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Foto del escritorAmenhotep VII

La Paradoja del Presente - Byung-Chul Han



Los intervalos o los umbrales forman parte de la topología de la pasión. Son zonas de

olvido, de pérdida, de muerte, de miedo y de angustia, pero también de anhelo, de

esperanza, de aventura, de promesa y de espera. El intervalo, en muchos sentidos,

también es una fuente de sufrimiento y dolor. La pasión recuerda, en su lucha contra

el tiempo, aquello que lo acontecido relega al olvido. La novela sobre el tiempo de

Proust es, visto así, una historia de la pasión. La espera se convierte en pasión cuando

el intervalo temporal que separa el presente del futuro esperado se prolonga en lo

abierto. Provoca sufrimiento cuando el cumplimiento de lo ansiado o prometido, es

decir, el momento de la posesión o de la llegada definitivas, se dilata.

El intervalo temporal se extiende entre dos situaciones o acontecimientos. El

intermedio es un tiempo de transición, en el que uno no se encuentra en una situación

definida. Nada puede definir este «en medio de». El exceso de indefinición genera un

sentimiento de inquietud y angustia, más concretamente, un sentimiento límite

(Schwellengefühl). El paso a lo desconocido inquieta y angustia. En el umbral el

andar vacila. También el recelo forma parte del sentimiento límite. El intermedio que

separa la partida de la llegada es un tiempo indefinido, en el que hay que prever lo

imprevisible. Pero también es el tiempo de la esperanza o de la espera que prepara la

llegada.

El camino que separa el lugar de partida de la meta también es un intervalo. Posee

una semántica rica, como el propio lugar. La peregrinación, por ejemplo, no es un

espacio intermedio vacío que habría que recorrer lo más rápido posible. Es, más bien,

constitutiva de la meta a la que se llega. Estar en camino adquiere aquí una gran

importancia. El caminar apunta a la penitencia, la sanación o el agradecimiento. Es

una plegaria. El peregrinaje no es un mero andar, sino una transición hacia un lugar.

El peregrino se dirige, temporalmente, al futuro, en el que espera la curación. En este

sentido, no es un turista. Este no conoce ninguna transición. En todos los sitios se

trata del aquí y el ahora. El turista no está en camino en sentido estricto. Los caminos

son reducidos a trayectos vacíos que no merecen visita alguna. La totalización del

aquí y el ahora despoja a los espacios intermedios de cualquier semántica. En la

actualidad, esa experiencia se caracteriza por ser muy pobre en transiciones.

Cuando uno se dirige únicamente a un objetivo, el intervalo espacial hasta el

destino solo es un obstáculo que debe superarse lo más rápido posible. La orientación

exclusiva a una meta hace que el espacio intermedio no tenga ninguna importancia, lo

reduce a un pasillo sin valor propio. La aceleración es el intento de hacer desaparecer

el intervalo temporal necesario para la superación del intervalo espacial. Desaparece

la prolífica semántica del camino. Es más, el propio camino desaparece. Este ha

perdido su aroma. La aceleración conlleva un empobrecimiento semántico del

mundo. El tiempo y el espacio ya no tienen demasiada importancia.

Cuando el intervalo espacio-temporal solo está ligado a la negatividad de la

pérdida y el retraso, todos los esfuerzos se concentran en hacer que desaparezca. Las

memorias electrónicas o cualquier otra posibilidad técnica de repetición anulan el

intervalo temporal, que es el responsable del olvido. Hacen que el pasado esté

disponible al momento. Nada debe impedir el acceso instantáneo. Se eliminan los

intervalos, que se oponen a la instantaneidad. La instantaneidad del correo electrónico

se debe a que este acaba con los caminos como intervalos espaciales. Se libera del

propio espacio. Los intervalos son suprimidos en pos de una proximidad y

simultaneidad totales. Se elimina cualquier distancia o lejanía. Se trata de hacer que

todo esté a disposición aquí y ahora. La instantaneidad se convierte en pasión. Todo

lo que no se puede hacer presente no existe. Todo tiene que estar presente. Los

intervalos espaciales y temporales que se oponen al presente son suprimidos. Solo

hay dos estados: nada y presente. Ya no hay intermedio. Pero el Ser es mucho más

que la presencia. La vida humana se empobrece cuando se queda sin cualquier

intermedio. La cultura humana también es rica en intermedios. A menudo, las fiestas

dan forma al intermedio. Como la época de Adviento, que es un entretiempo, un

tiempo de espera.

La totalización del aquí aleja el allí. La proximidad del aquí destruye el aura de la

lejanía. Desaparecen los umbrales que distinguen el allí del aquí, lo invisible de lo

visible, lo desconocido de lo conocido, lo inhóspito de lo familiar. La ausencia de

umbrales conlleva una visibilidad total y una disponibilidad absoluta. El allí se

desvanece en una sucesión ininterrumpida de acontecimientos, sensaciones e

informaciones. Todo está aquí. El allí ya no tiene ninguna importancia. El hombre ya

no es un animal de umbrales. Los umbrales provocan sufrimiento y pasión pero

también hacen feliz.

Los intervalos no funcionan únicamente como retardadores. También tienen como

misión ordenar y articular. Sin intervalos no hay más que una yuxtaposición o un caos

de acontecimientos desarticulados, desorientados. Los intervalos no solo estructuran

la percepción sino también la vida. Las transiciones y los cortes le confieren una

orientación determinada, es decir, un sentido. La desaparición de los intervalos

genera un espacio desorientado (ungerichtet). Al no haber ningún segmento definido,

ninguna fase puede llegar a su final ni integrarse juiciosamente en la siguiente.

Cuando los acontecimientos se relevan rápidamente, tampoco puede surgir la firme

determinación de concluir. En un espacio desorientado, se puede interrumpir la

acción en cualquier momento y comenzar de nuevo. Ante una multitud de

posibilidades de enlace, la conclusión acaba por no tener mucho sentido. Quien llega

a una conclusión, incluso puede quedarse sin conexión. Un espacio formado por

posibilidades de enlace no conoce ninguna continuidad. Aquí se decide

constantemente, y todo el tiempo nuevas aparecen posibilidades, lo que da como

resultado un tiempo discontinuo. No hay decisión que sea definitiva. Cada vez que se

toma una decisión, surgen otras nuevas. El tiempo lineal e irreversible, es decir, el

tiempo del destino, queda superado (aufgehoben).

El espacio de la red tampoco tiene dirección. Es un tejido de posibilidades de

conexión, de links, que en lo fundamental no se distinguen demasiado los unos de los

otros. No hay rumbo, ninguna opción cobra preponderancia absoluta sobre las demás.

En una situación ideal, en cualquier momento se puede producir un cambio de

dirección. Nada tiene un carácter definitivo. Todo está en la cuerda floja. El espacio de

la red no se transita paseando, caminando o marchando, sino surfeando o explorando.

Estas formas de movimiento no tienen dirección. No siguen ningún camino.

El espacio de la red no está formado por fases continuadas y transiciones, sino por

acontecimientos o circunstancias discontinuas. Allí no hay progreso ni desarrollo

alguno. No tiene historia. El tiempo de la red es un tiempo-ahora (Jetzt-Zeit)

discontinuo y puntual. Se va de un link al otro, de un ahora al otro. El ahora no tiene

ninguna duración. No hay nada que incite a detenerse durante mucho tiempo en un

punto del ahora (Jetzt-Stelle). La multitud de posibilidades y alternativas hace que

uno no tenga la obligación ni la necesidad de demorarse en un lugar. Demorarse largo

y tendido solo provocaría aburrimiento.

El final de la condición lineal del mundo no solo genera pérdidas. También hace

que sean posibles y necesarias nuevas formas del Ser y de la percepción. El progreso

deja lugar a una suspensión (Schweben). La percepción cobra sensibilidad ante los

comportamientos no causales. El final de toda linealidad narrativa, que encaja a los

acontecimientos por medio de una estricta selección en una trayectoria estrecha, hace

que sea necesario moverse y orientarse entre una gran espesura de acontecimientos.

El arte y la música actuales también reflejan esta nueva forma de percepción. Las

tensiones estéticas no se crean a partir de un desarrollo narrativo, sino de una

superposición y densificación de acontecimientos.

Si los intervalos se acortan, se acelera la sucesión de acontecimientos. La

densificación de acontecimientos, informaciones e imágenes hace imposible la

demora. El veloz encadenamiento de fragmentos no deja lugar a una demora

contemplativa. Las imágenes, que pasan de manera fugaz por la retina, no logran

captar una atención duradera. Propagan su atractivo visual y se desvanecen. En

contraposición al saber y la experiencia en sentido intenso, las informaciones y los

acontecimientos no tienen un efecto duradero o profundo. La verdad y el

conocimiento, entretanto, suenan arcaicos. Remiten a la duración. La verdad debe

perdurar, pero se disipa en virtud de un presente cada vez más breve. Y el

conocimiento es el resultado de una recolección temporal que incluye el pasado y el

futuro en el presente. Tanto la verdad como el conocimiento se definen por una

extensión temporal.

Los intervalos cada vez más cortos también definen la fabricación de los

productos técnicos o digitales. Hoy en día quedan obsoletos muy rápido. Las nuevas

versiones y modelos hacen que tengan una vida muy breve. El impulso de la novedad

reduce los ciclos de renovación. Ello se debe a que nada es capaz de generar una

duración. No hay ninguna obra, ningún final, solo una sucesión infinita de versiones

y variaciones. También el diseño, como libre juego de formas —en el sentido

kantiano de la belleza «libre», es decir, de la bella apariencia sin sentido profundo,

sin la dimensión trascendental que da lugar a una «satisfacción» desinteresada—,

apunta desde su definición misma a un cambio constante, a una variación constante

que debe servir para activar el ánimo (Gemüt), en otras palabras, mantener la

atención. No hay un sentido que otorgue una duración a la bella apariencia. No hay

un sentido que rija el tiempo.

La retracción del presente no vacía ni diluye el tiempo. La paradoja consiste en

que todo es en un presente simultáneo, todo tiene la posibilidad, o debe tenerla, de ser

ahora. El presente se acorta, pierde la duración. Su marco temporal es cada vez más

pequeño. Todo apremia simultáneamente en el presente. Eso tiene como

consecuencia una aglomeración de imágenes, acontecimientos e informaciones que

hacen imposible cualquier demora contemplativa. Así es como vamos haciendo

zapping por el mundo.


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