En 1982 la compañía mexicana de televisión Televisa me invitó a participar, en
calidad de testigo, en un programa en directo que trataría acerca de un tipo de
visión fuera de lo común. Se requería mi presencia para juzgar la veracidad del
fenómeno como investigador en el área de Neurofisiología y profesor de la
Universidad Nacional.
Accedí, y en el estudio me encontré con una veintena de niños que
conversaban animadamente mientras se preparaban para la demostración.
Una vez comenzada ésta, su instructor, el profesor Altamirano, vendó los ojos a
uno de los niños y le puso delante una serie de fotografías. El niño las tocó con
las palmas de sus manos describiendo, al mismo tiempo, lo que veía. Intrigado,
me acerqué y pude constatar que la descripción coincidía a la perfección con el
contenido del material gráfico. Después, otros niños fueron sometidos al mismo
proceso y en todos los casos acertaron en sus descripciones. No pude hallar ni
errores, ni intentos de engaño en el procedimiento. A la salida del programa le
propuse a Altamirano utilizar sus procedimientos para ayudar a niños invidentes
a ver con las manos. Altamirano aceptó, al igual que lo hizo el Departamento
del Gobierno encargado de la educación de niños ciegos.
Durante varios meses intentamos enseñar la visión extraocular a estos niños,
pero sin éxito. Una vez por semana Altamirano venía a la escuela de
invidentes, se encerraba con los niños y después se iba. Nunca supe si el
fracaso se debió a lo esporádico del régimen de entrenamiento o al poco
tiempo que duró todo el proceso. Tampoco pude recibir instrucciones detalladas
de la técnica empleada, porque el profesor Altamirano la mantenía en secreto,
lógicamente.
Varios años más tarde, durante el disfrute de un año sabático, decidí dedicarme
durante seis meses a la enseñanza de niños en una escuela primaria de
Cuernavaca, distante 70 kilómetros de la ciudad de México, cuyo director me
permitió poner a prueba diferentes técnicas alternativas de educación. Una
mañana, mientras descansábamos en el jardín de la escuela, una niña me
comentó que había visto un programa de televisión en el cual se mostraban
experiencias extraoculares, y me pidió que se las enseñara. Aunque no me
sentía capaz, puesto que desconocía la técnica de la «visión extraocular»,
recordaba algunos comentarios de los niños ciegos y me decidí a probarla con
la niña.
Le pedí que se relajara, que se concentrara en su respiración y que tratara de
visualizar una luz en su entrecejo. Después tomé sus manos y le pedí que se
imaginara una línea luminosa interconectando sus dedos con su entrecejo.
Coloqué sus palmas sobre una fotografía en color después de vendarle los ojos
y la niña me describió la información de la fotografía.
Otros niños se acercaron a nosotros. En menos de una hora, seis o siete críos
veían extraocularmente. Todos estábamos encantados con la experiencia, de
modo que la continuamos durante varios meses, hasta que tanto el director de
la escuela como los padres de familia nos prohibieron proseguir las
experiencias debido a que los niños adivinaban sus pensamientos, movían
objetos a distancia y empezaban a desafiar toda su cosmovisión.
La misma experiencia se ha repetido con idénticos resultados en otra escuela
de la ciudad de Toluca, esta vez apoyada por los padres de familia y los
directivos de la institución.
Lo que sigue es una descripción de la experiencia de Cuernavaca, escrita con
el mayor número posible de detalles y con el propósito de que quien así lo
desee pueda ponerla en práctica.
Se estudiaron diecinueve sujetos: once niñas y ocho niños, de edades
comprendidas entre 5 y 13 años de edad. Todos, sin excepción, gozaban de
condiciones óptimas de salud y manifestaron estar deseosos de participar en la
misma. Ninguno de ellos tenía antecedentes de visión extraocular ni
experiencia alguna respecto a este tipo de fenómenos. Pertenecían a seis
escuelas diferentes; en todas ellas eran considerados muy inquietos y
especialmente remisos a aceptar normas rígidas de disciplina y conducta. Por
lo demás, fueron catalogados como altamente inteligentes y despiertos.
Aúnque las condiciones familiares variaban de niño a niño, no se observaron
diferencias notables, salvo en una apreciable destreza inicial en cinco niñas y
dos niños con una situación de estabilidad familiar óptima.
APRENDIZAJE INICIAL
Previamente a la iniciación de los experimentos de detección de visión
extraocular, todos los niños recibieron un aprendizaje que duró entre una y tres
jornadas y que se repetía en todas las sesiones de prueba posteriores a las
iniciales. De esta manera, cada niño fue sensibilizado antes y durante todo el
transcurso del experimento, hasta que adquirió una destreza lo suficientemente
automatizada como para no necesitar entrenamiento adicional.
Las características del aprendizaje se explican a continuación en la misma
secuencia en la cual se desarrolló éste.
Con el niño sentado cómodamente con la espalda recta, se efectuaban los tres
ejercicios respiratorios siguientes:
a) Expulsión forzada de aire a través de las fosas nasales durante 60
segundos, con los ojos cerrados, seguida de una concentración de la atención
en el entrecejo durante 20 segundos.
b) Respiración alternada a través de cada uno de los orificios nasales durante
60 segundos, con los ojos cerrados, seguida de concentración de la atención
en el entrecejo durante 20 segundos
c) Inhalación y exhalación forzadas de aire, de forma rítmica y sostenida, hasta
el límite de cada niño.
A continuación, y en la misma postura, el niño practicaba la meditación a partir
de las siguientes instrucciones:
«Con los ojos cerrados, concéntrate en el entrecejo y deja fluir tus
pensamientos sin obstruirlos o controlarlos. Una vez que logres lo anterior,
concéntrate en ti mismo y pregúntate ¿quién soy yo?, sintiéndote a ti mismo.
Mantén tu concentración en ti mismo durante el tiempo que te sea posible.»
La verbalización de las instrucciones anteriores se adecuaba al nivel de
entendimiento de cada niño.
El tiempo total de cada meditación variaba de niño a niño, con un mínimo de 5
a 6 minutos y un máximo de 10 a 13 minutos, aproximadamente.
Una vez logrado el punto anterior, el instructor se sentaba frente al niño y
entrelazaba sus manos con las de este, visualizando una línea de luz que
surgía de las palmas de las manos del niño y terminaba en su cerebro. El
ejercicio continuaba hasta que se mantenía la imagen de la linea de luz
brillante, blanca y sin interrupciones.
En ocasiones se colocó la punta de un cristal de cuarzo sostenido por el
instructor en contacto con el entrecejo del niño o próximo al mismo. Se
descubrió así que este procedimiento mejoraba el aprendizaje y aceleraba el
proceso extraocular.
Después se iniciaba la fase de detección extraocular. Para ello, al niño le
vendaban los ojos utilizando una venda especial totalmente opaca y ajustada a
los párpados, de tal forma que resultaba totalmente imposible la visión
retiniana.
Se ofrecía al niño material gráfico consistente en fotografías de alta calidad en
colores brillantes y con contenidos diversos. El entrenador colocaba una o
ambas manos del niño sobre la fotografía, haciendo contacto dérmico con la
superficie de la misma y le pedía que siguiera su intuición tanto en lo que se
refiere a la exploración dérmica de la fotografía como a la exploración del
contenido mental estimulado por ella.
Luego se le sugería que hiciese una descripción detallada de todas sus
experiencias. Más tarde se le ofrecía retroalimentación verbal acerca de los
detalles de la fotografía y acerca de los puntos de correspondencia entre su
descripción de la figura y el contenido de la misma. Utilizando expresiones
naturales y espontáneas de asombro y gusto, el instructor reforzaba las
correspondencias adecuadas y corregía las inadecuadas.
El proceso de retroalimentación continuaba hasta que el niño mostraba signos
de fatiga o desinterés. En estos últimos casos, el entrenamiento se suspendía
para ser proseguido en otra ocasión. Se estimulaba al niño para utilizar todo
tipo de movimientos con las manos, explorando de esta manera diferentes
posibilidades.
Cuando el niño era capaz de describir sin errores las figuras contenidas en las
fotografías, se le pedía que apartara las manos de la superficie de las mismas y
que intentara visualizar su contenido sin contacto dérmico. Más adelante, se le
enseñaba a realizar movimientos de barrido en el espacio entre su cuerpo y las
fotografias utilizando contracciones rápidas de los dedos de sus manos. Este
procedimiento acentuaba los detalles y mejoraba la focalización, además de la
distancia límite en la que el niño todavía podía distinguir formas sutiles, tales
como letras impresas.
Al niño se le estimulaba, por último, para dejar de utilizar sus manos por
completo y ver directamente los contenidos sin ayuda de movimientos.
Se utilizó una gran cantidad de materiales gráficos: fotografías en color de
paisajes, verduras, frutas y utensilios caseros, libros convencionales con
contenidos lingüísticos y programas de televisión, así como otros niños y
objetos medioambientales. También se pidió a los niños que caminaran por la
escuela (jardín, aulas, etc.) describiendo lo que veían.
GARANTIAS DE VERACIDAD
Un fenómeno tan novedoso y extraño como la visión extraocular requiere (para
poder ser tanto aceptado como demostrado) controles
estrictos acerca de sus características. Aunque no pretendo haber agotado
todas las posibilidades de estudio del fenómeno, si puedo afirmar que no tengo
duda alguna acerca de la existencia del mismo. Bastará mencionar aquí
algunos de los controles realizados para estimular a otros investigadores a que
se interesen en este fenómeno y realicen estudios por su propia cuenta.
La venda utilizada era constantemente examinada con objeto de descartar
cualquier posibilidad de rotura accidental imperceptible que permitiera algún
grado (por mínimo que fuera) de visión retiniana. Nunca se localizó deficiencia
alguna en la venda.
El material ofrecido al niño era continuamente cambiado, de modo que ningún
niño podía predecir el material que se le ofrecería.
Puesto que una de las posibles explicaciones del fenómeno es la de que el
instructor trasmitiera los contenidos utilizando movimientos, sonidos o cualquier
otro medio consciente o inconsciente, se puso especial cuidado en intercalar
contenidos gráficos que el instructor no conocía ni veía durante la presentación.
De la misma manera, se le pedía a otros niños que actuaran como instructores,
variando el contenido de los materiales utilizados. En ningún caso se pudo
demostrar que el instructor mandara mensajes sutiles. Además, puesto que en
los casos de desconocimiento del material esto último resultaba imposible, se
puede descartar el factor de transmisión como explicación del fenómeno.
Cuando el entrenamiento llegaba a la fase de visión directa sin el uso de las
manos, los niños eran introducidos en un sótano totalmente oscuro, en el cual
se les pedía que describiesen objetos. Ninguno de los cuatro testigos utilizados
en este control pudo percibir objeto alguno; en cambio, dos de los niños
entrenados parecían verlos sin dificultad. Este control cuestiona la posibilidad
de que el medio energético decodificado por los niños sea de naturaleza
fotónica , por lo menos en los umbrales de visión retiniana.
El control anterior plantea la cuestión de la sensibilidad extraocular comparada
con la retiniana. Aunque no se realizaron mediciones estrictas de umbrales, se
realizó una prueba de distancia de capacidad de lectura que resultó
enriquecedora. Uno de los niños fue instruido para leer material impreso de
diferentes dimensiones y a diferentes distancias. Con letras de un milímetro de
tamaño, el niño empezó a mostrar dificultades de decodificación extraocular
aproximadamente a los 70 centímetros de distancia sin el uso de barridos
manuales. En este límite, se le sugirió utilizar el barrido; al hacerlo, el niño pudo
leer sin dificultad el material y aun incrementar otros 30 cm. la separación de su
cuerpo con respecto a lo impreso. El mismo niño, el instructor y otros tres niños
mostraron dificultad de lectura retiniana a la misma distancia y con el mismo
tamaño de letras que las utilizadas en la visión extraocular. Esto muestra que
los umbrales entre ambos tipos de visión son similares en lo que se refiere a
tamaño y distancia de los elementos decodificables.
Se utilizó un espejo convencional para estudiar la posibilidad de visión
extraocular de objetos reflejados. Se colocó material impreso en un ángulo de
45 grados con respecto al espejo y se pidió al niño que lo describiera. Este no
solamente describió el material impreso, sino también otros objetos que el
espejo reflejaba y que habían pasado inadvertidos para el investigador. El
control fue concluyente y descarta la posibilidad de que sea un campo térmico
o calorífico el decodificado en la visión extraocular.
Se colocó un vidrio de 5 mm. de espesor entre el material gráfico y el niño. En
todos los casos, la visión extraocular se desarrolló sin dificultades.
En cambio, cuando el material se cubría con una hoja blanca de papel o con
una placa de madera, los niños veían la hoja o la madera y no el material que
éstos ocultaban.
En una ocasión se le pidió a un niño que realizara movimientos manuales de
barrido sobre un material gráfico.
Entre las manos y el cuerpo del niño se colocó una placa de madera, de tal
forma que las manos no fueron obstruidas por ella pero el cuerpo si. El niño fue
incapaz de percibir extraocularmente el material gráfico, pero describió
perfectamente la placa de madera.
Este control demuestra que los mediadores del fenómeno extraocular no son
receptores localizados en las manos, sino que el resto del cuerpo es necesario.
Siguiendo la lógica del control anterior, se decidió explorar las zonas corporales
mediadoras de la visión extraocular. En cinco de los niños se colocó una
pantalla opaca por debajo de sus barbillas durante el ejercicio de la visión
extraocular. En cuatro casos la imagen desapareció. En el caso restante, el
niño siguió percibiendo correctamente la fotografía que se le mostraba, pero
matizada por el color de la pantalla obstructora, que era roja.
Intentando aún una mayor exactitud en la localización de la zona corporal
mediadora de la visión extraocular, se utilizó otro procedimiento más complejo
con uno de los niños más avanzados. Se colocó el cuerpo del niño detrás de
una placa metálica y su cabeza detrás de una de vidrio de 6 milímetros de
espesor, que fue utilizada como ventana para la presentación de impresiones
de color. El niño fue perfectamente vendado, dejando al descubierto su frente,
barbilla, nariz y pómulos. Sus manos y sus brazos fueron obstruidos por la
placa metálica. En estas condiciones el niño describió sin dificultad el material
presentado. Después se cubrió totalmente la frente del niño y se le volvió a
presentar el material; no registró alteración alguna, como tampoco sucedió al
cubrirle los pómulos y la nariz. Sin embargo, al tapar su boca se notó una
franca disminución en la destreza de la detección: el niño comenzó a
manifestar dificultades y a presentar errores. Cuando la barbilla fue cubierta, el
niño dejó completamente de percibir.
No obstante, el caso no es típico ni generalizado. Tanto en el mismo niño como
en otros, la zona crítica variaba con el tiempo, por lo cual no es posible definir
con exactitud la existencia de una zona corporal indispensable y específica
para mediar la visión extraocular. Un ejemplo ilustrativo de lo anterior fue una
niña de 6 años.
Esta niña, extraordinariamente despierta y activa, aprendió a ver
extraocularmente en la segunda sesión de entrenamiento y pronto demostró
una facilidad especial para desenvolverse en esta actividad. Para confirmar
esta circunstancia, se la sometió a diversas pruebas.
En primer lugar, se le presentaron materiales gráficos colocándolos en su
espalda. No solamente logró identificar el material, sino que incluso pudo leer
palabras y frases impresas.
Utilizando unas gafas de bucear de algodón, de tal forma que impedían
totalmente la visión ocular, la niña fue invitada a caminar libremente en un
parque de la ciudad de Méjico describiendo todo lo que lograra ver. Al principio
con cautela pero pronto totalmente desinhibida, la niña recorrió el parque
describiendo los árboles, los bancos, otros niños, los perros, los vendedores
ambulantes y el resto de los elementos sin dificultad. Lo más asombroso de la
experiencia fue no solamente la exactitud y facilidad de la descripción, sino que
ésta reflejaba una percepción omnidireccional. En otras palabras: la niña
describía tanto lo que se encontraba delante como lo que se hallaba detrás de
ella.
VISION INTERNA DEL CUERPO HUMANO
Tanto la niña mencionada en el caso anterior como su hermano aprendieron a
percibir los órganos del interior del cuerpo humano. El entrenamiento fue
enteramente similar al descrito, con la excepción de que el enfoque de la
atención se localizaba no en la superficie, sino en las profundidades del cuerpo.
Ambos niños lograron describir las características especificas y el estado de
alteración en un caso de enfisema pulmonar. Otros tres niños consiguieron
localizar y detallar con exactitud sus dimensiones, fracturas óseas acaecidas
en accidentes de hacía varios años. Las descripciones de las cicatrices en los
huesos coincidieron con las ofrecidas por los accidentados.
Dos niños se ofrecieron para intentar aliviar el dolor y disminuir la infección
ótica de dos adultos. Los niños fueron entrenados para ver el interior del cuerpo
y localizar alteraciones en el mismo. Ambos acertaron al reconocer el oido
izquierdo como infectado en los dos adultos. Dijeron percibir una coloración
extraña en ese oído y procedieron a transformar esa coloración, hasta
acercarla en tinte a la del oído sano. Los adultos mencionaron experimentar
una inmediata mejoría, que duraba un promedio de tres días. Uno de los
adultos (padre de los niños) repitió la operación varias veces, notando en todas
ellas el mismo resultado, con similar duración.
Todos los niños decidieron aprender a utilizar su habilidad extraocular para
percibir zonas corporales afectadas por dolores o alteraciones tisulares. Los
niños lograban describir órganos sin ayuda de ningún manual de anatomía.
Localizaban zonas alteradas de forma espontánea, como si éstas emitieran
señales fácilmente reconocibles y discriminables por ellos. En casos de
infecciones, los niños aprendieron a destruir los agentes patógenos emitiendo
por sus dedos grandes cantidades de energía.
Sobre todo en los niños más pequeños, se apreció un ligero movimiento lateral
de la cabeza, que se inclinaba entre 20º y 30º hacia el lado derecho o izquierdo
en un plano paralelo al del objeto. La impresión que se desprendía a partir del
movimiento de inclinación es que el cuerpo del niño buscaba una interacción
más cercana entre hemisferio derecho o izquierdo y el material por decodificar.
Al inicio del entrenamiento, se comprobó que el niño seguía con los dedos los
contornos de los objetos y de las letras en el momento en el que comenzaba la
descripción. Esta observación se repitió en todos los casos estudiados y
constituyó una evidencia acerca de la existencia de una sabiduría corporal que
después se lograba verbalizar.
CONCLUSIONES
Gran parte de los resultados ya se han descrito en las secciones anteriores.
Por ello, en ésta intentaré realizar una integración de todos los resultados
obtenidos sin detenerme en procedimientos y detalles innecesarios.
El resultado más claro y básico que se desprende de este estudio es que es
posible percibir visualmente sin necesidad de usar los ojos y los receptores
retinianos. La finura del detalle de la visión extraocular parece ser similar al de
la visión retiniana, lo mismo que su fidelidad. La visión extraocular parece ser
capaz de representar un mundo visual enteramente similar al que presenta la
visión retiniana sin la necesidad de utilizar la complejidad colosal de la
estructura retiniana y, presumiblemente, sin la participación de las estructuras
cerebrales comúnmente encargadas de decodificar el mundo visual.
Una de las observaciones más llamativas, y una de las que primero se
evidenciaron, es que los niños que parecían estar más en contacto con ellos
mismos, los más seguros e intensos en su identidad personal, fueron los que
con mayor facilidad adquirieron la visión extraocular.
El fenómeno existe y su desarrollo parece seguir una secuencia lógica y
repetida en los casos estudiados. Los niños que después de su entrenamiento
son enfrentados a un material gráfico al que no tienen acceso visual, utilizan
sus manos y sus dedos para recorrer este material intentando decodificarlo. En
los casos más diestros basta una sesión para que el niño comience a ver
extraocularmente. En los casos comunes, tres sesiones.
En su primera interacción, la mano comienza por barrer la página del papel sin
un plan o esquema predecible hasta que acontece algo que hace que los
contornos de los objetos sean detectados. Si la fotografía contiene uná naranja,
la mano del niño seguirá el contorno de la misma durante algunos segundos,
pero si se le pregunta al niño qué es lo que siente, éste no podrá describir algo
congruente a partir de sus barridos manuales.
Si se le hace notar lo anterior, el niño súbitamente puede darse cuenta de que
debe haber un objeto redondo, pero la visión extraocular sigue sin aparecer.
Pronto, el niño se cansa de sus movimientos y decide dejar de realizarlos.
Permanece quieto con su mano encima del papel, concentrado en sus
sensaciones y con una tendencia a inclinar la cabeza.
En algunos casos, después de esta concentración el fenómeno aparece. En
otros, el niño debe recibir retroalimentación más detallada, para descartar quizá
imágenes sin correspondencia y fortalecer las congruentes con el material real.
De una u otra forma, la visión extraocular aparece siempre en una especie de
salto cuántico cualitativo, desde una casi total incapacidad de detección hasta
una casi total perfección de decodificación.
En realidad, toda la descripción anterior tenía como objeto llamar la atención
acerca de una notable característica del fenómeno de visión extraocular: su
aparición súbita.
Una vez que lo anterior ocurría, el niño era capaz de percibir cualquier material
que se presentase con una exactitud de detalle asombrosa.
Generalmente, la primera sesión en la que aparecía el fenómeno implicaba un
gasto energético muy grande, porque los niños manifestaban signos claros de
cansancio y en algunos casos se quejaban de dolores intensos en los ojos.
Estos dolores y el correspondiente cansancio disminuían a partir de la segunda
detección.
En los casos más avanzados, la visión extraocular dejaba de implicar un gasto
energético excesivo, que el niño era capaz de realizar detecciones sin mayor
preparación y con una total naturalidad y maestría.
Cuando otros niños veían las ejecuciones de sus compañeros manifestaban el
deseo de ejercitarlas por su propia cuenta. Cuando esto sucédia, el proceso de
aparición del fenómeno parecía acelerarse. Con esta puntualización pretendo
señalar que la ausencia de dudas acerca de la veracidad del fenómeno y la
confianza en el instructor ejercieron una influencia beneficiosa.
A continuación describiré una serie de pruebas que se llevaron a cabo para
establecer hasta qué punto sigue la visión extraocular las mismas leyes de
perspectiva y Gestalt que la visión retiniana.
Se pidió a un niño que realizara descripciones de sus experiencias mientras el
material visual se alejaba de su cuerpo, sin que el niño estuviese enterado de
la maniobra. Sin dudarlo, el niño describió un fenómeno de alejamiento y no
uno de reducción de tamaño o de cambio de material. En otras palabras, el
niño percibió correctamente la maniobra tal y como la hubiera detectado con su
visión retiniana.
De la misma forma, en todos los casos en los que se probó a superponer un
objeto al gráfico, los niños pudieron describir correctamente la maniobra.
Cuando se les presentarán objetos en movimiento, también en todos los casos
la detección e interpretación de los mismos fue correcta.
Se experimentó con prácticamente todos los colores del espectro, con diversas
tonalidades de los mismos, y siempre se observó una adecuada descripción de
éstos.
Cada niño manifestaba un estilo personal durante la visión extraocular. Una
niña, por ejemplo, ejecutaba barridos rápidos con sus dedos frente al material
gráfico porque así le era más fácil y su descripción resultaba más exacta. Otro
niño prefería leer palabras y no ver fotografias; otro prefería figuras a material
de lectura. La lectura de palabras se ejercitaba de una forma gradual,
iniciándose con una detección de letras aisladas, y generálmente colocando un
dedo debajo de la letra por leer. Bastaban unos minutos para que el niño
empezara a leer palabras completas, aun en idiomas desconocidos para ellos.
Más adelante la rapidez en la lectura se volvía similar a la usual con visión
retiniana.
Dos excepciones a este último caso fueron la de un niño y una niña que leían
extraocularmente con mayor rapidez que con visión retiniana y que
manifestaban más interés por hacerlo extraocularmente. Este interés se
aprovechó para que progresaran en sus clases de lectura del español.
Uno de los objetivos de este estudio fue el de hallar una manifestación visible
de una capacidad psicofisiológica para motivar a los pequeños a que
aprendieran técnicas de contacto con su verdadera identidad. Por ello, siempre
se enfatizaba la necesidad de realizar meditaciones centradas en la
experiencia del uno mismo y en la pregunta ¿quién soy yo?
En este contexto, manifiesto mi ignorancia acerca de si otros métodos de
entrenamiento pueden ser más efectivos que los empleados en esta
investigación. De hecho, algunos niños se dieron a la tarea de entrenar a sus
amigos, hermanos y conocidos, y de ejercitar sus habilidades por su propia
cuenta, con resultados excelentes.
Una observación interesante se centra sobre la edad más adecuada para
faciliar la visión extraocular. Obviamente, se necesitaría una muestra mucho
mayor que la empleada aquí para contestar la pregunta. Sin embargo, se
pueden desprender algunas conclusiones teniendo en cuenta los intentos
infructuosos que realicé con jóvenes de edad superior a los 16 años y con
adultos todavía mayores. Parece que el fenómeno se va dificultando después
de una edad límite de alrededor de 15 años.
En ocasiones se realizaron meditaciones en grupo en las que se visualizaban
luces y se estimulaba el contacto con uno mismo. La visión extraocular se
facilitaba siempre después de una meditación de este tipo. El fenómeno se
presenta con mayor intensidad y de una forma más clara cuando tanto el niño
como el instructor se encuentran tranquilos, concentrados en sí mismos, en un
nivel en el cual el sí mismo pierde fronteras. En otras palabras, cuando existe
un contacto auténtico con una sensación de identidad que trasciende lo
puramente personal.
Otra observación interesante es que el instructor no necesita visión extraocular
para poderla enseñar.
En muchas ocasiones se les preguntó a los niños acerca de sus experiencias
internas durante la visión extraocular. Algunos de ellos decían que lo que veían
era exactamente igual que lo que percibían normalmente con los ojos abiertos.
En una ocasión, una niña se prestó a ver la televisión con los ojos vendados
describiendo a la perfección lo que sucedía en la pantalla, como si el aparato
estuviese dentro de ella. Otros niños describieron la aparición de una pequeña
pantalla dentro de su mente en la cual aparecían las figuras presentadas.
Ningún niño mencionó que tuviera que crear conscientemente la imagen
extraocular. Más bien, la imagen surgía por sí misma, de la misma forma en la
que nuestras percepciones visuales normales acontecen.
La automatización de la imagen extraocular era clara desde el surgimiento del
fenómeno y no parecía facilitarse, de forma notable, con la práctica. Sin
embargo, lo que si acontecía a medida que el niño utilizaba su habilidad
extraocular era que se estimulaban una serie de fenómenos adyacentes al
extraocular propiamente dicho.
Tales fenómenos ya se han descrito en parte y consistieron en una destreza
que permitía que el niño percibiera los órganos internos del cuerpo a través de
la piel y que detectara zonas corporales dañadas o enfermas revirtiendo sus
síntomas.
El último resultado que me gustaría destacar se refiere a la relación entre el
fenómeno extraocular y los cristales de cuarzo. Basta decir aquí que su efecto
facilitador se observó en por lo menos cinco infantes (tres niñas y dos niños) y
que su descubrimiento fue casual. Una de las niñas del estudio se prestó para
hacer una demostración de su capacidad con un programa de TV, de modo que
se le proyectó una película británica en color, con subtítulos en español. La
niña manifestó cierta dificultad para leer los subtítulos a una distancia de 5
metros de la pantalla, aunque pudo describir los colores de las escenas y la
acción dramatizada. Mencionaba que aparecían lineas y puntos obstructores.
Súbitamente, la niña me solicitó un cristal de cuarzo que llevaba conmigo y que
utilizo en mis meditaciones. Al sostener el cristal con su mano derecha, la niña
afirmó que las lineas y puntos de distracción habían desaparecido, y así pudo
leer fluidamente los subtítulos de la película y describir con todo lujo de detalles
las escenas. El efecto fue tan claro que a partir de ese momento se probó con
otros niños.
Dos niñas aseguraron que el material gráfico que se les presentaba (una serie
de fotografías de paisajes) adquiría tridimensionalidad al ser extraocularmente
percibido, mientras un cristal de cuarzo era sostenido entre sus manos. Era -
afirmaron como si con el cristal estuvieran dentro de la fotografía - en medio del
paisaje - y sin el cristal, fuera de ella, observándola como fotografía
bidimensional.
Por último, dos niños y dos niñas fueron capaces de incrementar la distancia
máxima en la que podían leer material impreso con la ayuda de cristales de
cuarzo.
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