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Foto del escritorAmenhotep VII

Dios en el Mundo - Aldous Huxley



La Mente no es otra que el Buda, y Buda no es otro que ser

sensible. Cuando la Mente asume la forma de un ser sensible, no

ha sufrido mengua; cuando se ha tornado un Buda, no ha

añadido nada a sí misma.


Huang Po


Todas las criaturas han existido eternamente en la esencia

divina, como en su modelo. En cuanto concuerda con la divina

idea, todo ser, antes de su creación, fue uno con la esencia de

Dios. (Dios crea para el tiempo lo que era y es en la eternidad)

Eternamente, todas las criaturas son Dios en Dios... En cuanto son

en Dios, son la misma vida, la misma esencia, el mismo poder, el

mismo Uno, y nada menos.


Suso


La imagen de Dios se halla esencial y personalmente en toda la

humanidad. Cada uno la posee completa, entera e individida, y

todos juntos no más que uno solo. De este modo todos somos uno,

íntimamente unidos en nuestra eterna imagen, que es la imagen de

Dios y la fuente en nosotros de toda nuestra vida. Nuestra creada

esencia y nuestra vida están ligadas a ella sin mediación en cuanto

a su causa eterna.


Ruysbroeck


Dios, en su simple sustancia, está todo igualmente en todas

partes; sin embargo, en la eficacia está en las criaturas racionales

de modo diferente que en las irracionales, y en las criaturas

racionales buenas de otro modo que en las malas. Está en las

irracionales de modo que no es comprendido por ellas; por todas

las racionales, sin embargo, puede ser comprendido por el

conocimiento; pero sólo por las buenas puede ser comprendido

también por el amor.


San Bernardo


¿Cuándo está el hombre en mero entendimiento? Contesto:

"Cuando el hombre ve una cosa aparte de otra." ¿Y cuándo está el

hombre por encima del mero entendimiento? Voy a decíroslo:

"Cuando el hombre ve Todo en todos, entonces está el hombre más

allá del mero entendimiento."


Eckhart


Hay cuatro clases de Dhyana (disciplinas espirituales). ¿Cuáles

son? Son, primero, la Dhyana practicada por los ignorantes;

segundo, la Dhyana dedicada a examinar el sentido; tercero, la

Dhyana cuyo objeto es la Talidad; cuarto, la Dhyana de los

Tathagatas (Budas).

¿Qué quiere decir la Dhyana practicada por los ignorantes? Es

aquella a la cual recurren los yoguis que se ejercitan en las

disciplinas de Sravakas y Pratyekabudas (contemplativos y

"Budas solitarios" de la escuela hinayánica), los cuales, percibiendo

que no existe sustancia del yo, que el cuerpo es una sombra y un

esqueleto transitorio impuro y lleno de sufrimiento, se adhieren con

persistencia a estas nociones, que son consideradas así y no de

otro modo, y, partiendo de ellas, avanzan por etapas hasta

alcanzar la cesación, donde no hay pensamientos. Ésta es la que se

llama Dhyana de los ignorantes.

¿Cuál, pues, es la Dhyana dedicada al examen del sentido? Es

la practicada por aquellos que, habiendo ido más allá de la

inexistencia del yo en las cosas, más allá de lo individual y lo

general, más allá de lo insostenible de ideas tales como "yo", "otro"

y "ambos", sostenidas por los filósofos, proceden a examinar y

seguir el significado de diversos aspectos de la condición de

Bodhisattva. Esta es la Dhyana dedicada a examinar el sentido.

¿Cuál es la Dhyana con Tachata (o Talidad) por objeto? Cuando

el yogui reconoce que la distinción de las dos formas de inexistencia

del yo es mera imaginación y que cuando se establece en la

realidad de la Talidad no surgen distinciones, tenemos lo que yo

llamo la Dhyana con la Talidad por objeto.

¿Cuál es la Dhyana del Tathagata? Cuando el yogui, entrando en

la etapa de la Tathagatidad y viviendo en la triple bienaventuranza

que caracteriza el advertimiento de sí mismo alcanzado por noble

sabiduría, se dedica, por amor a todos los seres, al cumplimiento de

obras incomprensibles, tenemos lo que yo llamo la Dhyana del

Tathagata.


Lankavatara Sutra



Cuando los seguidores del Zen no consiguen ir más allá del

mundo de sus sentidos y pensamientos, todos sus actos y

movimientos carecen de importancia. Pero cuando los sentidos y

pensamientos son aniquilados, quedan atascados todos los pasos

al Espíritu Universal y no hay entonces entrada posible. La Mente

original debe reconocerse durante el funcionamiento de sentidos

y pensamientos; pero no pertenece a ellos ni, tampoco, es

independiente de ellos. No construyas tus opiniones sobre tus

sentidos y pensamientos, no fundas tu comprensión en tus

sentidos y pensamientos; pero al mismo tiempo no busques a la

Mente lejos de tus sentidos y pensamientos, no intentes asir la

Realidad rechazando tus sentidos y pensamientos. Cuando no

estás ligado a ellos ni desprendido de ellos, entonces gozas de

perfecta libertad inobstruida, entonces tienes tu sede de

iluminación.


Huang Po



Todo ser individual, desde el átomo al más organizado de los seres vivientes y a la más exaltada de las mentes finitas, puede considerarse, según la frase de Rene Guénon, como un punto en que un rayo de la Divinidad primordial encuentra a una de las diferenciadas caricaturescas emanaciones de la energía creadora de esa misma Divinidad. La criatura, como criatura, puede estar muy lejos de Dios, en el sentido de que carece de la inteligencia necesaria para descubrir la naturaleza de la Base divina de su ser. Pero la criatura en su eterna esencia —como lugar de encuentro entre su condición de criatura y la Divinidad primordial— es uno del infinito número de puntos en que la Realidad divina está entera y eternamente presente. Por ello los seres racionales pueden alcanzar el conocimiento unitivo de la Base divina, los seres no racionales y los inanimados pueden revelar a los racionales la plenitud de la presencia de Dios dentro de sus formas materiales. La visión del poeta o el pintor de lo divino en la naturaleza, la conciencia que el adorador tiene de una presencia sagrada en el sacramento, símbolo o imagen, no son enteramente subjetivos. Cierto que tales percepciones no son posibles a todos los perceptores, pues el conocimiento es una función del ser, pero lo conocido es independiente del modo y carácter del conociente. Lo que el poeta y el pintor ven, e intentan registrar para nosotros, está allí realmente, esperando ser aprehendido por alguien que tenga las facultades adecuadas. Análogamente, en la imagen o el objeto sacramental la divina Base está totalmente presente. La fe y la devoción preparan el espíritu del fiel para que perciba el rayo de Divinidad en su punto de intersección con el concreto fragmento de materia que tiene ante sí. Incidentalmente, por ser adorados, tales símbolos se convierten en centros de un campo de fuerzas. Los anhelos, emociones e imaginaciones de los que se arrodillan y, durante generaciones, se han arrodillado ante el altar, crean, por así decirlo, un duradero vórtice en el medio psíquico, de modo que la imagen vive con una secundaria, inferior vida divina, proyectada en ella por sus adoradores, además de la primaria vida divina que, en común con todos los demás seres animados e inanimados, posee en virtud de su relación con la Base divina. La experiencia religiosa de los sacramentistas y adoradores de imágenes puede ser perfectamente genuina y objetiva, pero no es siempre o necesariamente una experiencia de Dios o la Divinidad. Puede ser, y quizá en los más de los casos, realmente sea, una experiencia del campo de fuerza engendrado por las mentes de pasados y presentes adoradores y proyectada en el objeto sacramental, al que se adhiere, por así decirlo, en una condición que podría llamarse de objetividad de segunda mano, esperando ser percibida por espíritus adecuadamente afinados a ella. En otra sección habremos de discutir hasta qué punto es realmente deseable esta clase de experiencia. Basta decir aquí que el desdén del iconoclasta por los sacramentos y símbolos, por considerarlos mera mojiganga de palo y piedra, es completamente injustificado.


Dudaban los obreros entretanto de hacerme

abrevadero de jumento y, en fin, se resolvieron por un

santo. Por esto al gran Loyola represento.


El protestantismo satírico olvidó que Dios no está menos en el abrevadero que en la imagen convencionalmen-te sagrada. "Levanta la piedra y me encontrarás —afirma la más conocida de las Oxyrhíncou Lógia de Jesús—, hiende la madera y allí estoy." Los que personal e inmediatamente han advertido la verdad de este dicho y, junto con ella, la verdad del "Eso eres tú" del brahmanismo están completamente libertados.


El Sravaka (literalmente "oyente", nombre dado por los

budistas mahayánicos a los contemplativos de la escuela del

Hinayana) no consigue percibir que la Mente, tal como es en sí

misma, no tiene etapas, ni obedece a causalidad. Disciplinándose

en la causa, alcanzó el resultado y mora en el samadhi

(contemplación) del Vacío por incontables edades. Por esclarecido

que de tal modo sea, el Sravaka no está en el sendero adecuado.

Desde el punto de vista del Bodhisattva, esto es como sufrir la

tortura del infierno. El Sravaka se enterró en el Vacío y no sabe

cómo salir de su quieta contemplación, pues no llega a penetrar

en la naturaleza misma del Buda.


Mo Tsu


Cuando la Iluminación es cabal, el Bodhisattva se halla libre

de la servidumbre de las cosas, pero no procura ser librado de las

cosas. El Samsara (el mundo del devenir) no es odiado por él, ni

amado el Nirvana. Cuando brilla la Iluminación perfecta, no es

servidumbre ni liberación.


Prunabuddha-sutra


El toque de la Tierra es siempre refortalecedor para el hijo de la

Tierra, hasta cuando busca un Conocimiento suprafísico. Aun

podría decirse que lo suprafísico sólo puede ser dominado en su

plenitud —siempre podemos alcanzar sus cumbres— cuando

mantenemos los pies firmemente en lo físico. "La Tierra es Su

escabel"—dice el Upanishad, siempre que imagina el Yo que se

manifiesta en el Universo.


Sri Aurobindo


"Siempre podemos alcanzar sus cumbres." Para aquellos de nosotros que todavía estamos chapoteando en el limo inferior, la frase tiene un retintín irónico. Sin embargo, a la luz de aun una remota vislumbre de las cumbres y la plenitud, es posible comprender lo que quiere decir su autor. Descubrir el Reino de Dios exclusivamente dentro de uno mismo es más fácil que descubrirlo, no sólo ahí, sino también en el mundo exterior de las mentes, cosas y criaturas vivientes. Es más fácil porque las cumbres interiores se revelan a aquellos que están dispuestos a excluir de su alcance todo lo que está fuera. Y aunque esta exclusión pueda ser un proceso doloroso y mortificante, es sin duda menos arduo que el proceso de inclusión, por el cual llegamos a conocer, no sólo las alturas, sino también la plenitud de la vida espiritual. Cuando hay exclusiva concentración en las cumbres interiores, se evitan las tentaciones y distracciones y hay negación y supresión generales. Pero cuando se espera conocer a Dios inclusivamente, advertir la divina Base así en el mundo como en el alma, las tentaciones y distracciones no deben evitarse, sino que hay que sufrirlas y usarlas como ocasiones de adelanto; no deben suprimirse las actividades dirigidas hacia fuera, sino que deben transformarse de tal modo que se conviertan en sacramentales. La mortificación se vuelve más penetrante y más sutil; es necesario un incesante alerta y, en los planos del pensamiento, el sentimiento y la conducta, el ejercicio de algo parecido al tacto y buen gusto del artista. En la literatura del budismo mahayánico, y especialmente del Zen, hallamos la mejor exposición de la psicología del hombre para el cual Samsara y Nirvana, el tiempo y la eternidad son una y la misma cosa. Más sistemáticamente quizá que ninguna otra religión, el budismo del Extremo Oriente enseña el camino que conduce al conocimiento espiritual así en su plenitud como en sus alturas, así en el mundo y a su través como dentro y a través del alma. A este respecto, podemos señalar un hecho muy significativo, a saber, que la incomparable pintura de paisajes de la China y el Japón era esencialmente un arte religioso, inspirado en el taoísmo y el budismo del Zen; en Europa, por el contrario, la pintura de paisajes y la poesía del "culto de la naturaleza" fueron artes seculares que surgieron cuando el cristianismo declinaba y hallaban poca o ninguna inspiración en los ideales cristianos.


"¡Ciego, sordo, mudo! ¡Infinitamente fuera del alcance de toda traza imaginativa!"

En estos versos Seccho lo barrió todo ante vosotros; lo que veis junto con lo que no veis, lo que oís con lo que no oís, y lo que habláis junto con lo de que no podéis hablar. Todo esto es quitado, y así alcanzáis la vida del ciego, sordo y mudo. Aquí todas vuestras imaginaciones, trazas y cálculos terminan de una vez por todas. Aquí está el punto más alto del Zen, aquí tenemos la verdadera ceguera, la verdadera sordera y la verdadera mudez, cada una en su aspecto simple e ineficaz.


"¡Por encima de los cielos y por debajo de los cielos! ¡Cuan ridículo, cuan descorazonador!"

Aquí Seccho levanta con una mano y baja con la otra. Decidme lo que encuentra ridículo, lo que encuentra descorazonador. Es ridículo que este mudo no sea mudo al fin y al cabo, que este sordo no sea, al fin y al cabo, sordo; es descorazonador que aquel que no es nada ciego sea ciego sin embargo, y que aquel que no es nada sordo, sea, con todo, sordo.


"Li-lou no sabe distinguir acertadamente el color." Li-lou vivía en el reinado del emperador Huang. Se dice que era capaz de distinguir la punta de un fino cabello a la distancia de cien pasos. Su vista era extraordinaria. Mientras el emperador Huang hacía un viaje de recreo por el río Ch'ih, se le cayó al agua su preciosa joya y dijo a Li que la buscase. Pero Li fracasó. El emperador hizo que la buscase Ch'ih-Kou, pero éste también fracasó. Más tarde se mandó a Hsiang-wang que la buscase y éste la encontró. Por tanto: "Cuando Hsiang-wang baja, la preciosa gema da su mejor brillo; mas cuando pasa Li-lou, las olas se elevan hasta el cielo." Cuando llegamos a estas esferas superiores, aun los ojos de Li-lou son incapaces de distinguir acertadamente el color. "¿Cómo puede Shih-kuang reconocer la misteriosa tonada?" Shih-kuang era hijo de Ching-kuang de Chin, de la provincia de Chiang, bajo la dinastía Chou. Su otro nombre era Tzu-yeh. Podía distinguir claramente los cinco sones y las seis notas; hasta llegaba a oír las hormigas que luchaban al otro lado de una colina. Cuando Chin y Ch'u guerreaban, Shih-kuang podía distinguir, sólo con tener suavemente las cuerdas de su laúd, que el combate sería sin duda desfavorable a Ch'u. Pese a su extraordinaria sensibilidad, Seccho declara que es incapaz de reconocer la misteriosa tonada. Después de todo, uno que no es nada sordo es realmente sordo. La nota más exquisita de las esferas superiores está fuera del alcance del oído de Shih-kuang. Dice Seccho: no quiero ser un Li-lou ni un Shih-kuang; pues:

"¿Qué vida puede compararse con ésta? Sentado tranquilamente junto a mi ventana, veo caer las hojas y abrirse las flores, mientras las estaciones pasan."


Cuando se alcanza esta etapa de advertimiento, ver es no ver; oír, no oír; predicar, no predicar. Hambriento, se come, cansado, se duerme. Caigan las hojas, ábranse las flores cuando quieran. Cuando las hojas caen, sé que llegó el otoño; cuando florece, sé que es la primavera. Después de barrerlo todo ante vosotros, Seccho abre camino, diciendo: "¿Comprendéis o no? ¡Una barra de hierro sin agujero alguno!" Hizo todo cuanto pudo por vosotros; está exhausto, sólo capaz de darse vuelta para regalarte esta barra de hierro sin agujero. Es una expresión muy significativa. ¡Mirad y ved con vuestros propios ojos! Si vaciláis, erráis el blanco para siempre. Yengo (el autor de este comentario) levantó entonces su vara y dijo: "¿Veis?" Golpeó luego su silla y dijo: "¿Oís?" Bajando de la silla dijo: "¿Se habló de algo?" ¿Cuál es precisamente la significación de esa barra de hierro sin agujero? No pretendo saberlo. El Zen se ha especializado siempre en lo sin sentido como medio de estimular la mente a avanzar hacia lo que está más allá de lo sensato; quizá, pues, la punta de la barra está en su falta de punta y en nuestra turbada, desconcertada reacción ante esta falta.


En la raíz la Sabiduría divina es toda Brahm; en el tallo es toda

Ilusión; en la flor es toda Mundo; y en el fruto, toda Salvación.


Tantra Tattua


Los Sravakas y los Pratyekabudas, cuando alcanzan la octava

etapa de la disciplina del Bodhisattva, se embriagan de tal modo

con la felicidad de la tranquilidad mental que dejan de advertir que

el mundo visible no es nada más que la Mente. Se hallan todavía

en el reino de la individuación; su penetración no es todavía pura.

Los Bodhisattvas, por otra parte, están alerta hacia sus votos

originales, valorando el amor, que todo lo abarca, de su corazón.

No entran en el Nirvana (como estado separado del mundo del

devenir); saben que el mundo visible no es sino una manifestación

de la Mente misma.


Condensado del Lankavatara Sutra


Sólo un ser consciente comprende lo que se expresa por el

movimiento;

para los que no están dotados de conciencia, el movimiento

es incomprensible.

Si te ejercitas en la práctica de mantener inmóvil tu mente, la

inmovilidad que ganas es la del que no tiene conciencia.

Si deseas la verdadera inmovilidad,

la inmovilidad se encuentra en el movimiento mismo,

y esta inmovilidad es la realmente inmóvil.

No hay simiente de Talidad donde no hay conciencia.

Observa bien cuan variados son los aspectos del inmóvil, y sabe

que es inmóvil la primera realidad.

Sólo cuando esta realidad es alcanzada

se comprende la verdadera operación de la Talidad.


Hui Neng


Estas frases acerca del inmóvil primer motor nos recuerdan a Aristóteles. Pero entre Aristóteles y los expositores de la Filosofía Perenne, dentro de las grandes tradiciones religiosas, existe esta gran diferencia: Aristóteles se ocupa principalmente de cosmología, los perennes filósofos se ocupan principalmente de salvación e iluminación; Aristóteles se contenta con saber acerca del inmóvil motor desde fuera y teóricamente; el objeto de los perennes filósofos es llegar a advertirlo directamente, conocerlo unitivamente, de tal modo que ellos y otros puedan realmente llegar a ser el Inmóvil. Este conocimiento unitivo puede ser conocimiento en las alturas, o en la plenitud, o simultáneamente en las alturas y la plenitud. El conocimiento espiritual exclusivamente en las alturas del alma fue rechazado por el budismo mahayánico como inadecuado. La similar recusación del quietismo dentro de la tradición cristiana será considerada en la sección "Contemplación y Acción". Entretanto, es interesante ver que el problema que levantó tan acre disputa por toda la Europa del siglo XVII había surgido para los budistas en una época muy anterior. Pero mientras que en la Europa católica el resultado de la batalla en torno de Molinos, Mme. Guyon y Fénelon fue prácticamente la extinción del misticismo por casi dos siglos, en Asia los dos bandos fueron bastante tolerantes para convenir en diferir. La espiritualidad hinayánica continuó explorando las alturas interiores, mientras que los maestros mahayanistas sostenían el ideal, no del Arhat, sino del Bodhisattva, e indicaban la vía hacia el conocimiento espiritual así en su plenitud como en sus alturas. Lo que sigue es una exposición poética, por un santo del Zen, del siglo XVIII, del estado de los que lograron el ideal del Zen.


Morando en lo no particular que está en los particulares,

yendo o volviendo, permanecen para siempre inmóviles.

Asiendo el no pensamiento que está en los pensamientos,

en cada uno de sus actos oyen la voz de la Verdad.

¡Cuán ilimitado el cielo de la contemplación!

Mientras la Verdad se revela en su eterna tranquilidad,

esta tierra nuestra es el País del Loto de la Pureza, y este

cuerpo es el cuerpo del Buda.


Hakuin


La intención de la Naturaleza no es el comer, ni el beber, ni el

vestir, ni nada de aquello en que Dios queda fuera. Gústete o no,

sépaslo o no, secretamente la Naturaleza busca, persigue e intenta

descubrir el rastro por el que se pueda hallar a Dios.


Eckhart


Una pulga en cuanto es en Dios es más noble que el más alto

de los ángeles en sí mismo.


Eckhart


Mi hombre interior gusta de las cosas, no como criaturas, sino

como don de Dios. Pero para mi hombre más íntimo no saben a don

de Dios, sino a siempre jamás.


Eckhart


Los cerdos comen bellotas, pero ni consideran el sol que les dio

vida, ni la influencia de los cielos por la cual se nutrieron, ni la raíz

misma del árbol de donde surgieron.


Thomas Traherne


Tu goce del mundo no es nunca justo hasta que cada mañana te despiertas en el Cielo, te ves en el palacio de tu Padre, y consideras el cielo, la tierra y el aire como gozos celestiales, teniendo tal reverente estimación de todo como si estuvieras entre los Ángeles. La desposada de un monarca, en la cámara de su esposo, no tiene tales causas de deleite como tú. Nunca gozas del mundo rectamente hasta que el mismo mar fluye en tus venas, hasta que te visten los cielos y coronan las estrellas, y percibes que eres el único heredero de todo el mundo, y más que eso, porque hay hombres en él, y cada uno de ellos es heredero único así como tú. Hasta que puedes cantar y alegrarte y deleitarte con Dios como lo hacen los avaros con el oro, y los reyes con sus cetros, nunca puedes gozar del mundo. Hasta que tu espíritu llena el mundo entero, y las estrellas son tus joyas; hasta que te has familiarizado con los modos de Dios en todas las épocas como con tu andar y tu mesa; hasta que has tratado íntimamente esa oscura nada de que se hizo el mundo; hasta que amas a los hombres de tal modo que deseas su felicidad con avidez igual al celo de la tuya; hasta que te deleitas en Dios por ser bueno para todos, nunca gozas del mundo. Hasta que lo sientes más que tu propiedad particular, y estás más presente en el hemisferio, considerando sus glorias y bellezas, que en tu propia casa; hasta que recuerdas cuán poco hace que naciste y la maravilla de haber nacido en él, y te regocijas más con el palacio de tu gloria que si hubiese sido creado esta mañana.

Y además, nunca gozaste el mundo rectamente, hasta que amas tanto la belleza de gozarlo, que sientes la codicia y el anhelo de persuadir a otros a que lo gocen. Y tan perfectamente odias la abominable corrupción de los hombres que lo desprecian, que prefieres sufrir las llamas del infierno a ser voluntariamente culpable de tal error. El mundo es un espejo de Belleza Infinita, pero nadie lo ve. Es un Templo de Majestad, pero nadie lo mira. Es una región de Luz y Paz, si los hombres no lo inquietaran. Es el Paraíso de Dios. Es más para el hombre, desde que cayó, que no antes. Es el lugar de los Ángeles y la Puerta del Cielo. Cuando Jacob despertó de su sueño, dijo: Dios está aquí, y no lo sabía. ¡Cuán pavoroso es este lugar! No es otro que la Cara de Dios y la Puerta del Cielo.


Thomas Traherne


Antes de pasar a discutir los medios por los que es posible alcanzar tanto la plenitud como la altura del conocimiento espiritual, consideremos brevemente la experiencia de los que tuvieron el privilegio de "contemplar al Uno en todas las cosas", pero no se esforzaron en percibirlo dentro de sí mismos. Gran cantidad de interesante material sobre el tema puede encontrarse en Conciencia cósmica de Buck. Sólo se precisa aquí decir que tal "conciencia cósmica" puede venir sin buscarla y tiene el carácter de lo que los teólogos católicos llaman "gracia gratuita". Puede poseerse una gracia gratuita (la facultad de sanar, por ejemplo, o de reconocer) estando en pecado mortal, y el don no es necesario ni suficiente para la salvación. En el mejor caso, esos súbitos accesos de "conciencia cósmica", tales como los descritos por Buck, son meramente insólitas invitaciones a nuevo esfuerzo personal en dirección así a la altura interior como a la plenitud externa del conocimiento. En muchos casos la invitación no es aceptada; el don es preciado por el placer extático que ofrece; su aparición es recordada con nostalgia y, si el receptor es un poeta, comentada con elocuencia —como escribió Byron, por ejemplo, en un espléndido pasaje de Childe Harold y Wordsworth en La abadía de Tintern y El preludio. En estas materias ningún ser humano puede atreverse a hacer juicios definitivos sobre otro ser humano; pero será por lo menos permitido decir que, fundándose en los testimonios biográficos, no hay razón para suponer que ni Wordsworth ni Byron hicieran seriamente algo acerca de las teofanías que describieron, ni hay tampoco ninguna prueba de que estas teofanías fuesen de por sí suficientes para transformar sus caracteres. Ese enorme egotismo de que De Quincey, Keats y Haydon dan testimonio, parece haber acompañado a Wordsworth hasta el fin. Y Byron fue tan fascinadora y tragicómicamente byroniano después de contemplar al Uno en todo como lo era antes. Sobre este punto, es interesante comparar a Wordsworth con otro gran amante de la naturaleza y hombre de letras, San Bernardo. "Sea la Naturaleza tu maestro", dice el primero, y continúa afirmando que:


Un impulso del bosque vernal te dirá más sobre los hombres, sobre el bien y sobre el mal moral, que todos los sabios juntos.

San Bernardo habla de un modo que parece similar. "Lo que sé de las ciencias divinas y las Sagradas Escrituras, lo aprendí en los bosques y campos. No tuve otros maestros que las hayas y robles." Y en otra de sus cartas dice: "Escucha a un hombre de experiencia: aprenderás más en los bosques que en los libros. Arboles y piedras te enseñarán más de lo que puedas adquirir por boca de un magíster." Las frases son parecidas; pero su interno significado es muy diferente. Según la expresión de San Agustín, sólo debe gozarse a Dios; las criaturas no deben ser gozadas, sino usadas —usadas con amor y compasión y una estimación desprendida, interrogante, como medio para el conocimiento de lo que puede ser gozado.

Wordsworth, como casi todos los demás adoradores literarios de la Naturaleza, predica el goce de las criaturas más bien que su uso para el logro de fines espirituales —un uso que, como veremos, impone al usador mucha disciplina de sí mismo. Rara Bernardo, es ya sabido que sus corresponsales practican activamente esta disciplina y que la Naturaleza, aunque amada y escuchada como maestra, es sólo usada como medio para llegar a Dios, no gozada como si fuera Dios. La belleza de las flores y los paisajes no ha de ser meramente gustada "vagando solitario como una nube" por la campiña, no ha de ser sólo agradablemente recordada descansando "en vacuo o pensativo humor", tendido en el sofá, en la biblioteca, después del té. La reacción debe ser algo más esforzada e intencionada. "Aquí, hermanos míos —dice un antiguo autor budista—, hay raíces de árboles, hay lugares vacíos; meditad." La verdades, por supuesto, que el mundo es sólo para los que lo han merecido; pues, según palabra de Filón, "aunque un hombre sea incapaz de hacerse digno del creador del cosmos, con todo debería intentar hacerse digno del cosmos. Podría hacer pasar su ser humano a la naturaleza del cosmos y transformarse, si puede decirse así, en un pequeño cosmos". Para los que no han merecido el mundo, sea haciéndose dignos del Creador (esto es por el desprendimiento y un anonadamiento total de sí mismos) o, menos arduamente, haciéndose dignos del cosmos (poniendo orden y cierto grado de unidad a la múltiple confusión de la indisciplinada personalidad humana), el mundo es, espiritualmente hablando, un lugar muy peligroso. Que Nirvana y Samsara son uno es un hecho acerca de la naturaleza del universo; pero es un hecho que no puede ser plenamente advertido ni directamente experimentado, salvo por almas muy avanzadas en espiritualidad. Para gente ordinaria, correcta, no regenerada, aceptar esta verdad de oídas y obrar según ella en la práctica es meramente exponerse al desastre. Toda la triste historia del antinomianismo está ahí para advertirnos lo que ocurre cuando hombres y mujeres hacen aplicaciones prácticas de la teoría meramente intelectual, inexperimentada, de que todo es Dios y Dios es todo. Y poco menos deprimente que el espectáculo del antinomianismo es el de la "redondeada vida", intensamente respetable, de los buenos ciudadanos que obran lo mejor que saben para vivir sacramentalmente, pero en el hecho no tienen ningún trato con lo que la vida sacramental realmente representa. El Dr. Omán, en su Lo natural y lo sobrenatural, escribe largamente sobre el tema de que "la conciliación con lo evanescente es la revelación de lo eterno"; y en un volumen reciente, La ciencia, la religión y el porvenir, el canónigo Raven aplaude al Dr. Omán por haber sentado los principios de una teología en la que no podría haber antítesis final entre naturaleza y gracia, ciencia y religión; en la que, en el hecho, los mundos del científico y el teólogo se ven ser uno y el mismo. Todo esto se acuerda plenamente con el taoísmo y el budismo del Zen y con enseñanzas cristianas como el ama et fac quod vis de San Agustín y como el consejo del padre Lallemant a los contemplativos teocéntricos, de salir al mundo a actuar, pues sus actos son los únicos capaces de hacer algún bien real al mundo. Pero lo que ni el Dr. Omán ni el canónigo Raven ponen suficientemente en claro es que naturaleza y gracia, Samsara y Nirvana, perpetuo perecer y eternidad, son real y experiencialmente uno sólo para personas que han cumplido ciertas condiciones. Fac quod vis en el mundo temporal, pero sólo cuando hayas aprendido el arte infinitamente difícil de amar a Dios con todo tu espíritu y tu corazón y al prójimo como a ti mismo. Si no has aprendido esta lección, serás un antinomiano excéntrico o criminal o, en todo caso, un hombre respetable de vida "redondeada", de los que no se dejan tiempo para comprender ni la naturaleza ni la gracia. Los Evangelios se expresan con perfecta claridad acerca del único procedimiento por el que el hombre puede adquirir el derecho de vivir en el mundo a sus anchas: debe hacer total negación de sí mismo, someterse a una mortificación completa y absoluta. En un período de su vida, Jesús mismo parece haberse sometido a austeridades, no sólo de la mente, sino también del espíritu. Hay la relación de sus cuarenta días de ayuno y su afirmación, evidentemente sacada de la experiencia personal, de que algunos demonios no pueden ser expulsados, salvo por los que han ayunado mucho, además de orado. (El Curé d'Ars, cuyo conocimiento de los milagros y la penitencia corporal estaba basado en experiencias personales, insiste en la estrecha relación entre severas austeridades del cuerpo y el poder de hacer que las oraciones petitorias sean satisfechas de modos que a veces son supranormales.) Los fariseos le reprochaban a Jesús el que "viniese comiendo y bebiendo" y se relacionase con "publicanos y pecadores"; pasaban por alto, o ignoraban, el hecho de que este profeta aparentemente mundano había en otro tiempo emulado las austeridades físicas de Juan el Bautista y practicaba las mortificaciones espirituales que consecuentemente predicaba. La trama de la vida de Jesús es esencialmente similar a la del sabio ideal, cuya carrera está trazada en las "Pinturas de Bueyes", tan populares entre los budistas del Zen. El buey silvestre, símbolo del yo no regenerado, es atrapado, obligado a cambiar de dirección, luego domado y gradualmente transformado de negro en blanco. La regeneración va tan lejos que por un tiempo el buey se pierde completamente, de modo que no queda nada que pintar sino la luna llena, que simboliza la Mente, la Talidad, la Base. Pero no es ésta la última etapa. Al final, el pastor vuelve al mundo de los hombres, montado en su buey. Por amar ya hasta identificarse con el divino objeto de su amor, puede hacer lo que le plazca; pues lo que le place es lo que place a la Naturaleza de las Cosas. Se lo ve en compañía de borrachines y carniceros; él y ellos son convertidos todos en Budas. Para él, hay completa conciliación con lo evanescente y, a través de esta conciliación, la revelación de lo eterno. Pero, para ordinarias personas correctas, no regeneradas, la única conciliación con lo evanescente es la de la complacencia en las pasiones, el sometimiento a las distracciones y su goce. Decir a tales personas que evanescencia y eternidad son lo mismo, sin restringir inmediatamente tal afirmación, es positivamente fatal, pues, en la práctica, no son lo mismo sino para el santo; y no hay constancia de que nadie llegase nunca a la santidad que no se condujese, al principio de su carrera, como si evanescencia y eternidad, naturaleza y gracia fuesen profundamente diferentes y, en muchos aspectos, incompatibles. Como siempre, el sendero de la espiritualidad es un filo entre abismos. A un lado hay el peligro del mero rechazamiento y escape; al otro, el peligro de la mera aceptación y goce de cosas que sólo deberían usarse como instrumento o símbolos. La leyenda en verso que acompaña la última de las "Pinturas de Bueyes" dice como sigue:


Aun más allá de los límites finales se extiende un pasaje,

por el cual él regresa a los seis reinos de la existencia.

Todo asunto mundano es ahora una obra budista, y

dondequiera que vaya encuentra el aire hogareño.

Como una gema surge hasta en el fango,

como oro puro resplandece hasta en el horno. . A lo largo

de la vía sin fin (del nacimiento y la muerte) avanza, suficiente a

sí mismo.

En toda circunstancia se mueve tranquilo y desprendido.


Los medios por los que se puede alcanzar el fin último del hombre serán descritos e ilustrados por extenso en la sección sobre "Mortificación y desprendimiento". Esta sección, sin embargo, se ocupa principalmente de la disciplina de la voluntad. Pero la disciplina de la voluntad debe ir acompañada de una no menos completa disciplina de la conciencia. Debe haber conversión, súbita o de otro modo, no solamente del corazón, sino también de los sentidos y de la mente perceptora. Lo que sigue da breve cuenta de esta metánoia, como la llamaban los griegos, de este total y radical "cambio de espíritu". Es en las formulaciones indias y extremo-orientales de la Filosofía Perenne donde este tema es tratado del modo más sistemático. Lo que se prescribe es un proceso de discriminación consciente entre el yo personal y el Yo idéntico con el Brahm, entre el yo individual y el Seno de Buda o Mente Universal. El resultado de esta distinción es una más o menos súbita "reacción" de la conciencia, y el advertimiento de un estado "no mental", que puede describirse como liberación del apego perceptivo o intelectual al principio del yo. Este estado "no mental" existe, por así decirlo, sobre un filo, entre el descuido del hombre sensual medio y el tenso, excesivo anhelo del fanático en busca de salvación. Para lograrlo, debe avanzarse delicadamente y, para mantenerlo, debe aprehenderse a combinar la más intensa vigilancia con una pasividad tranquila y abnegada, la decisión más indomable con una sumisión perfecta a las indicaciones del espíritu. "Cuando el estado no mental es buscado por una mente —dice Huang Po—, esto es hacerlo objeto particular del pensamiento. Hay sólo testimonio de silencio; va más allá del pensamiento." En otras palabras: nosotros, como individuos aparte, no debemos intentar pensarlo, sino dejar que seamos pensados por él. Análogamente, en la Sutra Diamante leemos que si un Bodhisattva, en su tentativa para advertir la Talidad "retiene el pensamiento de un yo, una persona, un ser separado, o un alma, ya no es un Bodhisattva, en su tentativa". Al Ghazzali, el filósofo del sufismo, subraya también la necesidad de humildad y docilidad intelectuales. "Si el pensamiento de que está borrado del yo se le ocurre a uno que está en/ana (término que corresponde aproximadamente a 'no mente', omuskin, del Zen), esto es un defecto. El estado más alto es estar borrado del borramiento." Hay un extático borramiento del borramiento en las

alturas internas del Atman-Brahm; y hay otro, más comprensivo, no sólo en las alturas íntimas, sino también en el mundo y a través del mundo, en el despierto, cotidiano conocimiento de Dios en su plenitud.


El hombre debe hacerse realmente pobre y tan libre de su

propia voluntad de criatura como lo estaba cuando nació. Y te digo,

por la eterna verdad, que mientras desees cumplir la voluntad de

Dios y tengas alguna ansia de eternidad y Dios por tanto tiempo no

eres realmente pobre. Sólo tiene una verdadera pobreza espiritual

aquel que no quiere nada, no sabe nada, no desea nada.


Eckhart


La Perfecta Senda no conoce dificultades,

salvo en que rehusa tener preferencias.

Sólo cuando está libre de odio y amor

revélase plenamente y sin disfraz.

La diferencia de un décimo de pulgada,

y cielo y tierra están aparte.

Si deseas verla ante tus ojos,

no tengas pensamientos fijos en favor ni en contra.

Alzar lo que place contra lo que desplace,

he aquí la enfermedad del espíritu.

Cuando no se comprende el hondo sentido de la

Senda,

túrbase sin provecho la paz del espíritu...

No persigas los lazos de fuera,

no mores en el vacío interior;

permanece sereno en la unidad de las cosas,

y el dualismo se desvanecerá por sí solo.

Cuando, deteniendo la moción, te esfuerzas por ganar la

quietud,la así ganada quietud se halla en movimiento perpetuo.

Mientras te demores en tal dualismo

¿cómo puedes advertir la unidad?

Y cuando la unidad no es totalmente asida,

la pérdida sufrida es de dos modos:

la negación de la realidad exterior es su afirmación

y la afirmación del Vacío (lo Absoluto) es su negación...

Las transformaciones que ocurren en el vacuo mundo

que nos enfrenta

parecen ser reales a causa de la Ignorancia.

No te esfuerces en perseguir la Verdad,

cesa sólo de acariciar opiniones.

Los dos existen a causa del Uno;

pero ni aun a este Uno te adhieras.

Cuando el espíritu no está turbado, las diez mil cosas no

ofenden...

Si los ojos no se duermen nunca,

de por sí cesan todos los sueños;

si la Mente retiene su absoluto,

las diez mil cosas son de una sustancia.

Cuando el hondo misterio de una Talidad se sondea,

repentinamente olvidamos los lazos externos;

cuando las diez mil cosas se miran en su unidad,

volvemos al origen y quedamos donde siempre estuvimos...

Uno en todos, todos en Uno... Con sólo advertir esto,

¡terminó toda preocupación sobre el no ser perfecto!

Cuando el Espíritu y cada espíritu creyente no están

divididos, e indivisos son cada espíritu creyente y el Espíritu,

entonces fallan las palabras, pues no es cosa del pasado,

presente ni futuro.


El Tercer Patriarca del Zen


Haz lo que haces ahora, sufre lo que ahora sufres, para hacer

todo esto con santidad, no precisa que nada cambie en nuestros

corazones. La santidad consiste en querer lo que nos sucede por

orden de Dios.


de Caussade


El vocabulario del francés del siglo XVII es muy diferente del del

chino del siglo VII. Pero el consejo que nos dan es

fundamentalmente parecido. Conformidad con la voluntad de Dios,

sumisión, docilidad para con las indicaciones del Espíritu Santo; en

la práctica, si no verbal-mente, son lo mismo que conformidad con

la Senda Perfecta, rehusar el tener preferencias y acariciar

opiniones, mantener los ojos abiertos de modo que puedan cesar

los sueños y revelarse la verdad.

El mundo habitado por gente ordinaria, correcta, no

regenerada es generalmente aburrido (tan aburrido que deben

distraer su mente, para no advertirlo, por toda clase de

"entretenciones" artificiales), a veces breve e intensamente

agradable, en ocasiones, o bien a menudo desagradable y aun

angustioso. Para los que han merecido el mundo haciéndose aptos

para ver a Dios en él así como en sus propias almas, presenta

diferente aspecto.

El grano era trigo resplandeciente e inmortal, que nunca

debía segarse, ni fue nunca sembrado. Pensé que había estado

allí desde siempre para siempre. El polvo y las piedras de la calle

eran preciosos como el oro. Las puertas, al principio, eran el fin

del mundo. Los verdes árboles, cuando por primera vez los vi por

una de las puertas, me transportaron y embelesaron; su dulzura

e insólita belleza hicieron palpitar mi corazón, casi loco de éxtasis,

¡tan extraños y maravillosos eran! ¡Los Hombres! ¡Oh, cuán

venerables y reverendas criaturas parecían los viejos! ¡Querubines

inmortales! Y los jóvenes, ¡resplandecientes, deslumbrantes

ángeles! Y las doncellas, ¡extrañas, seráficas muestras de vida y

belleza! Niños y niñas, retozando, jugando en la calle, eran joyas

movientes. No sabía que hubiesen nacido o hubiesen de morir.

Sino que todas las cosas moraban eternamente donde se

hallaban, en sus lugares propios. La eternidad se manifestaba a

la luz del día, y algo infinito aparecía detrás de cada cosa; lo que

correspondía a lo que yo esperaba y movía mi deseo. La ciudad

parecía elevarse en el Edén o estar construida en el Cielo. Las

calles eran mías, el templo era mío, la gente era mía, sus

vestidos y oro y plata eran míos, así como sus resplandecientes

ojos, clara piel y sonrosado rostro. Míos eran los cielos, y el sol,

la luna y las estrellas, y todo el mundo era mío; y yo el único

espectador y gozador de ello... Y así fue que con mucho trajín

fui corrompido y se me hizo aprender las sucias tretas del

mundo. Lo que ahora desaprendo y me torno, por así decirlo,

como un niño pequeño, para poder entrar en el Reino de Dios.


Thomas Traherne


Por tanto, te doy todavía otro pensamiento, que es aun más

puro y más espiritual: En el Reino del Cielo todo está en todo,

todo es uno, y todo es nuestro.


Eckhart


El regente del Océano meridional era Shu, el regente del

Océano septentrional era Hu, y el regente del Centro era el

Caos. Shu y Hu se encontraban continuamente en el país del

Caos, que los trataba muy bien. Consultáronse sobre el modo

como podrían corresponder a sus bondades y dijeron: "Todos los

hombres tienen siete orificios para el objeto de ver, oír, comer y

respirar, mientras que únicamente este regente no tiene uno solo.

Procuremos hacerlos para él." En consecuencia, le hicieron cada

día un orificio. Al cabo de siete días, el Caos murió.


Chuang Tse


En esta parábola, delicadamente cómica, el Caos es la Naturaleza en el estado de wu-wei —no aserción o equilibrio. Shu y Hu son el vivo retrato de esas afanosas personas que pensaron mejorar la Naturaleza convirtiendo secas praderas en trigales y produjeron desiertos; que orgullosamente proclamaron la Conquista del Aire y luego descubrieron que habían derrotado la civilización; que talaron inmensos bosques para proveer a las impresiones exigidas por la lectura universal que debía hacer seguro el mundo para la inteligencia y la democracia, y obtuvieron erosión al por mayor, revistas sensacionales y los órganos de la propaganda fascista, comunista, capitalista y nacionalista. En pocas palabras, Shu y Hu son devotos de la apocalíptica religión del Progreso Inevitable y su credo es el de que el Reino del Cielo está fuera de ti y en el futuro. En cambio Chuang Tse, como todo buen taoísta, no tiene ningún deseo de forzar a la Naturaleza a servir mal aconsejados fines temporales, en contradicción con el objeto final del hombre según se formula en la Filosofía Perenne. Su deseo es trabajar con la Naturaleza de modo que se produzcan condiciones materiales y sociales en que el individuo pueda lograr el Tao en todos los niveles, del fisiológico al espiritual. Comparada con la de los taoístas y los budistas de Extremo Oriente, la actitud cristiana hacia la Naturaleza ha sido curiosamente insensible y a menudo francamente dominadora y violenta. Tomando pie en una infortunada observación del Génesis, los moralistas católicos han considerado a los animales como meras cosas que los hombres hacen bien en explotar para sus propios fines. Como la pintura de paisajes, el movimiento humanitario en Europa fue asunto casi completamente seglar. En Extremo Oriente, ambos eran esencialmente religiosos. Los griegos creían que la húbris era siempre seguida por la némesis, que si uno iba demasiado lejos recibía un coscorrón para que recordara que los dioses no toleraban la insolencia por parte de hombres mortales. En la esfera de las relaciones humanas, el espíritu moderno comprende la doctrina de la húbris y la considera cierta en general. Deseamos que el orgullo sufra una caída, y vemos que, con mucha frecuencia, cae. El tener excesivo poder sobre sus semejantes, el ser demasiado rico, violento, ambicioso, todo ello atrae el castigo, y notamos que, a la larga, un castigo de una u otra clase llega debidamente. Pero los griegos no se detenían aquí. Considerando a la Naturaleza, en cierto modo, divina, pensaban que debía ser respetada y estaban convencidos de que una hubrística falta de respeto a la Naturaleza sería castigada por una vengadora némesis. En Los persas, Esquilo da las razones —las razones finales, metafísicas— de la derrota de los bárbaros. Jerjes fue castigado por dos culpas: arrogante imperialismo dirigido contra los atenienses y arrogante imperialismo dirigido contra la Naturaleza. Intentó esclavizar a sus semejantes, e intentó esclavizar el mar, construyendo un puente a través del Helesponto.


ATOSSA: De orilla a orilla construyó un puente sobre el

Helesponto.

ESPECTRO DE DARÍO: ¿Cómo? ¿Pudo encadenar al poderoso

Bosforo?

ATOSSA: Así es, con ayuda de algún dios en su propósito.

ESPECTRO DE DARÍO: Algún Dios poderoso que consiguió

enturbiar su entendimiento.


Reconocemos hoy y condenamos la primera clase de imperialismo; pero la mayoría de nosotros ignoramos la existencia y aun la posibilidad misma del segundo. Y, sin embargo, el autor de Erewhon no tenía nada de tonto, y ahora que estamos pagando el horrible precio de nuestra bombeadísima "conquista de la Naturaleza", su libro parece más que nunca de actualidad. Y Butler no fue el único escéptico ochocentista con respecto al Progreso Inevitable. Una generación o más antes que él, Alfred de Vigny escribía acerca de la nueva maravilla técnica de sus días, la máquina de vapor; escribía en un tono muy diferente de los entusiastas rugidos y trompeteos de su gran contemporáneo Victor Hugo.

Sur le taureau de fer, qui fume, souffle et beugle, l'homme est monté trop tôt. Nul ne connaît encor quels orages en luí porte ce rude aveugle, et le gai voyageur lui livre son trésor.

Y algo más adelante, en el mismo poema, añade: Tous se sont dit: "Allons", mais aucun n'est le maître d'un dragan mugissant qu'un savant a fait naître. Nous nous sommes joués à plus fort que nous tous.


Vigny tenía toda la razón. Ninguno de aquellos alegres viajeros, entre los cuales Victor Hugo era el más estrepitosamente elocuente, tenía la más débil noción de adonde aquel primero, ridículo Resoplador, los estaba llevando. O, más bien, tenían una idea muy clara, pero resultaba ser enteramente falsa. Pues estaban convencidos de que el Resoplador los conducía a toda velocidad hacia la paz universal y la hermandad de los hombres, y de que los periódicos, que tan orgullosos estaban de poder leer, mientras el tren retumbaba hacia su utópico destino, a no más de unos cincuenta años de distancia, eran la garantía de que la libertad y la razón pronto triunfarían en todas partes. El Resoplador se ha convertido ahora en un bombardero cuatrimotor cargado de fósforo blanco y grandes explosivos, y la prensa libre es en todas partes sierva de sus anunciantes, de un grupo coaccionador o del Gobierno. Y, con todo, por alguna inexplicable razón, los viajeros (ya no alegres) se aferran todavía a la religión del Progreso Inevitable, que es, a fin de cuentas, la esperanza y la fe (contra toda experiencia humana) de que se puede obtener algo por nada. ¡Cuánto más sensata y realista es la opinión griega de que toda victoria se paga y, para algunas victorias, el precio es tan alto que pesa más que cualquier ventaja que pueda obtenerse con ellas! El hombre moderno ya no considera divina en ningún sentido a la Naturaleza y se siente en completa libertad para tratarla como un arrogante conquistador y tirano. El botín del reciente imperialismo tecnológico ha sido enorme; pero mientras tanto la némesis se ha encargado de que tuviéramos los disgustos con los gustos. Por ejemplo: la posibilidad de viajar en diez horas de Nueva York a Los Ángeles, ¿ha dado a la raza humana un placer superior al dolor producido por el lanzamiento de bombas y fuego? No hay método conocido para computar la cantidad de felicidad o bondad esparcida por el mundo. Lo que es obvio, sin embargo, es que las ventajas obtenidas por recientes adelantos tecnológicos —o, según la fraseología griega, por recientes actos de la húbris dirigidos contra la Naturaleza— van generalmente acompañadas de correspondientes desventajas, que las ganancias en una dirección llevan aparejadas pérdidas en otras direcciones, y que cuando obtenemos algo es siempre por algo. Nunca podemos determinar si el resultado neto de estos laboriosos asientos de debe y haber es un auténtico Progreso en virtud, felicidad, caridad e inteligencia. Por no poder determinarse nunca la realidad del Progreso, los siglos XIX y XX tuvieron que tratarlo como un artículo de fe religiosa. Para los expositores de la Filosofía Perenne, la cuestión de si el Progreso es inevitable, o aun real, no es asunto de primera importancia. Para ellos, lo importante es que el individuo alcance el conocimiento unitivo de la Base divina, y lo que les interesa respecto al medioambiente social no es su progresividad o no progresividad (cualquiera que sea el significado de ese término), sino el grado en que ayuda o estorba al individuo en su avance hacia la finalidad última del hombre.


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