Fuerte, tranquilo candelabro puesto
en el límite: arriba la noche se hace exacta.
nosotros nos disipamos en la no iluminada
vacilación junto a tu pedestal.
Lo nuestro es: ignorar la salida
de nuestro interno y erróneo dominio,
tú te muestras sobre nuestros obstáculos
y los enciendes como una elevada montaña.
Tu gozo sobrepasa nuestro reino,
y apenas captamos su sedimento;
cual la pura noche equinoccial de primavera
estás separando entre día y día.
¿Quién sería capaz de infundirte algo
de la mezcla que secretamente nos enturbia?
Tú tienes la majestad de todas las grandezas
y nosotros estamos entrenados sólo en lo más pequeño.
Cuando lloramos somos sólo conmovedores,
al contemplar estamos a lo sumo despiertos;
nuestra sonrisa no llega a ser más seductora,
y aun cuando seduzca, ¿quién va tras ella?
Sea quien fuere. Ángel, ¿me quejaré yo, me quejaré yo?
Pero, ¿cómo sería entonces la queja mía?
¡Ay, yo grito y golpeo con dos palos,
y no siento el eco de ser escuchado!
El que yo hiciera ruido no sería en ti más perceptible,
si tú no me sintieras porque soy.
¡Alumbra, alumbra! Hazme más contemplado
en las estrellas. Pues me desvanezco.
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