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Foto del escritorAmenhotep VII

Al Éter - Friedrich Hölderlin




Ninguno de los dioses ni de los hombres me crió como tú,

leal y benévolo, oh padre éter; antes que la madre

me tomara en brazos y sus pechos me amamantasen,

me cogiste tiernamente para darme tu celeste bebida,

después de insuflar el sagrado aliento en mi pecho naciente.


No solo con alimento terrestre medran los seres,

pero tú a todos los nutres con tu néctar, oh padre.

Y se agolpa y fluye de tu eterna plenitud

el aire vivificante por todos los caños de la vida.

Por eso te aman, aspiran y desean

sin cesar en su alegre crecimiento.


¿No te buscan, oh celeste, las plantas con sus ojos?

¿No tiende hacia ti sus tímidos brazos la mata humilde?

Por hallarte, rompe la semilla presa su cáscara;

por bañarse en tu onda que da vida,

sacude el bosque la nieve como un ropaje molesto.

También los peces ascienden y aletean ansiosos

sobre la luciente piel del río, como si quisieran

saltar hacia ti desde la cuna; y a los nobles animales de la tierra

les salen alas cuando el poderoso anhelo

del amor secreto los impulsa y eleva hacia ti.


Con orgullo desdeña el suelo el caballo, y su cuello

tiende al cielo como acero curvado, apenas toca la arena su pezuña.

Como por gracia, roza el tallo herboso la pata del ciervo

y brinca, como un céfiro, por encima del arroyo que espumea monte abajo,

va, viene, y corretea, apenas visible entre las matas.


Pero los favoritos del éter, los pájaros felices,

viven y juegan graciosamente en el palacio eterno del padre.

Hay sitio para todos, a nadie se le traza el camino,

grandes y pequeños se mueven libres en su morada.

Chillan de alegría sobre mi cabeza, y también mi corazón

se maravilla y desea seguirles, como si la patria querida

me llamase desde lo alto; y por la cima de los Alpes

querría yo andar, y desde allá pedir al águila veloz,

como cuando depositó en brazos de Zeus a aquel niño dichoso,

que me lleve de la prisión al etéreo palacio.


Como locos vagamos, como el sarmiento errante,

roto el tutor con que crecía hacia el cielo,

nos propagamos por el suelo, indagamos y marchamos

por las zonas de la tierra, oh padre éter, en vano,

pues nos impulsa el deseo de emigrar a tus jardines.

Al flujo del mar nos lanzamos por saciarnos

en más libres extensiones, y la ola infinita baña

nuestra quilla, así se regocija el corazón en las fuerzas del dios marino.

Pero jamás es bastante, pues nos llama el océano más hondo

donde la más ligera ola se agita. ¡Quién pudiera

gobernar el barco errante hacia aquellas doradas costas!

Pero, mientras deseo elevarme a la lejanía nebulosa

donde ciñes con ola azulada orillas desconocidas,

desciendes siseando desde la florida copa del frutal,

padre éter, y tú mismo aplacas mi corazón anhelante,

y vivo otra vez dichoso con las flores de la tierra.

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