Ante su choza en sombra tranquilo está sentado
el labrador, mientras arde la lumbre de hombre parco.
Hospitalariamente resuena al caminante
crepuscular campana por la aldea apacible.
También acaso vuelven los marinos al puerto
y en lejanas ciudades deja alegre al mercado
su rumor afanoso; bajo emparrado en calma
íntima brilla la colación de los amigos.
Mas yo, ¿hacia dónde he de ir? Viven los mortales
de premios y trabajos; tras fatiga y descanso
alegre todo está. ¿Por qué nunca se duerme
en este pecho mío la zozobra?
Por el cielo crepuscular la primavera abre;
rosas innúmeras florecen; quieto semeja
el mundo áureo. Oh, llevadme hacia allá,
purpúreas nubes, y que allá arriba
en aire y luz se aneguen mi amor y sufrimiento.
Pero como ahuyentado por inútil pregunta
el encanto se va. La noche cae. Y solitario
bajo el cielo, como siempre, estoy yo.
Ven ahora tú, dulce sopor. Anhela demasiado
el corazón; mas ahora ya, oh juventud,
también vas apagándote, soñolienta, intranquila.
Quieta y apacible es entonces la vejez.
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