Cuando nuestro sagrado
Y venerable Padre,
Con mano reposada,
Sobre las pasajeras nubes
Siembra miradas bienhechoras
Sobre la tierra,
Beso entonces
El borde de su manto,
Con infantil temblor
En el sincero pecho.
Nunca con dioses
Debe medirse
Ningún hombre.
Si éste se eleva
Y roza
Con su cabeza las estrellas,
No siente firmes
Las inseguras plantas,
Y con él juegan
Vientos y nubes.
Si se mantiene
Firme su planta
En la tierra
Segura y asentada,
No alcanza siquiera,
A compararse
Con la encina
O la parra.
¿Qué es lo que a dioses
y hombres separa?
Que muchas ondas
De aquéllos vienen
Y su corriente
Como una ola eterna.
Nos traga, nos alza,
Y nos apaga.
Un anillo más
Es nuestra vida.
Cuántas generaciones
Forman eternamente
La infinita cadena
De su existencia que no acaba.
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