Quienquiera que fueres, óyeme:
si con ávidas miradas
nunca tú a la luz del véspero
has seguido las pisadas,
el andar suave y rítmico
de una celeste visión;
O tal vez un velo cándido,
cual meteoro esplendente,
que pasa, y en sombras fúnebres
ocúltase de repente,
dejando de luz purísima
un rastro en el corazón;
Si sólo porque en imágenes
te la reveló el poeta,
la dicha conoces íntima,
la felicidad secreta,
del que árbitro se alza único
de otro enamorado ser;
Del que más nocturnas lámparas
no ve, ni otros soles claros,
ni lleva en revuelto piélago
más luz de estrellas ni faros
que aquella que vierten mágica
los ojos de una mujer;
Si el fin de sarao espléndido
nunca tú aguardaste afuera,
embozado, mudo, tétrico
mientras en la alta vidriera
reflejos se cruzan pálidos
del voluptuoso vaivén,
Para ver si como ráfaga
luminosa a la salida,
con un sonreír benévolo
te vuelve esperanza y vida
joven beldad de ojos lánguidos,
orlada en flores la sien.
Si celoso tú y colérico
no has visto una blanca mano
usurpada, en fiesta pública,
por la de galán profano,
y el seno que adoras, próximo
a otro pecho, palpitar;
Ni has devorado los ímpetus
de reconcentrada ira,
rodar viendo el valse impúdico
que deshoja, mientras gira
en vertiginoso círculo,
flores y niñas al par;
Si con la luz del crepúsculo
no has bajado las colinas,
henchida sintiendo el ánima
de emociones mil divinas,
ni a lo largo de los álamos
grato el pasear te fue;
Si en tanto que en la alta bóveda
un astro y otro relumbra,
dos corazones simpáticos
no gozasteis la penumbra,
hablando palabras místicas,
baja la voz, tardo el pie;
Si nunca al roce magnético
temblaste de ángel soñado;
si nunca un Te amo dulcísimo,
tímidamente exhalado,
quedó sonando en tu espíritu
cual perenne vibración;
Si no has mirado con lástima
al hombre sediento de oro,
para el que en vano munífico
brinda el amor su tesoro,
y de regio cetro y púrpura
no tuviste compasión;
Si en medio de noche lóbrega
cuando todo duerme y calla,
y ella goza sueño plácido,
contigo mismo en batalla
no te desataste en lágrimas
con un despecho infantil;
Si enloquecido o sonámbulo
no la has llamado mil veces,
quizá mezclando frenético
las blasfemias a las preces,
también a la muerte, mísero,
invocando veces mil;
Si una mirada benéfica
no has sentido que desciende
a tu seno, como súbito
lampo que las sombras hiende
y ver nos hace beatífica
región de serena luz;
O tal vez el ceño gélido
sufriendo de la que adoras,
no desfalleciste exánime,
misterios de amor ignoras;
ni tú has probado sus éxtasis
ni tú has llevado su cruz.
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