De las avalanchas de oro del viejo Azul,
El primer día, y de la nieve eterna de los astros,
Antaño separaste los grandes cálices para
La tierra joven aún y virgen de desastres:
El rojizo gladiolo, con cisnes de cuello fino,
Y ese divino laurel de las almas errantes
Bermejo como el puro dedo del pie de un serafín
Que sonroja el pudor de tanta aurora hollada,
El jacinto y el mirto de adorable destello,
Y, semejando carne de mujer, la rosa
Cruel, Herodías en flor del jardín claro,
¡La que riega una sangre indómita y radiante!
Y creaste la blancura llorosa de los lirios
Que, rodando por el mar de suspiros que ella roza
Entre el incienso azul del pálido horizonte.
Sube, soñadoramente, a la lima que llora.
¡Hosanna con el sistro y los incensarios!
¡Nuestra Señora, hosanna del jardín de estos limbos!
¡Y que se pierda el eco en noches celestiales,
Éxtasis de los ojos, relumbrar de los nimbos!
Oh Madre que creaste en justo y fuerte seno,
Cálices que balanceaban la futura redoma,
Grandes flores con la balsámica Muerte para
El cansado poeta al que la vida marchita.
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