Cerca de Kurobane se encuentra la Piedra que mata. Como decidiese ir a verla, el administrador del señorío me prestó un caballo y un palafrenero. Durante el trayecto aquel hombre de ruda apariencia me rogó que compusiese un poema. Me sorprendió tanta finura y escribí lo siguiente:
A caballo en el campo,
y de pronto, detente:
¡el ruiseñor!
Detrás de la montaña, junto al manantial de aguas termales, se halla la Piedra que mata. El veneno que destila sigue siendo de tal modo activo que no se puede distinguir el color de las arenas en que se asienta, tan espesa es la capa formada por las abejas y mariposas que caen muertas apenas la rozan.
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