top of page
Foto del escritorAmenhotep VII

la abadía de tintern - william wordsworth



Cinco años han pasado; cinco veranos, ¡con la lentitud


de cinco largos inviernos! Y de nuevo oigo


esas aguas, rodando desde sus fuentes en la montaña,


con un suave murmullo de tierra adentro. De nuevo


contemplo los altos y abruptos acantilados,


que en esta salvaje escena de aislamiento imprimen


pensamientos de aislamiento más hondo, y conectan


el paisaje con el reposo del cielo.


El día llega cuando descanso de nuevo, aquí


bajo la sombra de este sicomoro, y veo


esas tramas de casas y terrenos, penachos de huertos


que en esta estación, con sus frutos inmaduros,


quedan revestidos de una tonalidad verde, y se pierden


en medio de bosquecillos y matas. ¡De nuevo veo


estos setos vivos, apenas setos, líneas suaves


de concupiscente madera silvestre: granjas bucólicas,


verdes hasta la mismísima puerta; y guirnaldas de humo


elevándose, en silencio, entre los árboles!,


con alguna sensación incierta, como de


vagabundos errando en los bosques inhóspitos


o de una cueva de ermitaño, donde junto al fuego


el ermitaño se sienta solo.


Estas formas bellas,


después de una larga ausencia, no han sido para mí


como un paisaje para el ojo de un ciego:


con frecuencia, en habitaciones solitarias, y en medio del estrépito


de pueblos y ciudades, yo les debo


en horas de cansancio, dulces sensaciones,


experimentadas en la sangre, y sentidas en la profundidad del corazón


que recorrían el área más pura de mi conciencia


como un plácido reconstituyente; sentimientos, además,


de inolvidable placer, de una clase que quizá


provoquen algo más que una ligera o trivial influencia


sobre la mejor porción de la vida de un buen hombre:


sus pequeños, anónimos, olvidados, actos


de amabilidad y de amor. En nada inferiores, confío,


a esos que puedo considerar otro regalo


de aspecto más sublime; ese bendito estado


en el que se alivian el yugo del misterio,


y el peso y la fatigosa carga


de todo este mundo incomprensible;


ese sereno y bendito estado,


en el que suavemente nos guían los afectos,


hasta que con el aliento de nuestro esqueleto corpóreo,


con el movimiento de nuestra sangre humana casi suspendido,


nos abandonamos al sueño del cuerpo


y nos convertimos en un alma viviente:


y con un ojo fijo en el poder de lo armónico


y en el profundo poder de la alegría,


vemos dentro de la vida de las cosas.


Si esta


fuese una creencia vana, entonces, ¡oh!, con qué frecuencia


en la oscuridad y en medio de muchas siluetas


iluminadas por la triste luz del día, cuando el fastidioso


alboroto improductivo, y la fiebre del mundo,


han pendido en los latidos de mi corazón,


¡con qué frecuencia, en espíritu, he regresado a ti,


selvático Wye que merodeas a través de los bosques!;


con qué frecuencia se ha vuelto mi espíritu hacia ti.


Y ahora, con destellos de un pensamiento medio consumido


por tantos recuerdos penumbrosos y tenues,


y algo de triste perplejidad,


la pintura de la mente revive de nuevo:


mientras estoy aquí sentado, no solo con la sensación


actual de placer, sino con los pensamientos placenteros


que en este instante, aquí, son vida y alimento


para los años futuros. Y así me atrevo a esperar,


aunque alteradas, sin duda, las mismas impresiones


de la primera vez que vine a estas colinas, cuando como un corzo


sobrevolaba las montañas, por la vertiente


de los ríos profundos, y las corrientes solitarias,


allí donde la naturaleza me dirigía: más parecido a un hombre


que huye de lo que teme, que a quien


persigue lo que ama. Entonces, la naturaleza


(los toscos placeres de mis días juveniles,


y sus movimientos de animal satisfecho, ya desaparecidos),


lo era todo para mí. No puedo pintar


quién era yo entonces. El sonido de la catarata


me hechizaba como una pasión: la alta roca,


la montaña, y el profundo y lóbrego bosque,


sus colores y sus formas, eran para mí


una apetencia, el sentimiento de un amor,


que no necesita de un encanto más lejano


que el proveído por el pensamiento, ni otro interés


que el que le presta el ojo. Ese tiempo ya ha pasado


y no volverá ninguno de sus placeres dolorosos


ni el vértigo de sus arrebatos; ni volveré


a desmayarme ni a lamentarme ni a susurrar por ellos,


otros dones he recibido; y, para tales pérdidas, los considero


una recompensa abundante. Porque he aprendido


a mirar la naturaleza, no como en la época


de mi juventud irreflexiva; sino escuchando a menudo


la sosegada y triste música de la humanidad,


ni áspera ni disonante, aunque lo bastante poderosa


para castigar y dominar. Y he advertido


una presencia que me turba con la alegría


de los pensamientos elevados; un sentimiento sublime


de algo todavía más profundamente entremezclado,


cuya morada es la luz de los soles crepusculares,


y el océano circundante y el aire vivo,


y el cielo azul, y la mente del hombre;


un movimiento y un espíritu que impelen


a todas las cosas pensadas, a todos los objetos de todos los pensamientos,


y que se desliza sobre todas las cosas. Por ello,


todavía soy un amante de los prados y de los bosques,


y de las montañas; y de todo lo que nosotros le debemos


a esta tierra verde; de todo lo que debemos al poderoso mundo


del ojo y del oído, que ellos han creado a medias,


y que perciben; y estoy bien dispuesto a reconocer


en la naturaleza y en el lenguaje de la sensación,


el ancla de mis pensamientos más puros, el aya,


el guía, el guardián de mi corazón y alma


de todo mi ser moral.


Quizá


si yo no estuviera adiestrado así, todavía sufriría más


la decadencia de mis espíritus geniales


pero tú estás conmigo aquí, junto a las riberas


de este río encantado, tú, mi mejor amiga,


querida, querida amiga; y en tu voz capturo


el antiguo lenguaje de mi corazón, y leo


mis antiguos placeres en las fugaces iluminaciones


de tus ojos salvajes. ¡Oh! ¡Mientras todavía


pueda ver en ti un poco de lo que fui una vez,


mi querida, querida hermana! Y hago esta oración


a sabiendas de que la Naturaleza nunca traicionará


el corazón que la amaba; este será el privilegio de ella


durante todos los años de nuestra vida, guiarme


de alegría a alegría: ya que ella puede dar forma a


la mente que está dentro de nosotros, impresa


con tanta quietud y belleza, y alimentada


con tantos pensamientos elevados, que ni las malas lenguas,


ni los juicios torcidos, ni el desprecio de los egoístas,


ni los saludos sin amabilidad, ni todo


el monótono intercambio de la vida cotidiana


podrán prevalecer nunca sobre nosotros, ni perturbarán


nuestra alegre fe: que todo lo que ambos observamos


está lleno de bendición. Así que deja a la luna


brillar sobre tu solitario paseo;


y deja a los vientos brumosos de la montaña la libertad


de soplar a tu paso: y, en años venideros,


cuando estos éxtasis salvajes maduren


en un placer más sobrio; cuando tu mente


se convierta en una mansión para todas las formas bellas,


tu memoria será un lugar de residencia


para todos los sonidos y las armonías dulces. ¡Oh!, entonces,


si la soledad, o el miedo, o el dolor, o la pesadumbre


son tu destino, con qué curativos pensamientos


de tierna alegría podrás recordarme,


a mí y a mis exhortaciones. Quizá no olvides,


aunque yo esté donde ya no pueda oír tu voz


ni capturar de tus ojos salvajes


esos destellos de existencia pasada,


que sobre las orillas de esta deliciosa corriente


anduvimos juntos; y que yo, durante tanto tiempo


adorador de la Naturaleza, vine aquí


sin desfallecimientos para ofrecer este servicio: aunque diría que


con un amor más cálido, oh, con el más profundo ardor


de un amor sagrado. No podrás olvidar entonces,


que después de muchos vagabundeos, tantos años


de ausencia, estos escarpados bosques y abruptos acantilados,


y sus verdes paisajes pastoriles, fueron para mí


lo más amado, tanto por sus méritos como por tu gracia.



0 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comments


bottom of page