Merano, finales de abril de 1920
Querida señora Milena:
Hoy quiero escribir sobre algo distinto, pero no lo consigo. No es que yo lo tome
realmente en serio; si lo hiciera, escribiría de otro modo, pero de vez en cuando
debería haber una tumbona en algún sitio del jardín, esperándola a usted en la
penumbra, y unos diez vasos de leche al alcance de su mano. Podría ser también en
Viena, e incluso ahora, en verano, pero sin hambre ni inquietud. ¿No es eso posible?
¿No hay nadie que lo haga posible? ¿Y qué dice el médico?
Cuando saqué el ejemplar del gran sobre, estaba casi decepcionado. Yo quería
oírla a usted y no esa voz demasiado conocida proveniente de la vieja tumba. ¿Por
qué se ha interpuesto entre nosotros? Hasta que caí en la cuenta de que también había
mediado entre nosotros. Por lo demás es para mí incomprensible que se haya tomado
tanto trabajo y hondamente conmovedor que lo haya hecho con tal fidelidad, frase
tras frase, una fidelidad que nunca habría creído posible en la lengua checa, ni
tampoco la hermosa y natural legitimación con que usted se sirve de ella. ¿Están tan
cerca el alemán y el checo? Pero como quiera que sea, en cualquier caso es un relato
malísimo; con extraordinaria facilidad, querida señora, podría probarle esto casi línea
por línea, aunque la falta de ganas de hacerlo sería un poco más fuerte que las ganas
de probárselo. Que el relato le guste le confiere naturalmente un valor, aunque
enturbia un poco mi imagen del mundo. Pero ni una palabra más sobre esto. Recibirá,
enviado por Wolff, Un médico rural, ya le he escrito.
Entiendo el checo, por supuesto. Ya he querido preguntarle varias veces por qué
no me escribe alguna vez en checo. Desde luego no porque usted no domine el
alemán. Casi siempre lo maneja admirablemente, y cuando alguna vez no lo domina,
el alemán se doblega ante usted por propia voluntad, eso es entonces lo más grato;
eso, un alemán no se atreve a esperarlo de su idioma; no se atreve a escribir de un
modo tan personal. Pero yo quería leer el checo que usted escribe porque es parte de
usted, porque sólo en él está Milena toda ella (la traducción lo confirma), aquí sólo
está la Milena de Viena o la que se prepara para Viena. Así que en checo, por favor. Y
también los ensayos que menciona. Puede que a usted le parezcan pobres, pero
también se ha leído, no sé hasta dónde, ese relato mío tan pobre. Tal vez pueda hacer
yo lo mismo con sus artículos, pero si no pudiera, me quedaría con el mejor de los
prejuicios.
Pregunta por mi compromiso matrimonial. He estado prometido dos veces (si se
quiere, tres, es decir, dos veces con la misma chica); por tanto, tres veces
he estado separado sólo por unos días del matrimonio. Lo primero ya pasó del todo (se casó con otro y hasta me han dicho que tiene un hijito); lo segundo está aún vivo, pero sin
perspectiva de casamiento; por tanto no está vivo, en el fondo, o, mejor dicho, vive
una vida propia a expensas de los seres humanos. En su conjunto he llegado a la
conclusión, en este caso y en otros, de que los hombres tal vez sufran más, o, si uno
quiere verlo así, tienen menos capacidad de resistencia, pero las mujeres siempre
sufren sin culpa, y no en el sentido de que «no tuvo la culpa» sino en el sentido más
propio, que por otra parte aboca quizás al «no tener la culpa». Pero es inútil
reflexionar sobre estas cosas. Es como si uno se empeñara en destruir una sola
caldera del infierno; en primer lugar, no se consigue, y, en segundo lugar, si se
consigue, uno se quema en la masa ardiente que se derrama, y el infierno sigue
existiendo en todo su esplendor. Hay que atacarlo de otro modo.
Pero primero y ante todo, urge tumbarse en un jardín y sacar de esa enfermedad,
sobre todo cuando no es propiamente enfermedad, la mayor dulzura posible. Hay
mucha dulzura en ella.
Suyo FranzK.
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