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Foto del escritorAmenhotep VII

El Concepto Profético de la Paz - Erich Fromm



Aun cuando la paz no significara más que la ausencia de guerra, de odio, de matanza, de locura, haberla alcanzado figuraría entre los logros más elevados que el hombre pueda haberse propuesto. Pero si uno desea comprender de modo específico el concepto profético de paz, entonces deberá avanzar varios pasos y reconocer que tal concepto no puede ser definido sencillamente como la ausencia de guerra, y que en cambio es un concepto filosófico y espiritual. Está basado sobre la idea profética del hombre, de la historia y de la salvación; sus raíces se hallan en la historia de la creación del hombre y su desobediencia a Dios, tal como se refiere en el libro del Génesis, y culmina con el concepto del tiempo mesiánico. Antes de la caída de Adán, es decir, antes de que tuviera razón y conciencia de sí mismo, el hombre vivía en completa armonía con la naturaleza: «Y estaban desnudos, el hombre y su mujer, y no se avergonzaban». Estaban separados, pero no se percataban de ello. El primer acto de desobediencia, que es también el comienzo de la libertad humana, «abre sus ojos», el hombre sabe cómo juzgar el bien y el mal, ha tomado conciencia de sí mismo y de su semejante. La historia humana ha comenzado. Pero Dios maldice al hombre por su desobediencia. ¿Cuál es la maldición? Se proclama la enemistad y lucha entre hombre y animal («y pondré enemistad entre ti [la serpiente] y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; ésta te quebrará la cabeza y tú le quebrarás la cola»), entre el hombre y la tierra («maldita sea la tierra por tu causa; con trabajo comerás de ella todos los días de tu vida; y te producirá espinos y abrojos, y comerás de las plantas del campo; con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra»), entre el hombre y la mujer («y a tu marido estará sujeta tu voluntad, y él será tu señor»), entre la mujer y su propia función natural («con dolor parirás tus hijos»). La armonía original y preindividualista había sido reemplazada por el conflicto y la lucha. El hombre debe vivirse a sí mismo como un extraño en el mundo, como ajeno a sí mismo y a la naturaleza, para poder volver a ser uno consigo mismo, con sus semejantes y con la naturaleza. Debe tener conciencia de la escisión que hay entre él como sujeto y el mundo como objeto, como condición para vencer esta misma escisión. Su primer pecado, la desobediencia, es el primer acto de libertad; es el comienzo de la historia humana. Es en la historia donde el hombre se desarrolla, evoluciona, emerge. Desarrolla su razón y su capacidad de amar. Él se crea a sí mismo en el proceso histórico que comenzó con su primer acto de libertad, que fue la libertad para desobedecer, para decir «no». ¿Cuál es, de acuerdo con el Antiguo Testamento, el papel de Dios en este proceso histórico? Como punto primero y más importante, Dios no interfiere en la historia del hombre por un acto de gracia, no cambia la naturaleza del hombre, no cambia su corazón. (Aquí reside la diferencia básica que existe entre el concepto profético de salvación y el cristiano). El hombre está corrompido porque está enajenado y no ha superado su enajenación. Pero su «corrupción» reside en la naturaleza misma de la existencia humana, y es el hombre mismo, y no Dios, quien puede superar la enajenación logrando una nueva armonía. De acuerdo con el pensamiento del Antiguo Testamento, el papel de Dios en la historia se limita al envío de mensajeros, los profetas, quienes:

1) Le muestran al hombre una nueva meta espiritual;

2) Le muestran al hombre las alternativas entre las que debe elegir; 3) Protestan contra todos los actos y actitudes que hacen que el hombre se pierda a sí mismo y pierda también el camino de la salvación. Sin embargo, el hombre tiene libertad para actuar; es propio de él decidir. Tiene ante sí la posibilidad de elegir entre bendición y maldición, vida y muerte. Dios tiene la esperanza de que elija la vida, pero Dios no salva al hombre por un acto de gracia. Este principio aparece claramente expresado en lo que se dice de la actitud de Dios cuando los hebreos piden a Samuel que les dé un rey: Por lo cual se reunieron todos los ancianos de Israel; y llegándose a Samuel en Ramá le dijeron: He aquí que tú eres ya viejo; y tus hijos no andan en tus caminos. Ahora pues, pon sobre nosotros un rey que nos juzgue como es usanza de todas las naciones. Pero disgustóle a Samuel la propuesta, cuando le dijeron: Danos un rey que nos juzgue; y oró Samuel a Jehová. Y Jehová le respondió a Samuel: Oye la voz del pueblo en todo cuanto te dijeren; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que yo no reine sobre ellos. Conforme a todas las obras que han hecho desde el día que los hice subir de Egipto hasta este día, dejándome a mí y sirviendo a otros dioses, así también van haciendo contigo. Ahora pues, oye su voz; esto no obstante, protesta solemnemente contra ellos, y pon delante de ellos lo que será el uso del rey que va a reinar sobre ellos. Samuel pues refirió al pueblo que le había pedido un rey, todas las palabras de Jehová; y les dijo: Éste será el uso del rey que va a reinar sobre vosotros. A vuestros hijos los tomará y los pondrá en sus carros de guerra y en sus caballerías, y correrán delante de sus carros; y los constituirá jefes de miles y jefes de cincuentenas; los pondrá también a arar sus tierras, y a segar sus campos, y a hacer sus instrumentos de guerra y los pertrechos de sus carros. Además, de entre vuestras hijas tomará para perfumistas y para cocineras y para panaderas. Asimismo vuestros campos y vuestras viñas y vuestros olivares, los mejores de ellos, él los tomará para dárselos a sus siervos. Y diezmará vuestra simiente y el producto de vuestras viñas, para darlo a sus camareros y a sus siervos. Tomará también a vuestros siervos y a vuestras siervas, y a los más escogidos de vuestros mancebos, y a vuestros asnos, y los ocupará en sus labores. Diezmará vuestro ganado; en fin, vosotros seréis siervos suyos. Y clamaréis en aquel día a causa de vuestro rey que os habéis escogido; y Jehová no os responderá en aquel día. El pueblo empero rehusó escuchar la voz de Samuel, y dijeron: No, sino que ha de haber rey sobre nosotros; para que seamos nosotros también como todas las demás naciones; y para que nos juzgue nuestro rey, y salga al frente de nosotros para pelear nuestras batallas. Y oyó Samuel todas las palabras del pueblo y refiriólas en oídos de Jehová. Y Jehová dijo a Samuel: Escucha su voz y constitúyeles un rey. Y Samuel dijo a los hombres de Israel: Id cada cual a su ciudad. (19 de Samuel. 8:4-22). Todo lo que Samuel puede hacer es «escuchar su voz», protestar, y mostrarles las consecuencias de su acción. Si a pesar de ello el pueblo se decide por un reino, la decisión es de ellos y será su responsabilidad. Este principio se muestra también muy claramente en la historia bíblica de la liberación de Egipto. Ciertamente, Dios le enseña a Moisés a efectuar algunos milagros. Sin embargo, estos milagros no son esencialmente diferentes de los que podían hacer los magos egipcios. Están claramente destinados a aumentar el prestigio de Moisés a los ojos del faraón y de su propio pueblo; son concesiones hechas a Moisés debido a su temor de que la gente no comprendiera su mensaje puro, proveniente de un Dios que no tenía nombre. En el punto esencial, sin embargo, a fin de preparar al pueblo —o al faraón— para la libertad, Dios no interfiere de ningún modo. El faraón sigue como es; por lo tanto, empeora y su corazón se «endurece»; los hebreos no cambian tampoco. Una y otra vez intentan huir de la libertad, para volver a la esclavitud y seguridad egipcias. Dios no cambia su corazón, ni cambia el corazón del faraón. Deja al hombre solo: le deja hacer su historia, le deja labrarse su propia salvación. El primer acto de libertad del hombre es un acto de desobediencia; con este acto trasciende su unidad original con la naturaleza, toma conciencia de sí mismo y de su prójimo y del enajenamiento de ambos. En el proceso histórico el hombre se crea a sí mismo. Crece teniendo conciencia de sí mismo, crece en amor, en justicia, y una vez que ha alcanzado la meta de la captación plena del mundo con su propia fuerza de razón y amor, se ha hecho uno otra vez, ha deshecho el «pecado» original, ha retornado al Paraíso, pero en el nuevo nivel de independencia e individualización humanas. Si bien el hombre ha «pecado» por el acto de desobediencia, su pecado se justifica en el proceso histórico. No padece una corrupción de su substancia, sino que su mismo pecado es el comienzo de un proceso dialéctico que termina con su autocreación y autosalvación. Este completamiento de su autocreación, el fin de la historia de lucha y conflicto y el comienzo de una nueva historia de armonía y unión reciben el nombre de «tiempo mesiánico», «el fin de los días», etcétera. Es el Mesías, no el salvador. No es enviado por Dios para salvar al pueblo o cambiar su substancia corrompida. El Mesías es símbolo del propio logro del hombre. Cuando el hombre haya alcanzado la unión, cuando esté listo, entonces aparecerá el Mesías. El Mesías es el Hijo de Dios, en el mismo grado en que todo hombre es una criatura de Dios; es el rey ungido que representa la nueva época de la historia. La visión profética del tiempo mesiánico comprende la armonía entre hombre y hombre, hombre y mujer, hombre y naturaleza. La nueva armonía es diferente de aquélla del Paraíso. Se puede alcanzar sólo si el hombre se desarrolla plenamente hasta llegar a ser verdaderamente humano; si es capaz de amar, si sabe la verdad y hace justicia, si desarrolla la fuerza de su razón hasta un punto que lo libere de la esclavitud del hombre y de la esclavitud de las pasiones irracionales. En las descripciones proféticas abundan símbolos de la idea de la nueva armonía. La tierra será otra vez fértil, las espadas se convertirán en rejas de arado, el león y el cordero vivirán juntos y en paz, no habrá más guerras, toda la humanidad vivirá unida en verdad y amor. La paz, en la visión profética, es uno de los aspectos de la era mesiánica; cuando el hombre haya superado la escisión que lo separa de sus semejantes y de la naturaleza, entonces se hallará por cierto en paz con aquellos de quienes estaba separado. Para poder tener paz, el hombre debe hallar la «expiación»; la paz es el resultado de una transformación del hombre en la que la unión ha tomado el lugar de la alienación. De allí que la idea de paz, dentro del concepto profético, no pueda ser separada de la idea de que el hombre tome conciencia de su humanidad. La paz es algo más que una condición de ausencia de guerra; es armonía y unión entre los hombres, es haber superado la separación y la alienación. El concepto profético de paz trasciende el reino de las relaciones humanas; la nueva armonía se da también entre el hombre y la naturaleza. La paz entre hombre y naturaleza es armonía entre hombre y naturaleza. Así hombre y naturaleza dejan de estar escindidos: el hombre no está amenazado por la naturaleza ni determinado a dominarla. El hombre se hace natural, y la naturaleza se hace humana. Dejan de ser oponentes y se convierten en uno solo. El hombre está a su gusto en el mundo natural, y la naturaleza entra a formar parte del mundo humano. Tal es la paz en el sentido profético. (La palabra hebrea para decir paz, shalom, que podría ser traducida como «plenitud» o «bienestar», apunta en la misma dirección). Los conceptos de era mesiánica y de paz mesiánica difieren, por supuesto, según las diversas fuentes proféticas. No es nuestra finalidad entrar aquí en los detalles de tales diferencias. Será suficiente mostrar, con ayuda de unos pocos ejemplos característicos, diversos aspectos de la idea del tiempo mesiánico, vinculados a la idea de paz. Isaías describe así la idea de tiempo mesiánico, como el estado del hombre en paz con la naturaleza y el fin de toda destrucción:

Y habitará el lobo con el cordero, y el leopardo sesteará junto con el cabrito, también el becerro y el leoncillo y el lechón andarán juntos, y un niñito los conducirá. Asimismo la vaca y la osa pacerán; y sus crías yacerán juntas; y el león comerá paja como el buey. Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado pondrá su mano sobre la madriguera de la víbora. No dañarán ni destruirán en todo mi santo monte; porque estará la tierra llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar. (Isaías, 11:6-9). La idea de la nueva armonía del hombre con la naturaleza en la era mesiánica significa no sólo el fin de la lucha del hombre contra la naturaleza sino también que la naturaleza no se apartará del hombre, convirtiéndose en cambio en la madre que es todo amor y alimento. Dentro del hombre la naturaleza dejará de ser lisiada, y fuera de él dejará de ser estéril. Tal como dijo Isaías: Entonces serán abiertos los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos serán destapados. Entonces el cojo saltará como ciervo, y cantará la lengua del mudo, porque revientan aguas en el desierto y arroyos en el yermo. Y el espejismo se convertirá en laguna verdadera y la tierra sedienta en fuentes de agua; en la habitación de chacales, donde éstos se duermen, habrá criaderos de cañas y de juncos. Y habrá allí una calzada y camino, que será llamado camino de Santidad; no lo transitará el inmundo; sino que Él mismo estará con ellos; el que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará. Ningún león estará allí, ni bestia feroz subirá por él, ni será allí hallada, mas los redimidos andarán allí. Y los rescatados de Jehová volverán, y vendrán a Sión con canciones; y regocijo eterno estará sobre sus cabezas; alegría y regocijo recibirán, y huirán el dolor y el gemido. (Isaías, 35:5-10). O tal como lo expresa el segundo Isaías: Pues he aquí que voy a hacer una cosa nueva, ahora saldrá a luz, ¿no lo habéis de conocer vosotros? Sí, voy a proveer caminos en el desierto, y ríos en el yermo. Las fieras del campo me honrarán, y los chacales y los avestruces; por cuanto proveo aguas en el desierto y ríos en el yermo, para dar de beber a mi pueblo escogido. (Isaías, 43:19-20). La idea de la nueva unión entre hombre y hombre, donde habrán desaparecido la enajenación y la destructividad, se expresa en las siguientes palabras de Miqueas: Y juzgará entre muchos pueblos, y reprenderá a fuertes naciones, hasta en tierras lejanas; y ellas forjarán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no levantarán espada nación contra nación, ni aprenderán más las guerras. Y se sentarán cada cual debajo de su parra, y debajo de su higuera, y no habrá quien los espante: porque la boca de Jehová de los Ejércitos lo ha dicho. Porque todos los pueblos andan cada cual en el nombre de su dios; y nosotros andaremos en el nombre de Jehová, el Dios nuestro, para siempre y eternamente. (Miqueas, 4:3-5). Además, en el concepto mesiánico, el hombre no sólo dejará de destruir al hombre. Habrá superado la experiencia de separación entre una nación y otra. Una vez que haya alcanzado la plena estatura humana, el extraño ya no será un extraño, y el hombre dejará de ser un extraño para sí mismo. La ilusión de la diferencia entre naciones desaparecerá: ya no habrá más pueblos elegidos. Tales las palabras del profeta Amos: ¿Acaso no sois vosotros como los hijos de los etíopes, oh hijos de Israel? dice Jehová. ¿No hice subir yo a Israel de la tierra de Egipto, y a los filisteos de Caftor, y a los sirios de Kir? (Amos, 9:7). También Isaías expresa hermosamente la misma idea de que todas las naciones son amadas igualmente por Dios y de que ya no hay hijos favoritos: En aquel día habrá un camino real de Egipto a Asiría; y el asirio entrará en Egipto y el egipcio en Asiria; y los egipcios darán culto a Jehová juntamente con los asirios. En aquel día será Israel el tercero con Egipto y con Asiria, una bendición en medio de la tierra; a quienes Jehová de los ejércitos bendecirá diciendo: Bendito sea Egipto, pueblo mío, y Asiria, obra de mis manos, e Israel, herencia mía. (Isaías, 19:23-25). Para resumir, la idea profética de paz es parte de todo el concepto histórico y religioso de los profetas, que culmina con la idea que tienen del tiempo mesiánico; la paz entre hombre y hombre y entre hombre y naturaleza es algo más que la ausencia de lucha; es el logro de una armonía y unión verdaderas, es la experiencia de la expiación y redención, de ser uno con el mundo y dentro de uno mismo; es el fin de la alienación, el retorno del hombre a sí mismo.

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