¡Ah! la vida de mi infancia, el ancho camino en cualquier tiempo, sobrenaturalmente sobrio, más desinteresado que el mejor de los mendigos, orgulloso de no tener patria, ni amigos, qué tontería fue aquello.
—¡Y sólo ahora lo advierto!
—Tuve razón de despreciar a esos buenos burgueses que no perderían la oportunidad de una caricia, parásitos del aseo y de la salud de nuestras mujeres, hoy cuando ellas están tan poco de acuerdo con nosotros.
Tuve razón en todos mis desdenes: ¡puesto que me evado!¡Me evado!
Me explicaré.
Ayer no más, suspiraba: “¡Cielos! ¡Somos ya bastantes los condenados aquí abajo! ¡Llevo ya tanto tiempo en su rebaño! Los conozco a todos. Nos reconocemos siempre; nos damos asco. La caridad nos es desconocida. Pero somos corteses; nuestras relaciones con el mundo son correctísimas.” ¿No es asombroso? ¡El mundo! ¡los mercaderes, los ingenuos! —No estamos deshonrados—. Pero ¿cómo nos recibirían los elegidos? Ahora bien, hay gentes ariscas y joviales, falsos elegidos, puesto que se necesita humildad o audacia para
abordarlos. Ellos son los únicos elegidos.
¡No son bendecidores!
Al recobrar dos céntimos de razón —¡eso pasa pronto!— veo que mis malestares provienen de no haberme figurado a tiempo que estamos en Occidente. ¡Los pantanos
occidentales! No es que la luz me parezca alterada, la forma extenuada, el movimiento
extraviado... ¡Bueno! He aquí que mi espíritu quiere asumir íntegramente todos
los crueles desarrollos que ha sufrido el espíritu desde el fin del Oriente... ¡Pues
no es nada lo que quiere mi espíritu!
... ¡Mis dos céntimos de razón terminaron! El espíritu es autoridad, exige que
permanezca en Occidente. Tendría que obligarlo a callar para concluir como yo
quería.
Mandaba al diablo las palmas de los mártires, los resplandores del arte, el orgulio de los inventores, el ardor de los bandidos; retornaba al Oriente, a la primera y eterna sabiduría. ¡Parece un sueño de grosera pereza!
No pensaba ni remotamente, sin embargo, en el placer de eludir los sufrimientos
modernos. No tomaba en cuenta la sabiduría bastarda del Corán. Pero ¿no es
realmente un suplicio que, desde esa declaración de la ciencia, el cristianismo, el hombre se burle, se pruebe las evidencias, se hinche de placer al repetir esas pruebas y
sólo viva en tal forma? ¡Tortura sutil, tonta; fuente de mis divagaciones espirituales! ¡La naturaleza quizá pudiera hastiarse! El señor Prudhomme ha nacido con Cristo.
¿No será porque cultivamos la bruma?
Comemos la fiebre con nuestras legumbres acuosas. ¡Y la embriaguez! ¡y el tabaco!
¡y la ignorancia! ¡y las abnegaciones! ¿Se encuentra todo esto muy lejos del pensamiento, de la sabiduría de Oriente, la patria primitiva? ¡Para qué un mundo moderno, si se inventan semejantes venenos!
Las gentes de Iglesia dirán: Entendido. Pero tú quieres referirte al Edén. No hay nada para ti en la historia de los pueblos orientales. Es cierto. ¡Pensaba en el Edén!
¿Qué significa para mi sueño la purera de las rasas antiguas?
Los filósofos: El mundo no tiene edad. La humanidad se desplaza, simplemente.
Te encuentras en Occidente, pero eres libre de habitar en tu Oriente, tan antiguo como
te haga falta — y de habitarlo a gusto. No seas un vencido. Filósofos, sois de vuestro
Occidente.
Espíritu mío, ten cuidado. Nada de medios de salvación violentos. ¡Ejercítate!
—¡Ah! ¡la ciencia no avanza lo suficientemente veloz; para nosotros!
—Pero advierto que mi espíritu duerme.
¡Si a partir de este instante siempre estuviese completamente despierto, alcanzaríamos bien pronto la verdad, que quizá nos circunde con sus ángeles en llanto!...
—¡Si hasta ahora hubiese permanecido despierto, yo no habría cedido a los instintos
deletéreos, en una época inmemorial!...
—¡Si siempre él hubiera estado despierto,
navegaría yo en plena sabiduría!...
¡Oh pureza! ¡pureza!
¡Es este minuto de vigilia el que me ha proporcionado la visión de la pureza!
—¡Por el espíritu se va a Dios!
¡Desgarrador infortunio!
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