el
nacionalismo, o un Maestro, o un Salvador, o cualquier cosa. Y cuando vemos lo
falso de todo esto, la mente es capaz —así sea temporalmente, durante un segundo—
de ver la verdad al respecto; y aun así, cuando resulta demasiado para ella, la mente
vuelve atrás. Basta, empero, ver temporalmente. Si lo veis durante un fugaz segundo,
es suficiente; porque entonces veréis ocurrir una cosa extraordinaria. Lo inconsciente
está en acción aunque lo consciente pueda rechazar. Y ese segundo no es progresivo
sino la cosa única; y él dará sus propios resultados aun a pesar de que la mente
consciente luche contra ello.
Ésta es, pues, nuestra pregunta: ¿es posible que la mente esté libre de
conocimiento y creencia? ¿No está hecha la mente de conocimiento y creencia? ¿No
es acaso conocimiento y creencia la estructura de la mente? Conocimiento y creencia
son los procesos del reconocimiento, el centro de la mente. El proceso es limitador, el
proceso es tanto consciente como inconsciente. ¿Puede, pues, la mente estar libre de
su propia estructura? ¿Puede la mente dejar de ser? Ése es el problema. La mente, tal
como la conocemos, tiene tras de sí la creencia, el deseo, el impulso de estar en
seguridad, conocimiento y acumulación de fuerza. Y si, con todo su poder y
superioridad, uno no puede pensar por sí mismo, no es posible que haya paz en el
mundo. Podréis hablar acerca de la paz, podréis organizar partidos políticos, podréis
gritar desde los techos de las casas, pero no podréis tener paz; porque en la mente está
la base misma que crea contradicción, que aísla y separa. Un hombre de paz, un
hombre de fervor, no puede aislarse y sin embargo hablar de fraternidad y paz. Ello
resulta un simple juego, político o religioso, un sentido de logro y ambición. Un
hombre que toma esto con verdadero fervor, que quiere descubrir, debe enfrentar el
problema del conocimiento y la creencia; tiene que ir tras él, descubrir todo el
proceso del deseo en acción: deseo de estar en seguridad, deseo de certeza.
Una mente que quisiera hallarse en ese estado en que lo nuevo puede acontecer
—sea ello la verdad, Dios o lo que os plazca— debe por cierto dejar de adquirir, de
acopiar; debe dejar de lado todo conocimiento. Una mente cargada de conocimientos
no puede, en modo alguno, por cierto, comprender aquello que es real,
inconmensurable.
Comments