No hablaron una palabra
el anfitrión, el huésped
y el blanco crisantemo.
Ah, este camino
que nadie recorre,
excepto el crepúsculo.
El camino de la muerte,
a pesar del sol de otoño,
¿quién querría emprenderlo?
La luna de la montaña
ilumina también
a los ladrones de flores.
¿Admirable,
aquel que no piensa: "la vida huye"
al ver el relámpago?
También esta cabaña de paja
en este mundo tornadizo
ha de transformarse en casa de muñecas.
¡Qué gloria!
Las hojas verdes, las hojas jóvenes,
bajo la luz del sol.
En la montaña de verano,
adoro las sandalias divinas;
viaje a la vista.
Quedó plantado
el arrozal
cuando me despedía del sauce.
De los cerezos en flor
al pino de dos troncos:
tres meses.
Pétalos de lirios
atarán mis pies:
los cordones de mis sandalias.
Bajo un mismo techo
durmieron las cortesanas,
la luna y el trébol.
Muévete, oh tumba,
muestra que me reconoces:
soy el viento de otoño.
Frescura de otoño.
Melón y berenjena
para cada huésped.
El sol brilla, brilla
sin compasión.
Pero el viento es de otoño.
Si he de morir
en el camino,
que sea entre los campos de trébol.
Desde hoy el rocío
borrará tu nombre
de mi sombrero.
Entre las olas:
acá, los pétalos,
allá, las conchas.
Al despedirme,
escribí algo en el abanico,
pero lo borré.
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