Debo olvidar tus ojos oscuros, esa mirada cargada de amor;
Tu voz, que me llenó de emoción,
Tus votos, que me perdieron en este salvaje laberinto,
La presión emocionante de tu suave mano;
Y, aún más querido, ese intercambio de pensamientos,
Que nos acercaba aún más el uno al otro,
Hasta que en dos corazones una sola idea forjó,
Y ya no esperó ni sintió miedo sino por el otro.
Debo olvidar esos adornos de flores:
¿Acaso no fueron los mismos que te di?
Debo olvidar el conteo de las horas brillantes del día,
Su sol ya se ha puesto, y tú no regresarás.
Debo olvidar tu amor, y entonces cerrar
Los ojos llorosos en un día inoportuno,
Y dejar que mis pensamientos torturados busquen el reposo
que los cadáveres encuentran en la tumba.
Oh, por el destino de aquella que, transformada en hojas,
Ya no puede llorar ni emitir gemidos;
O la reina enferma, quien, temblando mientras sufría,
Encontró que su cálido corazón en piedra se convertía.
Oh, por la corriente de las olas del Leteo,
Igualmente mortal para la alegría y el arrepentimiento;
Acaso nada de todo esto se pueda salvar;
Pero el amor, la esperanza, y tú, son cosas que no puedo olvidar.
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