El ángel de la vida y el de la muerte un día
pasaron con el alba sobre mi humilde aldea;
la luz daba en sus rostros; cada cosa parecía
con el humo un carruaje de penacho que ondea.
Iguales en su aspecto y en su actitud iguales,
idénticos sus rostros y sus nevadas vestes;
mas el uno ceñía corona de inmortales,
el otro de narciso y aureolas celestes.
De súbito pararon el vuelo; con espanto
dije: Corazón mío, si lates, con violencia
descubrirás los seres queridos que amas tanto,
los seres que hacen dulce y alegre tu existencia.
Desciende el que narcisos ceñía. Llega, toca
a mi puerta; mi alma dentro de sí se sume,
cual fuente que, si tiembla la tierra, por la boca
de hervoroso mana, al punto se consume.
Reconocí, temblando, las vagas agonías,
las penas que en mi infancia de terror me llenaron
y que en esos momentos feroces y sombríos
con triplicadas fuerzas de mí se apoderaron.
Abrile por fin la puerta al santo mensajero:
a oír al Ser Supremo que todo bien ordena
dispúseme callado, sin atreverme, empero,
ni a sonreír de gozo ni a sollozar de pena.
Entonces, con sonrisa que iluminó mi estancia,
exclama: "Soy el ángel que anuncia sólo vida";
y antes de responderle, difundiendo fragancia,
desapareció dejando mi vida oscurecida.
De tu hogar a las puertas llegóse en el momento
el ángel que ceñía corona de inmortales,
y con frases henchidas de tristísimo acento
pronunció, de la muerte los cantos sepulcrales.
Aquella faz de tu hija, graciosa y perfilada,
marchitóse y tu pecho se colma de tristeza;
un ángel entró solo, ¡oh amigo!, a tu morada,
y dos de allí salieron volando con presteza.
Todo a Dios pertenece. Cuando extiende su mano
apíñanse las nieblas, el cielo se encapota,
hasta que sonriente mira el valle, el Océano,
desde la oscura nube que huye a la región remota.
El ángel de la vida y el ángel de la muerte
jamás sin tu mandato de la morada abierta
traspasan los umbrales. ¿Quién pues, con mano
fuerte podrá a sus mensajeros cerrar audaz la puerta?
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