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Foto del escritorAmenhotep VII

Cielo tras la borrasca - William Wordsworth





Un solo paso, que me libertó de los límites

de aquel ciego vapor, abrió a mis ojos

un tan vivo esplendor como no viera nunca

el despierto sentido ni el alma en sus ensueños.

Fué la visión, de pronto desplegada,

una inmensa ciudad; se hubiera dicho

gran selva de edificios, hacia lo hondo

retirada de algún ilimitado abismo,

naufragando entre glorias, ya sin fin.

Fábricas parecían de diamantes y oro,

cúpulas de alabastro y argénteas agujas

y encendidas terrazas sobre terrazas, hacia

lo alto; aquí, apacibles, brillantes pabellones,

en avenidas; torres, allí, adornadas

de almenas, que en sus frentes incansables

sostenían los astros, luciente pedrería.

La terrestre natura labraba aquel efecto

con la oscura materia de la borrasca, ya

apaciguada. En ella y en las cavernas y

en las faldas abruptas y en cresterías, donde

se habían los vapores retirado, fijando

su estancia bajo aquel cerúleo cielo.

¡Visión no imaginada! Nubes, nieblas,

arroyos, peñas húmedas y hierba de esmeralda,

nubes de cien colores y rocas y zafiro

de cielo: confundido, mezclado, en mutuo ardor,

fundido todo y componiendo,

todo en todo perdido, el asombroso adorno

de templo y ciudadela y palacio, y la ingente

y fantástica pompa de vagos edificios,

envueltos como en lana, en vastos pliegues…

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